Capítulo 5 (Parte I): Encuentros

2525 Palabras
ERIK Estar en el hospital era el último lugar en el que quería estar. Salí disparado rumbo a Charlotte. Tuve que tomar un taxi que me dejó en el centro comercial donde había quedado mi auto. Sentí un alivio enorme que el hospital no le avisara a Mauricio que estaba internado. Suficientes problemas tenía con sus tres hijos. Esto era algo que tenía que resolver solo. Tomé mi auto y manejé en medio de la noche rumbo a Charlotte, sin saber exactamente a dónde ir. Era de madrugada cuando llegué al pueblo y lo primero que hice fue recorrer las calles en busca de la camioneta. Solo esperaba que no estuviera rodeada de policías. Pasé los primeros quince minutos deambulando por el pueblo vacío, solo alumbrado por las lámparas de la noche, cuando al final de una calle, después de pasar la avenida principal, vi una Suburban negra. El corazón se volvió loco como una ardilla salvaje queriendo escapar de una jaula y no dudé en ir hacia el lugar de los hechos. Me bajé del auto agradecido de que había llegado antes que la policía. Fui consciente del dolor del cuerpo que tenía cuando eché a andar hacia el vehículo. No había esperado a que me terminaran de administrar el analgésico, y era probable que tuviera alguna costilla rota. Dudaba que en algún momento lo supiera. Prendí la lámpara de mi teléfono y grabé al mismo tiempo que abrí la puerta. Dentro todo parecía normal. Los asientos de cuero n***o relucientes, el característico olor a nuevo, la limpieza impresionante que había por dentro gritaba que no era un carro de malandros. Si lo era, debían ser unos muy refinados. Mi mente quedó en blanco al ver que al fondo estaba el T-Rex que había ganado en el centro comercial. Volteé hacia todos lados para asegurarme que estaba solo y me subí. Las lágrimas de desesperación me amenazaron con salir porque aquel vacío y un miedo a no volver a verlo se apoderó de mí. Ese dinosaurio era lo único que estaba recuperando de él y ni siquiera lo había jugado porque recién lo había adquirido. — Te voy a encontrar, mi bebito. Y vamos a seguir jugando, comiendo hamburguesas, y saltando en los brincolines —. Se me quebró la voz. Me aclaré la garganta. Tomé el peluche enorme del suelo y vi un papel cerca de mis pies. Lo levanté y el alma me vino al cuerpo con un pequeño atisbo de esperanza al ver que se trataba de un ticket de compra. Busqué el lugar por internet. Se trataba de un recibo perteneciente al pago de una noche de hotel. Mi hijo estaba vivo, de eso estaba seguro. Salí de la camioneta y me fui de nuevo a mi auto. Puse en el mapa la ubicación. Estaba a tan solo cinco minutos de ahí. Tenía la esperanza de que al llegar, Mark estaría ahí, esperándome. Llegué al hotel por la madrugada pidiendo información a cerca de los datos del ticket, pero se negaron a darme información. — Como le he dicho, señor Voinescu, no le puedo dar información que es confidencial —. Me volvió a decir el recepcionista después de haberle insistido por más de media hora. — ¿Hay alguien más con quien pueda hablar? —Le pregunté desesperado. — Mi jefe no llegas hasta las nueve de la mañana. — ¿Al menos podría hablar con el jefe de seguridad para ver las cámaras? — Me temo que es el mismo caso con mi jefe. Mierda. El corazón me estaba palpitando como un loco queriendo salir de la cárcel. Le había explicado sobre mi hijo, pero me tocaba parar. Al final terminé rentando una habitación para descansar un poco en lo que los gerentes llegaban. No fui consciente del estado en el que estaba hasta que me vi en el espejo del baño antes de meterme a la ducha. Tenía moretones en todo el cuerpo, el labio partido, y uno de mis ojos estaba cobrando un color morado. Había logrado resistir a la golpiza, pero el dolor de cuerpo se hizo más fuerte en cuanto me metí a la cama e intenté dormir un poco. *** DOMINIKA Alejandro no respondió al teléfono y eso era inusual en él. Había caminado por más de veinte minutos para asegurarme de que estaba lo suficientemente lejos por si Damiano de alguna manera estaba intentando localizarme. No quería que de nuevo me encontrara. Si me volvía a encontrar de nuevo, esta vez estaba segura de que no sobreviviría más allá de un día. Puse el teléfono en su lugar por quinta vez. Me mandaba a buzón. Sentí una opresión en el pecho por esa sensación de abandono que me estaba causando un enorme agujero, y me era difícil respirar. — Maldita sea —. Murmuré para mí—. Ahora, ¿qué voy a hacer? ¿Para dónde voy a ir? ¿En qué lugar puedo empezar sin que él me pueda encontrar? Sentí como los labios me temblaron. Por un momento me cruzó la retorcida idea de regresar a la casa y suplicar su perdón, pero no podía hacerlo. Ni todos los lujos que me daba, ni la cantidad de dinero hacían que quisiera volver con él. De nuevo tomé el teléfono de monedas y marqué el número de Alejandro. — Maldita sea, Ale, responde, por favor —. Pero de nuevo saltó el buzón de voz, atravesando mi corazón con un shot de angustia. Dejé el aparato en su lugar. Cerré mis ojos, dejando escapar dos lágrimas que recorrieron mis mejillas. Respiré profundo antes de abrir mi ojo de nuevo. Regresé al hotel derrotada. Tenía que pensar qué haría con mi vida. Había muchas cosas que Damiano había hecho para que la gente no me tomara en serio. No tenía pruebas de que él me estuviera dando una mala vida. Mil testigos habían visto sus buenos tratos, mis papás siempre estarían de su lado, mis conocidos me daban la espalda, y antes la policía era su palabra contra la mía. Una palabra respaldada por sus buenas acciones, sus actividades filantrópicas, y las donaciones, que hacía en diversas áreas de la sociedad. Tal vez si iba a la policía y presentaba mi declaración. . . * — Tú solo pídeme cualquier favor, Damiano y sabes que te echo una mano —. Decía el jefe de la policía sentado a la mesa frente a nosotros. Damiano lo había invitado a cenar un sábado por la noche, en la que me había obligado a vestir un vestido de Dior en rosa pastel. Me había regalado unos aretes de perlas rosas y oro blanco, que combinaban perfectamente con el outfit. — Yo sé que cuento contigo, y siempre vas a tener mi apoyo —. Damiano alzó la copa para brindar con él. Yo alcé mi copa manteniéndome al margen de la velada. “Una esposa perfecta no debe interrumpir, al menos que le cedan la palabra.” — El encargo que me hiciste ya quedó. Fue un poco complicado, pero ya no va a haber más molestias —. Sonrió el jefe de la policía—. Y ahora veo el motivo, tu esposa es muy bella. — Es bellísima —. Damiano tomó mi mano y la besó. En ese momento no entendí la plática. * Recordar esa noche me hacía desistir de ir a la policía. En cuanto pusiera la denuncia no procedería, y podía terminar en algo mucho peor. Entonces, ¿qué me quedaba por hacer? A medida que iba avanzando hacia el hotel, me estaba planteando mi vida ¿Qué haría yo sola? ¿Podría sobrevivir sin que Damiano dé con mi paradero? ¿Podría vivir en paz alguna vez? ¿O era mejor morir? Me detuve a tomar un poco de aire porque no quería llorar de nuevo. Había estado a punto de quitarme la vida semanas atrás, pero Alejandro lo impidió, y ahora me había abandonado. Seguí avanzando al hotel. Tal vez tomar el desayuno me haría sentir mejor antes de ponerme en marcha hacia el lugar más lejano que se me ocurriera. Subí al elevador con un frío repentino en el cuerpo. Me llevé la mano al pecho porque el corazón se me aceleró a medida que salí del elevador y caminé por el pasillo que conducía a mi habitación. Había una incomodidad dentro de mí. Era como ese mal presentimiento que te retuerce las entrañas. Volteé hacia todos lados, pero no había nadie en el pasillo. Sentía que algo invisible me acechaba, como una sombra que en cualquier momento me devoraría. Abrí con las manos temblorosas la puerta de mi habitación. Mi corazón acelerado no hacía otra cosa más que gritarme a los oídos, con sus fuertes latidos, el miedo que sentía. Al final me relajé porque solo fue cosa mía. Estaba paranoica. . . Nunca subestimes la intuición de una mujer. En el centro de la cama había una cajita de regalo. Era una caja dorada con un moño rojo, reluciente en el centro. No había nadie en la habitación, pero mi respiración irregular aumentaba mi paranoia ¿Y si era un regalo por parte del hotel? Me armé de valor y tomé el regalo. . . No pude evitar vomitar, lo cual ahogo el grito desgarrador, de la impresión al ver que dentro de la cajita estaba el dedo medio de una persona. Tiré el regalo nefasto en automático. — ¿Sabes, cariño? —, mercurio líquido, recorrió mis venas al escuchar la voz que con dulzura tantas veces me había dicho que me amaba—, creo que el amor es ciego. Alcé la mirada y vi que Damiano estaba saliendo del baño. Estaba intentando negar lo que era evidente que había encontrado en esa cajita de regalo. — Damiano —. Soné lamentable ante una súplica aterrada que salió en mi voz. — Lo único que quería Domi, era una esposa perfecta que me amara y que formara una familia conmigo —. Su voz se le quebró. Se aclaró la garganta para recuperar la compostura—. Siempre intenté ser el hombre perfecto para ti a cambio. Voy al gimnasio, como bien, incluso porto el anillo de casado —. Alzó la mano izquierda con el anillo de promesa—. Le ayudo a los ancianos, y te compro flores aunque te hagan daño. Eres la envida de tus amigas, y sobre todo me he portado como un caballero —, hizo una mueca de dolor— ¿¡Por qué jo**der!? ¿¡Por qué lo hiciste!? —Se señaló así mismo — Yo siempre te he sido fiel. Siempre en todo estos cinco años he estado dedicado a mi esposa —. Continuó. Hizo una pausa formando un puño en el aire. Se dio la media vuelta y empezó a caminar alrededor de la habitación—. Y no ha sido fácil —. Esta vez no me dirigió la mirada, estaba absorto en sus pensamientos—. Me apegué tanto a la fidelidad que tuve que desaparecer de mi vida a Mariana, porque te tenía que dar tu lugar. Su tono fatalista hizo que el miedo se volviera terror en su estado más puro. Mientras se secaba dos lágrimas con brusquedad, mi cuerpo empezó a temblar. — Damiano —. Mi voz se volvió a quebrar—. Por favor, mi amor. — No has sido una buena esposa, Domi. Tenía razón en que fui muy indulgente contigo. Te aprovechaste de mi benevolencia y no hay nada que te pueda salvar, cariño. Me has hecho mucho daño y todos estos años estuve tan cegado por el amor que te tengo qué . . . —Miró hacia el cielo con un lamento grabado en los ojos—. Estoy dispuesto a perdonarte, Domi, pero me tengo que asegurar que esta vez serás una excelente esposa —. Volteó a ver la cajita de regalo que yacía en el suelo—. Ya no hay obstáculos entre nosotros. Mis lágrimas no se atrevieron a salir, no en ese momento cuando había comprendido que ese dedo era de Alejandro, y Damiano estaba a punto de cazarme de nuevo. Empezó a caminar hacia mí, por instinto caminé hacia atrás con cautela. Choqué con la mesita de noche y casi tiro la lámpara. No podía regresar a su lado, no lo soportaría más. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, en un impulso tomé la lámpara y la estampé contra su cabeza. — ¡Qué te jo**dan, hijo de pu**ta! —Le grité antes de empujarlo. Cayó de nalg**as al suelo. Damiano gritó de dolor, pero logró alcanzar una de mis piernas y me jaló hacia el suelo. Sentí como el aíre abandonaba mi cuerpo al sentir el golpe del suelo duro contra mi pecho. Comencé a patear, desesperada por zafarme de su agarre. — Necesitas una lección, Dominika. Mira en lo que nos estás convirtiendo —. Damiano también estaba forcejeando por agarrarme. Era más fuerte que yo. Mi corazón estaba bombeando adrenalina, que era lo que me mantenía sin rendirme a su sometimiento. Quiso agarrarme del cuello, pero alcancé su mano y lo mordí con fuerza hasta que sentí que su carne cedió y un sabor a hierro invadió mi boca. Lo volví a empujar. Me arrastré por el suelo, pero me volvió a sujetar de nuevo del tobillo. Esta vez pude darle de lleno en la nariz con mi pie libre, y finalmente me soltó. Estaba corriendo por mi vida. Quería vivir y era la cosa más patética que había pensado en meses, más cuando había querido terminar con mi vida semanas atrás. Tal vez era porque veía a la muerte cerca, pero si iba a morir, entonces elegiría mi propia forma de hacerlo. El pasillo estaba vacío mientras corría buscando un refugio, pero todas las puertas estaban cerradas. Si conseguía llegar a recepción, podía comprar un poco de tiempo, o conseguir que alguien me ayudara. Doblé a la derecha justo cuando escuché los pasos de Damiano detrás de mí. — Mierda —. Mascullé mientras intentaba abrir las puertas. Cualquier puerta. — No te vas a escapar tan fácilmente de mí, Domi —. Escuché la voz de mi esposo. La piel se me iba erizando a raíz de que no veía un lugar donde esconderme. Estaba perdida. — Esto no lo voy a dejar pasar por alto —. La voz de Damiano estaba cada vez más cerca. Estaba perdida, y entonces pasó. . . Me encontré dentro de una habitación con un hombre que me tenía arrinconada en la pared, con una mano sobre mi boca. Alcé mi vista y lo comprendí todo. Un desconocido me estaba ayudando a ocultarme de mi esposo malvado, y por primera vez, sentí una paz real. Tenía un dedo sobre sus labios para indicarme que guardara silencio. Me perdí en sus ojos, uno de ellos morado, suponía que a cauda de una pelea, y una tranquilidad me recorrió el cuerpo. Una tranquilidad que quedó interrumpida cuando alguien tocó a la puerta.
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