Vallerie estaba roja como un tomate. Avanzaba con paso vacilante, a pasitos cortos, haciendo pausas frecuentes. Por desgracia, Corantin la guiaba, sin ningún interés en quedarse quieto. Una vez más, la llevaba con correa y no dudaba en tirar de ella cuando se detenía demasiado tiempo. Claro que la mujer estaba desnuda, salvo por el collar y los zapatos que le habían regalado solo para hoy. Aunque caminar desnuda ya le habría resultado fácil, se encontraba en una situación insoportable. Por eso le habían regalado zapatos. La pareja estaba fuera de la mansión, a punto de dar un paseo por el pueblo.
Su día había empezado mal y, de alguna manera, empeoraba. Al despertar, se sentía fatal. Había oído lo que Corantin le susurró antes de irse y no había podido dormir la noche anterior. Se había p
