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Quiero estar contigo

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intro-logo
Blurb

Sebastián Beltrán, un exitoso empresario de la moda, está enamorado de Monserrat Aliaga desde hace dos años, pero nunca ha conseguido nada con ella, más que en lo que a términos empresariales se refiere, pues están a punto de hacer un contrato que los une como socios. La mujer de hielo, como es conocida Monserrat, comienza a ceder ante la insistencia de Sebastián quien conocerá quién y qué la dejó tan marcada que tiene miedo a volver a enamorarse, mucho más de su nuevo socio, ya que siempre se lo ha dicho.

Pero un viaje de negocios a España, la música y amistad del grupo "Atacados" hará que todas las barreras de ella terminen por caer, pero no cuentan con que el pasado, lo quieran o no, siempre los atrapa.

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Prólogo
¿De qué sirve ser el dueño del mundo si no puedes obtener lo que deseas? Tengo dinero en el banco, casas, departamentos, autos, yates, empresas y lo que se pueda imaginar, lo puedo conseguir. Menos a ella. A Monserrat. La mujer que roba mis sueños y a quien no puedo tener. Como si la llamara con mis pensamientos, apareció ante mí en la oficina. Ella era la única que tenía acceso libre a mi despacho si no me encontraba en una reunión. ―Buenos días, Sebastián ―me saludó tan fría como siempre. ―Un placer verte, Monserrat. ―Quiero hablar contigo acerca de la fusión de nuestras empresas ―dijo sentándose. ―Tú dirás. ―Estoy en desacuerdo con las condiciones ―protestó. ―¿Qué condiciones? ―Las que están en el contrato, las que puso tu abogado. ―¿Cómo así? ―No eres más que yo, así que no entiendo por qué mi empresa debería someterte a la tuya. Esta fusión es por ampliar nuestros horizontes no porque yo esté en la bancarrota, tú sabes que no es así y no lo permitiré ―sentenció molesta. ―Eso lo tengo claro ―admití. ―¿Entonces? ―No tengo idea de lo que me hablas. ―Hay una cláusula en el contrato donde dice que tú absorbes mi empresa por lo que yo quedo a tu disposición como subordinada. ―Jamás di una orden así ―repliqué algo molesto. ―¿Ah no? ―No, siempre he sabido que nuestro trato es bilateral, somos dos poderosos en unión, no uno sobre el otro ―aseguré con firmeza, a pesar de que mis pensamientos libidinosos me hicieron querer estar en esa posición. ―Quiero que eso quede estipulado en el contrato. ―Por supuesto, hablaré con Felipe, mi abogado, para que lo rectifique. ―Si no, yo hablaré con los míos. ―Por supuesto, Monserrat, nunca ha sido mi intención tratarte como inferior a mí, estoy seguro de que no lo eres. ―Me parece. ―Se levantó―. Nos vemos, Sebastián. ―¿Quieres almorzar conmigo? ―consulté apresurado, aun sabiendo que la respuesta sería la misma que la de estos dos últimos años: un "no" rotundo. ―¿Para qué? ―Tómalo como una forma de disculpa. ―Está bien, a las doce y media paso por aquí. ―Te espero. ―No pude evitar sonreír demasiado nervioso. Ella asintió una vez y salió con su paso firme y sensual, moviendo las caderas, cadenciosa, sin darse cuenta de lo que provocaba al andar. Negué con la cabeza, no podía tener, ni pensamientos románticos, ni eróticos, ni siquiera amigables con ella. Era una mujer de hierro que solo se ocupaba de los negocios y toda su vida íntima y privada era negada a los demás, sobre todo a mí. Yo no tenía cabida en su vida. Eso me lo dejó muy claro cuando nos conocimos, y, según todos los conocidos en común, ella no tenía más vida que su empresa, un imperio que formó a base de esfuerzo y trabajo. Algunos decían que no tenía sentimientos, que, si los tuvo alguna vez, los había perdido en algún lugar recóndito, donde no los podría hallar de nuevo. Yo era todo lo contrario. Yo nací bajo el alero del imperio familiar, es cierto que a través de los años lo había hecho crecer, pero la lucha por la excelencia no me había cambiado, seguía siendo el mismo chico tonto y romántico que se enamora de la más bella, mientras que ella no tiene ojos más que para sí misma. Yo quería amor, una esposa, hijos, formar mi propia familia, ser un amante esposo. Monserrat, en cambio, no quería enamorarse, los hijos no entraban en sus planes y para ella los hombres eran una pérdida de tiempo. Éramos diametralmente opuestos. Y no me importaba. Esa mujer se había convertido en mi obsesión y no pararía hasta conquistarla. Estaba seguro de que esa mujer era para mí, que no sería como mi anterior experiencia. No. Monserrat, a pesar de su capa de hielo, era una buena mujer. Como era de esperar, llegó puntual a las doce y media. Yo agarré mi saco y salí de inmediato con ella, sentí miedo que se arrepintiera si me tardaba. ―¿Dónde vamos? ―pregunté por cortesía antes de subir a mi auto, sabía que de todos modos, la seguiría a donde fuera.  ―Vamos al restaurant del hotel Lacroix, tengo una reunión allí después de almuerzo. ―Perfecto. La seguí, como solía hacer cuando salíamos juntos a alguna reunión, hasta el enorme edificio de vidrio ubicado en el sector más exclusivo de la ciudad. ―¿Tienes una reunión de negocios aquí? ―indagué una vez instalados en la discreta mesa. ―No, es una reunión informal ―dijo con tono extraño. Mis instintos celosos se imaginaron lo peor: ella y otro hombre en una de las habitaciones. ―Si quieres puedes quedarte, seguro tú y mi hermano encontrarán más temas en común para conversar que yo con él ―cortó a mis pensamientos. ―¿Te vas a juntar con tu hermano en un hotel? ―pregunté sorprendido. ―Sí, él no vive en la ciudad y se quedará aquí unos días. Prefiero que se abstenga de conocer ciertas cosas de mi vida. ―¿No confías en él? ―Ni en él ni en nadie ―expresó con frialdad. ―Yo me quedo, Monserrat, si no quieres estar a solas con él... ―No dije que no quisiera estar a solas con él, dije que tú tendrías más temas de conversación con él que yo, nada más. ―Claro ―acepté con algo de sorna, se le notaba en demasía su nerviosismo por tener que encontrarse con su hermano. Ella no respondió y se dedicó a comer sin mirarme. ―Dime algo, Sebastián ―me dijo al rato, alzando su hermosa mirada, algo gris en ese momento―. ¿Cómo crees que resultará nuestro contrato? ¿Crees que funcionará la fusión de las dos empresas? ―Creo que será espectacular. Una de las más grandes compañías de electrónicos y una de las más grandes marcas de ropa, juntas, en una sola. ―Es algo extraño, ¿no te parece? ―consultó algo divertida, con sus ojos un poco más claros. ―No es una fusión normal, sin embargo, creo que andará muy bien, mal que mal, somos muy buenos en los negocios, y también.... mis diseños de ropa combinarán muy bien con tus electrónicos. Ella se echó a reír. ―La verdad es que no veo dónde pegan o juntan. ―Tú te llevas mis clientes, y yo los tuyos. Tú ofreces un equipo musical y yo ofrezco la ropa que combina con ese equipo musical ―me burlé. ―¿Y si no combinan mis equipos con ninguna de tu ropa? ―Combinarán, Monserrat, te lo aseguro, porque tú y yo somos la combinación perfecta. Su sonrisa llenaba mi vida de motivos. Era la más hermosa mujer que había visto y sus ojos me hacían desear entrar en su alma. Por primera vez sus ojos no se ennegrecieron ni se enojó conmigo por haber coqueteado con ella. ¿Habría alguna esperanza para mí?

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