El Llamado del Palacio Imperial
Salón Del Té - Ala oeste del castillo
El reloj dio la hora en la torre central, marcando las cinco con un repique grave que se extendió por los ventanales cubiertos de escarcha. En el salón del ala oeste, donde la luz del sol apenas entraba y las cortinas pesadas tamizaban la claridad, Viktor se sentó frente a Isabella, observando con atención cómo ella vertía el té con precisión inglesa.
La porcelana inglesa, blanca con bordes dorados, contrastaba con el rojo oscuro del té que humeaba entre sus dedos. Isabella había exigido ese momento diario como parte de su rutina y ni el invierno, ni su condición, ni los cambios bruscos en su entorno la habían hecho desistir.
- ¿Lo has probado con las flores secas? - preguntó ella sin levantar la mirada - Adelheid encontró lavanda auténtica entre los frascos del desván. Solo unas gotas.
- Confío en tu juicio. - dijo Viktor, tomando la taza que ella le ofrecía. La sostuvo con ambas manos, más por el calor que por etiqueta.
- No quiero que piensen que vamos a hacer una fiesta sin sentido. Todo debe tener orden: una mesa de actividades para los niños, zona de lectura, juegos para interior... incluso si nieva demasiado.
- No es una fiesta, es una estrategia. Lo sabes. - replicó con suavidad.
Isabella alzó la vista apenas, sus ojos afilados como cuchillas de cristal. Luego, sorbió un poco del té, volviendo a centrarse en los papeles desplegados frente a ella: listas de nombres, cronogramas, notas escritas con su letra meticulosa.
- ¿Y no es esa la mejor forma de establecer una estructura? Un poco de calidez. Una red que se construye sin espadas.
Viktor la miró largo rato, admirando en silencio su capacidad para hilar fuerza y sutileza. No era la misma joven que meses atrás despertaba sin recordar su nombre. Ahora era una sombra elegante y tenaz, recobrando terreno a cada paso.
El sonido de la puerta interrumpió sus pensamientos. Markel asomó con su porte discreto, pero el gesto de sus manos - una carta cerrada con el sello imperial - era todo menos sutil.
- Una misiva del palacio. - anunció, y solo al ver la mirada de Viktor comprendió que no debía seguir hablando en presencia de Isabella.
Ella, sin embargo, ya se había puesto de pie.
- Es para ti. - dijo con tono neutro, haciendo a un lado las tazas con calma - No me quedaré si debo oír nombres que todavía me cuesta asociar con rostros.
- No. - intervino Viktor rápidamente - Quédate. No es confidencial. Al menos no en apariencia.
Isabella se detuvo un momento, pero volvió a sentarse en silencio, observando mientras Viktor rompía el sello. Sus ojos recorrieron la carta sin apuro, sin cambiar de expresión.
Pero su pulgar presionó el borde del papel hasta que la yema palideció.
Markel lo notó y se quedó inmóvil.
Isabella también lo percibió.
- ¿Del emperador? - preguntó en voz baja.
Viktor alzó la vista con una sonrisa breve, sin rastro de humor.
- Firmado por su majestad Fernando, sí. Pero la tinta que dictó estas palabras pertenece a otro.
- ¿Metternich? - preguntó Isabella con tono seco.
Viktor asintió con un gesto apenas perceptible.
- Fernando es… vulnerable. Siempre lo fue. Su padre, el anterior emperador, dejó un decreto que hace que el nuevo emperador debe gobernar y dejar los asuntos de Estado a quien pudiera manejarlos con “más claridad”. El archiduque Luis y un consejo asesor en el interior y otra mano para el exterior. Y nadie tiene una mano más firme que el príncipe de la manipulación disfrazada de diplomacia.
- ¿Qué quiere? - preguntó Markel, aunque ya intuía la respuesta.
- Presencia en Viena. Una reunión “discreta” sobre las recientes movilizaciones de Prusia y Francia. Habla de orden, de equilibrio. Palabras vacías cuando las pronuncia alguien como Metternich.
Isabella apoyó la taza sobre el platillo con lentitud.
- No quieren orden. Quieren control.
- Exactamente.
El silencio se instaló como una bruma. Viktor dobló la carta y la colocó sobre la mesa, sin prisas.
- ¿Vas a ir? - preguntó ella.
- No puedo ignorarlo. - respondió con pesar - Sería imprudente. Pero tampoco iré desarmado.
- Te acompañaré. - dijo Markel, con la naturalidad de quien ya lo había previsto.
- Y tú no harás nada extra. No te sobre esfuerces mientras no estoy. - añadió Viktor, mirando a Isabella - No más de lo que ya haces. Esta casa es tu fortaleza. Desde aquí organizas, decides, respiras. No dejes que esa carta cambie eso.
Isabella no respondió al instante. Solo asintió y volvió a mirar la lista de nombres.
- Mientras tú negocias con lobos, yo alimentaré al rebaño.
Viktor se quedó mirándola un segundo más. No era una metáfora. Ella lo entendía.
Y en ese momento, supo que dejarla, aunque le partiera el alma, era lo más sabio que podía hacer. Confiaba en ella.
Viena - Palacio Imperial, ala de estrategia y asuntos exteriores
Las botas de Viktor resonaron con eco contenido en el mármol del corredor, custodiado por estatuas de emperadores pasados que lo observaban con mármol frío y glorias marchitas. Al llegar frente a las puertas de roble del salón de conferencias, ya sabía que algo no estaba bien.
Estaban cerradas.
Un oficial le indicó que pasara. Cuando lo hizo, el aire del lugar le resultó demasiado cálido. Como si la política ardiera tras cortinas pesadas y paredes selladas.
- General Vodrak. - saludó Metternich, con su elegancia venenosa y una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
- Su Excelencia. - respondió Viktor, inclinando apenas la cabeza.
Fernando I estaba sentado al centro de la mesa, con una expresión plácida, la mirada vagando entre los rostros como si buscara algún punto de anclaje. A su lado, el Archiduque Luis se mantenía en silencio y el resto eran altos oficiales y ministros. Todos lo observaron en cuanto tomó asiento.
Y entonces comenzaron.
Al principio, hablaron de movimientos logísticos, redistribución de suministros, tropas en los límites con Baviera. Luego vino lo importante.
- Hay confirmación de que el plan ha sido descubierto por los enviados del duque de Teschen. Por lo tanto, se activará la siguiente fase. - dijo Metternich, con la naturalidad de quien comenta el clima.
Viktor entrecerró los ojos.
- ¿Qué plan?
Un silencio tenso.
- La operación “Velos de Sajonia” - respondió un coronel de voz grave - Influencia indirecta, infiltración política.
Metternich asintió con lentitud.
- Una estrategia similar a la empleada con Francia hace años. El rey Federico Augusto es… flexible. Sus ministros, aún más. Entraríamos en la corte bajo apariencia de cooperación amistosa y estratégica. Controlaríamos desde dentro, sin disparar un solo cañón.
- Hasta que se reveló. - dijo Viktor con dureza - Y entonces ya no será una maniobra diplomática, sino un acto de guerra.
Uno de los generales le lanzó una mirada rápida, como si temiera que el tono de Viktor provocara grietas en el muro de apariencias.
- Francia observará. Polonia responderá. Pero en algún momento Francia reaccionará. - añadió Viktor - ¿Realmente creen que este juego de sombras puede contenerse?
- Por eso usted está aquí, general. - dijo Metternich con voz suave - No vamos a contenerlo. Nos estamos preparando para enfrentarlo.
Y entonces todo quedó claro. Las listas de unidades movilizables, las rutas propuestas, la “rotación anticipada” de regimientos en regiones sensibles. No era una maniobra diplomática. Era un preámbulo de guerra.
- De momento, la población no sabrá nada. - intervino el Archiduque - Ni alarmismo, ni discursos. Solo preparación. Su regimiento recibirá órdenes directas. Queremos que esté listo para movilizarse en un plazo de 20 días.
Viktor asintió, pero su mandíbula se tensó.
Cuando la reunión se dio por terminada, los oficiales comenzaron a abandonar el salón. Viktor fue uno de los últimos. Estaba por girar hacia el pasillo cuando escuchó su nombre.
- General. - llamó la voz del emperador.
Fernando I se había quedado atrás, con su mirada aún nebulosa. Se acercó con pasos lentos y por un instante Viktor vio la fragilidad bajo la corona: el temblor leve en sus manos, el rastro de una sonrisa que no parecía saber a dónde dirigir.
- Me he enterado... - dijo - de su matrimonio.
Viktor se detuvo, ocultando de inmediato toda reacción.
- Sí, Su Majestad.
- Me gustaría conocerla. - continuó Fernando - Su esposa. En dos semanas habrá una recepción discreta en Schönbrunn. Me alegraría verla entre los invitados.
Metternich, que aún permanecía a unos pasos, asintió con aprobación.
- Una mujer capaz de adaptarse a la vida junto a un hombre como usted sin que la prensa lo supiera... debe ser interesante.
Viktor sonrió con cuidado, aunque por dentro sintió cómo se le contraian los músculos del estómago.
- Será un honor, majestad.
Cuando ambos se alejaron, Viktor salió al corredor. Allí, el frío lo recibió como un golpe bienvenido.
Dos semanas.
Isabella aún no toleraba el sol. No salía sin ayuda. Y su sed era un secreto contenido solo por su férrea voluntad y el trabajo constante de Markel, Adelheid y Elsa.
Tendría que enseñarle a comportarse entre los nobles humanos, pulida y serena, en apenas catorce días.
Tendría que anticipar posibles olores, estímulos, incluso cruces con sangre real.
Y tendría que mantener su secreto. A toda costa.
La guerra le parecía casi más sencilla.