Nina, ajena a su conflicto interno, extendió una mano temblorosa para acariciar su rostro. Sus dedos trazaron el contorno de su mandíbula, la línea de sus labios, el puente de su nariz, como si intentara memorizarlo a través del tacto ya que no podía verlo claramente en la penumbra. —Aún está... —susurró, moviendo ligeramente sus caderas para indicar que sentía su erección dentro de ella—. No ha terminado. Salomón contuvo un gruñido de placer ante aquel pequeño movimiento. Ciertamente, estaba lejos de terminar. El depredador en él exigía satisfacción, demandaba tomar su propio placer con la ferocidad que lo caracterizaba. Pero Ahmed, este personaje en el que se había convertido para ella, tenía que ser diferente. —No te preocupes por mí —respondió, acariciando suavemente su mejilla—. Es

