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Legado [Libro: 1 Bilogía Realeza]

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intro-logo
Blurb

Desde que nací en el reino de Lowlands me enseñaron que no puedes, simplemente no puedes desear, querer o ilusionarte con alguien que esté dentro de la magnífica Corte Real. Más que una enseñanza, era una orden un decreto ordenado por el más altísimo de los seres en Lowlands. El Rey, él no confiaba en nadie y así fue hasta que murió. Sí murió...

¿Pero, cuál fue la causa de su repentina desconfianza con el reino que él mismo había ayudado a forjar? Sencillo, su esposa, la reina lo traicionó y huyó. Como consecuencia dejo sembrada la desconfianza en nuestro Rey, quien se juró no volver a entregar su confianza a nadie más.

Por ello las relaciones entre nosotros los simples mortales como solía decir mi padre y las personas de la Corte no eran aceptadas, casi nunca...

Sin embargo, a mí, Lorraine Marchell no me gusta seguir ni que me den órdenes, no siempre fue así. Con el pasar de los años conocí a una persona con la cual me encariñé demasiado para mi mala suerte, él nunca demostró tener malas intenciones, siempre me respetó.

Pero como siempre el no seguir las normas tiene sus resultados y la mayoría del tiempo estos son malos, así fue para mí.

Nunca creí que la persona a la que más confiaba y admiraba por ser único, por ser él, llegaría a cambiar como lo ha hecho hasta ahora. Se ha convertido en una persona frívola, arrogante y poco amable. Nuestra relación de un momento al otro le pareció innecesaria...

¿Puede alguien como él cambiar de la noche a la mañana?

Sí, puede, sobre todo cuando esa persona es el hijo del difunto Rey, obviamente él le inculcaría a su hijo no confiar en nadie, ni querer a nadie. Como era de esperarse cuando llegó el momento el príncipe solo hizo lo el consejo le demandaba, claro él era el nuevo Rey, pero no podía romper una proclamar aunque su padre ya no estuviera entre los vivos.

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Prólogo
Lorraine Marchell Fijo mi mirada en el cielo nuevamente, suspiro con aburrimiento. Mojo una vez más mis pies en la laguna, observo en todas las direcciones y sigue sin haber rastro de él... «¿Qué te esta pasando Daniel? Invitarme aquí y tenerme esperando ya casi una hora no es para nada tu estilo» - me cuestiono yo sola, mientras mis pies juegan con el agua. Me levanto del suelo, sacudo mi ropa y me pongo las sandalias que llevaba puestas al llegar aquí, haciendo acopio de toda mi dignidad y amor propio. '¿Dignidad? ¿Amor propio? Lorraine te recuerdo que haz estado sentada en el suelo como idiota esperando por un hombre, un HOMBRE que hasta la vez llega. ¿Qué tu madre no te enseñó que tú vales más que esto?' - me regaña mi subconsciente, aprieto mis labios en una línea. Comienzo a caminar de regreso a Lowlands, si Daniel no llegó a nuestra cita, no me responsabilizo de ello. Yo siempre hago lo posible e imposible por estar con y para él, sin embargo él no hace lo mismo conmigo, cuando debería hacerlo... «Entonces... ¿Qué ocupa tu tiempo, cuando prometiste estar conmigo?» - me pregunto en mi mente sin tener una respuesta obviamente. Lagrimas rebeldes comienzan acumularse en mis ojos. No quiero llorar, estoy cansada del llanto, cansada de sus desplantes, de sus excusas y de su nueva manera de ser, pero mis emociones toman el mando de mi cuerpo orillándome al llanto. 'Lorraine, ni siquiera pienses en llorar. Daniel no vale la pena. ¿Volverás a derramar lagrimas por eso muchacho?' - niego con la cabeza como si le estuviese respondiendole a mi mente de alguna forma. - ¡Lorraine...! - mi cuerpo se paraliza al escucharlo gritar mi nombre a mis espaldas, acelero mi caminata para que no me alcance - ¡Lorraine, espera! - no paso por alto el hecho de que su voz este agitada - Sé que me escuchas, sólo déjame que te explique - mi pies se clavan en la tierra y me obligo a dar vuelta para encararlo - Gracias... - murmura en tono apenas audible. Al llegar a mi sus rodillas se flexionan y coloca su manos en cada una de ellas mientras respira para que su respiración recupere su ritmo normal, su cabello blanco se pega a su piel por el sudor en su rostro. Levanta la mirada, conectando sus preciosos ojos grises con los míos, sus labios se tuercen en una sonrisa que parece ser genuina. - ¿Estás molesta? - pregunta y entonces mi mano impacta contra su mejilla haciendo que su rosto se voltee. - Tú que crees - manifiesto cruzando mis brazos sobre mi pecho. - Lo suponía - responde sobándose la mejilla - Se me hizo tarde lo acepto, pero... - ¿Se te hizo tarde? No te engañes Daniel, llegar tarde es algo muy diferente a lo que tú haces. Cuál es tu excusa esta vez - le pregunto alzando una ceja. Daniel tiene la intención de acercase, pero lo detengo. - No son excusas Lorraine - corrige provocando una risa en mí - Tuve cosas importantes que hacer - anuncia como si eso pudiera cambiar algo. - Eso no es nuevo Daniel - regaño poniendo los ojos en blanco - ¿Qué demonios tienes que hacer todas las veces que nos reunimos? Créeme eso es muy extraño - él baja mirada y suspira - Puede que suene egoísta pero, ¿Qué puede ser más importante que estar conmigo? - aunque no quisiera sueno herida. - Te he dicho que no puedo hablarte de eso, lo sabrás y entenderás todo a su debido tiempo - enuncia rascándose la nuca. - De acuerdo - digo encogiéndome de hombros y dando media vuelta para continuar con mi retorno al centro del reino - Cuando estés dispuesto a contarme tu tan escondido secreto, me buscas. Hasta entonces no quiero volver a verte - le miro por encima de mi hombro y él hace una mueca de dolor. - Lorraine... - musita, pero cuando creo que va detenerme no pasa nada. - Daniel - digo como despedida. Estuve semanas sin saber de él, me motivaba a creer dos cosas: 1.- Estaba metido en algún problema grande. 2.- O simplemente nunca le interesé Ahora sé que definitivamente siempre fue la segunda. Sólo fui un escape de sus obligaciones temporal, no podía seguir faltando a sus deberes y pronto se dio cuenta de eso. Esa siempre fue la única razón por la que no asistía a nuestros encuentros. Por eso nunca me daba una explicación exacta de los que hacia, porque su responsabilidad era darle explicaciones solo a la corte o al consejo no a una simple y común ciudadana como lo soy yo. No quiero decir que me siento satisfecha siendo el porque de toda nuestra situación, porque sí su mayor prioridad obviamente era prepararse para poder dirigir bien como monarca, pero escribir en ese maldito pedazo de papel que no podíamos mantener más nuestra relación porque según él, yo significo un peligro para el reino y no decírmelo a la cara eso es de cobardes. Él es un cobarde... Toda y cada una de sus malditas palabras redactadas en la carta resultaron verdad, cada una me costo pero lo acepté. Sé más que nunca porque el Rey decía que no se podía confiar en nadie. Aunque quisiera prevenir que su hijo o el reino saliesen herido por alguien, no pudo evitar que su hijo se encariñara con personas fuera de la corte. Porque sí su hijo fue un excelente alumno pero provocó que las pocas personas con las que se relacionó se sintieran igual que él cuando su esposa lo traicionó y ayudo a sembrar en nuestros corazones las desconfianza. Sacudo mi cabeza queriendo alejar todos esos pensamientos de mi  mente, sin embargo es técnicamente imposible. Salgo de mi cuarto en busca de algo que hacer o de mi madre, ella siempre necesita de mi ayuda y es la mejor manteniendo mi cabeza alejada de cosas absurdas. - Mamá - susurro asomándome por la puerta de la cocina. La veo de espalda a la estufa, toco la puerta para que sepa de mi presencia - ¿Puedo ayudarle en algo? - Cariño... - su tono es calmado, se voltea para acariciar mi mejilla - ¿Te encuentras bien? - pregunta rozando sus nudillos con mi piel. - Mamá... No es algo de que quiero hablar ahora - respondo soltando un largo suspiro. - Que largo suspiro, mi vida, ¿Un día difícil cierto? - No tiene idea de cuanto - observo un poco lo que madre esta haciendo - ¿Ayudo en algo? ¿Qué prepara?- cuestiono colocándome a su lado. - ¿Es bastante serio, no? - asiento haciendo una linea con los labios - Te creo, de otra manera no estarías aquí ofreciéndome tu ayuda - murmura acompañada de una risa. - Me siento ofendida, mamá - enuncio poniendo mi mamá derecho sobre mi corazón, dramáticamente. - Muy bien hija melodramática - sonríe deslizando una caricia en mi mejilla - Haremos un estofado. Puedes lavar las verduras y cortarlas, yo me encargo de los aliños y el pollo - accedo con una sonrisa y hago lo que mamá requiere. Como imaginé cocinar con mamá consiguió sacarme de la cabeza el tema de Daniel, no, del príncipe. Desde que papá murió cuando apenas era una niña, entonces madre siempre me mantenía ocupada para que no me centrase en el dolor. Con el pasar de los meses nuestra vida cambio y sólo eramos nosotras dos, si en algún momento ella se sentía agotada o triste allí estaba yo para reconfortarla o viceversa. Cuando conocí a Daniel no tenía muchos amigos así que decidí intentar entablar una nueva amistad con él. Era una joven crédula, en ese entonces. Claro esta que convivía con más con mis dos amigas que con otras personas, casi para todo eramos las tres. Sin embargo con la llegada de él a nuestro entorno amistoso las cosas cambiaron y sólo una de ellas opto por quedarse. No diré quien fue la que se marchó pero si aclararé que se fue porque no estaba de acuerdo en que Daniel fuera nuestro amigo. Ahora me doy cuenta de que ella no se equivocó lo que pensó de él todo el tiempo se volvió una dolorosa realidad para aquellos que nos hicimos de ojos y oídos sordos, para los que nos conformamos con ciertas palabras que ahora sabemos que son mentiras o con medias verdades. Algunas personas dicen que de las cosas malas se aprende no obstante no sé que enseñanza o que lección puede dejar esta situación. Tengo claro que lo que se viene no será el esperado escenario.  .     .     .  Últimamente lo que más me llama la atención es entrenar, aunque se supone que las mujeres no deberían de hacerlos, hay personas, específicamente chicos en los entrenamientos que me permiten entrar, como si fuera una de ellos. Sólo lo hacen para demostrarme porque el entrenamiento sólo es para hombre, buscan que me rinda. Hasta ahora no he permitido que alguien me encuentre con la guardia baja, si caigo me levanto y seguir en la batalla como me enseñó mi padre un Marchell no permite que nadie le diga de lo que es capaz o no.  - Deberías rendirte, esto no es para ti - pronuncia alguien en frente mío, no reconozco esa silueta.  - ¿Tú quien eres? - pregunto poniéndome en posición de defensa. Él se encoge de hombros - ¿Quién eres? Responde - exijo señalándolo con mi daga.  - Alguien más listo que tú por supuesto - manifiesta con seriedad - No te enseñaron que nunca debes mostrar tú arma antes que tú enemigo - en un rápido movimiento patea la mano donde sostenía la daga y ejerce una de las técnicas de proyecciones, sin querer dejarme caer me detiene colocando una mano en mi cintura - Muy lenta además.  - Repito ¿Quién eres tú? - cuestiono recuperando mi posición y mi arma.  - No te cansas, es obvio que soy alguien de un nivel superior al tuyo - suelto un suspiro agotado y pongo en blanco los ojos.  - Lo único que es obvio aquí es que posiblemente no perteneces a este grupo de reclutas y que eres un creído muy odioso - él chasquea la lengua.  - Para nada, mi querida intrusa. Sólo soy realista y eso te molesta - cierro mis puños con fuerza.  - ¿Cómo me has llamado? - él sólo da vueltas a mi  - Intrusa, creo que debes saber que este no es lugar para una mujer y menos para una joven como tú - pestañeo confundida.  - ¿A qué te refieres? Podría ser más directo señorito perfecto - él suelta un gruñido.  - ¿Tienes que llamarme señorito? - me enfrenta colocándose frente a mí, tan cerca que tengo que subir más la cabeza para mirarlo  «Maldita estatura mediana» - pienso por mi adentros. Sacudo la cabeza alejando esos pensamientos para enfocarme el idiota petulante que tengo en frente.  - Tú tienes que llamarme "Intrusa"  - contraataco poniendo las manos a cada lado de mi cadera.  - Es lo que eres y tendré que hablar con los reclutas para saber quien fue el que te permitió entrar cuando saben que es prohibido.  - Una mujer no puede venir y... - me calla cuando él me interrumpe.  - Una mujer, señorita Marchell, puede venir y ver los desafíos amistosos, más no puede participar como recluta, ese no es el lugar de una dama - musita con tanta frialdad que me hiela los huesos.  - ¿Quién...?  - Soy Alek Jakov, el...  - Si, si. ¿Cómo sabes mi apellido? - interrumpo interrogándolo.  - Tú padre Lorraine, fue uno de los compañeros del mío - puntualiza alejándose de lo que considero mi espacio vital.  - ¿Mi padre...? - inquiero algo confundida - Mi padre nunca mencionó a tu padre, ni a ti...  - Seguramente si lo hizo, tal vez eras pequeña - comenta haciendo que me ofusque aún más.  -  Muy bien, me quedo claro - me giro recogiendo mis cosas, de inmediato siento como mi brazo derecho es tomado con fuerza y posteriormente doblado detrás de mi espalda. Un pequeño gemido de dolor brota de mi garganta.  - Nunca darle la espalda a tu enemigo, es lo primero que le enseñan a los reclutas - susurra cerca de mi oído izquierdo. Puedo sentir los pasos de personas dirigiéndose a donde nos encontramos.  - Suéltame, alguien viene - ordeno con desespero.  - No estamos haciendo nada malo - responde con aire divertido. - La posición en la que estamos en comprometedora...  - Claro que lo es. No pudiste con el príncipe, ¿Ahora él? - pronuncia esa voz burlona - ¿Qué tal Lorraine?   «¡Oh Dios! Mejor matame. Tenía que ser ella, no podía ser otra condenada persona. Ten piedad de mí» - ruego cerrando los ojos con fuerza.  - Señorita Tatiana, me parece que usted y yo hablamos sobre sus visitas a mis entrenamientos - enuncia Alek, pero el muy maldito no termina de soltarme. Sacudo el brazo izquierdo y le doy un codazo a la vez que le piso el pie con fuerza, logrando que me suelte.  - Lorraine, ¿Estas loca? ¿Piensas al menos? - expresa Tatiana alterada - General, ¿Se encuentra bien?  «¿General? ¿Ella no puede estar hablando de...? ¡Trágame tierra!» - imploro mordiéndome el labio inferior.  - Señorita, ¿Qué le parece si se ocupada de su prometido? - escucho decir a Alek con fastidio.  - Pero, ella... - me observa con rabia, agacha un poco la cabeza en señal de respeto - Como diga Señor - dicho esto desaparece.  - Demasiado joven para ser General, ¿No? - no respondo - ¿Ya no hablas, Lorraine?  - Como ves que si - le desafió - ¿Era tú intención que ella nos encontrase... Bueno como lo hizo? - Tal vez... No pareces sorprendida, debí imaginarlo - asiento.  - Por supuesto que debiste, pero tu cerebro diminuto no te lo permite.  - ¿Aún sabiendo quién soy te comportas así? - cuestiona cruzando sus brazos en frente de su fuerte pecho.  - ¿Por qué no? Eres una persona, el cargo no te hace ni más ni menos que yo - contesto, guardando mi daga en su estuche y poniéndola dentro de las mangas de mi vestido - Con su permiso - hago una corta, enserio corta inclinación de cabeza.  - ¿A dónde vas? - me toma de la muñeca. Me giro señalándolo con mi daga, muy cerca de su rostro - Lorraine. ¿Puedo confesar todas las reglas que has roto? Créeme que serás castigada.  - Sin embargo, no lo harás - él sonríe. - ¿Cómo puedes estar segura de eso? - pregunta alzando las cejas.  - No lo sé. Estoy confiando en mi instinto - vuelvo a guarda mi instrumento de ataque.  - Nos veremos de nuevo, te lo aseguro. - No pasará. Te lo juro - digo, saliendo por fin de ese lugar, el cual se volvió asfixiante. Ese día empezaron a llegar a casa miles de rumores que me emparejaban con el General ese. La más preocupada fue mi madre, quien sólo se la pasaba preguntándome si no le ocultaba cosas, me sentí ofendida y ajena a mi propia casa. Eso es lo que logra la gente que no tiene vida propia, esa fue la primera vez que vi a ese hombre en mi vida y ya creían que era algo de él.  Por otro lado no deje de ir a lo entrenamientos, gracias a Dios, cambiaron de turnos a los guías de entrenamiento físico de los reclutas, por lo cual ya no vería más a Alek. Siempre y cuando me marchará antes de que él llegase en el siguiente turno o mientras no me descubrieran como él lo hizo, sería sencillo o eso creí...

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