DOMINIKA
Sentí que mis piernas se habían vuelto una zona sísmica porque empezaron a temblar bajo la mesa. Mi mirada con la de Alejandro se engancharon por unos instantes, hasta que mi esposo le dio la mano para saludarlo.
— No había tenido el placer de conocer a tu hijo, señora Barragán —. Mi marido se desplazó de su lugar para ayudar a la mujer a sentarse al recorrer la silla hacia atrás.
— Y creo que te hace falta conocer a mi hijo Federico. Solo que está en España —. La señora Barragán era una mujer muy dulce. Damiano se sentó a un lado mío.
— Ya tendremos tiempo de conocerlo ¿Qué les parece si empezamos con la carta? Muero de hambre y estoy seguro de que mi esposa también —. Respondió mi marido alzando la mano para llamar al mesero que nos atendía.
La verdad es que se me había cerrado el estómago, y lo tenía tan revuelto, que tuve que disculparme porque la culpa me estaba golpeando, la ansiedad me estaba asfixiando, y la desesperación me estaba causando náuseas.
Me eché agua detrás del cuello e intenté respirar con cierta dificultad, pero no me estaba funcionando mucho. Tendría una noche larga, de eso no me cabía duda. Siete minutos, eso era lo que siempre debía tardarme. Salí dos minutos más tarde y me topé con la figura de Alejandro, que antes de salir hacia el área de mesas, me detuvo sobre la pared.
— ¿Qué es todo esto? —Me preguntó Ale.
— Sabías que estoy casada —. Lo vio a los ojos—. Y por el amor de Dios, no me vuelvas a buscar. Fue un error lo nuestro.
— No. Tú sabes que no fue un error —. No despegó su mirada de mí. Siempre me veía con una intensidad sin ocultar el deseo que tenía por mí.
— Déjame ir, Ale —. Le supliqué—. Haz tu vida y no me vuelvas a buscar. Es lo mejor para todos. No te acerques más a mí y dejémoslo por la paz.
— Domi, ese hombre te lleva diez años y sabemos que nunca has tenido con él lo que a ti y a mí nos arrebataron —. Jo**der, esto no podía ser bueno.
— Ale, han pasado cinco años y yo. . . Soy su esposa —. Sonreí—. Me da una vida llena de lujos y las cosas mejoraron para todos.
— Mejoraron por el dinero, pero a qué costo, Domi. El costo fuimos nosotros y sabes que no me has olvidado por la manera en que fuiste mía. El dinero no lo es todo y si eso es un requicito, yo te lo puedo dar. Nos está empezando a ir bien con el negocio.
Quería mover las piernas, algo, lo que fuera para calmar mi ansiedad.
— Ale, por favor, no hagas esto más difícil. No se trata de dinero, nunca se trató de dinero para mí. Damiano es un buen hombre, al igual que tú. La culpa me está pegando durísimo, porque sé que ninguno de los dos merece esto —. Miré el cronómetro de mi teléfono, tenía veinte segundos para regresar a la mesa—. Me tengo que ir —. Lo empujé para volver a salir, pero me devolvió a mi lugar con un empujón
— ¿Y qué pasaría si te dijera que dejes a tu esposo? ¿Qué estoy dispuesto a asumir las consecuencias? —. Sus palabras me dejaron sin aire. Me olvidé un momento del cronómetro.
— No puedo, Ale. No le puedo hacer esto a Damiano —. Le dije con súplica. Lo aparté de mi lado y me encaminé al área de las mesas. Tenía ganas de llorar, pero tenía que ser fuerte.
— Tienes mi teléfono, Domi. No me importa que el mundo arda si eso significa que puedo tenerte conmigo.
Me fijé en el cronómetro mientras caminaba hacia las mesas. Me había tardado ocho segundos más de lo previsto. Apreté las manos que me empezaban a sudar, y solo pensaba en mi obsesión por esos ocho malditos segundos.
*
Llegamos a la casa después de una cena cargada de tensión en el aire. Mientras Damiano y yo nos desvestíamos, me preguntaba si la reunión con Alejandro y su mamá había sido una coincidencia. Mi marido se había portado amable, e incluso estando solos no había hecho comentarios de ningún tipo. Lo cual me alivió un poco.
— Mañana va a haber una cena de beneficencia en la casa de los Aristos —. Me dijo. Lo vi a través del reflejo del espejo que estaba frente a mí. Estábamos en el clóset quitándonos la ropa del día para ponernos las pijamas. Me quité los aretes y los guardé en el joyero.
— O sea que tenemos otra cena —. Le sonreí através de mi reflejo. Me estaba obligando a actuar con normalidad.
— Así parece ser —. Se acercó detrás de mí y me abrazó—. Ya sabes cómo es la vida de los negocios, mi amor —. Me soltó un mordisco en el hombro—. Pero prometo que pronto tomaremos unas vacaciones, si te portas bien. Tal vez podríamos empezar a intentar de nuevo en concebir.
Un golpe de frío se asentó en mi estómago.
— Podríamos intentar, tienes razón —. Intenté sonreír a su reflejo en el espejo. No estaba muy convencida. Por una parte, si quería ser madre, pero no sentía que fuera el momento o la situación.
Sentí que sus manos se deslizaron por mi cuerpo, pasando por el área de mis sen**os mientras me lanzaba uno que otro mordisco al cuello.
— Eres tan perfecta —. Esta vez llevó su mano a uno de mis pechos—. Jo**der Domi, me quiero venir dentro de ti —. Me dio una nalgada, antes de quitarme el vestido de un solo tirón. Cayó al suelo, al igual que mi ropa interior.
Me tuvo desnuda, a su merced para él. Estaba así para que hiciera conmigo lo que quisiera. Llevó su mano libre para recorrer mi cuerpo. Rodeó mis caderas y se topó con el centro entre mis piernas. No estaba lo suficientemente lubricada.
— Parece que el spa no sirvió de mucho —. Dijo un poco decepcionado.
— Tal vez podemos ir a la cama. La posición no es muy cómoda —. Sonreí con nerviosismo.
Me dio un par de nalgadas más, antes de llevarme a empujones a la cama. Esa noche, Damiano no tuvo piedad de mí. Me cog**ió como si no hubiera un mañana. A comparación de otras veces, fue salvaje, duro, con embestidas fuertes que me sacaban el aire. Era como si se quisiera tatuar en mí.
— Te quiero hacer sentir bien, cariño —. Me decía, en medio de jadeos—. Di que lo quieres, Domi. Di que lo quieres todo.
Le seguí el juego. Cerré mis ojos y solo me centré en la sensación de placer que su pe**ne me causaba. Más valía pensarlo así. Me co**gió toda la noche, hasta que estuvo falto de aliento. Me pidió que lo abrazara, y así lo hice. Lo abracé y dejé que el cansancio se apoderara de mí.
A la mañana siguiente desperté con un dolor de cabeza espantoso. No había tomado más de dos copas, pero me sentía con una resaca espantosa. Giré el cuerpo buscando a Damiano, pero al abrir los ojos no encontré rastro de mi esposo.
Me levanté de la cama para poder empezar mi día. Tomé mi teléfono, para ver la hora, el alma se me fue al suelo al ver que eran las nueve de la mañana. No me había parado para hacerle el desayuno, ni le había preparado el jugo verde que siempre me pedía. Cerré los ojos y agradecí estar sola.
Tenía que esforzarme más en mi matrimonio y dejar atrás el pasado. Revisé los mensajes de mi celular, pero no había nada de Damiano. No sabía qué estaba pudiendo más, si la culpa por haber sido una maldita infiel, o el nerviosismo de que él se entere de alguna manera.
Me dispuse a tomar un baño largo en la tina. Me perdí por aproximadamente una hora en medio del vapor del agua y la temperatura caliente que me relajó los músculos. Pude notar que mi esposo me había dejado un moretón en el muslo por la actividad se**xual de la noche.
Me quedé con la mirada perdida al techo. Me obligué a salir para desayunar algo e iniciar las labores de la casa del día. Me enredé la toalla y me cepillé el cabello. Cuando me disponía a salir de la habitación, fui directo hacia mi armario. El aire me abandonó y las piernas me flaquearon al ver que toda mi ropa había desaparecido.
Cerré los ojos deseando que esta pesadilla terminara.