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En busca de Tom (libro 3 de la Saga Trust)

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Blurb

A la pobre Alma le han roto el corazón. Se le había declarado al chico que tanto amaba hace años y su amor no había sido correspondido. Ese mismo día que había sido rechazada, conoció a Tom ¿En qué lugar? En su habitación. Alma no comprendía por qué ese joven desconocido estaba en su recamara y tampoco entendía que quería de ella. La chica entrando en pánico, quiso salir corriendo para avisarle a su madre que un extraño se encontraba en su habitación. Pero Tom se lo había impedido y sólo se conformó con decirle:

"Es en vano que quieras ir a contarle, porque tú y nadie más que tú puede verme"

Obra registrada en SafeCreative: 1512176***646

NO ESTÁ PERMITIDO NINGÚN TIPO DE COPIA O ADAPTACIÓN DE LA MISMA.

NECESITAN LEER TRUST Y DISTRUST PARA LEER ESTE LIBRO.

Estás son las nuevas vidas de Alia y Thomas.

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PRÓLOGO.
Alma entró a su habitación de forma brusca y cerró la puerta con un gran manotazo, esto provocó que el golpe retumbara en cada pared de la recamara. Estaba destrozada. Las lágrimas fluían y su corazón le suplicaba que por favor gritara así podía desahogarse mejor. Tantos años en vano, tantos años de su vida habían sido desperdiciado ¿por qué? Por haberse enamorado de un idiota. El amor traía consecuencias, sufrimientos y hasta decepciones para uno mismo ya que después del amor...uno ya no volvía hacer igual. ¿Cómo continuaría su vida ahora? Tenía que ser fuerte pero eso le costaría horrores. Por más que le resultara imposible, su deber ahora era olvidarlo. Tenía que arrancarlo de su alma para toda su vida. Porque el resultado de eso sería algo negativo y nada positivo. Ella ya había tenido una respuesta proveniente de la boca de él. Ese NO le había puesto un punto final al amor que sentía por él. Lo odiaba muchísimo. Alma estaba enamorada de Lucas, su compañero de instituto. Lo había conocido hace varios años atrás pero jamás se había animado a decirle lo que sentía hasta hoy. Que ingenua fue al creer que él sentía algo por ella. La humillación la torturaba y no podía asumir lo que le había sucedido. Su cuerpo cayó derrumbado en su cama y contra la almohada largó largos gemidos de dolor. El pecho le ardía muchísimo y lo único que podía hacer ahora mismo era llorar. —¿Por qué me tuve que enamorar de ese imbécil?—se preguntó así misma con la voz entrecortada. —¿Sera porque sólo los imbéciles se enamoran? Alma saltó de la cama como cuando un gato salta por la presencia de un perro. Abrió los ojos como platos y miró de manera frenética buscando aquella voz. —Aquí, tonta. Alma volvió a pegar un grito de muerte al notar la presencia de una persona masculina sentado en la cama ¡A su lado! ¿pero qué demonios...? Se refregó los ojos para asegurarse de que no era producto de su imaginación y volvió a mirar en esa dirección. El chico seguía allí. La joven salió corriendo con torpeza en dirección hacía la puerta para avisarle a su madre que un ratero se había metido en su habitación, pero una voz prepotente hizo que parara en mitad de camino. —Es en vano que quieras ir a contarle, porque tú y nadie más que tú puede verme. La chica se volteó lentamente sobre su propio eje y lo miró detenidamente. Un chico de aproximadamente diecisiete años yacía parado frente a ella con los brazos cruzados, una postura firme y con unos ojos de color avellana que la miraban con frialdad, o con provocación. Estaba vestido completamente de blanco, su jeans, su sudadera, sus zapatillas algo rasgadas. Toda su vestimenta era blanca. Su pelo de color castaño semilargo, totalmente despeinado, caía sobre su frente y por detrás de su oreja. —¡Mamá!—gritó con todas sus fuerzas. Él chico alzó una ceja y sonrió con arrogancia ante el grito de la chica. Alma se relajó un poco al escuchar que su madre se aproximaba subiendo las escaleras de la casa. En un abrir y cerrar de ojos, la puerta se abrió. —Por todos los cielos ¿qué sucede Alma? La madre de la niña se adentró en la habitación y miró a su hija con el entrecejo fruncido al ver que no respondía a su pregunta. Alma seguía mirando al chico que tenía en frente. —Mamá dime que estás viéndolo.—murmuró con la voz tan baja que a la madre casi le resultó imposible escucharla con claridad. —¿A quién?—le preguntó con una sonrisa nerviosa. —Al chico que está frente a mí.—Alma volvió a murmurar un poco más intranquila al ver que su madre no lo veía como ella había esperado que lo hiciera. La madre tocó su frente y giró su rostro, para que ambos se encontraran. —Fiebre no tienes. El rechazo de Lucas te debe tener muy mal cielo, tanto que estás comenzando a delirar un poco. Alma fulminó con la mirada a su mamá y comenzó a apuntar al joven con el dedo. —¡Mamá está ahí! ¡llama a la policía y diles que hay un extraño en la casa! —¡Alma no hay nadie!—exclamó la mujer ya sacada de quicio por el comportamiento tan extraño de su hija. Alma tragó saliva y un horroroso escalofrió le recorrió el cuerpo. Quizá sólo estaba delirando, pero es que el chico era de carne y hueso. Al ver que su mamá no lo veía, se sentó en la cama arrastrando su cuerpo. —Vete por favor mamá. Sólo es que lo de Lucas me ha afectado tanto que ya he comenzado a imaginarme chicos .—se excusó soltando un largo suspiro al final. Alma seguía mirando en dirección al joven que ahora mismo se encontraba a su lado. La chica dio un salto cuando él se sentó en su cama y miró horrorizada a su madre. Esta seguía sin entender lo que le estaba pasando a su hija. La madre la tomó a cada extremo del hombro y la obligó a que la mirara. —Conocerás a muchos chicos con el pasar de los años, cariño. Lucas a sido una etapa, debes de superarlo y seguir con tu vida. Ya encontraras a alguien mejor. Otra vez las ganas de llorar la inundaron. Se había enamorado de Lucas, lo amaba demasiado. A sus dieciséis años, su corazón ya le pertenecía a alguien que lo había rechazado con duras palabras ¿Cómo iba a explicarle a su corazón que su dueño no lo quería? Maldito sufrimiento que se había fermentado en su pecho. El nudo que tenía en la garganta le impidió decirle a su madre que dudaba que alguna vez se volviera a enamorar. Así que sólo se conformó con asentir con la cabeza. Su madre besó su frente y se marchó. En cuanto procuró que se encontraba bajando las escaleras, se volteó para enfrentarse aquella persona que no sabía quién demonios era. Estaba aterrada y se contuvo para no entrar en pánico. El chico apoyó cada codo en sus rodillas y miró con expresión divertida a Alma. —Tú no existes, sólo eres parte de mi imaginación. Cosa que no comprendo ya que no suelo delirar. —se dijo más para si misma que para él. Alma fue hasta su armario como si se encontrara sola y comenzó a sacarse el uniforme del colegio que consistía en una falda gris, corbata rojiza y una camisa blanca de seda que le quedaba algo grande. Cuando estaba a punto de deslizarse la falda por las piernas, dudo un instante. Volvió a girarse sobre sus talones y miró en dirección en donde estaba el chico. Sus manos ya comenzaban a sudarles y la nuca le picaba a infiernos. Comenzó a preocuparse por ella, lo que estaba viendo no era normal. ¡Su madre no lo había visto y ella lo estaba viendo! ¿Qué explicación podía a ver con todo aquello? —Continua desvistiéndote, prometo no ver ni un sólo centímetro de tu piel.—la voz del chico hizo eco en sus oídos y la palpitación que sentía en su pecho ya no era normal. Parecía como sí estuviese escuchando a otra persona ¿hasta qué punto su cabeza iba a procesar imágenes tan reales que superaran a la misma realidad? —Padre nuestro que estas en el cielo...—la chica comenzó a rezar con las manos en su pecho y se sobresaltó por la carcajada que había soltado el joven. —No soy un fantasma.—le aseguró, entre risas. —¡Santificado sea tu nombre...!—continuó rezando la joven con un tono más alto para acallar la voz del chico. —Por más que reces o por más que nombres a Dios y a todos los santos, no me iré de aquí. El chico se levantó de la cama y Alma retrocedió hasta que su espalda chocó contra el ropero. —Por favor no me hagas daño. Ya me lastimaron mucho hoy y no quiero seguir sufriendo.—le murmuró Alma con los ojos llorosos y con el peor susto que estaba viviendo desde que tenía memoria. —¿Por qué piensas que voy hacerte daño? El chico avanzaba un paso a la vez y Alma controlaba cada movimiento que hacía. La joven corrió hasta su mesa de noche y tomó entre sus manos su lampara de cerámica que su abuela le había regalado. —Un paso más y prometo partir esto en tu cabeza. Te lo juro.—amenazó con voz temblorosa y con las piernas hechas gelatina. —No lo harás. —¿Me tomas por estúpida? Por supuesto que lo haré.—ahora su postura era más firme. —Vamos Alma, no puedes lastimar ni siquiera una mosca. Por más que se lo negara un millón de veces, tenía que admitir que el extraño tenía razón. —Mi nombre es Tom y seré tu compañero de vida hasta que la muerte toque tu puerta.

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