Capítulo Trece
El corazón me late tan deprisa que empieza a dolerme el pecho.
El vestíbulo está abarrotado de jaulas llenas de loros que chillan igual que banshees ávidas de sangre. Esto es lo único en que los loros son mucho peores que los payasos asesinos. Como son más pequeños, se puede meter a un montón más de ellos en un espacio concreto, y esto es justo lo que algún sádico suicida ha hecho.
Y por malo que sea eso, la cosa empeora.
Hay pavos reales sueltos por ahí.
Innumerables pavos reales, con esas espantosas colas abiertas en plan burlón, sin preocuparse de a quién puedan hacerle daño.
Me fallan las rodillas y doy un tembloroso paso hacia atrás. Luego otro, y otro más. Una vez cruzo las puertas, me giro sobre mis talones y huyo. En algún momento, me detengo y trato de reducir
