DAKOTA —¿Puedo ir a tu casa? —pregunté cuando Rachel respondió el teléfono. Tenía el estómago hecho un nudo de nervios, estaba ansiosa y respiraba demasiado rápido. —Por supuesto —dijo Rachel—. Estoy por ir a recoger a los niños del colegio, pero si no te importa acompañarme… —Perfecto —dije y colgué. Salí de mi oficina. Me detuve en el escritorio de la secretaria. —Voy a tomarme el día por motivos personales. Ella alzó una ceja. —Sabes que no puedo decirle eso a Stein, ¿verdad? Me encogí de hombros. —Díselo. Yo me encargo si se complica. —Como quieras —dijo la secretaria, pero en este momento no me importaba. Estaba entrando en pánico. Sentía que iba a desmayarme, y si no hacía algo, iba a sufrir un ataque de ansiedad, lo que no sería bueno para nadie a mi alrededor. La única

