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Julian
Doy unos sorbitos a la copa mientras observo a Nora mirar por la ventana cómo se aleja la tierra firme. Lleva unos vaqueros conjuntados con un jersey azul de lana y unas gruesas botas de piel negras; creo que se llaman Uggs. A pesar del horrible calzado, sigue siendo muy sexi, aunque prefiero verla enfundada en un vestido veraniego, ya que así podría ver su suave piel brillar al sol.
Por su expresión de tranquilidad, me pregunto qué estará pensando, si se arrepiente de algo.
No debería. Me la hubiera llevado conmigo sí o sí.
Como si notara mi mirada en la nuca, se gira hacia mí.
—¿Cómo supieron de mí? —pregunta en voz baja—. Me refiero a los hombres que me secuestraron. ¿Cómo sabían de mi existencia?
Me pongo tenso al oír la pregunta. Mi mente recrea esas horas previas e infernales al ataque en la clínica y, por un momento, vuelvo a ser presa de esa mezcla inestable de furia abrasadora y miedo paralizante.
Ella podría haber muerto. De hecho, habría muerto si no la hubiera encontrado justo a tiempo. Incluso si les hubiera dado lo que querían, la hubieran matado con tal de castigarme por no haber cedido a sus peticiones antes. La hubiera perdido igual que perdí a Maria. Igual que ambos perdimos a Beth.
—Debió ser la auxiliar de enfermería de la clínica quien te delató. —Mi voz sale con un tono frío y distante mientras coloco la copa de champán en la bandeja—. Angela. Seguro que estaba en nómina de Al-Quadar.
A Nora le brillan los ojos con intensidad.
—Qué zorra— susurra. Percibo dolor e ira en su voz. También noto cómo le tiemblan las manos al dejar la copa sobre la mesa—. Puta zorra.
Asiento para intentar controlar mi propia ira cuando las imágenes del vídeo que me mandó Majid me empiezan a rondar por la cabeza. Torturaron a Beth antes de matarla. La hicieron sufrir. Beth sufrió toda la vida desde que el cabrón de su padre la vendiera a un prostíbulo en la frontera de México a la edad de trece años. Había sido una de las pocas personas de las que jamás había puesto en duda su lealtad.
La hicieron sufrir… ahora me toca a mí hacerlos sufrir el doble.
—¿Dónde está ahora? —La pregunta de Nora me despierta de mi agradable ensimismamiento; me imagino ahorcando a cada uno de los miembros de Al-Quadar. Cuando la miro extrañado, ella aclara—. Angela.
Sonrío por su pregunta ingenua.
—No tienes que preocuparte por ella, mi gatita.
Angela quedó reducida a cenizas, que están esparcidas en el césped de la clínica en Filipinas.
—Pagó por su traición.
Nora traga saliva. Sé que entiende a la perfección a qué me refiero. No es la misma chica que conocí en un club de Chicago. Veo las ojeras que esconden sus ojos y de las que sé que soy responsable. A pesar de todos mis esfuerzos de protegerla en la isla, la fealdad de mi mundo ha acabado destruyendo su inocencia.
Al-Quadar también pagará por ello.
La cicatriz de la cabeza empieza a palpitarme y la toco con suavidad con la mano izquierda. Me sigue doliendo la cabeza de vez en cuando, pero a pesar de ello, vuelvo a ser yo mismo. Teniendo en cuenta que me pasé cuatro meses en estado vegetal, estoy contento con mi situación actual.
—¿Estás bien? —Al rostro de Nora se asoma una expresión de preocupación mientras intenta tocar la zona superior de mi oreja izquierda. Me pasa los delgados dedos por el cuero cabelludo—. ¿Te sigue doliendo?
El roce de sus dedos me provoca un cosquilleo en la espalda. Me gusta esto de ella. Me gusta que se preocupe por mí. Me gusta que me quiera, aunque le haya quitado su libertad, pues tiene todo el derecho del mundo a odiarme.
Yo no apostaría por mí. Soy el típico hombre que sale en las noticias; el típico al que todo el mundo tiene miedo y desprecia. Secuestré a una chica porque la quería, no por otro motivo. Me la llevé y la hice mía.
No tengo excusa por mis hechos. Tampoco me siento culpable. Quería a Nora y ahora está aquí conmigo, mirándome como si fuese la persona más importante de su vida.
Y lo soy. Soy justo lo que necesita ahora… lo que ansía. Le daré todo de la misma manera que ella me lo da a mí. Su cuerpo, su mente, su dedicación. Lo quiero todo. Quiero su dolor, su placer, su miedo y su alegría. Quiero ser su vida entera.
—No, está bien —digo como respuesta a su anterior pregunta—. Ya está casi curado.
Aparta los dedos de mi cabeza, pero yo le agarro la mano porque no quiero que pare de tocarme. Tiene una mano muy delgada y delicada; su piel es suave y acogedora. Intenta quitar su mano de la mía, pero no la dejo, aprieto mis dedos sobre su mano. Su fuerza no tiene nada que hacer contra la mía. No se puede soltar a no ser que sea yo quien lo haga.
De todas maneras, ella no quiere que la suelte. Noto como la emoción le recorre el cuerpo al tiempo que el mío se endurece y un deseo oscuro se despierta en mí otra vez. Alcanzo más allá de la mesa y lenta pero intencionadamente, le desabrocho el cinturón de seguridad.
Me levanto agarrando su mano y la llevo hasta el dormitorio situado al final del avión.
Permanece callada hasta que entramos al dormitorio y cierro la puerta. No es una habitación insonorizada, pero Isabella y Lucas están al principio del avión, por lo que podremos tener algo de intimidad. Normalmente me da igual que la gente me vea u oiga mantener relaciones, pero lo que hago con Nora es diferente. Es mía y no la comparto con nadie más. De ninguna manera.
Le suelto la mano, camino hasta la cama, me siento, me echo para atrás y cruzo los tobillos. Una postura casual, aunque no hay nada de casual en cómo me siento cuando la miro.
El deseo de poseerla es muy fuerte, absorbente. Es una obsesión que va más allá del simple deseo s****l, aunque mi cuerpo arda por ella. No solo quiero follarla, también quiero dejar mi huella en ella, marcarla de dentro a fuera para que no pueda pertenecer nunca a otro hombre salvo a mí.
La quiero entera para mí.
—Quítate la ropa —le ordeno, mirándola a los ojos.
Tengo la polla tan dura que parece que hayan pasado meses y no horas desde que la he hecho mía. Necesito todo mi autocontrol para no arrancarle la ropa, ponerla a cuatro patas y metérsela hasta explotar. Me controlo porque no quiero un polvo rápido. Hoy tengo pensada otra cosa.
Inspiro hondo y me esfuerzo por contenerme mientras veo cómo se va desvistiendo poco a poco. Se ruboriza y respira cada vez más deprisa. Sé que ya está cachonda; tiene el coño caliente, mojado y listo para mí. Al mismo tiempo, percibo duda en sus movimientos y cautela en sus ojos. Una parte de ella me sigue temiendo porque sabe de lo que soy capaz.
Tiene derecho a tener miedo. Hay algo en mí que se alimenta del sufrimiento de los demás, que quiere hacerles daño. Que quiere hacerle daño a ella.
Primero se quita el jersey de lana y deja al descubierto una camiseta de tirantes negra. El color rosa del sujetador se transparenta y eso me excita; hace que me empalme más. Ahora se quita la camiseta de tirantes junto con las botas y el vaquero. Estoy a punto de estallar.
Con ese conjunto de ropa interior rosa es la criatura más atractiva que jamás haya visto. Tiene un cuerpo pequeño pero tonificado y se le notan los músculos de los brazos y piernas. A pesar de su delgadez, sus rasgos son muy femeninos: un culo perfecto y unas tetas pequeñas pero redondas. El pelo le cae por la espalda como una cascada que le hace parecer una modelo de Victoria Secret, pero en miniatura. La única imperfección que tiene es una pequeña cicatriz de apendicitis en la parte derecha del vientre.
Tengo que tocarla.
—Acércate —digo con voz ronca mientras la polla me presiona la bragueta del pantalón.
Se me queda mirando con esos ojos negros, pero se acerca dubitativa, insegura, como si fuese a atacarla en cualquier momento.
Vuelvo a inspirar hondo para tranquilizarme. Sin embargo, cuando ya está cerca, me inclino hacia delante y con fuerza la agarro de la cintura para ponerla entre mis piernas. Su piel es lisa y muy suave al tacto; su caja torácica es tan estrecha que casi puedo rodearle la cintura con las manos. Tanto su vulnerabilidad como su belleza me ponen muy cachondo.
Le desabrocho el sujetador para liberarle los pechos del confinamiento.
Se me seca la boca y el cuerpo se me tensa al ver deslizarse el sujetador por los brazos. Aunque ya la haya visto desnuda cientos de veces, cada vez que la veo es como una revelación. Los pezones son pequeños y de color marrón rosáceo y sus pechos de la misma tonalidad que el cuerpo. No me puedo contener más y estrujo sus suaves montañitas. Su piel es lisa y firme. Tiene los pezones duros. Oigo cómo contiene la respiración mientras mis pulgares acarician los puntiagudos pezones: mi deseo aumenta.
Dejo de tocarle los senos para bajarle las bragas. Le acaricio el sexo con la mano derecha e introduzco el dedo corazón en su pequeño agujero. El calor húmedo de su abertura hace que me termine de empalmar. Gime a la vez que mi pulgar encallado juega con el clítoris. Me pone las manos sobre los hombros y me clava las afiladas uñas en ellos.
No puedo aguantar más. Tengo que poseerla.
—Túmbate en la cama. —Mi voz está impregnada de deseo y aparto la mano de su coño—. Boca abajo.
Gatea obediente mientras me levanto y empiezo a desvestirme.
La tengo muy bien enseñada. Cuando ya me he desnudado por completo, ella ya está tumbada boca abajo con el culo elevado por un cojín. Tiene apoyada la cabeza en sus brazos, pero me está mirando. Noto que está nerviosa, pero sé que ahora mismo me desea a la vez que me teme.
Esa mirada me pone, pero a la vez despierta en mí otro tipo de deseo. Una necesidad más oscura y perversa. De reojo veo mi cinturón en el suelo. Lo recojo, me lo enrollo en la mano derecha y me acerco a la cama.
Nora no se mueve, aunque noto la tensión en su cuerpo. Me tiemblan los labios. «Buena chica». Sabe que será peor para ella si se resiste. Por supuesto, también sabe que compenso el dolor con un placer del que, por supuesto, disfrutará.
Me detengo al borde de la cama, alargo el brazo que tengo libre y resigo el camino de la columna vertebral con los dedos. Tiembla con el roce, lo que me produce una oscura excitación. Esto es justo lo que quiero, lo que necesito: esta conexión oscura y retorcida que hay entre nosotros. Quiero beber su miedo, su dolor. Quiero escuchar sus gritos, sentir sus esfuerzos inútiles para que luego vuelva y se derrita en mis brazos por el éxtasis que le produzco.
Por alguna razón, saca lo peor de mí. Me hace olvidar cualquier atisbo de moralidad que pueda tener. Es a la única mujer que he forzado para acostarse conmigo, la única a la que he querido tanto… y de una manera complicada. Tenerla aquí, a mi merced, es más que emocionante; es la droga más poderosa que jamás haya probado. Jamás he sentido esto por otro humano. Saber que es mía, que puedo hacerle cualquier cosa, es mucho más fuerte que cualquier chute. Con las demás mujeres era solo un juego, una manera de rascarnos lo que nos picaba, pero con Nora es diferente. Con ella es algo más que eso.
—Hermosa —murmullo mientras le acaricio la suave piel de los muslos y nalgas. Pronto estará marcada, pero por ahora solo quiero disfrutar de su suavidad—, muy muy hermosa…
Me inclino hacia ella, le doy un pequeño beso al final de la columna e inhalo el caliente aroma de mujer. Sonrío. La adrenalina me corre por las venas. Me enderezo, doy un paso para atrás y la golpeo con el cinturón.
No suelo usar mucha fuerza, pero ella siempre se sobresalta cuando el cinturón llega a sus nalgas. Emite un quejido suave. Intenta no moverse ni apartarse, sin embargo, no puede evitar agarrar con fuerza las sábanas ni cerrar los ojos. La azoto una segunda vez y luego otra y otra vez. Mis movimientos parecen hipnóticos. Con cada golpe de cinturón, la voy metiendo más a fondo. Mi mundo se va estrechando hasta el punto de solo poder verla y sentirla a ella. Me gusta saborear la rojez de su delicada piel; los gemidos y sollozos de dolor; la manera en cómo su cuerpo tiembla y se estremece de dolor por cada golpe de cinturón, dejando que alimente mi adicción y que tranquilice mi deseo continuo y desesperado.
El tiempo se difumina y se prolonga. No sé si han sido minutos u horas. Cuando por fin paro, ella está tumbada débil e inmóvil. Sus nalgas y muslos están llenos de marcas rosáceas. La expresión de su cara llorosa es de aturdimiento y casi felicidad mientras su delicado cuerpo no para de estremecerse.
Dejo caer el cinturón al suelo, me siento en la cama y con cuidado la cojo para acurrucarla en el regazo. El corazón se me va a salir del pecho y no paro de dar vueltas a todo lo sucedido. Ella se estremece, esconde la cara en mi pecho y comienza a llorar. Le acaricio el pelo lenta y suavemente para que consiga calmarse a la vez que yo.
Ahora necesito consolarla, sentirla en mis brazos. Quiero ser su todo: su protector y su torturador, su alegría y su tristeza. Quiero unirla a mí tanto físicamente como emocionalmente, marcarme hasta el fondo de su mente y su alma para que nunca me deje.
Cuando deja de sollozar, se reaviva mi deseo s****l. Las caricias relajantes se vuelven más decididas, empiezo a recorrer su cuerpo con las manos con intención de excitarla en vez de calmarla. Le paso la mano derecha entre los muslos, provocando que los dedos presionen el clítoris y al mismo tiempo le agarro el pelo con la otra mano y tiro de él para que nos miremos. Ella sigue aturdida, abre un poco la boca mientras me mira y aprovecho para darle un profundo beso. Gime en mi boca, me agarra los hombros y siento cómo va creciendo el calor entre nosotros. Se me contraen los testículos y mi polla tiene ganas de su carne resbaladiza y cálida.
Me pongo de pie con ella entre mis brazos y la tumbo en la cama. Ella se dobla del dolor y me doy cuenta de que las sábanas le rozan las marcas y le hacen daño.
—Date la vuelta, cielo —susurro. Ahora solo quiero complacerla. Hace caso y se da la vuelta para ponerse boca abajo como estaba antes. La coloco de tal manera que solo tiene apoyadas las rodillas y las manos con los codos doblados.
A cuatro patas, con el culo en pompa y con la espalda ligeramente encorvada es la chica más atractiva que jamás he visto. Puedo verlo todo: los pliegues de su delicado coño, el agujero diminuto de su ano, las curvas deliciosas de sus nalgas, ahora rosadas por el cinturón. El corazón me va a mil por hora y siento un dolor punzante en la polla. La agarro de la cintura, le introduzco la punta del pene en el agujero y la meto hasta dentro.
Me rodea su piel caliente y húmeda. Gime, se arquea hacia mí e intenta que se la meta más al fondo, a lo que yo accedo de buena gana. Primero la saco un poco para después meterla hasta el fondo. Grita, repito el movimiento y un cosquilleo me sube por la espalda. Me invaden olas de calor que empiezan a golpearme con desenfreno y me olvido de que le estoy hincando los dedos en la cintura. Grita y gime cada vez más. Noto que está a punto de llegar al orgasmo porque se le contraen los músculos alrededor de mi polla, apretándola bien. No puedo aguantar más. Exploto. Se me nubla la vista debido a la fuerza con que expulso mi simiente, que acaba en sus profundidades.
Jadeo. Caigo rendido a su lado y la pego a mí. Nuestra piel está húmeda por el sudor, lo que hace que nos quedemos pegados el uno al otro. El corazón no deja de latir a mil por hora. Ella también respira deprisa y puedo sentir cómo se le contrae el coño alrededor de mi polla, ya flácida, como si fuese un último orgasmo.
Nos quedamos tumbados, uno al lado del otro, y nuestras respiraciones se van calmando. La abrazo por detrás y noto la perfecta curva de su culo en mi entrepierna. Poco a poco me va inundando una sensación de paz, de alegría. Siempre es así con ella. Tiene algo que hace que mis demonios se calmen, me hace sentir normal, casi… feliz. No puedo explicarlo ni razonarlo; es algo que está ahí. Es lo que me hace poseerla de manera tan desesperada.
Y esto es muy enrevesado y peligroso.
—Dime que me quieres —murmuro mientras le acaricio la parte trasera del muslo—. Dime que me has echado de menos, cariño.
Cambia de postura para estar ahora entre mis brazos y mirándome a la cara. Sus ojos negros son firmes.
—Te quiero, Julian —dice con dulzura mientras me posa su delicada mano sobre la mejilla—. Te he extrañado más a que a la vida misma. Y lo sabes.
Lo sé, pero necesito oírlo de ella. Durante los últimos meses, el aspecto sentimental se ha vuelto tan indispensable para mí como el físico. Me gusta esta peculiaridad. Quiero que me ame y me cuide. Quiero ser algo más que el monstruo de sus pesadillas.
Cierro los ojos, la abrazo más fuerte y me tranquilizo.
Dentro de un par de horas ella será mía en todos los sentidos de la palabra.