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Juegos del destino

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Blurb

Justo cuando la vida te empieza a sonreír, cuando tus pedazos rotos están haciéndose uno nuevamente, cuando las heridas han cicatrizado...

El destino se empeña en traer ese doloroso pasado, en brindarte lo que tanto pedías...una respuesta, un por qué...

Más aún cuando el que aparece ante tí, es la persona que anhelabas ver durante los últimos tres años, es con quien soñabas todas las noches, es el causante de tus lágrimas, de tu desamor y del dolor que te ha carcomido durante este tiempo...

Aceptarlo es... difícil

Tenerlo cerca es... insoportable

Perdonarlo es... ¿Una opción?

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Encuentros
Dicen que deberías olvidar lo suficiente para superarlo y recuerda lo necesario para que no se repita -------- Cuando el silencio de la noche te descubre a solas, los temores salen a flote. El dolor se hace evidente en la soledad de mi habitación. Las lágrimas son las fieles compañeras de mis desoladas noches, en donde el silencio parece disfrutar de mi angustia y desesperación al tratar de olvidar aquella persona que desapareció sin ofrecer alguna explicación. Aquel que se llevó mi vida con él, mis ganas de vivir, mis sueños e ilusiones y solo dejó dolor y desamor.   La vida parece tan insignificante pese a los años de sufrir en silencio por el abandono de aquella persona que significó tanto para mí, aquella que fue el amor de mi vida y al que me entregué sin reparos. Las pesadillas me atormentaron por muchas noches, despertando con su nombre en mis labios: Evan, sin embargo él jamás apareció. Hasta aquel día, cuando mi vida empezaba a tener sentido nuevamente. Cuando mis pensamientos no giraban en torno a él, cuando su recuerdo… casi había sido borrado. Llegué a la oficina, 5 minutos tarde.     - ¡Maldita sea! ¡Es tarde! –Resoplé mirando mi reloj, corriendo a la sala de reuniones.     - Andrea, por fin llegas - un día normal, había recibido un buen grito por parte de Daniel, mi jefe.     - Lamento llegar tarde - me disculpé, aun sin ver el rostro de la persona con la que estaba tratando mi jefe.     - Ven por aquí por favor– resopló–, te presentaré.     - Sr. Evan Martinelli –sí, ese era su nombre- la señorita es Andrea Mertz y estará a cargo de sus cuentas a partir del hoy. Al escuchar su nombre el corazón se me aceleró desesperadamente, no podía creer que por primera vez, después de tres años, lo tenía frente a mí. Palidecí de la impresión, pero no podía exponerme tan débil frente a él, sería como perder lo poco de amor propio que generé en este tiempo.     - Encantado de conocerla, Srta. Mertz - sonreía nuevamente, con esos maravillosos ojos negros, que no mostraban ni un atisbo de arrepentimiento.     - Andrea - carraspeó mi jefe, haciendo una mueca para corresponder el saludo.     - Sí, señor Martinelli el gusto es mío –pronuncié, sintiendo un estrujón en el corazón cuando sus ojos se posaron en los míos. Imposible no flaquear con su mirada.     - Señor lo dejo con la señorita Mertz, es la mejor en lo que hace - Daniel salió por la puerta enseguida, aunque dudaba si en realidad estaba apta para tomar a cargo esa cuenta.   La persona que tanto anhelaba ver estaba frente a mí, con esa sonrisa perturbadora, con ese porte tan soberbio, con esa mirada arrogante y tan sensual como siempre. Se veía igual de guapo como lo conocí, como me conquistó y como… perdidamente me enamoré de él. Así fue nuestro tan inesperado primer reencuentro después de tres años.  Claro estaba, él no consideraba que hoy a mis 22 años no era más la dulce Andrea del pasado. De tanto llorar pude dibujar la sonrisa que llevo ahora. Las heridas del desamor han cicatrizado, el dolor había pasado, el amor propio estaba nuevamente en mí, con más seguridad y confianza en mí misma. Solo por un pequeño detalle, aún guardaba la duda, la desconfianza y el miedo en mi corazón, el amor no formaba parte de mi vida. La vida me había enseñado que las personas permanecen el tiempo que ellos decidan, nadie me pertenecía. Solo aquella amistad verdadera podría ayudarme, a pesar de ser yo la única culpable de separarme de aquellos que realmente me querían: mi familia y amigos. Ahora, el trabajo del banco me demandaba mucho tiempo entre el horario de oficina y las cenas con mis clientes. Y los fines de semana salía de fiesta con mis amigas, tomaba poco –aún no toleraba mucho el alcohol y siempre amanecía con resaca-, pero me encantaba bailar como si por medio de la música mi cuerpo expulsara todos los recuerdos, el estrés y las preocupaciones de la semana. Siempre consideré el trabajo lo más importante evitando mezclar mi vida privada con éste. Logré ascender rápidamente debido al tiempo “libre” que tenía, pues al no tener un novio toda mi vida se vio inmersa en el trabajo.  * Dos semanas antes…     - Hola, soy Andrea Mertz del Banco Central… –repetía el maldito speech al contestar una llamada.     - Andrea, el señor Mendoza está esperando en la sala de reuniones -informaba Estela.     - ¡Rayos! Olvidé la reunión con él - resoplé molesta, invitando a la pelirroja a tomar esa cuenta.     - No, no insistas. Sabes que el Sr. Mendoza no entiende de razones, solo tú puedes convencerlo - se justificaba, tratando de salir inmediatamente de la oficina - sí y solo si cambiara esa arrogancia… el Sr. perfecto sería mío - salió riéndose de sus propias palabras. Es que el Sr.Mendoza era un hombre soberbio, de carácter explosivo pero con un porte de seductor. Su mirada penetrante, sus labios rojos y carnosos, las facciones tan exactas de su rostro, su perfecto cabello castaño y su fragancia amaderada lo hacían ser… “Perfecto”, tal como dijo Estela. Y ante la negativa de la pelirroja, no tuve otra opción que ir a la dichosa reunión en la sala privada.     - ¡Srta. Andrea! Usted es una mujer que se hace esperar - exclamó con su mirada seductora sobre mí.     - Buenas tardes Señor Mendoza, disculpe el retraso - caminé hasta la mesa, nerviosa.     - Srta. Andrea necesito el balance del mes, las ganancias y pérdidas de las inversiones realizadas. Especialmente la que usted recomendó - levantaba su ceja, con una mirada retadora. Muchas veces nos preguntamos a qué llegaba una persona como él, tan rica y poderosa, al banco. Lo normal es que envíe a uno de sus asistentes o reciban los informes por correo. Sin embargo, sus visitas se hacían cada vez más frecuentes y debido a su mal carácter la encargada de atenderlo en el momento en que lo solicitara, era yo.     - ¡Cielos Andrea! - gruñó - esta vez lo dejo pasar. No niego que lo hiciste muy bien para ser tu primera vez - dijo con la mirada engreída mientras su mano acaricia su barbilla. No lo niego, esa mirada me encantaba y me resultaba irresistible su sola fragancia. El brillo de sus dorados ojos obnubila mi mente. Lo miré fijamente, hasta notar el movimiento envolvente de su gran manzana de Adán. Un suspiro salía de mis labios porque no esperaba que él se fijara en mí.     - Andrea, Andrea, Andrea –resopló, haciéndome saltar– sería un honor que aceptaras mi invitación a cenar –se levantó de su silla, para acercarse muy lentamente hasta mi silla.     - ¿Qué? - ¿en qué momento me propuso salir a cenar? Seguro fue cuando me perdí en su cuello, pensé aturdida- ¿Hoy?     - Claro - rodó los ojos con fastidio - paso por ti a las ¿siete?     - Sí –Asentí, arrepintiéndome de inmediato. Se fue tan rápido como siempre, en la puerta del Banco lo esperaba el chofer abriendole la puerta del impecable auto n***o ni bien notó su imponente presencia.     - Andrea cuéntame ¿Cómo te fue? –Estela aparecía con una sonrisa pícara.     - Saldré a cenar con él –contesté aún preocupada por aceptar la propuesta     - ¿Queé? –El rostro impactado de Estela me confirmó que era una mala idea- ¿con él? ¿Por qué?     - No sé –me encogí de hombros, sin decirle que al perderme en su seductor cuello no entendí su invitación- solo me invitó. Debe ser porque las acciones en la bolsa de valor subieron.     - ¿Estás segura? –Preguntó incrédula– yo no me atrevería a jugar con él. Sabes que es muy poderoso y no sabemos de lo que es capaz –advirtió mirándome a los ojos.     - No es que me interese o algo por el estilo, solo será… una simple cena - levanté ambas cejas para creer mis propias palabras.     - Andrea, no soy tonta. Sé que te gusta, pero… no creo que debas enredarte con él -advirtió Durante mis prácticas en el Banco conocí a Estela, la pelirroja de nariz respingada se convirtió en una gran amiga a pesar de los miles intentos fallidos por conseguirme al hombre ideal. Su exuberante figura siempre atrajo la atención de muchos hombres y ella disfrutaba de eso. Era coqueta y extrovertida, sin embargo, sus encantos nunca funcionaron con Saúl Mendoza, por ello siempre me envió con él. Las horas pasaron tan rápido buscando la excusa perfecta para cancelar nuestra cena, pero ni una sola fue coherente y creíble. Al final decidí continuar con las cosas, esperando por su llegada.     - Andrea, parece que llegaron por ti –Estela suelta un suspiro, asomándose por la puerta– su auto está en la puerta.      - Gracias Estela –contesté con una sonrisa fingida, sacando el celular de mi cartera.     - Ten cuidado, cualquier cosa me escribes –exclamó–, ¡si necesitas ayuda llámame! - gritó al verme salir por la puerta. El chofer abre la puerta por mí. Aspiro profundo y subo. El auto se veía más como una limusina, de acabados en n***o brillante, con amplios asientos de cuero y el olor… era su olor amaderado. Nuevamente respiro profundamente, no solo para llenarme de su aroma sino para calmar los nervios que me embargan.     - Andrea ¿Lista? –Movió su mano como señal al chofer para que avance.     - Señor Mendoza ¿A dónde vamos? - él enarca una ceja mofándose por mi pregunta o tal vez por como lo había llamado.     - A cenar Andrea, a cenar. ¿No quedamos en eso? –Esbozó una media sonrisa– Y no me llames “Señor” no estamos en el horario de trabajo - réplica encogiéndose de hombros - Dime Saúl. Mi rostro se tornó al rojo vivo, no estaba lista para dejar de lado el respeto que tenía y empezar a considerarlo mi amigo. Tutearlo era algo que jamás pasó por mi cabeza al ser trece años mayor que yo. Era la primera vez después de muchos años que sentía esa mezcla entre inseguridad, nervios y deseo.     - Sa… Saúl –tartamudee–     - No pensé que te costara tanto, no te creía tan tímida –se mofa con la mirada arrogante que tanto me gusta. Sabía que no era la mejor persona para enamorarse, pero era imposible no dejarse llevar por su seductora figura como si todo en él exhalara feromonas. Tan sexy e imponente… todo un seductor. Cuando el auto estacionó frente a un lujoso restaurante, las puertas se abrieron inmediatamente, un joven de sonrisa amable abre mi puerta saludando educadamente mientras bajo del vehículo. Saúl inmediatamente se acerca tomando mi mano para ponerla sobre su brazo, formando un clásico agarre donde él guía mis pasos hasta la entrada. Una joven muy amable nos sonríe, reconoce inmediatamente la presencia de Saúl y nos guía hasta nuestra mesa justo al lado de una ventana con hermosas rosas rojas, muy cerca al piano.     - Andrea toma asiento –me acerca la silla     - Gracias - estaba nerviosa, era la primera vez que cenaba con un hombre sin tratar temas de trabajo.     - ¿Por qué luces tan nerviosa? –La seducción en su mirada quemaba- No pensé que te afectara tanto una simple cena.     - No para nada, estoy bien –mentí, tratando de mantener la compostura y guardar mis absurdos nervios.  pedía a gritos. La presencia del mozo con la carta nos interrumpe, sentí un alivio al notar sus ojos fijos en el menú y no en mí. Sus sensuales labios se mueven vocalizando cada una de las palabras de su pedido. Y nuevamente me perdía en él, analizando cada centímetro de su rostro, exaltando la perfecta forma y color de sus labios.     - Lo mismo que tú –contesté, pues estuve tan atenta a sus gestos que me perdí de leer los platillos- Gracias     - Andrea ¿No has pensado en cambiar de trabajo? –su tono era más serio     - No, me siento muy cómoda con el trabajo en el Banco –mi trabajo era cansado, casi no tenía tiempo para mí pero me gustaba- ¿Por qué?     - Eres una mujer inteligente, me gustaría tenerte cerca –eso no lo vi venir y al parecer él tampoco, aclarando su garganta con un carraspeo- trabajando en mi empresa. pensé con la mirada fija en las dos copas de vino sobre la mesa.   Pero bien que deseaba tomar un trago para calmar la ansiedad que sus palabras estaban generando.       - Brindemos por los mutuos beneficios que obtendremos de ahora en adelante –levantó su copa rozando con la mía.     - ¡Salud! –Tomé un sorbo. Para cuando terminamos de cenar había terminado dos copas de vino por exigencia y presión de su mirada. Al intentar ponerme de pie mis piernas temblaban y su brazo se posiciona fuerte en mi cintura para mantenerme en pie.     - Yo… -mi rostro se torna rojo como un tomate-     - Andrea no pensé que tuvieras tan poca tolerancia con el alcohol -susurra casi en mis labios, la necesidad de besarlo me recorre junto a un cosquilleo en mi vientre que podría culpar al alcohol sino recordara que es más una sensación de placer-. Vamos Nunca separó su mano de mi cintura, incluso me ayudó a subir a su auto. Su aliento tan cerca me estremece, intensificando el cosquilleo no solo en mi vientre sino un poco más abajo. Trago saliva tratando de disolver estos deseos que me traicionan -como si todo lo que sucedió en el pasado no fue suficiente-, él también lo nota y retrocede para cerrar la puerta del vehículo. me recrimino. Debe estar pensando lo peor de mí, pues su mirada permanece fija en el paisaje.     - Andrea llegamos a tu casa - abre la puerta del auto y siento volver a la fría realidad gracias a las ráfagas del frío aire que tocan mis piernas, las cuales muevo despacio temblando como gelatina.     - Entremos, te ayudaré - jamás imaginé que un hombre como él era tan caballero.  Al entrar por el pequeño departamento, me ayudó a sentarme sobre el sillón. Se acerca y  agachándose para estar a la misma altura con mi rostro, levanta mi mentón.     - ¿Por qué no me comentaste tu pequeño problema? - se mofa con una sonrisa engreída     - Lo… siento - agaché la cabeza, volviendo a su posición por su fuerte agarre -con ese tan simple movimiento solo provoca acrecentar el deseo de tomarlo del cuello y probar esos seductores labios.  Jala de mí como si fuera una pequeña muñeca, tan liviana, envolviendo mis labios en un candente beso, tan sublime. Mi corazón se acelera a mil al sentirlo. Una de sus manos apretó mi cuerpo al suyo y la otra sostenía mi nuca, impidiendo que me aleje de él. Aunque estaba claro que correspondería cada beso con la misma intensidad y desespero. Mis manos se enredaron en sus cabellos, parecían tener voluntad propia recorriendo su espalda. Exhalo un gemido al sentir sus labios en mi cuello junto a una vibración en mi entrepierna, borrando por completo el recuerdo de Evan.     - Te deseo –susurra en mi oído, generando una descarga eléctrica en mi espalda. ¡Diablos! Esa palabra… yo también lo deseaba. El deseo impuro de mi cuerpo lo quería entre mis piernas, la fogosidad que exhala quema como el fuego. A mi edad se consideraría normal acostarse con un hombre, sin embargo, yo mantuve una casta y efímera época de duelo por Evan, pero ahora todo era diferente…  Sentí su mano recorrer mi cuerpo con ferocidad, devolviendo a la realidad mis pensamientos.     - Espera… - mi agitada respiración apenas me dejaba hablar. Su mandíbula se tensó.     - Dime… -su agitación era evidente. Quité mis brazos de sus hombros alejándome de su cuerpo.     - Gracias por la cena –contesté, con la boca entreabierta y mi piel enrojecida, tratando de mantener mi ritmo estable. Con su dura mirada fija en mí, como si estaba a punto de saltar sobre su presa, o aún peor, de tomarme a la fuerza, se marchó. Era una tonta, ese hombre era encantador y perfecto para desvanecer ese estúpido e imborrable pensamiento de Evan en mi cabeza y yo… solo lo dejaba ir. ... Cuando llegué a la oficina, era seguro que Estela correría para saber los pormenores de la cena. Me daba fuerzas para afrontar lo que se me venía.     - ¡¡¿¿Queeeeeee ?? !! –Los ojos se le abrieron de par en par, tapándose la boca para ocultar lo grande que la abrió por la sorpresa- ¿Estás loca Andrea? Te lo advertí, él no es una buena opción. Te presenté a muchos y tú caes con el primero que te digo que no lo hagas –resopló molesta.    - Estela, ya basta. El dolor de cabeza me mata –esperaba que la maldita pastilla para el dolor de cabeza surtiera efecto- Sólo fue un beso. No creo que eso afecte nuestra relación laboral ¿o sí? –Detuve el masaje en mi sien tratando de encontrar una respuesta en los ojos de Estela.     - ¡Tonta! –Negaba con la cabeza-. Eso lo comprobarás muy pronto. Estela tenía razón, fui una tonta. No pensé en las consecuencias de aceptar sus besos y mucho menos al –prácticamente echarlo- pedirle que se retire, sin ofrecer ni una sola disculpa o explicación.  Durante el día no tuve ninguna llamada de Saúl, ni un mensaje ... absolutamente nada. Los recuerdos de la noche anterior estaban revoloteando por mi mente en todo el día, fue casi imposible poder concentrarme. Me culpé por rechazarlo, supuse que me odiaba por el hecho.     - Andrea paso por ti a las ocho –sonríe Estela con un guiño, saliendo apresuradamente del trabajo.     - Andrea, el lunes te espero a las nueve –dijo Daniel, emocionado por el hecho- ¡no llegues tarde!     - Si, claro –acepté pues sabía que se trataba de una reunión de balance.     - Perfecto, nos vemos –salió sin decir más. Es Viernes por la noche y la idea de la fiesta era estupenda. Necesitaba despejar mi cabeza de los acontecimientos de la noche anterior y en por qué Saúl, no me había llamado en todo el día.  El sexy vestido de lentejuelas me quedaba perfectamente entallado, claro ya no era una niña, mi cuerpo había evolucionado adecuadamente proporcionándome ciertos atributos envidiables, que sin duda podría presumir.     - ¡Andrea! - gritaba Estela desde la puerta.     - ¿Cuándo aprenderás a tocar? –Resoplé molesta al abrir     - ¡Uy no señorita! Esa actitud no va para nada con tu sexy atuendo –movía las manos negando- dejémosla aquí y salgamos –sonríe. La pelirroja estaba más sexy que nunca, seguro era de esas noches donde se encontraría con algún chico guapo y su amigo –no tan guapo- para mí. Siempre fue así, sobre todo ahora por su evidente preocupación por lo sucedido con Saúl.   * Entramos al pub. Caro, la linda chica de la tienda de café, estaba sentada en la barra. Siempre nos acompañaba a las fiestas y ésta no sería la excepción.     - Andrea, Estela ¡Por aquí! - levantaba la mano     - ¡Caro! - saludamos a las morocha     - Déjenme buscar a mi cita y regreso –la sonrisa coqueta de Estela era única     - ¿Otro? –Preguntó Caro con sorpresa. Me encogí de hombros restándole importancia al hecho. La pelirroja se perdió entre la gente, me acerqué a la barra.     -  Gus porfa, lo de siempre –esbozando una sonrisa de niña buena frente al guapo barman que atendía.     - Claro Andrea - sonríe-. Caro ¿tú que pedirás?     - Mmm… -pensaba- una margarita     - Okey preciosas –empezó a preparar las bebidas sin dejar de mirar a Caro. Siempre nos sentamos en el mismo lugar, frente a él. Los coqueteos entre ellos eran evidentes, Caro le lanzaba unas miradas matadoras y él prácticamente la desvestía con los ojos.     - Listo chicas aquí tienen –puso dos hermosos tragos en la barra- Andrea laguna azul para ti, sin alcohol como siempre –sonríe lanzándome un guiño- Y… margarita para ti preciosa –se acercaba a Caro coqueteándole- Gus era un guapo chico, alto, delgado de labios gruesos y deslumbrantes ojos verdes. Lo conocíamos desde hace algunos meses, cuando por sugerencia de Caro llegamos al lugar y desde ahí se convirtió en nuestro punto de encuentro todos los viernes por la noche. La presencia de Estela con unos guapísimos hombres no se hizo esperar. Pero reconocía a uno de ellos, cerré los ojos con fuerza una y otra vez para aceptar que no estaba alucinando.     - Caro, Andrea les presento a Simón, Bruno y Austin –presentaba la pelirroja. Si, era Austin, el mismísimo hermano de Evan. Fue una impactante sorpresa, jamás pensé encontrarlo o por lo menos no después de haber tratado incontable veces de ubicarlo hace algunos años. De las cuales fue imposible dar con su paradero ya que cambió de trabajo sin avisar a sus compañeros y sin dejar ningún rastro, como si la tierra se lo hubiera tragado.     - ¡Andrea! ¡Qué sorpresa! - exclamó Austin. Sin embargo yo estaba perpleja, mirándolo     - Austin - resoplé ante el codazo de Caro para que pronunciara palabra alguna. La pelirroja estaba intrigada al ver mi expresión- que bueno verte.     - ¿Se conocen? –Preguntó Simón, un rubio hasta el tuétano.  Austin se encargó de contestarle y se lo agradecí, no estaba dispuesta a contar ni exponer mi estúpida vida amorosa y menos ante personas que recién conocía. Volteé hacia la barra      - Gus, dame un trago –dije casi suplicando, sirvió medio shot de tequila, vi su mirada preocupada al igual que las de mis amigas. Las veces en que bebí algo con alcohol fue cuando los dolorosos recuerdos se apoderaban de mí y eso lo sabían. Estela conversaba con los chicos pero estaba atenta a mis arrebatos. Caro por su parte me tomó del brazo como advirtiéndome con sus ojos amenazadores qué pasaría. Sin embargo no dudé y lo tomé, ahogándome un poco por el fuerte sabor. Vi los ojos de Gus sobre los de Caro insinuándole que me llevara al baño.     - Andrea, acompáñame al baño por favor –me llevó del brazo     - ¿Qué pasó? ¿Por qué tomas? - sus ojos abiertos del desconcierto-     - ¿Sabes quién es Austin? –Me reí irónicamente, mientras negaba con su cabeza-. Es nada más que el hermano de Evan –mis manos empezaron a temblar al pronunciar su nombre.     - ¡No puede ser! - Su asombro fue tanto que formó una perfecta “O” en sus labios. Algo en mí sabía que el pasado estaba volviendo, ese pasado inhóspito y aberrante. Y Austin solo sería el primero de aquellas sorpresas que se acercaban. Sin embargo la vida tiene sus propios planes, esos que sin avisar son capaces de llevarte en un minuto a la gloria o sumergirte en lo más profundo de tu miseria.

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