Y Nina sabía que tenía razón. En un país donde ya los extranjeros tenían pocas protecciones, una mujer soltera con documentos fraudulentos no tendría oportunidad de conservar la custodia de un adolescente que, según esos mismos papeles, ni siquiera era su hermano.
Maruja se unió, con aquella voz aguda y acusadora que siempre apoyaba a su hijo en cada injusticia.
―No tienes escapatoria muchacha. Debes buscar ese dinero, y buscar otro empleo. Driztan y yo no podemos. Mi pobre hijo, apostó… para tratar de mudarnos, pero no pudo, perdió. Así que… estamos en aprietos y ustedes deben resolver.
En el suelo golpeados, allí estaban: Nina y Emir, atrapados con aquellos dos verdugos que les habían arruinado más su vida de las que tenían. Prisioneros en una tierra extraña donde las promesas de pros
