Tres horas después, bajé por fin a la bañera de hidromasaje. El agua tibia y burbujeante era el antídoto perfecto para el estrés acumulado del viaje. Sentí cómo el cuerpo se me deshacía en esa mezcla de calor y burbujas, mientras mis pensamientos se calmaban. Por un momento, la isla parecía un santuario de paz.
Después de un buen rato, subí a la habitación, me duché y me preparé para salir a dar una caminata por la playa cercana. Solo quería observar, perderme entre las olas que venían y se iban, meciéndose con un ritmo que parecía antiguo como el tiempo.
Mientras caminaba por la orilla, las olas acariciaban mis pies. El sol bajaba lentamente, pintando el cielo de tonos cálidos. Entonces, escuché una voz detrás de mí.
— Hola, hermosa —dijo un joven con una sonrisa confiada—. ¿Cómo te ll
