BLAIR —¡Cómo te atreves! —su grito va dirigido a mí. Levin me está causando muchos problemas, no lo conozco a fondo y ya estoy metida hasta el cuello, en el radar de Melissa. El aire se vuelve espeso, casi cortante, en el instante en que deja caer la charola. Los platos metálicos chocan contra el suelo con un estruendo agudo, la comida se esparce como una mancha indecente de salsa y pan en el pulcro piso del dormitorio. El silencio que sigue es tan incómodo que me siento atrapada en una escena donde las luces me apuntan y todos esperan mi reacción. Melissa, con sus ojos verdes brillando de furia y el cabello rubio cayendo desordenado sobre sus hombros, me mira como si yo fuese la culpable del desastre. Sus labios tiemblan, no de miedo, sino de un enojo tan visceral que parece incendiar

