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Stracter

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Existen ciertos lugares donde un Stracter no puede entrar, se desconoce los motivos pero es así. Ya van dos sombras que le han dado caza y Greg los ha aniquilado, por lo que ahora se encuentra demasiado débil para sellar los cuatro pozos restantes.

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1. El encuentro.
"Existen ciertos lugares donde un Stracter no puede entrar, se desconoce los motivos, pero es así. Ya van dos Sombras que le han dado caza y Greg los ha aniquilado. Ahora se ha debilitado, necesitará ayuda para sellar los cuatro pozos restantes" ++++++++++++++++++++++++++++++++++ Malwi Malwil Malwil Marianne abre los ojos. Tiene esa sensación en la piel… Es esa voz en su cabeza, la que siempre escucha en sus sueños… Que la llama y llama con ese extraño nombre. Es el mismo sueño de siempre… Se estira y levanta de su cama, con la misma ropa de la noche anterior se prepara para dirigirse a la universidad. Ve el reloj en la pared. ―Ay, no… No devuelta… Y sale con media hora de retraso. Enciende su carro y conforme avanza, paulatinamente recuerda que ese día es importante para ella. Un brusco golpe de nerviosismo recorre sus piernas hasta llegarle a la nuca. Sabe que en menos de quince minutos tiene que llegar a la universidad, correr hacia el aula, sentarse en el pupitre y aguardar a que Huerta le pase el examen, eso sí consigue por milagro llegar a tiempo, pero el docente en cuestión, no va a sucumbir ante su belleza, quizás porque es de esa clase de hombre que se ha quedado frustrado por una relación fallida en el pasado y que ahora odia a todas las mujer de pelo castaño como ella. Eso es al menos lo que cree ella, porque siempre que le toca hablar con él, la mira como si la odiara con toda su alma. Pero todavía va por la autopista principal, en su coche deportivo color rojo intenso, a ella no le importa ir a más de lo permitido y que los otros coches que deja atrás, tengan que hacerse a un lado para dejarla pasar evitarse un accidente. Pero a veces, algún que otro conductor le dedica ciertos gestos con los dedos y otros simplemente le expresan su impotencia ante su feroz carro, gritándole obscenidades o dedicándole muecas con la boca. Todo eso a ella le divierte. Marianne disfruta la velocidad y lo admite sin remordimiento, sentir la frescura del viento agitando su larga y rebelde melena, siempre logra hacerle sentir viva, ella ama la adrenalina que circula por sus venas, sin embargo, hay algo que supera eso, y es ser el centro de atención de todo el mundo, pero en ese preciso momento, algo anda mal, lo puede intuir, lo puede ver venir. ―Maldición. Algunos minutos después, escucha el pip, pip, que emite el carro, y confirma sus sospechas. ―No puede ser…. Se lamenta porque ahora tiene que aparcar. ―Pero que m… Baja para estirarse un poco. ―¡Maldición! ¡No voy a llegar a tiempo! ―Si no te importa, yo te llevo. Marianne gira sobresaltada y ve al extraño atrás que le habla. Es un tipo desalineado, es como si no se hubiera dado un baño hace semanas, y para coronar su aspecto, va totalmente de n***o. Marianne ve también que detrás de él, hay otro carro aparcado, deduce que le ha ocurrido lo mismo que a ella. ―¿Es el día de la gasolina o qué? –se queja en voz baja. Contempla de reojo al extraño, que se dispone a cambiar la llanta delantera de su carro, que por cierto es un cacharro viejo. ―Tranquila, si quieres te acerco a la gasolinera ―el extraño, sin dejar de moverse se lo propone otra vez. ―Sí, por favor… ―responde aliviada, aunque un tanto desconfiada. Se fija una vez más la hora en el reloj de pulsera, calcula que todavía tiene chance de llegar a tiempo. Minutos más tarde comprueba que el extraño ya ha terminado con lo suyo y se acerca a ella, para ayudarla. Con cada paso que da, ella comienza a creer que no es de fiar, que por nada del mundo debe confiar en él, pero luego de considerarlo mejor, comprende que sentir todo aquello es un absurdo, es incluso irracional, porque lo único que ha hecho hasta ese momento ese extraño es brindarle su ayuda, sólo eso. Se siente mal consigo misma por haberse permitido sentir todos esos prejuicios y se fuerza a sacarlos inmediatamente de su mente. Ve que el extraño ya ha tomado el bidón de la maletera para ir a comprar gasolina, y le hace señas con la mano, invitándola a subir a su carro viejo. Marianne aborda de inmediato, se sienta adelante, junto al extraño. Ese tipo conduce un Fiat, n***o y muy descuidado, toda una carcacha, es desde lejos lo contrario a su fino y reluciente coche, incluso los asientos son duros, son demasiado incómodo para su fina espalda, pero no se puede quejar, siente, incluso, un cierto aroma agradable, y bastante familiar, en eso está hasta que nota que, cada tanto y de forma incómoda para ella, el extraño la mira de reojo. Capaz y es un pervertido, después de todo… Todos esos malos pensamientos luchan por ganar fuerza en su interior, esa es la forma de pagar por su descuido. Se compromete consigo misma que siempre, pero siempre, comprobaría que el tanque de gasolina esté lo suficientemente lleno antes de ponerse a conducir. ―Es la tercera vez en esta semana… ―le dice él. Marianne no comprende a qué viene eso, quizás la confunde con alguien más y simplemente se queda callada. ―¿No me recuerdas, verdad? –esta vez, el extraño la mira directo a los ojos. Marianne ingenuamente lo observa por algunos minutos, lo hace con mayor interés que antes, como buscando algún recuerdo lejano en su cabeza, para aclarar la duda. El extraño lleva el pelo corto, bastante oscuro, como la noche sin luna y sus ojos, son igual de oscuros, su piel bronceada y sus labios, ¡Ah! Cómo le gustaban sus labios. Marianne siente que se sonroja y por eso desvía la mirada. Después de un rato responde. ―No creo conocerte de nada, seguro me confundes… suele pasar –usa un tono dulce para caerle bien. ―Esto se repite constantemente. Muy bien, hasta aquí llegué, piensa Marianne al escucharle esto último, después de todo tiene que haber sido más precavida y no confiar en el primero que se pare en frente. Mientras se reprocha por dentro, comienza a buscar la forma de bajarse de ese carro, lo más antes posible y tiene que ser rápida. Aprieta el botón de la puerta, pasando por alto que a esa velocidad, no le dará tiempo a nada. El extraño, al ver lo que hace, frena, sin poner ningún tipo de resistencia. ―¡Espera, olvidas la gasolina! –le dice. Marianne, avergonzada tiene que volver sus pasos, y agradece la ayuda. ―Fue un placer ayudarte ―contesta el extraño, con una leve sonrisa en los labios. Se siente apenada por volver a pensado mal de él, después de todo es el único que le había brindado ayuda en esa autopista, pero ahora tiene el bidón de la gasolina en la mano y pesa bastante. Camina hasta llegar a su carro, abre la tapa del tanque con dificultad y se da cuenta que no tiene ni la menor idea de cómo se llena manualmente. ―¡Maldición! ―grita al cielo―¿Por qué me pasa esto a mí justo hoy ―está histérica. ―Permíteme hacerlo. Sobresaltada gira y ve de vuelta al mismo extraño de antes, que vuelve a aparecerse inesperadamente. El extraño, sin esperar respuesta toma de sus manos el bidón y comienza a llenar el tanque, con mucha facilidad. Parece que está familiarizado en ese tipo de trabajo. Marianne le contempla algo confundida, no sabe cómo actuar o reaccionar, sin embargo, le gana la razón y decide tomárselo bien. ―Te lo agradezco, nunca aprendí este tipo de cosas… ―Nadie aprende hasta que lo necesita ―el extraño responde y deja el bidón vacío a un lado, del suelo. ―Marianne ―ella le ofrece la mano, a modo de saludo. ―Marianne ―repite él, sin corresponder al saludo de la mano. Marianne baja la mano y a paso ligero regresa a su carro. ―¡No me dijiste tu nombre! ―le dice ella. ―Greg. ―Ya, claro, Greg… ¿Cómo el de la película? –tuerce los labios. Pero el extraño no contesta a sus insinuaciones, que no son la mejor forma que tiene para disculparse por sus malos pensamientos hacia él. Marianne arranca de una. Le parecen curiosas todas esas casualidades, pero ahora, minutos después y kilómetros lejos se siente segura dentro de su propio coche, tan solo espera llegar a tiempo.

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