Mirarse al espejo y ver a un asesino no era fácil, mirarse al espejo y ver a un hombre que estaba construyendo la fundación más grande que el país jamás haya visto para niños huérfanos, tampoco. Santiago definitivamente era un monstruo y un ángel, dos almas vivían en ese cuerpo y le costó años aprender a dominar ambas para que conviviese sin que una manchasen a la otra. Era una tortura para él cuando veía a Fernanda caer rendida ante su hermano, sus manos temblaban y sudaban frío, sus ojos parecían transformarse, no había miedo, no había etica o moral, pero si algo de cordura que evitaba que le clavara un lápiz en el ojo a Juan Daniel, el pasar de los días y el ejercicio extremo al que se sometía por voluntad le ayudaron a controlar esos impulsos, impulsos que se habían presentado desde

