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Dos veces reina

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kickass heroine
bisexual
magical world
first love
self discover
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witchcraft
supernatural
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intro-logo
Blurb

Elena, princesa de Anturias, perdió a sus padres en un trágico incendio diez años atrás. Al cumplir los veintidós, cuando se preparaba para su coronación, recibe una noticia que cambiaría su vida para siempre. Descubre que las brujas si existen y que precisamente ella era la heredera a ese trono también.

Reencuentros con amores pasados, luchas que librar, matrimonios por conveniencias, traiciones, intriga y mucha magia, te aguardan en las páginas de esta novela.

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Prólogo
Esta historia tiene lugar en una isla del mar Mediterráneo de la que poco se ha hablado, durante una época en la que tu mayor pecado era nacer bruja. Mis padres, los reyes de Anturia, gobernaban con mano blanda sobre estas tierras. Eran queridos y respetados por todos sus súbditos. Cuando algo decretaban era acatado por todo el pueblo sin cuestionar. No por temor, más bien porque sabían que nunca harían nada que pudiera perjudicar a alguien. Reinaba la armonía y las buenas costumbres. No existía la pobreza, ni la discriminación por razas. Hasta los diez años pude decir vivir en el paraíso. A pesar de ser la princesa se me permitía llevar una vida bastante normal, incluso podía salir a jugar con los demás niños del pueblo. Una tarde de verano, llegó a Anturias una familia de tres y se instaló en la suite principal de la mejor posada que había en el reino. Mi padre me pidió que lo acompañara a darles la bienvenida. Nos recibió una señora de unos treinta y tantos años y cabellos rojos, tanto ella como su esposo (de la misma edad) quedaron asombrados al ver al rey atravesar su puerta esa noche. Tenían un hijo, Juan, ambos teníamos diez años para ese entonces. Juan tardó poco tiempo para convertirse en mi mejor amigo. Nos pásabamos todo el día juntos, jugando entre los arbustos del palacio, con parches de papel y espadas de madera, a los piratas. Una tarde en la que el calor era más fuerte de lo habitual, decidimos jugar dentro de casa con otros niños. Él alegó que había visitado muchos reinos y juró que era la primera vez en estar tan cerca de alguien de la realeza. Yo y mis amigos reimos a carcajadas. Pero él insistió en que sus viajes eran reales. Una chica de ojos saltones lo desafió: −Tú, que dices haber visto tanto, ¿por qué no nos cuentas los secretos que esconde el mundo más allá de estos mares? Juan asintió y desde ese día nos convocaba siempre a la misma hora para tomar el té y contarnos un pasaje de su emocionante vida. Yo sonreía al ver la cara de los demás niños mientras mi amigo les contaba cuando vio a una sirena o navegó en un barco pirata; o como atravesó la selva montado sobre un león salvaje, que él mismo había logrado domar. −Puedes escribir un libro –dije divertida una tarde cuando todos se habían marchado. −Solo a ti me es imposible engañar –me contestó con una sonrisa maliciosa en los labios. Durante un año entero la vida en Anturias transcurrió exactamente como el día anterior. Solo para mí cada mañana se hacía más emocionante por la presencia de Juan en mi vida. Una noche de invierno, Juan se escabulló dentro de palacio y me sorprendió en mi habitación, aun me pregunto como logró burlar a los guardias. Me tocó el rostro haciéndome despertar de un brinco. −No te asustes, solo soy yo –me dijo. −¿Qué haces aquí? –pregunté confundida. −Vengo a despedirme –añadió. −¿A dónde vas? –pregunté. −Los de las armas, saben que estamos aquí. Vendrán a buscarnos, tenemos que irnos antes de que acaben con las suyas también. −¿Armas? ¿Acabar con quien? No estoy entendiendo nada. −Las brujas, toda la comunidad corre peligro. −¿Brujas? Si claro –dije en tono burlón. −Es cierto, debes confiar en mi –dijo y se dispuso a marcharse, pero antes me entregó un brazalete de cuero. −¿Por qué me regalas tu pulsera? –pregunté. −Para que no me olvides nunca –dijo. Yo sonreí y lo besé en la mejilla. Creí que se trataba de otra de sus historias y volví a la cama mientras él abandonaba la habitación. A la mañana siguiente el castillo estaba lleno de guardias que exigían el paradero de la familia de Juan. Mi padre y sus hombres los sacaron de casa, asegurando no conocer nada sobre ellos. Yo estaba escondida detrás de una de las enormes cortinas de la sala del trono. Cuando los guardias se fueron corrí con prisa a los brazos de mi padre y le pregunté: −¿Juan se ha ido para siempre? Él asintió y comencé a llorar. Recuerdo esa mañana como el día en que cambió nuestras vidas para siempre. Los días siguientes estuvieron atiborrados de llantos y desesperación. Escuché sobre familias separarse, niños quedarse huérfanos de madres y hombres tirarse a la hoguera de fuego con sus esposas. Yo no podía entender lo que estaba pasando. Los hombres con armas de los que hablaba Juan, eran los mismos que habían entrado en casa esa mañana vestidos de caos. Vi a mi padre perder el control, lo vi luchar con todas sus fuerzas y rendirse un poco después. −Papá, ¿las brujas existen? –le pregunté una noche mientras veía el fuego desde la ventana de mi alcoba. −No cariño, es un mito de los pueblos de occidente. −Entonces, ¿por qué queman a todas esas mujeres? −Porque los hombres malos están empeñados en la idea de si existen y en Anturias hay brujas. −¿Por qué no les dices que se equivocan? Pídeles que se vayan y nos dejen en paz. −No puedo cariño, ya lo he intentado. El poder protegerlas a ti y a tu madre ha tenido que ser negociado. −¿Qué clase de negociación es esa? ¿dejar morir a todas esas mujeres por preservar la vida de solo dos? –pregunté insultada. Mi padre desplomado en llantos me dijo: −Algún día entenderás el por qué de mi decisión. La masacre de las brujas, que no lo eran (nombre con el que describí el hecho en mi diario) se extendió durante una semana más. Al salir el sol la séptima mañana, un silencio ensordecedor, acompañado de la peste a carne humana chamuscada, me hicieron despertar. Corrí a la ventana y pude observar las cenizas de todas las hogueras apagadas, esparcidas en el aire. Desde que habían llegado los hombres con armas a Anturias, se me había prohido abandonar mis aposentos. Solo mi niñera permaneció a mi lado en todo momento y mi padre venía a visitarme una vez cada dos noches. De quien no había escuchado, por mucho que pregunté, era de mi madre. Esa mañana de calma, entró en mi habitación cubierta de un manto n***o hasta los ojos. −Todo ha terminado –aseguró con firmeza y corrió a abrazarme. Clavé mi mirada en los ojos verdes que parecían dos luciérnagas encendidas, y su cabello rojo que ardía como fuego. Tenía la piel blanca como el papel y las venas de su cuerpo tan bien marcadas como si hubiesen sido pintadas con carbón. −¿Estás bien? –pregunté mientras le tocaba el cabello extrañada por su nuevo aspecto. Ella asintió y volvió a abrazarme. Mucho trabajaron los habitantes de Anturias para que todo volviera a ser como antes, pero la tristeza en los corazones, impidió que fuese así. Habíamos perdido a la mitad de las mujeres del reino. Mis padres se esforzaron muchísimo por devolverle la alegría a su gente, pero los niños sin madres hacían que todo se torciera. Sin una figura que los guiara estos pequeños hombre y mujeres se transformaron en los malandrines de la zona. Saqueaban los negocios y mercaditos, entraban en las casas de familia y robaban las pertenencias de los mayores incluidas las armas domésticas (cuchillos de cocina y machetes de cortar leña). Poco a poco, el reino más tranquilo y caritativo se convirtió en un lugar inseguro para sus habitantes, donde el bandalismo y la violencia eran los reyes de aquellos pasos. Mis padres ordenaron construir enormes muros en las áreas próximas al castillo, dividiendo en dos a la ciudad y pidieron al pueblo, en un discurso abierto, elegir bandos. Las familias que permanecieron intactas a pesar de la barbarie se decidieron por la vida dentro del perímetro de palacio. Para ellos fueron construidas acogedoras casas, escuelas para los niños; y todos los establecimientos que habían sido destruidos por los grupos terroristas que acababan de formarse, fueron vueltos a levantar. Aquí bastó poco tiempo para devolver a la vida su normalidad. Pero en las afueras de la ciudad, todas esas personas que habían perdidos seres queridos a causa de la maldad de los hombres con armas, se decidieron por el libre albeldrío. Cegados por la idea de que no necesitaban líderes y dispuestos a destronar al rey y todo su linaje para ser ellos los únicos dueños de aquellas tierras, comenzaron a formar grupos de delincuencia y a trazar estrategias para derrumbar los muros que separaban ambos pueblos. Me costó mucho tiempo para acostumbrame a la idea de que los mismos niños que hacía poco tiempo jugaban en el patio de casa ahora conspiraban junto a otros adultos para sacarnos de ella. −Los hombres con armas, han quemado sus almas junto con los cuerpos de sus madres y esposas –me dijo una niña que había escuchado a su madre decirlo en casa. −Si algún día llego a ser la reina, no me rendiré hasta que logre drenar el dolor de sus corazones y que vuelvan a ser felices, como lo eran antes –juré a mi amiga. Pronto me recriminé el haber deseado esto por tan solo un segundo. Nunca pensé que el reinado llegase a mi vida a tan temprana edad. Un año después durante estas mismas fechas en el castillo se inició un fuego atroz que acabó con toda una torre, incluida la habitación donde descansaban mis padres. Los guardias lograron apagarlo antes de que se expandiera y acabara con todo el castillo y a pesar de que tuvieron éxito en su misión, el fuego nos había jugado una mala pasada. A Anturias le había robado sus reyes, al pueblo la esperanza y a mi, una niña de tan solo doce años, a mis padres.

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