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Me detendre solo cuando este tres metros bajo tierra

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Blurb

A pesar de los reclamos de su familia, Mery deja la universidad para irse a vivir en la hacienda de su novio Víctor, del que está perdidamente enamorada. A pesar de que Víctor sea casado y le haya confesado que no va a dejar a su mujer por ella, Mery acepta esta situación, y emprende el viaje al Chaco. Pero el viaje empieza mal, y en el trayecto, comienza a ocurrirle situaciones tensas, en el baño el tipo que se sienta detrás la asalta, e intenta violarla, por lo que decide bajar antes de llegar a su destino, sin tomar en cuenta que son días feriados y que ningún bus la llevará al Chaco decide quedarse y buscar algún alojamiento. Y para empeorar la situación, su celular se va quedando sin batería. Los habitantes del pueblo son desconfiados y no le prestan ayuda y la confunden con un delincuente. Debido a eso, Mery duerme en la calle con el temor de que los tipos del bus estén cerca y vayan por ella. Decide ir de mochilera, llegar a Chaco haciendo autoestop. Es así que detiene un carro en la que viajan una pareja, Mery y su marido. Se siente afortunada hasta que ellos comienzan a discutir y chocan. Una camioneta se detiene, y para mala suerte son los dos tipos del bus. Al ver que están malheridas las suben pero al esposo de Sara lo matan. De esa forma, Mery y Sara son secuestradas.

Tras una serie de torturas, Mery huye, y luego de una serie de investigaciones se entera que todo lo que ha vivido, fue planificado por Víctor, con el fin de lavarle el cerebro, para que forme parte de su secta.

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1.
Dieciocho. Diecinueve Veinte. Y Mery exhala. A pesar de la pestilencia, siente como ese mal olor va invadiendo sus pulmones y le causan fuertes arcadas, sabe que en cualquier momento vomitará, encima de alguien. Tose sin poder controlarse. Al parecer es la única en todo el bus que lo siente, o al menos, es la única a quien esa peste a mugre causa malestar. Trata de abrir la ventanilla, pero está dura, no importa, ella no se rinde fácilmente. A pesar de los murmullos y las quejas de los otros pasajeros que salen de su aletargado sueño a causa del ruido que hace, intenta forzarla, pero, por desgracia, la ventanilla no cede ni un solo centímetro. —Abrite… —balbucea entre dientes, sin conseguir nada. El conductor se da cuenta. —¿Qué hace? ¿Va a pagar cuando lo termine de destruirlo? —le grita, indignado, sin ninguna intención de sonar agradable. Pero Mery no le da importancia, y continúa luchando con la ventanilla. Nuevamente el conductor, por el retrovisor, le echa una mirada con desprecio. Después de insistir por muchas horas, Mery se siente frustrada con la ventanilla, y el mal olor, pero tiene que descansar. Se acomoda en el asiento, y empieza a relajarse, a estirar sus pies, a soltar los brazos, y a dejar de pensar en la peste. Un poco más tranquilla, y resignada, gira la cabeza y ve que la mujer de a lado dormita, que su cabeza balancea de un lado hacia el otro, hasta que, en una de esas se queda apoyada en su hombro derecho. Eso a Mery la incomoda, sobre todo porque la mujer suelta saliva en cada ronquido que da. —Oiga… A un principio trata de despertarla con delicadeza, pero no es suficiente, entonces, y con timidez comienza a darles golpecitos en el hombro, pero nada, no consigue nada. Está bastante irritada con el asunto. Con mucho esfuerzo logra sacar el celular, del bolsillo derecho de su chaqueta verde militar, que lleva puesta. Ese celular es el obsequio de su padre, que a pesar de estar al tanto de la oposición que ella siente por la tecnología, se lo ha regalado de todos modos en sus cumpleaños. —Para cuando lo necesites –su padre, le dijo aquella vez. Ahora, Mery se queda contemplándolo por un instante. La batería está al máximo. —Apenas son las tres de la tarde. En ese momento, quiere hablar con alguien, quiere hablar con su padre para distraer su mente y así distraer su olfato de la fetidez, pero… ¿qué le diría? Nunca se ha puesto a hablar con él, si no era necesario, pero, por otra parte, no es buena idea quejarse con él, sobre lo apestoso que resultó ser el bus después de todo, y ni pensar en admitir que se siente sola. —¡imposible! Si después de todo, ella misma lo ha querido así. Hacerlo es admitir que seguía siendo una chiquilina, y eso es lo último que quiere hacer. Por el movimiento del bus Mery se queda dormida. Sueña con Víctor, en un campo provisto de jazmines, que la abraza y la lleva de besos, que le dice te amo. Eso le sube el ánimo, ya que en los últimos días, se sentía decaída y sin ánimos para nada, desde que fue a Mendoza a ver a su abuela Nay, que vive allá, en una casa de reposo para ancianos desde principios del mes, todo por culpa de su madre, que la ha llevado para sacársela de encima, eso es al menos lo que Mery cree, que su madre se la ha sacado de encima con la excusa de que de esa forma, Nay, disfrutaría de la paz y la calma. —Son puras tonterías… Que se llevaran a su abuela le ha caído mal, porque no se lo esperaba, y era repentino. Desde ese momento, dejó de hablar con su madre. Ahora, Mery sigue molesta con ella, porque, siempre la hace a un lado en situaciones como esa, y esa es una doble tracción ya que ella sabía que era apegada a Nay, más que a ella. Cuando fue a verla, y la tuvo en frente, Nay no la reconocía, como era de esperar, volvía a preguntarle que quién era ella y qué hacía ahí. —Soy Mery, tu nieta—le decía con amor. Y entonces Nay, sonreía de oreja a oreja, aunque un minuto después, lo olvidaría todo y volvería a preguntarle quién era ella. Es lo que pasaba en cada visita, sin embargo y aunque los demás piensen lo contrario, a Mery no le molesta viajar solo para verla. Mery la conduce de la mano a pasear por el jardín, aunque nunca hablaban de nada, lo hacía con gusto, consciente de que ahí su abuela pasaría sus últimos días de vida. Nay era su mejor amiga, y no entendía cómo pudo tener una hija tan desarraigada como era su madre. De Nay le encantaba su optimismo y confianza en las personas, ella siempre le decía incluso, entre el concreto, la semilla se abre paso y crece. Pero Mery, muchas veces sentía que de algún modo le tenía algo de envidia, porque ella quería ver al mundo como Nay lo hacía, pero Mery era Mery, y era pesimista y depresiva. —No recordar absolutamente nada a veces podía ser un maravilloso don —reflexiona mientras observa por la ventanilla. Sin embargo, es consciente de que a Nay le queda poco tiempo de vida, una sensación de amargura y remordimiento comienza a embargarle al cuerpo, y esa sensación le impide ver la vida con optimismo. —Pronto me quedaré sola… —se dice, a modo de mentalizarse, pero es imposible, simplemente no puede. Pero ella quiere sacarse todo eso de la cabeza; no es el momento de sentirse pesimista, porque está en medio del viaje más importante de toda su vida. Una nueva vida le espera junto a Víctor, allá en la hacienda del Chaco, será feliz, lejos del mundo frívolo y personas superficiales como lo son sus padres y todas las personas que la rodean.

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