Capítulo 1-1

2019 Palabras
1 Makarios Kronos de Rogue 5, La Colonia, Arenas de Combate Guerreros furiosos y empapados en lujuria se enfrentaban entre sí en las arenas de combate. Sentado a mi lado en las gradas, el adalid Braun sacó cien créditos de su bolsillo y le arrojó el dinero a un enorme hombre Prillon sentado tres filas debajo de nosotros. —Oye, Stone. Apuesto cien al Atlan, Tane. Los otros lo llamaban Stone, que inglés significa roca, debido a su completa falta de expresiones faciales. No tenía emoción alguna. Yo podía identificarme con él. El hombre era más una máquina que un hombre, pero yo no era quien para juzgarlo. Yo era un monstruo, incluso comparado con él. Stone asintió e ingresó los datos en la Tablet que tenía en la mano. Las apuestas habían comenzado horas antes, en el momento en que el Prillon que ahora gritaba en la arena emitió su grito de desafío inicial. Siete guerreros habían respondido a su llamado. El torneo estaba programado para comenzar. Ocho ciborgs lucharían hasta que quedara solo uno. Ocho se convertirían en cuatro. Cuatro en dos. Y los dos últimos lucharían hasta el final por el premio más preciado. Una batalla a muerte, de ser necesario, donde al ganador se le concedería el derecho de reclamar a la hembra Gwendolyn de la Tierra como suya. Ella era una belleza. Una mujer guerrera de cuerpo tonificado y sólido, aunque con curvas. Mis dedos temblaban con la necesidad de extender la mano y tocarla cada vez que ella caminaba cerca de mí. Su mirada era implacable, desafiante, todo un reto que muchos guerreros estaban ansiosos por responder. Al igual que Stone y yo, ella apenas mostraba emoción alguna. No, eso no era cierto. Ella mostraba emociones: ira, rabia, furia, arrogancia. Una mujer como ella debería sonreír; sus ojos deberían mostrar felicidad. Yo haría lo que fuera por escucharla reír. Maldición, por escucharla gritar de placer. Ella probablemente no había hecho eso desde su llegada a este lugar como muchos de nosotros. Ella había sido un soldado antes de ser capturada por la Colmena. Antes de ser integrada. Cambiada. Su cabello oscuro caía en ondas a lo largo de su espalda. Brillaba bajo la luz y parecía suave. Me imaginé envolviendo mi puño alrededor de él y manteniéndola en su lugar mientras yo... ¡Mierda! No. Detuve el pensamiento antes de que mi pene pudiera responder. Eso traería destrucción. Para ambos, incluso si yo quisiera ser quien la hiciera sentir... emociones. Emociones aparte de las que se agitaban en tus entrañas, batiéndose y quemándose hasta que no quedara nada. Braun me dio una palmada en el hombro, alejándome de mis pensamientos. —¿Por qué no estás en la arena, amigo mío? —Después de ti —respondí rápidamente, levantando mi mano como si lo dirigiera hacia el área central de la zona de combate para que él tomara su propio turno. Los Atlans de este lugar me habían adoptado como uno de los suyos pero, incluso ellos, no sabían mi secreto; la verdad detrás de por qué yo no bajaba para darle una paliza a esos ocho hombres, de por qué no bajaba a reclamar lo que deseaba con un anhelo en las proximidades de mi corazón (y definitivamente en mis bolas), que no había desaparecido desde que la vi por primera vez. Gwen Sin embargo, la verdad no era algo fácil de entender. Esa era la razón por la que yo nunca podría atreverme a tomar a una compañera por mi propia cuenta. Y si bien era cierto que mi planeta ancestral de Forsia, y en el planeta de Braun, Atlan, eran considerados pseudo-primos ya que orbitaban sectores vecinos del espacio, yo no era total ni completamente, Forsian. No, yo nací en Rogue 5, lo que me hacía una despiadada combinación. Parte animal Hyperion y parte guerrero Forsiano. Yo podría parecer de tamaño similar al de Braun y a los otros Atlans, pero ahí era donde terminaban las similitudes. Mi línea de sangre Hyperion y Forsian era tan rara que oficialmente, mi especie no existía. Hasta donde yo sabía, solo había tres de nosotros vivos. Todos hombres. Todos sin parejas. Todos destinados a morir solos, a nunca engendrar hijos. Lo cual era una bendición. Yo no le desearía mi existencia a un enemigo, mucho menos a un hijo. El último monstruo mestizo en Rogue 5 que había intentado tener una pareja la había asesinado accidentalmente durante su reclamo oficial. El singular veneno en nuestra mordida había entrado en su torrente sanguíneo y ella había muerto en sus brazos, incapaz de separarse debido a que su m*****o había crecido dentro de ella haciendo que quedaran trabados. Su cuerpo y su sangre estaban infectados por el singular veneno de nuestra rara herencia mestiza. Ella no había podido adaptarse. Ella había muerto y él se había consumido. Había sido destruido desde su interior por la culpa y el odio hacia sí mismo. La desesperación. El conocía la posibilidad de asesinarla, de acabar con su existencia, pero las ganas de morder, de reclamarla... de emparejarse, habían sido demasiado fuerte. Él había tomado el riesgo y lo perdió todo. No. Yo nunca reclamaría a una compañera. Nunca encajaría. Nunca me pertenecería. No en Rogue 5, en medio de mi legión, los Kronos. Tampoco en Forsia, donde no me querían. Ni aquí, en la Colonia, entre mis primos exiliados de Atlan. Yo era más feliz solo, en mi nave comercial, vagando por las estrellas como lo había hecho la mayor parte de mi vida . Hasta que el traidor causó mi captura por la Flota de la Coalición. Mi pecho retumbó con la rabia habitual y todas las miradas se enfocaron en dirección hacia mí. Una rápida y cortante mirada los hizo girar de vuelta y volver su mirada a la arena. Jodido traidor. Cuando lo encuentre … Como si haber sido entregado a la jodida Coalición no hubiera sido suficiente, ellos tenían unos escudos deflectores de mierda y toda la jodida nave había sido capturada por la Colmena mientras yo me pudría en un calabozo. Pero a la Colmena no le importaba quién estaba a bordo, guerreros de la Coalición o contrabandistas de Rogue 5 como yo. Todos éramos activos biológicos listos para ser torturados, convertidos y asimilados en su guerra. Convertidos en drones sin conciencia. Ellos por poco habían tenido éxito conmigo y con algunos otros. Demonios, con muchos, lo habían logrado. Fuimos afortunados de escapar. Afortunados de pasar el resto de nuestra existencia aquí en la Colonia, de haber cambiado. Parcialmente integrados y viviendo en el exilio. Atrapados. Atrapados viviendo en la misma base de la Colonia con la única mujer que siempre deseé, pero que no podía tener. Braun se rió entre dientes. El retumbar de su risa me sacó de la oscuridad de mis pensamientos. Su enorme complexión se sacudió con deleite. —Son tontos. Están peleando por una mujer humana, pero no saben cómo ganarse su corazón. —¿Y tú sí? —Le pregunté. Braun, Tane y yo éramos los únicos supervivientes de esa nave de la Coalición. Tres de más de doscientos. Sobrevivimos, pero ahora estábamos contaminados. Nuestra tortura y escape nos vinculaba como hermanos, a pesar de que veníamos de mundos diferentes. Todo el mundo en la Colonia asumía que yo sólo era un Atlan de gran tamaño quien mantenía un implacable control sobre sí mismo para nunca entrar en modo bestia. Yo no era un Atlan. Yo no perdía el control ni me transformaba en una bestia. No, mi pérdida de control era más íntima, pero amenazaba la vida de cualquier mujer que tuviera la mala suerte de cabalgar mi pene. Braun y Tane no habían sentido la necesidad de aclarar al resto de los guerreros la verdad sobre mis verdaderos orígenes. Solo el gobernador y los médicos sabían que yo no era Atlan en absoluto, lo cual me convenía perfectamente. Cuanto menos supieran, cielos, más creerían que podría convertirme en un enorme asesino en cualquier momento, mejor. Braun estaba sonriendo ahora. Su mirada era casi deseosa. —He visto al gobernador y a Ryston con su compañera, Rachel. He visto a Hunt y a Tyran con Kristin. Al cazador everiano con la hembra humana, Lindsey. A Caroline con Rezz. Los observo a todos con sus compañeras humanas, y aprendo —Braun hizo un gesto con la mano a los ocho guerreros que se enfrentaban en la arena, hablando entre ellos, decidiendo un orden de batalla y las reglas. Era ridículo ya que todos estaban listos para matarse entre sí por una mujer que no había mostrado interés en ningún hombre en el planeta—. Gwendolyn los rechazará a todos. Incluso a nuestro hermano, Tane. Su victoria será vacía. —Tane no ganará —agregué, refiriéndome a la pelea, no a ganar la mano de Gwen—. Ellos intentarán inutilizarlo con sus reglas, le negarán el derecho a luchar como una bestia. Sin embargo, si una mujer era el premio, las reglas quedarían olvidadas en el momento en que comenzara el desafío. Aparentemente, Braun pensaba de manera similar y dijo: —Una bestia no sigue las reglas de los demás. Él ganará. Me eché hacia atrás, evaluando a los guerreros delante de nosotros sobre la suciedad de la arena. Ninguno de ellos era lo suficientemente bueno para Gwen. Ni uno solo, ni siquiera Tane. Yo esperaba que Braun tuviera razón, que ella los rechazara a todos, independientemente del vencedor y que con suerte fuera antes de que uno de ellos muriera. Ella no necesitaba ser atormentada por un combate mortal, ni por los implantes que dejó la Colmena en su cuerpo. —Así que, amigo mío, si tu estas realmente pendiente de las hembras humanas, ¿Qué es lo que has aprendido? —la curiosidad me hizo preguntar. Tan simple como eso. Él soltó un pequeño gruñido y yo no estaba seguro de si fue de frustración o de mal humor. —A las mujeres humanas les gusta creer que son independientes. Un compañero debe proteger a su hembra de la Tierra sin que ella se dé cuenta que él lo hace. —¿Por qué? —pregunté confundido—. Es el deber y el derecho de un compañero proteger a su compañera. Él levantó una mano. —Para reclamar una mujer humana, un guerrero debe ser muy cuidadoso, debe planificar con anticipación. Ellas son compañeras feroces e intrépidas. Ellas cargarán en batalla contra la Colmena si sienten la necesidad de proteger a su pareja o a sus hijos. Son demasiado valientes para sus suaves y pequeños cuerpos. Demasiado feroces para su propio bien —él gruñó prácticamente—. Ellas son frágiles en cuerpo, pero fuertes en voluntad. Ellas arriesgarán demasiado, aunque amán completamente. Son realmente un misterio. Son salvajes y apasionadas y necesitan machos muy fuertes y pacientes para domesticarlas. Sí, esa era la palabra. Domesticar. Gwen necesitaba que alguien la domara, alguien que la calmarla y la cogiera hasta que todas sus preocupaciones desaparecieran y quedaran en el olvido. —¿Y tú quieres domesticar a Gwendolyn? —yo tenía miedo de cuál sería su respuesta, pero conocía la verdad. Todos los hombres de la Colonia la deseaban. La codiciaban y la anhelaban. Braun asintió. Su mirada estaba puesta en la primera pelea que iniciaba en la parte inferior. —¿Quién no? —la sonrisa de Braun era la de todo hombre hambriento—. Ella es magnífica. La cogeré hasta que grite mi nombre tantas veces que olvide todas las demás palabras. Parecía que nuestros pensamientos estaban alineados en muchas cosas. Yo dudaba que él fuera el único hombre que se imaginaba cogiendo con ella, reclamándola, llenando su apretada v****a con su semilla hasta que ella quedara marcada. Hasta que fuera suya y solamente suya. Si yo lo hacía, ella probablemente moriría. A diferencia de cualquier otra persona en la Colonia, ella no obtendría nada más que placer. Mierda. Yo no podía negarle a mi amigo tener sus deseos. —Ella es una ciborg —le dije—. Una guerrera. Ella no será como las otras compañeras humanas, como las novias interestelares perfectamente emparejadas que vinieron directamente desde la Tierra a través del centro de pruebas en lugar de una prisión de la Colmena. Ella será diferente —señalé lo obvio, no porque pensara en ella como en algo menos que perfecta, sino porque yo no me atrevía a admitir mi interés en voz alta.
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