LÍA Me había salido de la oficina con el corazón hecho una estampida. Parecía que estaba corriendo con un grupo de búfalos aterrados, tal como lo estaba yo en ese momento. No sabía cómo haría sostenible esto, pero en definitiva necesitaba el dinero porque ya no quería seguir comiendo sopas instantáneas, y agregar salchicha cuando me sentía elegante, o en alguna ocasión especial. Me estaba colocando en casco para tomar mi moto vieja, asegurándome que el mofle estaba bien asegurado con el lazo que le había puesto. — Madre mía, Lía. Y todavía le dices que le ponga una voz de mando que cante —. Quería morir. Me subí a la moto— ¡Qué cante! ¡Jo**der! —¿Es que no le pude haber dicho otra cosa? Llegué a mi cuarto de azotea y lo primero que hice fue ir a la tienda de la esquina para comprar una

