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La hija del mayordomo

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Blurb

Azucena es el nombre de la niña que será el fruto de una supuesta violación efectuada por un mayordomo a la esposa de su patrón, el magnate multimillonario Fernán Morgan. Ahora 20 años después, con el misterioso asesinato de su hija, el fantasma de ese mayordomo regresa en forma de asesino enmascarado para atacar a los herederos de su fortuna, sacando a la luz impactantes secretos oscuros de el pasado.

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CAPÍTULO 1 "MUERTE"
La hija del mayordomo Autor: Jim J. Torrealba. Preámbulo. El dinero es la maldición del hombre. Es un sentimiento que en muchas ocasiones termina siendo mucho más fuerte que los lazos familiares que une a generaciones enteras de algún distinguido linaje sin importar su refinado apellido; cien millones de dólares pueden cambiarle a cualquiera la manera de pensar. En el caso de la adinerada familia Morgan, no iba a ser la excepción; "La hija del mayordomo" es una historia de suspenso, asesinatos, traiciones, secretos, y romance, al mejor estilo de "Extraño viudo millonario". Es un libro pensado para dejar sin aliento al lector con cada capítulo, donde prometo que cada escena será electricidad pura. La idea principal es que ustedes como lectores puedan disfrutar y engancharse con esta impactante historia. Me gusta que mis historias destaquen por no ser los típicos cliché, me gusta ir más allá y romper algunos parámetros, en esta ocasión no será diferente, quiero traerles algo muy especial, con la calidad que ustedes merecen, digno de estar en sus bibliotecas. Y bueno, ahora sin más preámbulo, aquí les presento "La hija del mayordomo" Nadie recuerda con exactitud como empezó todo, algunos simplemente desean no hacerlo. Todo comenzó hace veinte años en la mansión Morgan, las muchachas de servicio corrían por todos los pasillos mientras lloraban desesperadas llevando en sus manos múltiples sabanas blancas manchadas de sangre, todo era un caos completamente fuera de control mientras los gritos de una parturienta hacían retumbar la propiedad sacudiendo hasta los rincones más inhóspitos de la misma. El señor Fernán Morgan esperaba pacientemente mientras las parteras y el doctor Hector Vektor, hacían su trabajo. De manos cruzadas en forma de oración, pero sin rezar, yacía sentado agitando sus piernas debido al desespero tan abrumador que sentía, las venas de su cara se tornaban rojas y gruesas, casi a punto de estallar. Las chicas del servicio seguían saliendo cada tanto llevando esas sabanas que inquietaban de solo verlas con toda esa sangre tiñéndolas al mejor estilo de la bandera de Japón, pero de una manera espeluznante y perturbadora. Los lamentos de dolor eran desgarradores, como ese tipo de sufrimientos que viene desde lo más profundo de nuestro ser. Fernán no aguantaba la intriga que lo carcomía brutalmente desde las entrañas que lo tenía al borde de arrancarse los cabellos en un ataque de pánico, sus latidos eran como un martillo mecánico que golpeaban su pecho con sus potentes detonaciones de aire comprimido. Tampoco podía pensar libremente, sus pensamientos era como una estrepitosa canción de rock pesado con notas estruendosas que descoordinaban sus sentidos. Al fin y al cabo era su esposa la que estaba allí dentro de esa habitación atravesando esa terrible situación. Finalmente luego de horas de ardua labor de parto, de un momento a otro, así como así, cesaron los gritos de dolor llamando automáticamente la atención de Fernán quién se levantó apresuradamente esperando noticias. exactamente al callar los gritos de dolor agobiantes, el angelical llanto de un recién nacido inundó la mansión con sus sutiles ecos agudos, pero la voz de la madre no pudo oírse más de ninguna manera. El señor Morgan quien era joven y fuerte, golpeó con mucha energía la pared a sus espaldas volteando espontáneamente como reflejo de su frustración. Con los nervios de punta, y electricidad en su estómago, Fernán veía como se abría la puerta para que la partera saliera de la habitación con la hermosa bebé cargada en sus brazos enrollada en una preciosa manta rosada. Él la veía sin mucho interés aparentemente preocupado mucho más por las condiciones de su esposa, sin duda no era la reacción que la asistente de partos esperaba, pero ella sabía muy bien que en ese tipo de situaciones se puede esperar cualquier cosa de las personas. Fernán se dirigía directamente a la habitación donde su esposa había dado a luz para encontrar a las muchachas de servicio recoger las sabanas, y a un doctor Vektor guardando sus implementos de salud en su portafolio. — ¡Salgan del cuarto inmediatamente! — dijo el imponente señor Morgan con voz regia y mostrando la furia que obviamente corría por sus venas. Todas las jóvenes del servicio de la mansión comenzaron a salir apresuradamente debido a que conocían el mal humor y la agresividad que caracterizaba al señor Fernán Morgan, y en esa situación tan delicada por la que estaba pasando, seguramente estaría al borde de un explosión de ira. El doctor Hector Vektor también comenzaba a salir de la habitación. — Usted no doctor, por favor espere un momento, necesito hablar algo con usted — dijo Fernán deteniendo al doctor colocando su mano en el pecho del profesional de la salud. La puerta de la nefasta habitación se cerraba lentamente delante de todas las chicas de servicio que miraban expectantes en el pasillo posterior ocasionado un efecto dramático que erizó la piel de todas ellas, luego de eso, unas horas después para ser exactos, comenzó a correrse la lamentable noticia que enlutaba a todo el pueblo, la querida señora Susana Morgan, había fallecido dando a luz a su pequeña hija, fueron muchas las personas que se conmocionaron con esta infortunada muerte. Un automóvil se desplazaba a toda velocidad por la autopista opcional de la ciudad, el vehículo pertenecía al multimillonario Fernán Morgan, pero estaba siendo conducido por su mayordomo de nombre Max Fisher, un hombre bastante joven y atractivo para su profesión. Ese día llevaba mucha prisa empujando el acelerador a fondo para que la aguja del velocímetro marcara unas impresionantes ciento veinte millas por horas dejando solamente el celaje al pasar. Su apresurado paso solamente podía detenerlo una gigantesca barrera de patrullas policiales que lo estaban esperando unos trecientos metros más adelante, el mayordomo bajó abruptamente la velocidad, por un momento pensó en dar retroceso y huir de ese lugar, pero no quería arriesgarse a que le dispararan. Con el automóvil parado allí frente a ese montón de agentes armados, entendió que no había escapatoria de esa situación, debía rendirse, entender que hasta ese lugar había llegado y no podría avanzar más. Decidió salir lentamente con las manos arriba, con mucha cautela para que no fueran mal interpretado ninguno de sus movimientos. Los oficiales rápidamente cayeron sobre él sometiéndolo en el suelo para esposarlo y así hacer una detención formar como lo dicta la ley. Max Fisher se resistía al arresto forcejeando un poco mientras gritaba sin parar. — ¡Ustedes no entienden! — con su rostro sometido contra el asfalto — ¡la va a matar, deben hacer algo! Pero a esos oficiales de policía no le importaba un comino lo que el mayordomo Max Fisher tuviera que decir o declarar, ellos solamente tenían ordenes de capturarlo, vivo o muerto. — Señor Max Fisher, usted queda arrestado por los delitos de robo de automóvil, violación y asesinato premeditado de la señora Susana Morgan — dijo un agente policial mientras lo levantaban con las esposas puestas. — ¡Deben hacer algo!, ¡Va a matarla!, ¿que no entienden? — gritaba una y otra vez mientras lo empujaban forzadamente al interior de una patrulla. En el juicio sería acusado por muchas personas, incluyendo obviamente al señor Fernán Morgan y a la ama de llaves de la mansión, la señora Estancia Bellafuente a quién Max creía una muy buena amiga. El doctor Hector Vektor también daría su declaración para ayudar que con sus palabras, el juez del condado, el señor Humberto Milano, tomara la decisión de condenarlo a treinta años de cáncer sin siquiera escuchar su versión de la historia, condena de la cual Max solamente cumpliría dos años antes de ser asesinado en un motín en la cárcel.

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