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Un Giro En El Tiempo

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En el año 1933, se captura en Italia un platillo volante que ha caído a tierra. A bordo hay tres cadáveres humanos. Para Marconi son marcianos, pero no sabe que los manuales del disco se han escrito en inglés; en cambio, para Mussolini, se trata de un producto de la ingeniería militar británica. Es solo el inicio de unos acontecimientos dramáticos que se desarrollarán en otros planetas y en la Tierra del futuro.

Esta novela, en su primera edición, quedó ganadora del Premio Creativa VI edición, 2012, en la categoría de narrativa impresa. La acción se divide en dos partes. La primera se inicia en el año 1933. Se captura en Italia un platillo volante que ha caído a tierra. A bordo hay tres cadáveres humanos. Para Marconi son marcianos, pero no sabe que los manuales del disco se han escrito en inglés; en cambio, para Mussolini, se trata de un producto de la ingeniería militar británica. Es solo el inicio de unos acontecimientos dramáticos que se desarrollarán en otros planetas y en la Tierra del futuro. En el año 2113 ha partido la cronoastronave 22 que lleva una expedición científica al planeta Tinno, que orbita en torno a Beta Centauri, donde una guerra de aniquilación entre dos estados, regidos por dictaduras similares respectivamente a la estalinista y nazifascista terrestres, ha causado el fin de la civilización tinniana; el objetivo de los equipos es recoger vestigios de esta. Mussolini crea un grupo de investigación esperando que Italia llegue a producir, “como la Gran Bretaña”, aeronaves similares al disco. Llevando Hitler unos pocos meses en el poder en Alemania, una compañía de paracaidistas alemanes, matando despiadadamente a todos los milicianos fascistas que custodiaban el disco, roba las partes transportables y los misiles que porta la aeronave del futuro, que incluyen dos potentes bombas disgregadoras. Gracias a estudios de ingeniería inversa, los nazis fabrican armas y vehículos que les llevarán en 1939 a conquistar el mundo…

En la segunda parte, los cronoastronautas y científicos de la nave 22 deciden cambiar la suerte de Tinno evitándoles la guerra de aniquilación que había acabado con sus habitantes. La cronoastronave llega por tanto al pasado de ese planeta en el cual las dos dictaduras enemigas están por el momento en una especie de “guerra fría”. Con varias iniciativas que hacen que a los tinnianos les parezcan intervenciones sobrenaturales, los protagonistas y algunos aliados autóctonos tratan de salvar ese mundo evitando una guerra de verdad, de derrocar las dictaduras y de educar a Tinno en la ética personalista y la democracia. Meses después, dejando el mando a sus amigos alienígenas, los cronoastronautas, se despiden y saltan al futuro del planeta para comprobar los resultados de su acción benéfica a largo plazoy…

El mal, cuya cusa metafísica resulta incomprensible, tal vez sea el más importante de los “personajes” de esta novela coral en la cual el lector también encuentra el “pecado original”.

PUBLISHER: TEKTIME

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Primera Parte: “Universos paralelos”-1
Primera Parte: “Universos paralelos” Capítulo 1 En la Sala del Mapamundi del Palacio Venecia, el amplio despacho romano del jefe del gobierno, había sonado el teléfono blanco reservado, que comunicaba directamente con unos pocos números importantes. Eran las 15 horas y 28 minutos del 13 de junio de 1933, XI de la Era Fascista. Benito Mussolini, sentado en su escritorio, había descolgado el auricular del aparato, colocado directamente a su derecha, junto a otro teléfono, n***o, cuya línea pasaba por la centralita. Al otro lado de la línea estaba el doctor Arturo Bocchini, personaje importante en lo más alto del Real Cuerpo de la Guardia de la Seguridad Pública1 y, por ello, al frente de la poderosa y temible división de la policía política, la OVRA: para intimidar más a la gente, el significado de estas siglas nunca se había aclarado, tal vez era Órgano de Vigilancia de Reos Antiestatales, pero su función de tutela del régimen fascista era conocida por todos. “Duce, le2 saludo: soy Bocchini”, se había presentado. “¡Dígame, Bocchini!”: las llamadas del jefe de la OVRA casi siempre traían molestias, cuando no problemas y Mussolini sufría cierto nerviosismo al oír aquella voz, una turbación que trataba de esconder usando un tono particularmente imperioso. Sin prolegómenos, este le había comunicado un hecho extraordinario: “Duce, esta misma mañana un extraño aparato volante ha aparecido en el cielo de Lombardía. Como hoy el día estaba casi totalmente cubierto, ese aeroplano, que tenía una forma extraña, se perdió varias veces entre las nubes, reapareciendo de tanto en tanto...”. “... ¿Y cuál era esa forma extraña?”. “El aparato volante se parecía al disco de un discóbolo”. “¡Un momento! ¿No sería un helicóptero del ingeniero D’Ascanio?”3. “Duce, podemos descartarlo: el último de sus modelos ha sido el famoso DAT 3, que no pudo ascender nada más que unos pocos metros y, en todo caso, la Sociedad D’Ascanio-Troiani desapareció el año pasado, al haber agotado todo su capital; por otro lado, no nos consta, al menos por el momento, que se construyan aparatos así en el extranjero”. “¿Qué hace ahora D’Ascanio?”. “Trabaja en Piaggio, en proyectos de bombarderos convencionales”. “¿Alguna otra cosa sobre ese aparato desconocido?”. “Tiene un diámetro de una decena de metros, es de color claro, entre blanco y plata. Ha sido avistado primero desde el Observatorio de Brera y, no mucho después, por paseantes en diversas zonas de Milán: uno de ellos, el capitán de las Fuerzas Alpinas, Alighiero Merolli, ha avisado a los Carabineros, lo que ha puesto en alerta a los míos y también a la Milicia4 y la Aeronáutica Real”. “Bien”. “Ha despegado una escuadrilla de Fiat CR 205 para patrullar el cielo de Milán y alrededores, tratando de avistar y fotografiar esa aeronave y hacerla aterrizar: una misión nada sencilla, dado el tiempo nublado. Por fortuna, el disco salió de repente de un cúmulo justo sobre los aviones: volaba de forma anormal, parecía tener problemas, iba dando bandazos, un poco, me han dicho, como una peonza cuando empieza a oscilar y acaba parándose de golpe. El comandante de la escuadrilla, el capitán Attilio Forgini, ha ordenado a la aeronave desconocida que le siguiera, tanto por radio en italiano y en francés6, como realizando movimientos de vuelo que indicaban visiblemente esta orden; no ha habido sin embargo tiempo, ni para escoltarlo al aeropuerto más cercano, ni para abatirlo, algo que habría sido posible porque ya estaba para entonces fuera de Milán: a pesar de los problemas que parecía tener, el piloto extranjero ha acelerado de golpe el disco hasta una velocidad que los nuestros han estimado en mil kilómetros por hora”. “¡Mil…!” “Sí, Duce, nada menos, parece seguro, ya que me he asegurado a través de sus comandantes de que los pilotos tienen experiencia y capacidad probadas, empezando por el jefe de la escuadrilla”. “¿A qué velocidad vuelan exactamente nuestros aviones?”. “Bueno, Duce, son rapidísimos, pero la velocidad máxima que alcanzan son doscientos setenta por hora. Sé por mis fuentes en la Fiat que en Turín están realizando vuelos experimentales con un nuevo modelo, el CR 32, pero ni siquiera este biplano, aunque sea muy veloz, se aproxima ni lejanamente a esa aeronave desconocida, pues en realidad no supera los 375 por hora, aparte de que, por ahora, solo hay algunos prototipos experimentales y no se prevé que la producción en serie empiece hasta como mínimo el año que viene”. Mussolini había apretado los dientes: “¡Un daño a la imagen de Italia y un peligro militar! ¡No podemos quedarnos atrás en la innovación aeronáutica! Escuche, Bocchini, mientras telefoneo a Balbo, dé de inmediato la orden a los comandos aéreos del norte de que hagan despegar más escuadrillas: tal vez alguna consiga avistarlo de nuevo, quién sabe, y esta vez abat...” “... No, Duce, perdone...” “¡¿Cómo que no?!” “Perdone, entiendo que la aeronave ya ha sido captur...” “... Podía haberlo dicho antes, ¿no?” “Eeh... sí, Duce, en realidad estaba a punto de decírselo”. “¡Adelante!” “Una vez perdido de vista, esa especie de disco volante no siguió escondiéndose por mucho tiempo y no mucho después aterrizó en pleno campo, o mejor dicho, se le ha visto desplomarse en caída libre en los últimos metros, como si el motor se hubiera parado de golpe, sobre un campo de trigo entre las localidades de Sesto Calende, Varese y Vergiate, muy cerca de esta última”. “¿Quién lo ha visto?”. “Un tal Annibale Moretti, un propietario de fincas agrarias con un terreno vecino al del impacto: un fascista veterano que participó en la Marcha sobre Roma. Había ido hacía un rato en bicicleta a ese terreno para ver el estado de la cosecha de trigo, ha escuchado un silbido, ha levantado la cabeza y ha podido ver la caída de la aeronave y su impacto en el campo vecino. No se ha acercado por temor a un incendio o una explosión, que no se han producido. Así que se ha montado inmediatamente en la bici y ha avisado a la comisaría local de Carabineros Reales, comandada por el subteniente primero Amilcare Palumbo. Este ha actuado de inmediato, ha mantenido en la comisaría solo los hombres estrictamente necesarios para mantener el orden público y ha hecho que los demás bloquearan el tráfico de vehículos civiles en la zona del impacto. Por suerte, desde la carretera más cercana, una estatal, no se podía ver nada de la aeronave, porque discurre a unos cuatrocientos metros y hay árboles de por medio, mientras que junto al lugar del suceso, según me han dicho, solo está el camino de tierra por el que había pasado Moretti en bicicleta y por el que raramente pasa alguien. El lugar ha sido rodeado por hombres de las tres fuerzas de seguridad, mientras que una centuria7 de la milicia, llegada del cercano cuartel Giovanni Berta, ha empezado a rastrear campos y bosquecillos de la zona y luego, edificio por edificio, también Vergiate”. “... ¿Y Moretti? ¿Puede que hable?” “No, Duce: Palumbo le ha retenido con la excusa de que era necesario que colaborase para escribir una declaración. Bajo sus órdenes, evidentemente no dadas en presencia de Moretti, un carabinero, con el agricultor delante de él, se ha dedicado a escribir a máquina con lentitud, preguntando, escribiendo, corrigiendo, etc. Entretanto, el subteniente avisaba a las demás fuerzas de policía y a la Milicia y ordenaba a su segundo, el brigada Aldo Pelassa, que fuera al lugar para cortar el tráfico y acordonarlo; luego el subteniente pidió las órdenes consiguientes a sus superiores. Estos, antes de responderle, me han puesto al corriente, dado lo delicado de la situación y he transmitido inmediatamente al subteniente la orden de tomar declaraciones en el cuartel de la Milicia, con la excusa de profundizar en las investigaciones, para indicarles qué tenían que decir exactamente. Me ha telefoneado hace poco el señor primero8 Ilario Trevisan, comandante de la cohorte9, y me ha dicho que Moretti ha llegado y está esperando en la sala de reuniones junto al cuerpo de guardia. Ahora Duce, espero sus instrucciones, las órdenes que se precisen, para transmitirlas a Trevisan”. “Hmm… este Moretti, me ha dicho, es un fascista veterano y hay que tenerle contento... pero si habla, al menos por el momento... ¡Bueno! Mire, Bocchini, haga esto: déjelo libre, pero solo después de que hayamos difundido la noticia como nos convenga: haga que se comunique a radios y periódicos, lo habitual con la Stefani, que ha caído un meteorito del cielo y entretanto adoctrine apropiadamente a Moretti”. La Stefani era la agencia de prensa oficial del régimen, encargada de dar a los medios de comunicación las noticias de la forma más conveniente y de controlar minuciosamente su difusión, así como de ordenar el secuestro de cualquier información desagradable que, por desgracia, hubiera empezado a circular. La dirigía el periodista fascista Manlio Moranti, nacido en el mismo lugar que Mussolini, en Forli. “A sus órdenes, Duce”, había respondido Bocchini. “Hábleme ahora del piloto de la aeronave”. “En el interior había tres personas y ninguna estaba viva: dos cadáveres de hombres y uno de mujer, todos con ropas ligeras que los químicos analizarán en cuanto sea posible: calzaban mocasines y llevaban camisetas y pantalones, incluida la mujer, ropas parecidas a las que se ponen en vacaciones en la playa incluso las señoras más modernas...”. “…mujeres descocadas”. “Sí, Duce. Sin embargo, no eran uniformes, porque los colores que vestían eran muy distintos, uno de los muertos vestía completamente de n***o, los otros respectivamente con camiseta verde y pantalones azul celeste, la mujer, y amarillo y gris, el hombre”. “Querrían llegar rápido al mar”, había bromeado Mussolini, para sacudirse la incomodidad que se había apoderado de él. El jefe de la OVRA, sin embargo, no le había entendido: “Duce, es posible que en aquel campo los motores generaran un calor muy intenso y por tanto...” “... ¡Así que se ha dado cuenta, Bocchini!” “P... perdón, Duce, no le había entend...” “... está bien, seamos serios: pienso que esos tres son espías, no simples pilotos de pruebas. Es una pena que hayan muerto y sus hombres no puedan interrogarlos como es debido, siempre que no haya otros con vida, por supuesto: ¿piensas que alguno podría haber salido de la aeronave y estar escondido?” “Duce, en su momento tuvimos por nuestra parte la misma sospecha y con razón, porque los asientos de aquel disco aéreo son cuatro, pero también se puede pensar ahora que no hubo supervivientes, porque toda la zona e incluso la localidad de Vergiate han sido rastreadas por la Milicia: creemos que uno de los asientos no estaba ocupado”. “Hmm… sí, es verosímil. Aparte de esto, Bocchini, te digo que la presencia femenina en la aeronave me parece algo extraña, aunque en el mundo no faltan mujeres que sean pilotos de aviación, por otro lado excepcionalísimas” (a Mussolini el encantaban los superlativos, sobre todo los excesivos) “Como aquella aviadora americana de la que me hablaste en su momento, aquella que el año pasado había cruzado sola el Atlántico... ¿Cómo se llamaba?”. “Amelia Earhart10”. “Ah, sí... ¿no será ella por casualidad?” “Lo estamos investigando, Duce. En todo caso, le advierto entre paréntesis que, desde hace muy poco, también nosotros tenemos una mujer piloto heroína, la joven marquesa Carina Negrone, de 22 años, que precisamente esta mañana ha conseguido la licencia de piloto en Génova, despegando en un hidroavión Caproncino desde el mar cercano al faro”. “¡Bravo, Bocchini! ¡Buena noticia para la propaganda! La chica es de probada fidelidad fascista, ¿no?” “Una patriota, Duce, le ha enseñado un piloto militar de la reserva, un héroe de la Gran Guerra, el industrial genovés Giorgio Parodi”. “Le conozco, le conozco. Estupendo: mientras tanto te ordeno que se haga publicidad a través de la Stefani del logro de la valerosísima aviadora italiana: la noticia contribuirá a distraer a los periódicos con respecto a esa aeronave desconocida, ya que este hecho sin duda no favorecería la imagen de nuestra aviación. Al mismo tiempo bloqueamos la noticia del disco lanzando el bulo del meteorito. Hasta hoy nuestra Aeronáutica ha sido la primerísima del mundo y el mundo debe continuar pensándolo. ¡Mil kilómetros por hora! ¡Parece una novela de Julio Verne! Tenemos que lograrlo nosotros también, ¿eh?” “Sin duda, Duce”, había asegurado Bocchini, aunque con respecto a la fabricación de aviones, él era como mortadela con fresas con nata. “Si no me lo dijeras tú, no lo creería; mil kilómetros por hora; formidable; pero volviendo a la mujer muerta: su presencia en la aeronave corrobora lo que he dicho antes”. “¿?” “… ¡Que sí, que se trata de espionaje! La mujer, por serlo, no podría ser militar, sino una intérprete o algo parecido, de un servicio secreto”. “Sí, Duce. Lo investigaré. Entre tanto, si me lo permite, le continúo informando”.

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