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Relatos de Alcoba (One-Shots)

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Blurb

Como bien lo dice el título, aquí encontrarán todo tipo de relatos cortos sobre sexo.

Episodios de encuentros sexuales de parejas, más personas involucradas o, quizás, hasta un solo individuo, en diferentes situaciones, como oficinas, casas, hoteles, clubes, etc. y de todo tipo, incluso hasta encuentros sobrenaturales.

Toda historia solo durará una narrativa, no se repetirán ni personajes ni historias, por lo que serán "monocapitulares", si es que la palabra existe o la inventé.

Todas las etiquetas que aparecen como "otros", fueron puestas para no marcar una sola categoría, ya que las diez permitidas no me alcanzarían por lo amplio de lo que se mostrará acá.

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Encuentro 1
La puerta de entrada de la casa se abre lentamente, en un intento de que no se escuche ni un sonido siquiera, para que nadie se despierte por su culpa. Pero entiende que su esfuerzo es en vano, en cuanto sube al cuarto principal luego de dejar su abrigo y su maletín en el piso de abajo, y escucha el sonido de la lluvia de la ducha en pleno funcionamiento. Al parecer, ella estaba despierta y tomando un baño, cosa que a él le vendría de maravilla después del largo y agotador día que había tenido. Quizás sería una buena idea el unirse a la joven bajo el agua.  Quitándose el traje, la camisa, la corbata, los zapatos y los calcetines, el hombre se adentra en el baño solo con el bóxer, notando que ella aún no se ha percatado de su presencia y que la cortina de la ducha le da una difuminada silueta de su (ante sus ojos) preciosa figura: no demasiado alta, de senos generosos, vientre ligeramente abultado (no esa planicie a la que tanto aspiraban las mujeres a tener y que él no encontraba atractivo), muslos redondos y suaves que tanto adoraba amasar junto a ese pulposo trasero, piernas largas y esa abundante melena que le llegaba por la cadera. Sí, toda una belleza, y toda suya. ¿Quién querría huesos, cuando se puede tener carne en abundancia? Ese era su lema, le gustaba que no hubiera nada duro en ella, sino todo suave y maleable a sus manos.  Y su rostro... Su rostro era lo más hermoso de ella, pues era donde se encontraban esas profundidades avellanas que tanto le decían, a pesar de que ella no podía decir una sola palabra. Sí, la bella joven que admiraba ahora bajo el agua, era muda, ¿y qué? Entre ellos, las palabras sobraban, solo bastaba con que sus miradas se cruzaran, para que se entendieran a la perfección.   Adoraba ver a sus delicados dedos formar los símbolos que le ayudaban a expresarse, recordándole todas las veces, cómo la muchacha le había enseñado a hacerlas para que pudieran comunicarse y pudiera entenderla.  -¿Cariño? Su voz penetra en la estancia y provoca que la dulce criatura tras la cortina detenga sus movimientos, estirando un brazo para hacerla a un lado y atisbar a la persona del otro lado de ella. En cuanto la tela se retira, un rostro redondeado, de suaves rasgos (en los cuales se incluyen una pequeña y respingada nariz, unos labios de grosor intermedio y de color rosado ligeramente entreabiertos y unos grandes ojos repletos de obscuras pestañas) y con un gesto que primero muestra curiosidad y luego una sonrisa, aparece por ella, regalándole la vista al hombre parado en el centro de la estancia.  Sus manos se mueven rápidamente para saludarlo. -Hola amor, me alegro de que llegaras, sabes que no me quedo tranquila hasta que vuelves cuando tienes que trabajar hasta tarde.  -Sí, lo sé, lo siento. Juro que intenté terminar temprano, mas el trabajo me retuvo bastante.  -Tranquilo, lo entiendo. Lo importante es que estás aquí. -Es el único lugar en el que realmente quiero estar. Ahora, ¿qué te parece si me uno a tu ducha? No me vendría mal un poco de agua caliente.  -¿Y qué esperas para entrar? A penas me metí, tenemos un buen rato de líquido cálido para disfrutar. -Eso suena perfecto. Con una sonrisa compartida, ella se vuelve a meter tras la cortina al tiempo en que él se termina de desnudar, dejando a la vista la erección recién producida por su hermosa esposa y la piel ligeramente más pálida que la demás; trabajar al aire libre en su casa, dejaba unas claras marcas de sol.  Sin esperar siquiera un momento, se mete en la ducha y toma a la joven, la cual está brillante por el agua que resbala por su nívea y blanca piel, y la atrae hacia él, besándola con intensidad a penas sus cuerpos entran en contacto el uno con el otro.  Las manos de él repasan suavemente el físico de su mujer, casi con veneración, redibujando por quién sabe qué número de vez, la figura que se conoce a la perfección. Una cicatriz de vacuna en su brazo, un lunar ligeramente levantado en el medio de su espalda, la marca de nacimiento con forma de gota sobre su cadera... No había nada de ella que no conociera ni nada que no amara. Era perfecta, absolutamente perfecta, y toda suya. El ligero aroma a naranjas que solía desprender de su cuerpo, los envolvía a ambos, pues era de ese suave jabón que le pertenecía a la mujer y le gustaba untar en cada parte de la joven, ese que dejaba su piel tan suave...  -Mi Diosa... Las mejillas de ella se colorean de rosado, pues sin importar cuánto tiempo lleven juntos, sus piropos y muestras de cariño le hacían sentirse un tanto avergonzada.  -Siempre me parece adorable el que te avergüences cuando te alago. -No es mi culpa, sabes que soy tímida para esas cosas. -Tampoco es mi culpa que seas preciosa, la mujer más hermosa que he visto.  -Exageras. -No lo creo, para mí, es así y no hay más discusión.  La joven pone los ojos en blanco sonriendo con resignación y lo besa, acallando cualquier otra cosa que pudiera decir para avergonzarla aún más. Ella conocía sus defectos, las estrías ocultas del lado interno de sus muslos, el relleno extra en varias zonas de su cuerpo, lo "gelatinoso" de su físico, sin embargo, con la ayuda del maravilloso hombre con el que compartía su vida desde hacía varios años, había aprendido a amar todos esos "defectos", tal y como él lo hacía. Cada mañana, cuando se levantaba y lo veía preparar el desayuno (porque su esposo salía a correr en las mañanas), no podía creer lo afortunada que era. Él no solo era atento y considerado, romántico y dulce, sino que además, era increíblemente sexy para sus cuarenta.  Le ponía triste que trabajara hasta tan tarde algunos días, esos en los que no podía compartir tiempo a su lado como quisiera, no obstante, sabía que era por el bien de ambos y su esposo se lo compensaba a su manera, con pequeños detalles que le hacían saber cuánto la amaba. Eso incluso la hacía llorar de felicidad en ocasiones.  Esas cosas no importaban en ese momento, lo único que le interesaba era el ahora, lo que estaban viviendo juntos y se limitaría a disfrutarlo.  Aferrada a su espalda y cuello, los besos aumentan entre ambos, haciendo que el agua de la ducha se sienta aún más caliente y la ansiedad acelere sus movimientos. De un momento a otro, él la agarra de las piernas y la alza, haciendo que las piernas de la joven se anclaran en su cadera. Sabía que a ella la ponía incómoda cuando hacía eso, pues creía ser demasiado pesada para que la alzara, pero lo que su esposa no sabía, era que él hacía ejercicio y levantaba mucho peso intencionalmente, solo con la única idea (además de mantenerse en forma) de estar seguro de que podía levantarla sin problema alguno, de que podría alzarla en brazos sin preocuparse de que fuera a lastimarse o a caerse.  Con sus manos firmemente agarradas a su trasero, apoya su espalda con suavidad sobre la pared de azulejo, trabando la cadera de forma que tenga un movimiento más fácil sin peligro para ella.  Con una mano, hace el cabello de su mujer hacia un lado, dejando expuesto el cuello de la joven y atacándolo a mordidas, lamidas y besos, degustando el sabor de su piel. Jadeos mudos escapan de su esposa, la cual clava las uñas en la espalda de él al sentir, no solo su boca, sino también su entrepierna presionando justo en su punto dulce, produciendo un escalofrío recorriendo una y otra vez cada célula de su persona con cada espasmo.  El hombre se aprieta aún más contra su centro y ella se retuerce pidiendo más silenciosamente, queriendo, no solo simples roces, sino sentirse llena. No es necesario alargarlo más y él lo sabe, puesto que la humedad que nota contra su piel desnuda ahí abajo, no es agua, sino algo más pegajoso y cálido, que le indica que su preciosa esposa está más que lista para él y lo que quiere hacerle.  Sin muchas vueltas, se acomoda para quedar en posición y, con un empuje lento y torturante, se hunde en la joven que, aunque no emite sonidos, sí que desea gritar de puro placer, pues cada centímetro que él invade de su interior, es un estimulante que le quema un millar de neuronas y le impide pensar en otra cosa que no sea él o lo que le está haciendo.  Una vez que ambos notan que ya no puede entrar más, que la joven está llena y que su esposo está hasta la empuñadura en su interior, el movimiento empieza a producirse, sacándose él casi por completo y volviendo a hundirse hasta el fondo, causando un gemido sordo por parte de ella y uno ronco de parte del hombre, el cual aumenta la excitación de su esposa. Uno tras otro, el sonido de las pieles húmedas chocando entre sí, en movimientos cada vez más y más rápidos, casi tapan el de la ducha cayendo, tanto sobre ellos, como sobre la losa de la bañera.  Una, dos, tres, cuatro, cinco envestidas seguidas y las piernas de la mujer aprietan más la cadera de su marido, en un ruego silencioso de que continúe.  Por su lado, queriendo un movimiento más profundo y estable, los separa a ambos de la pared y los acomoda sobre el borde de la bañera, sentándose él y acomodándola a ella sobre su regazo, sin separar sus cuerpos en ningún momento.  -¿No te aplasto, verdad? -Ya te he dicho que para mí no eres pesada, que puedo levantarte y aguantar tu cuerpo sobre mí sin problema alguno, que no debes preocuparte por eso. -Sé que soy pesada. -No para mí. El hombre la besa para distraerla de su preocupación y vuelve a impulsarse contra ella, agarrándola de la cadera para empujarla en movimiento opuesto y así, incrementar tanto la fricción como la profundidad. La mujer, estimulada y deseosa, se apodera del mando y marca el ritmo ella misma, moviéndose tal y como quiere, deseando el placer para sí misma y el poder contemplar al hombre que ama disfrutar junto a ella, poder ser testigo de sus gestos de gozo puro.  Las manos de él no se quedan por mucho en su cadera, por el contrario, comienzan a recorrerla por todos lados, sin dejar ni un punto sin acariciar en tanto que las de ella pasean por su espalda, pecho, cuello y todo lo que alcanza, marcando su piel con las uñas en puntos álgidos de placer, donde no tiene otra forma de mostrar lo bien que siente lo que está viviendo.  -Eso es hermosa, siéntelo, quiero ver tu placer.  Su esposa, al escucharlo, simplemente no se contiene y, aunque no expulsa sonido alguno, los gestos de su rostro muestran más que cualquier otra cosa que pudiera hacer.  La piel de ambos esta teñida ligeramente de rosa, ya que entre la calentura de sus interiores y la temperatura del agua que aún los empapa, no hacen otra cosa que mantener el ambiente en un calor constante a su alrededor, impidiendo saber si, el ardor que ambos notan, viene de ellos mismos o de agentes externos. Sin embargo, eso no importa en absoluto, las sensaciones que explotan dentro de la pareja es lo único que les interesa. Con cada movimiento, salto y empuje, el orgasmo se acerca cada vez más, acechando a la vuelta de la esquina, amenazando con romperlos a ambos en pedazos en cuanto los alcance y es lo que desean, lo que quieren compartir en ese momento. Él sabe que le falta menos que a ella, que el orgasmo femenino es más complicado de alcanzar, por lo que sabiendo que no les queda mucho, sus dedos sueltan los delicados e hinchados pezones de su mujer, los cuales había estado torturando tanto con sus manos como con su boca y, sin dejar de chuparlos como cría bebiendo de su madre, los interna mucho más abajo de su posición anterior, justo en la unión entre ambos, buscando ese inflamado punto, es botón rosado repleto de nervios.  En cuanto entra en contacto con él, comienza a estimularlo con la yema de éstos, haciendo que la cabeza de ella caiga hacia atrás en un gesto agónico de puro placer. Todo su suave y esponjado cuerpo empieza a temblar, las ondas que causa su estimulación que le produce su amor la están volviendo loca, haciendo que el orgasmo esté a punto de quebrarla en pedazos.  -Vamos cariño, no lo reprimas, déjame contemplarte en la cúspide de tu disfrute. No hace falta mucho más: las penetraciones profundas y enloquecedoras, sumadas a la estimulación integral de sus puntos erógenos (los cuales nadie conocía mejor que él) y esas palabras susurradas de forma ronca contra su cuello y oído, fue demasiado para su persona, causando que explotara en un tsunami de puro gozo, haciéndola prácticamente ver las estrellas.  El apretón al rededor de su erección, desencadena el orgasmo propio de su esposo y, la sensaciones de su esperma siendo expulsado hacia su húmeda y chorreante cueva, no hacen más que alargar el orgasmo de la mujer, haciendo que, cuando éste se retira, la deje exhausta y laxa sobre el pecho de su esposo, prácticamente como si sus huesos se hubieran convertido en gelatina o polvo.  Unas cuantas respiraciones jadeantes luego, el hombre se levanta, aún con ella firmemente agarrada contra su pecho, cierra la llave del agua y los saca de la bañera para secarlos e irse a descansar. Había sido una buena noche después de todo.

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