La tentación de pasar la lengua por esa piel húmeda y cálida era abrumadora; imaginaba el sabor, intenso y salado, deslizándose por su paladar. Pero se contuvo, apretando los dientes, sus manos temblando ligeramente mientras luchaba por mantener al león encadenado en su interior.
En un impulso, sus manos se movieron con decisión. Con un movimiento suave pero firme, medio volteó a Nina, colocándola de lado sobre la cama que crujía bajo su peso. El olor a madera vieja del colchón se mezclaba con la intensidad de sus cuerpos. Sus dedos, fuertes y seguros, encontraron las nalgas de Nina, separándolas con una lentitud deliberada, exponiendo la piel más íntima y oculta. Se inclinó, con su nariz rozando apenas la superficie, y aspiró profundamente. El aroma allí era diferente, más terroso, más c
