Salomón continuaba corriendo sobre la caminadora; el sudor serpenteaba por su gran cuerpo de casi dos metros de altura, musculoso y velludo. Con un movimiento brusco, apagó aquella caminadora costosísima. El suave zumbido del motor de última generación se detuvo gradualmente mientras él tomaba su botella de agua cara, decorada con incrustaciones de esmeraldas, un capricho insignificante para un hombre de su fortuna. Bebió un largo trago, permitiendo que el agua fría refrescara su garganta mientras su mente seguía fija en Nina. Las gotas de sudor brillaban sobre su piel bronceada bajo la luz matinal que se filtraba por los ventanales panorámicos. ―Esa pobretona sí que es orgullosa―murmuró, jadeante tomando otro sorbo de agua fría y pasándose el dorso de la mano por los labios―. Se nota qu

