Capítulo 3: Devasta mi mundo

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TW: Contiene representaciones gráficas de violencia RAVEN Mis dedos se apretaron alrededor del bate de metal, frío como el hielo, mientras avanzaba con furia hacia la barra. La adrenalina corría por mis venas como un océano embravecido. No era la primera vez que me encontraba en una situación como esta, ya me había acostumbrado, pero lo que no tenía intención de dejar pasar sin tratar era el asunto con Adriano. Por ahora, decidí ignorarlo y enfrenté el caos. A mi alrededor, el sonido de cristales rotos, voces airadas y gemidos de dolor componían una cacofonía aterradora. Al adentrarme en el desorden, rocé el cuerpo sin vida de un desafortunado en el suelo. Un tinte de hierro impregnaba el denso aroma de alcohol y especias, dirigiendo mi atención hacia lo que solo había visto en unas pocas ocasiones en mi vida, pero nunca en mi propio bar. ¿Quién diablos había disparado? —Maldita sea —susurré en voz baja, observando cómo la sangre comenzaba a acumularse alrededor de la cabeza del cadáver. Apretando el bate, me volví hacia el causante de todo, hacia ese maldito Adriano. —¿Fue tu obra? —le grité con ira bullendo en mi interior. Los ojos de Adriano se fijaron en un hombre de cabello dorado, justo en medio de la refriega, y yo encontré mi respuesta. Estúpido. ¡Todo esto era culpa suya! Su mano se disparó por reflejo, atrapando mi bate con facilidad y una expresión peligrosa que encendió la pasión entre mis muslos. —Me lo pensaría dos veces antes de hacer eso —respondió, mirando alrededor del caos de mi bar antes de soltar una breve carcajada, lamiéndose los labios—. Puedo ayudarte. Mantenerte seguro y ayudarte a pagar tus cuentas, si así lo deseas. ¿Quién diablos se creía que era? No era una damisela en apuros. ¡Podía soportar cualquier cosa que me arrojaran! Me burlé. —¡No necesito tu caridad ni tu ayuda! —afirmé con fuerza. Esta no era mi primera pelea en un bar; había visto muchas cosas. Podría aceptar el dinero, pero no era del tipo que acepta regalos o ayuda. Si tenía que salir del agujero, lo haría. Mi padre solía decir que era demasiado terca para mi propio bien. Puede haber sido mi perdición, mi defecto, pero también era lo que me forjaba. Un grito seguido de más golpes llamó mi atención del estúpido que estaba frente a mí. Me di la vuelta justo a tiempo para ver a un hombre corpulento vestido de n***o siendo arrojado sobre la barra, su cuerpo se deslizó mientras sacaba vasos, haciendo que se rompieran por todo mi piso limpio. Fruncí el ceño. —¡A la mierda esta mierda! —Murmuré en voz baja. Había terminado de ver cómo todo por lo que mi padre había trabajado tan duro era destruido. Años de trabajar duro y quedaba reducido a nada. Este lugar era mío y estaba haciendo todo lo posible para mantenerlo unido. Que me condenen si dejo que alguien se salga con la suya. Resoplando y arrancando mi bate de sus manos, corrí hacia adelante para golpearlo en la cabeza de un tipo. Maldijo y cayó sobre la mesa de billar, tirando todas las bolas restantes a las troneras. ¡Disparo con efecto! Sonriendo, agarré la parte de atrás de la chaqueta de un hombre, tirando de él hacia atrás y empujándolo hacia adelante para golpear su cabeza contra la parte superior de una mesa. Su nariz se rompió y la sangre se derramó por toda la impecable superficie. —Vas a limpiar eso. —Le susurré al oído mientras él gemía. Mientras rodeaba la barra, blandí mi bate y puse a la gente de rodillas. Gritándoles a todos que se comportaran hasta que cesara la lucha y el silencio se instalara como una manta; aparte de gemidos y malas palabras, claro. Los ojos de Adriano se clavaron en mi espalda, quemándome con su mirada mientras me miraba. Por alguna razón, quería impresionarlo. Quería hacer que se tragara sus palabras y se diera cuenta de que no necesitaba que un hombre cuidara de mí. De repente, un hombre corrió hacia mí y aproveché la oportunidad. Retirando mi bate con una sonrisa maliciosa, dejé que chocara con su boca. El golpe lo derribó hacia atrás, un líquido carmesí saliendo de las comisuras de sus labios mientras me quitaba el cabello de la cara. —Dije... ¡COMPORTENSE! —Grité, mientras giraba mi bate de metal y lo colocaba en mi hombro. Me dirigí hacia el hombre que me interesaba, balanceando mis caderas con una sonrisa en el rostro. —¿Estabas diciendo? —pregunté. —Quiero participar en tu negocio y, por supuesto, liberarte de tus deudas —respondió mientras metía las manos en los bolsillos de sus pantalones de vestir, riendo brevemente. Poniendo los ojos en blanco, me reí. —Odio decírtelo, "señor", pero no tengo deudas. Asintiendo, se lamió los labios y sacó una mano del bolsillo para pasar el pulgar y el índice por las comisuras de su boca mientras pensaba. Después de un momento, me señaló con una breve risa. —Interesante, porque vi el fajo de billetes en tu oficina. ¿Te quedan un par de semanas? Me quedé sin aliento cuando se acercó, mis pies me llevaron hasta que mi espalda golpeó la barra y me di cuenta de que no tenía otro lugar al que ir. Estaba atrapada, con él mirándome con una sonrisa y sus manos a cada lado de mis hombros. Sus labios rozaron mi oído mientras hablaba en un tono amenazador. —Necesitas aprender a organizar mejor tus cosas. Ofendido, entrecerré mi mirada hacia él mientras colocaba mi bate sobre su pecho con ambas manos y lo empujaba. —Sabes que eso fue una jodida invasión de mi privacidad. Sus manos regresaron a sus bolsillos mientras se encogía de hombros. —Hay poca privacidad en el mundo tal como está, Raven. —Cuando de inmediato sacó las manos de los bolsillos, entrecerré los ojos. Cada dedo se envolvió alrededor de mi bate, agarrándolo hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Se inclinó y rozó con sus suaves labios el caparazón de mi oreja, haciéndome maldecir y cerrar los ojos. Su lengua se movió poco a poco a lo largo de la curva antes de susurrar en un tono amenazador que encontré sexy como el infierno. —Y tú invadiste la mía en el momento en que te demoraste alrededor de mi mesa. Frunciendo el ceño al bastardo, le arranqué el bate de las manos. Justo cuando se alejó de mí, puse al hijo de perra sobre mi hombro. —¿Echarías de menos tus rodillas si te las sacara por ser un maldito idiota? Él se rió y negó con la cabeza, parando para mirarme a través de su cabello oscuro y sus pestañas, con una expresión ardiente que avivó el fuego en mi interior. —Me gustas —dijo mientras las comisuras de sus labios se curvaban como si hubiera incendiado su mundo. ¿Qué le pasaba a este hombre? ¡Dios mío! Cualquier persona "normal", si es que eso significaba algo, en su sano juicio, se habría marchado. Sin embargo, este hombre caminó directamente hacia el fuego que yo había preparado como si fuera el mismísimo Lucifer. Era del tipo que se adentra con valentía en las llamas del infierno en lugar de huir de ellas, hundiéndose en el dolor, deleitándose en él. Mirando el cadáver en mi piso con la bala en la cabeza, hice girar mi bate en mi mano y apunté hacia el hombre muerto con sangre coagulándose alrededor de la parte superior del cuerpo y la cabeza. —¿Entonces vas a sacar al tipo muerto de mi piso? Se rio entre dientes: —No es nuestro trabajo hacer eso. —¿Estás bromeando? —Mi ira hervía y hervía a fuego lento en mis venas, recorriendo mi cuerpo y haciendo que mi rostro se sonrojara de calidez. —Lo siento, cariño. —¡Tuvo el descaro de levantar las manos como si estuvieran atadas! Mordiéndome el labio inferior, asentí y giré mi bate para chocar con el punto blando detrás de sus rodillas, derribando sus piernas debajo de él. —Mierda.— Maldijo en voz baja mientras su trasero golpeaba el suelo. —¿Estás bien, jefe? —El hombre rubio se acercó, sacó un cuchillo de caza de su bolsillo y lo abrió. Sus ojos azul acero recorrieron mi cuerpo y regresaron, bebiendo de mí como una botella de whisky—. ¿Está causando algún problema? ¿Jefe, jefe, jefe? La palabra se quedó en mi cabeza como un maldito eco, repitiéndose incesantemente y llevándome al borde de la locura. ¿Estos tipos trabajaron para él? Por supuesto que lo hicieron. Esa fue una pregunta estúpida. Suspirando en mi cabeza, puse los ojos en blanco. Quienquiera que fueran estos tipos, hablaban en serio. Me reí del tonto doble significado ya que el imbécil de mi piso estaba tratando de llegar a un acuerdo comercial conmigo. Adriano levantó la mano antes de levantarse. —Sólo nos estábamos divirtiendo un poco. —Al verlo ponerse de pie y agarrar la chaqueta del traje para sacar algo del bolsillo, me pregunté qué era. Mirando su mano, me centré en una tarjeta de presentación negra con una fuente plateada y elegante—. Si quieres hablar de negocios, contáctame. Tomando la tarjeta de su mano, miré lo que estaba garabateado en la superficie lisa de la tarjeta en relieve. Sólo había dos líneas de texto: un nombre y un número de teléfono. En él no estaba escrita ninguna dirección ni correo electrónico como lo hacían otros empresarios. —¿Adriano Polermo? Dejé que su nombre permaneciera en mi lengua mientras lo decía. Él sonrió, —Ese es mi nombre, pero como te dije, hazme un favor y no lo andes tirando por ahí. —Prefiero acechar en las sombras y no ser conocido. Si necesitas hablar de mí por alguna razón. Le tendió la mano, —llámame Serpiente. No pude evitarlo. Escuchar su apodo me hizo estallar en una carcajada. ¿Se dio cuenta de lo ridículo que sonaría llamarlo así delante de gente al azar? Su sonrisa se desvaneció y se transformó en una expresión seria. —Hablo muy en serio. Nunca digas mi nombre delante de la gente. —¿No puedo llamarte señor o señor o algún tipo? —Me guardé su tarjeta en el bolsillo y presioné el extremo de mi bate contra el suelo de mármol para apoyar mi peso sobre él con las cejas arqueadas. Las comisuras de sus labios se alzaron en señal de entretenimiento. —Si lo deseas.— Abriendo los labios, me sonrojé al darme cuenta de que él podría haber disfrutado eso más de lo que yo también había querido para él. Me fijé en él, mientras él asentía por un instante a sus hombres—. ¡Vamos! Un hombre atractivo con cabello corto y oscuro caminó hacia mí, que debía tener poco más de treinta años. Se acercó y el fuerte olor a humo de cigarro flotó y se hundió debajo de mi piel, haciéndome tragar mientras mis pezones se endurecían. Joder, me encantaba ese olor. Algo en el oscuro olor a humo, cuero y alcohol me atrajo. Sin embargo, nada era tan embriagador como Adriano. Dios, ese hombre era una maldita droga. —Tienes suerte porque lo que hace la Serpiente para castigar a la gente... no es algo en lo que quieras participar. Fue suave contigo, pequeña. —Me amenazó. Cruzando los brazos sobre el pecho, manteniendo el bate en la mano, vi a los imbéciles caminar hacia la puerta principal de mi bar. Así no era como pensé que mi noche iba a ser, por decir lo menos. Conocí el caos y la locura, pero no de este calibre. —¿Qué pasó? —Dahlia gritó mientras caminaba hacia donde estábamos, con una expresión curiosa en su rostro mientras miraba alrededor de la barra dañada. Vidrios rotos, licor derramado y clientes inconscientes cubrían el lugar. Su boca se abrió en estado de shock y siempre me sorprendió que reaccionara de esa manera cuando sucedía al menos dos veces por semana, si no más. Escudriñando al hombre frente a mí, mantuve el nivel de mi voz. —Nada, está bien. — se estaban yendo. —Date prisa, Romeo, así podré divertirme de verdad. —Adriano le gritó al chico que me evaluó. —Será mejor que te vayas, perro, tu dueño está llamando. —Las palabras cayeron de mis labios como veneno, y él me lanzó una breve carcajada divertida. —Él volverá por ti. —El hombre se alejó de mí para reunirse con su jefe, Adriano «la Serpiente» Polermo. O mejor dicho, Adriano «el Pendejo» Polermo.
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