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El Juego más Importante

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Blurb

Olivia Miller. Es una diseñadora de interiores que trabaja y vive para su familia. Ha conseguido superar un pasado desastroso lleno de adicciones. Lo último que necesita es que, aparezca un hombre que haga estragos en su ya, ordenada vida.

Cuando es contratada para un trabajo más, no espera sentirse atraída por su cliente. Hudson es amable, divertido e intenso. El hombre tiene la capacidad de hacerle ver más allá de su vida perfectamente estructurada.

Hudson Evans. Es un jugador de beisbol profesional que no busca compromisos. Su carrera no le ha dejado tener una relación estable.

Ah, aprendido a vivir el presente y ser feliz con lo que hace.

Olivia y Hudson, no podrían ser más diferentes.

Ella, vive por su familia.

Él, por el deporte.

Ella, esconde un pasado.

Él, no piensa dejarla escapar.

Hudson sabe que está frente al juego más importante de su vida.

Y perderlo, no está en sus planes.

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Capítulo 1
De pie en medio del vestíbulo de la casa que diseñé. Espero a que los dueños le den el vistazo final. Los Turner son un matrimonio de media edad. Sus hijos se han ido y decidieron reformar la casa. Dejarla como siempre han querido. La mujer, enfundada en un traje de chaqueta y falda de punto azul oscuro, mira todo con suma atención. Paso mis manos por el vestido gris plomo, por debajo de mis rosillas de escote respondo. Estoy nerviosa, cuando Simón, mi jefe me dio el proyecto dejo claro los altos estándares que tiene esta pareja. Además, de pelear con uñas y dientes con mi compañero, Andrés por obtenerlo. Así que no puedo quedar mal. El hombre se pavonea por el lugar en silencio. —Señorita... —Miller—respondo. La pareja intercambia una mirada inescrutable. —Señorita, Miller—dice la señora Turner—Me parece que esto—hace énfasis en la decoración—Es simplemente. Sublime. ¡Sí! Quiero hacer un baile en mi sitio. En cambio, le brindo una sonrisa profesional. —Para mí, es un honor que les guste el resultado final. El señor Turner, un hombre bajo, calvo y con la papada de pavo, se acerca. Demasiado para mi gusto. —Creo que Simón le debe una buena comisión. ¿En serio? —Pienso, que, la chimenea es mi lugar favorito—interviene la esposa del rabo verde. No me pasa desapercibido que le da una mirada asesina. Avanzo alejándome del hombre y situándome junto a la mujer. La chimenea fue reformada. Es una estructura de acero, con un marco de mayólica hecha a mano, con perfil de acero, pintado en n***o. La misma le da un aspecto moderno, junto a los muebles blancos con cojines negros y rojos. Lámparas modernas y un piso totalmente nuevo traídos desde Italia. De hecho, todos los acabados fueron importados. Cuando doy por finalizado mi trabajo, salgo de la casa y subo a mis mercedes. No es del año. Pero, lo más importante, es que es mío y lo compre con mi esfuerzo. Salgo de la propiedad y me incorporo al tráfico de Tampa, ubicada al oeste de Florida. El tráfico, como de costumbre, es infernal. Al llegar a la oficina en el centro, respiro con alivio. Estamos a mediados de agosto y las temperaturas están para freír un huevo encima de un coche. Entro a la oficina y Simón, mi jefe y dueño de Wright Design. Está esperando. Por su sonrisa asumo que el señor Turner ya le ha llamado —¡Mi superestrella! —dice cuando llego hasta él—la señora Turner, solo habla maravillas de tu trabajo, Olivia. —Gracias—Simón abre la puerta de mi oficina y entro. El lugar tiene mucha luz y una decoración minimalista. Tomo asiento. —Creo que, después de todo lo difícil que resulto trabajar con la pareja. Logre darles el resultado adecuado. —Son algo especiales. Si tú lo dices. Busco entre mis documentos sobre la mesa. —Solamente vine por unos documentos y me iré—le miro—¿Te acuerdas que, hoy es el partido de Eric? Le prometí no faltar. —Vete ya —dice negando. No lo pienso y recojo los documentos que había dejado, mi portátil y lo demás. —Nos vemos mañana, Lola—me dirijo a mi asistente, que está en su puesto. Miro el reloj y sé que puedo llegar. Conduzco lo más rápido que puedo y que el tráfico me deja. En treinta minutos, estoy estacionando. Cierro el coche y camino lo más rápido que puedo, atravesando el complejo deportivo. Minutos después, escucho los gritos y aprieto el paso. Cuando llego al campo de beisbol, respiro de manera entrecortada. Creo que necesito hacer algo de cardio. A través de la cerca, veo el momento en que Eric batea una línea que pasa por encima del campo corto. —¡Eso es! —grito como todos—Corre, cariño—digo feliz de no haberme perdido la jugada. Llega a segunda sin problemas y levanta los brazos para aupar a su equipo que está como loco desde su dugout. —¡Olivia! Volteo ante el sonido de la voz masculina. Veo a mi padre que está sentado en lo bajo de los escalones. Saludo a algunas personas y me siento junto a mi padre. Dejo un beso en su mejilla y miro el campo. —¿Tu cara me dice que todo fue bien? —¿Tú que crees? —cuchicheo antes de echarme a reír. —Es que tengo una hija chingona. —¡Papá! —Lo amonesto, ya que estamos en medio de muchas personas. Sin embargo, no oculto mi felicidad—¿Cómo vamos? —señalo al frente. —Estamos perdiendo por una carrera—Anuncia—Eric ha dado un sencillo, se ha ponchado en su segundo turno y ahora acabas de ver su doble. Asiento. El siguiente jugador entra a la caja de bateo. Powell. El cuarto bate del equipo, se cuadra en el home y espera el lanzamiento. El chico para su edad, es más grande. —¡Venga, Powell! —grita mi padre—Hazla llorar—dice, haciendo referencia a la pelota. —¡Vista en la bola! —grita otro de los padres en las gradas mientras que, los de la barra visitante ligan un doble play. El primer envío es bola afuera. —Eric dijo que le prometiste llevarlo por pizza después del partido. Suspiro. —Sí. Ya sabes cómo es—asiente divertido. —Y tú, no puedes decirle que no. —Touche. Me concentro en la jugada y, cuando la pelota es lanzada al home, escuchamos el magistral sonido de la pelota haciendo contacto con el bate de Powell. Todos saltamos en nuestros asientos. Llevo tacones, pero no me impide saltar en mi lugar. —¡Venga! —digo a mi hijo, que cruza por la tercera y se acerca al plato. Pero, no hay nada que hacer. El chico Powell, ha sacado la bola del campo. Eric llega al home, celebra con sus compañeros y esperan a Powell que viene por tercera base. —¿Quieres algo fresquito? — Papá me habla cuando nos sentamos de nuevo. Se inclina en la cava que lleva a todos los juegos de Eric y saca una botella de agua. —Gracias—digo tomando lo que me ofrece. Ismael Miller es todo un abuelo orgulloso de los logros de Eric. Me ayuda en lo que puede. Y eso, no hay como pagarlo. A temprana edad, mi mamá se fue. Su única excusa era que no quería una responsabilidad. Desapareció sin dejar rastros dejándonos a los dos solos. Los padres de mi madre, Vivían en Texas, así que no teníamos contacto frecuentemente con ellos. Muy diferente a los abuelos paternos. Ellos fueron lo mejor. Sin embargo, mi abuela murió hace cinco años y el abuelo dos años después. Lo que nos dejó a ambos sin más familia aquí. De madre mexicana y padre americano. Mi papá se crio entre ciudad de México y Tampa. Habla perfecto el español. Él, me enseño desde chica y eso mismo hacemos con Eric. No quiero perder esa conexión con la tierra de mi padre. Recuesto la cabeza en su hombro y este me palmea la mano. ⭐⭐⭐⭐ Cuando el juego acaba, hemos ganado por una carrera. Con diversión observo a los chicos, que celebran antes de correr fuera del campo. —¡Mamá! —dice en tono alegre mi hijo, cuando me ve de pie en la salida del mismo. Tiene el uniforme hecho un desastre, está sudado y el cabello se le pega al rostro. Es un desastre. Pero, es mi desastre. Abro los brazos y lo recibo cuando deja a un lado su bolso con sus pertenencias. —Buen partido, cariño—le digo. —Lo viste, ¿Verdad? Bufo de forma teatral. —Pero, ¡Por supuesto que lo vi! Ese doble fue sensacional. Sus ojitos marrones se iluminan. —¿Iremos por pizza? Me inclino a su altura. —¿Tú qué crees? —le guiño. Busco a mi papá con la mirada y lo veo hablando como uno de los padres. —Ve por el abuelo, y dile que nos vamos—digo a Eric mientras tomo su bolo que contiene su guante, bate y otras cosas. Camino sin prisa. Llego al coche y guardo el bolso en el maletero. —No te agites—escucho a mi papá. Volteo y veo a los dos caminar hasta mí. No puedo evitar sentir una punzada al ver a Eric. Con nueve años, es un niño centrado. Y por más que mi papá intente llenar el vacío de un padre, sé que no puede. Llegará el momento en que tenga que sentarme y hablar con él sobre su donador de esperma. —¿Nos vamos? —mi papá llega hasta mí. —Claro—sonrío—Hay que celebrar la victoria. —¡Pizza! —chifla Eric. —Vamos por la dichosa pizza—gruñe, papá. —Andando, entonces—murmuro subiendo al coche.

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