Capítulo 5. Huyendo de la sombra de mi propia sangre (continuación)

1313 Palabras
— Allí estuve, en el hospital, una semana entera metida entre crisis, sin saber cómo enfrentar el vacío que me dejaba la muerte de mi hermano. Apenas empezaba con las terapias de duelo cuando los mensajes amenazantes cayeron como balas: “Si no te vas, matamos a tu madre.” Por eso estoy aquí, buscando rehacer mi vida. Quiero un buen empleo, un lugar para vivir sola, y te lo juro... no me volveré a enamorar jamás. La voz de Julia era un susurro quebrado, cargado de miedo y resignación, mientras miraba a Claudia María con ojos agotados pero aún llenos de rabia contenida. — Hija —dijo Claudia María, tragando saliva—, déjame decirte algo. Tu hermano no está enfermo... es un enfermo. Él es el que debería estar en la cárcel. ¿Por qué no lo denunciaste antes? ¿Por qué te callaste? — Porque ya era tarde, mamá, me había puesto en contra a todos los vecinos. No me creen, están del lado de él... Me corrieron de la comunidad donde vivía, y no tenía a quién acudir. Claudia María la tomó de las manos con firmeza, intentando transmitirle la fuerza que Julia necesitaba. — Vamos a hacer una cosa: primero, nunca digas nunca. Tal vez hoy dices que no te vas a enamorar, pero quién sabe, quizás el tiempo te demuestre lo contrario. Segundo, si buscas empleo, cuenta conmigo. ¿En qué área te desempeñas? ¿Para qué eres buena? Julia respiró hondo y dijo con ilusión contenida, casi temerosa de romper su promesa: — Soy ingeniera en informática. — ¡Excelente! —Exclamó Claudia María con una chispa en la mirada—. En mi empresa necesito a alguien con conocimientos en informática para que me ayude a implementar programas que sean prácticos, rentables y que generen buenos ingresos. Julia no podía creerlo. Su corazón latía acelerado. — ¿En serio? ¿Y dónde queda su empresa? — Mi empresa es el Hotel Rasil. No te lo digo porque sea mía, pero te aseguro que la calidad humana que tienen aquí es increíble. La gente es amable, el servicio impecable. Los desayunos son geniales, las camas enormes y las camareras hacen un trabajo impecable. Los clientes que se han quedado por meses siempre recomiendan el lugar, ya sea para familia, negocios o pareja. Julia esbozó una sonrisa triste. — Qué cosa tan increíble. Justo me estoy alojando ahí mientras busco empleo y ahorro para una vivienda. — Perfecto, entonces —dijo ella con un brillo maternal—. Como imagino que no tienes ropa adecuada para el trabajo, vamos de compras. Mañana empiezas temprano. — Pero, señora María, ¿por qué me ayuda? No la conozco... Claudia María bajó la vista, con una sombra de tristeza en su rostro. — Porque me recuerdas a mi hija, Julia. La mataron injustamente, igual que tú estás luchando para salir adelante. Por eso quiero ayudarte. Pero antes, vayamos a desayunar. Tengo hambre, y aunque sé que ya comes aquí, te invito a un café. Julia aceptó y juntas se dirigieron al restaurante del Hotel. Durante el desayuno, las dos mujeres compartieron miradas cómplices y silencios que lo decían todo. *** Terminado el desayuno y con café en mano, Claudia María propuso: — Ahora vamos de compras. Pero no es cualquier compra, hija, es una experiencia que hay que planear para que sea placentera y útil. Julia se sorprendió. — ¿Planear una compra? Nunca he salido de compras con alguien como esto. — Ya verás, para mí, salir a comprar no es un azar o improvisación. Requiere tiempo, atención y un poco de estrategia, para no caer en compras impulsivas y salirse del presupuesto. Julia asintió, curiosa. — ¿Y cómo se planea eso? —preguntó. — Mira, te voy a contar algunas claves para que aproveches esta salida: Primero, prepárate. No tiene sentido salir con tiempo limitado o con prisas, porque terminarás agotada y frustrada. Para elegir un vestuario, revisar telas o probar diferentes estilos, hay que tomarse el tiempo que sea necesario. — Claro, me imagino que apurarse no sirve para nada —dijo Julia mientras miraba los escaparates al cruzar la calle. — Exacto. Segundo, personaliza la experiencia. Para mí, salir con una amiga es un modo de fortalecer la convivencia, hacer recuerdos únicos y pasar tiempo de calidad. Julia sonrió y miró a Claudia María con gratitud. — Me alegra que estemos juntas hoy... ya siento que puedo considerarte una madre. Claudia María sonrió conmovida y agregó: — Tercero, no te límites. Puedes ir a todas las tiendas que quieras, probarte cuantos atuendos se te antojen. Es fundamental que elijas las tiendas que te interesan, hagas un plan de ruta... y te des la libertad de experimentar sin miedo — Eso suena liberador —Julia sintió por primera vez esa ligereza de espíritu. — Cuarto: date un break. Por muy divertido que parezca ir de compras, tu mente también necesita un descanso. Y justo aquí, en Antara, hay cafés, restaurantes, hasta un cine para descansar y recargar energías. — ¿Y eso es algo que haces seguido? —preguntó Julia mientras se sentaban en un banco para tomar un respiro. — Sí, siempre que puedo. Comprar con calma, sin prisas, me ayuda a hacer mejores elecciones y a disfrutar el momento. — Y para terminar —continuó Claudia María—, siempre recibe una recompensa. Cuando termines, disfruta de ese pequeño premio que te mereces. Aquí, por ejemplo, tienen un programa de lealtad llamado “Addicted” que te da beneficios y experiencias VIP solo por comprar. Julia sonrió con ilusión renovada. — Nunca pensé que comprar ropa pudiera tener tanta preparación y significado. — Y mucho menos con alguien que se preocupe por ti —dijo Claudia María, mirando a Julia con ternura. Poco a poco fueron entrando a la primera tienda. Julia se empezó a probar vestidos, pantalones, blusas, abrigos... cada prenda que tocaba la hacía recordar que estaba dando pasos firmes hacia una nueva vida. En el probador, Claudia María la esperaba con mirada crítica. — ¿Qué tal te queda ese? —preguntó. — Me gusta, pero no sé si es muy formal. — Para trabajar en informática en un hotel, la formalidad es necesaria, pero tampoco exagerada. Busca balancear comodidad y profesionalismo. Julia asintió y se miró al espejo. Por primera vez en meses, se sintió capaz. Caminando hacia la siguiente tienda: — Dime, Julia... ¿qué es lo que más te asusta de empezar de nuevo? Julia bajó la mirada y pensó un instante. — Que la sombra de mi hermano y todo el sufrimiento no me dejen avanzar. Que el miedo y la tristeza me sigan paralizando. Claudia María la interrumpió con suavidad: — El miedo es una prisión, pero tienes que romper esas cadenas cada día, aunque duela. Julia sonrió débilmente. — Gracias, señora María. No sé cómo haría esto sin usted. — No tienes que hacerlo sola, hija. Estoy aquí para ayudarte. Y recuerda: no estás definida por lo que te hicieron ni por la sangre que compartimos. Tú eres mucho más que eso. En ese momento, la relación entre ambas mujeres se estrechó. No solo era un favor o una ayuda laboral, sino el comienzo de una familia elegida para Julia, lejos del caos que la había marcado. De regreso al Hotel Rasil, Claudia María le entregó una tarjeta. — Aquí tienes mis datos. Mañana a las 8:00 a.m. te presentas en administración. ¿Todo claro? — Claro, señora María. ¡Muchas gracias! Antes de despedirse, Claudia María la abrazó. — Y recuerda, Julia: puedes huir de la sombra de tu propia sangre, pero nunca de tu valor. Julia salió del Hotel con paso firme. Por primera vez, sentía que el futuro no era solo una palabra vacía, sino un lugar tangible al cual podía llegar.
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