CAMILA
—No llegué a acostarme con él —dije, mirándome en el espejo—. No hubo nada de eso. —El comentario infantil me hizo reír mientras terminaba de recogerme el cabello rubio en una coleta alta. Le había prometido a Samuel que me uniría a él para el brunch, y aunque había llegado a casa con tiempo suficiente para dormir bien...
No lo había conseguido.
Richard me había dado uno de los mejores momentos de mi vida, y luego lo arruinó por completo actuando como si de repente le diera asco estar conmigo. Respiré hondo, apartando lo humillada que me sentía, y me puse una camiseta negra. Una cosa de Nueva York es que no importaba cómo me vistiera. La combiné con unos jeans holgados y mis Vans, optando por un look casual. Después de todo, no iba a tomar mimosas. Mi estómago aún resentía el champán caliente de la noche anterior. Tomé mi bolso al salir, escribiendo la dirección del lugar que mi hermano me había enviado por mensaje.
Ugh, voy a llegar tarde.
Mis Vans golpeaban el pavimento con determinación mientras casi tenía que trotar las ocho calles hasta el restaurante. El sudor se acumulaba en mi frente y, de repente, la chaqueta ligera de cuero que me había puesto era demasiado.
Voy a parecer un desastre cuando llegue.
Intenté recuperar el aliento al llegar a las puertas del pequeño establecimiento, sacudiendo la tensión de mis hombros mientras tiraba de la manija. Realmente necesitaba una membresía de gimnasio. No es que estuviera fuera de forma...
Solo que tampoco estaba en forma.
—¡Camila! —escuché la voz de mi hermano apenas entré al lugar, decorado como un diner antiguo, con olor a grasa de tocino y risas de niños.
No era exactamente el tipo de lugar que imaginé que le gustaría a mi hermano.
Eché un vistazo al lugar, mis ojos rápidamente encontraron a Samuel... y entonces mi corazón se hundió.
Maldita sea.
Sentado frente a Samuel estaba Richard; lo supe solo por la parte trasera de su cabeza perfectamente peinada. Tragué saliva con fuerza, alisando mi camiseta, húmeda de sudor. Estaba segura de que mi cabello estaba aún más desordenado que cuando lo había recogido en una coleta.
—No tenía idea de que no seríamos solo nosotros —le dije a Samuel entre dientes mientras me acercaba a la mesa, y él se deslizó para dejarme sentar a su lado.
—Oh, Richard siempre viene conmigo al brunch de los sábados. —Mi hermano me miró de arriba abajo con extrañeza mientras tomaba asiento—. Jesús, Camila, ¿corriste hasta aquí?
—Eh, sí, solo intentando incluir algo de ejercicio. —Miré a Richard, que no había dicho una palabra. Parecía casi tan avergonzado como yo y evitaba completamente el contacto visual.
—Eres tan rara. —Samuel soltó una carcajada antes de empujar un vaso de agua hacia mí—. Toma, te pedí un agua. Por favor, bébela antes de que te desmayes. No sé hacer RCP.
—Gracioso, considerando que eres médico. —Puse los ojos en blanco, ignorando la sonrisa tonta en el rostro de mi hermano. Siempre pensaba que era muy divertido.
—El humor extraño claramente es hereditario —dijo Richard finalmente, sus ojos alternando entre nosotros dos.
—¿Qué? No. —Samuel levantó las manos, mirándome—. No hay forma de que sea tan nerd como Camila. En serio, acaba de intentar justificar llegar tarde diciendo que estaba haciendo ejercicio, y lo dijo con cara seria.
—Dice el tipo que corre al trabajo con ropa formal para hacer ejercicio de verdad —respondió Richard, con una sonrisa divertida en los labios. Me sorprendí mirándolos por unos momentos.
Anoche esos labios estaban sobre mí...
Mi cuerpo reaccionó al pensamiento, deseando haber sabido cómo se habría sentido tenerlo realmente entre mis piernas, y cómo habría sido su rostro al alcanzar el clímax. En cambio, solo sabía cómo se veía cuando estaba horrorizado por haber hecho algo conmigo.
Ugh.
—¿Estás bien? —La voz de Samuel interrumpió mis pensamientos—. Pareces cansada o enferma o algo por el estilo.
—Siempre estoy enferma y cansada... cansada de que me preguntes eso. —Lo empujé, soltando una risa incómoda que ninguno de los dos acompañó.
—Sí, bueno... —Richard carraspeó—. Estaba pensando en probar algo nuevo esta mañana. En lugar de las tostadas francesas, tal vez pediré ese desayuno con carne que tú siempre pides.
Samuel se encogió de hombros.
—Haz lo que quieras, hermano. Los hombres de verdad comen carne.
—Dice el hombre que fue vegetariano casi todo el instituto —solté, riendo mientras tomaba el menú—. Salven a los cerditos.
—Era una postura política —respondió Samuel con seriedad—. Una que claramente no me importó lo suficiente como para mantenerla.
—Sí, lo sé, te vi escondiendo tocino en tu cuarto después del desayuno cuando éramos pequeños. —Tomé un sorbo de agua, que terminó convirtiéndose en tragar medio vaso.
—¿Por qué no los había visto juntos antes? —Richard soltó una risita—. Esto es puro entretenimiento.
—Y por eso —murmuró Samuel, justo cuando la camarera se acercó a la mesa.
—¿Lo de siempre? —preguntó la mujer mayor a Samuel.
—Sí, lo de siempre.
Observé cómo anotaba el pedido antes de volverse hacia Richard.
—¿Y lo de siempre para usted también, señor Hudson?
Richard lo pensó por un momento antes de asentir.
—Sí, mejor me quedo con lo mismo. Creo que ya hice suficiente fuera de lo normal en las últimas veinticuatro horas. —Me miró por una fracción de segundo.
Casi escupí el agua que tenía en la boca, lo que me llevó a atragantarme con ella. Luché por calmar el cosquilleo en mi garganta, tosiendo con fuerza mientras Samuel, Richard y la camarera me miraban preocupados.
—¿Está bien? —preguntó ella mientras mis ojos empezaban a lagrimear.
—Solo pídele las tostadas francesas con huevos revueltos y una guarnición de tocino. Estará bien en un momento. —La voz de Samuel estaba llena de diversión mientras me daba palmaditas en la espalda.
Cubrí mi boca con la mano, aun tosiendo mientras ella se alejaba.
—¿Estás bien? —Richard se inclinó sobre la mesa, sus ojos llenos de preocupación.
—E-e-estoy bien —logré decir mientras mi tos finalmente comenzaba a disminuir—. Solo un pequeño atragantamiento, le pasa a los mejores. —Samuel soltó una risita, mientras Richard seguía mirándome, con el ceño fruncido—. De verdad, estoy bien —añadí, tomando una respiración entrecortada—. No es la primera vez que me atraganto frente a una multitud.
Richard parpadeó un par de veces antes de recostarse en su asiento.
—No quiero ni saberlo.
—No, de verdad que no —intervino Samuel, rascándose la nuca—. En fin, ¿qué estabas diciendo antes de que llegara Camila? ¿Algo sobre Jade Cruz?
Me limpié la nariz con la manga, como la chica elegante que era.
—¿Jade Cruz? Es una de mis cantantes favoritas. Es puro talento.
—Sí, bueno —Samuel me cortó con un gesto.
—Espera —lo interrumpí—. ¿Dónde está Katelyn? ¿Por qué no traes a tu prometida al brunch?
Samuel soltó un suspiro molesto.
—Porque este es un momento entre amigos.
—¿Pero yo estoy aquí?
—Porque tú eres prácticamente uno de los chicos. —Samuel se encogió de hombros mientras Richard ponía una cara extraña—. Pero perderás ese privilegio si sigues interrumpiendo como mujer.
Sexista.
—En fin, sí —dijo Richard, tamborileando los dedos sobre la mesa laminada—. No estoy seguro de si el proyecto va a salir adelante, pero ella está muy interesada en usar nuestra compañía para su próximo video musical.
—¿En serio? —Mis cejas se alzaron—. ¡Eso es increíble! Siempre he querido grabar un video musical de este nivel. Tengo tantas ideas para ellos y…
—Tenemos un equipo bastante sólido ya armado para esto, y algo tan grande tendré que supervisarlo yo mismo. No quiero arruinar la oportunidad de hacer despegar la compañía.
Fruncí los labios ante la forma en que habló por encima de mí, resistiendo el impulso de decir algo al respecto. ¿Para qué me invitaron al brunch si no querían que hablara? Saqué el teléfono de mi bolso, fingiendo estar ocupada y desinteresada.
—Camila es muy buena con videos musicales —intervino Samuel, sorprendiéndome—. Creo que deberías darle una oportunidad. Hizo algunos para artistas independientes y son increíbles. Puedo buscarlos en YouTube.
Miré a Richard, esperando su reacción, pero no tuvo ninguna, absolutamente ninguna. Solo se encogió de hombros.
—No sé quién estará en el equipo si conseguimos el proyecto. Para ser honesto, podría contratar ayuda externa. Tiene que ser lo mejor de lo mejor.
Auch.
—Estaba ascendiendo muy rápido en el mundo del cine en Los Ángeles —dije, mi voz baja mientras la camarera traía nuestros platos—. Al menos podría presentar algunas ideas.
—Sí, tal vez, ya veremos. —Se aclaró la garganta—. Todavía tenemos que cerrar el trato. —Richard me miró por un segundo, antes de centrarse en el plato que le pusieron delante.
—Gracias —murmuré cuando la camarera colocó el mío frente a mí. Observé las tostadas francesas, todas alineadas, espolvoreadas con azúcar glas. Aunque debería haber sido apetitoso, en ese momento no tenía hambre.
Solo me sentía fuera de lugar.
—¿Puedo pedir una caja? —le dije a la camarera cuando se dio la vuelta para irse.
Ella miró por encima del hombro, frunciendo el ceño.
—Eh, claro. Te traigo una, cariño.
—Gracias. —Ignoré las miradas de Samuel y Richard, que estaban ocupados metiendo tenedores llenos de desayuno en sus bocas como si fueran cerdos hambrientos.
—¿Por qué te vas? —dijo Samuel, sin siquiera tener la cortesía de tragar primero—. En serio, acabas de llegar.
—Sí, olvidé que tenía un compromiso —respondí, mi voz apagándose mientras buscaba alguna excusa en mi cabeza—. No quiero llegar tarde.
—¿A dónde vas? —Samuel entrecerró los ojos.
—Eh… —Mi voz se desvaneció mientras ambos me miraban, esperando una respuesta—. Tengo una cosa para solteros.
—¿Cosa para solteros? —repitió Samuel, sin cambiar de expresión—. ¿Desde cuándo vas a cosas para solteros?
—Desde que me mudé a una gran ciudad y no conozco literalmente a nadie aquí.
—Me conoces a mí.
—Sí, y eres mi hermano.
—Y a Richard. —Samuel señaló a un muy callado Richard al otro lado de la mesa.
—Sí, tengo que irme —dije, metiendo mi plato lleno en la caja que la camarera había dejado al final de la mesa—. No quiero llegar tarde, podría conocer al hombre ideal o algo por el estilo. ¿Quién sabe? —Levanté las manos torpemente, tomando la caja y deslizándome fuera de la mesa.
—Eh, sí, diviértete —murmuró Samuel en respuesta, todavía mirándome raro.
—Ten cuidado con los tipos extraños —dijo Richard finalmente, sus ojos azules clavándose en los míos—. Hay muchos en la ciudad.
—Sí, no estoy seguro de que haya alguien en esta ciudad más raro que mi hermana. —Samuel soltó una carcajada—. Ve a divertirte, hermanita.
Miré a Richard directamente a la cara.
—Oh, lo haré, lo haré.