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Un amor entre tinieblas

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Blurb

Francis Smith es una chica que ha sufrido muchos problemas a lo largo de su vida y, tras seis meses sin empleo y luego de haber sido desalojada del departamento que arrendaba, llega a trabajar al castillo de Edward Mansfield como su asistente personal.

La joven es muy bien recibida, tanto por su jefe, con quien siente una conexión especial, como por los empleados del castillo y Francis siente que al fin la vida le devolverá todo lo que le debe, pero no todo será tan fácil y su estadía se volverá muy complicada cuando descubre que sobre los habitantes del castillo pesa una maldición y que ella es la única que puede acabar con su condena.

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Capítulo 1: Mi llegada
Detuve mi pequeño y destartalado automóvil de segunda mano frente a la enorme reja de la gigantesca mansión de Edward Mansfield, mi futuro jefe, al menos eso esperaba. Desde donde yo estaba se veía parte de un castillo, por lo mismo, era fácil darse cuenta de que no era una pequeña casita en el bosque. Revisé que tuviera todos los papeles a mano y, cuando me iba a bajar para tocar el timbre o lo que hubiera allí para llamar, la puerta se abrió... Sola. Miré hacia todos lados sin mover la cabeza, solo mis ojos entornaron el lugar, asustados. ―Esto parece de película de terror ―me dije en voz alta al tiempo que echaba a andar de nuevo, muy lento, no estaba segura de querer avanzar, sabía que me iba a arrepentir de llegar allí. El camino me llevó directo a una rotonda frente a un hermoso y viejo castillo. Estacioné mi vehículo y me bajé con mis papeles en la mano y mi cartera. La puerta de entrada se abrió y apareció un hombre con un aspecto nada moderno, algo tétrico, que me hizo dudar en querer conseguir el maravilloso trabajo para el que me había recomendado mi exjefe. No sabía si hubiera sido mejor que esa puerta también se abriera sola o que me recibiera ese hombre. Me acerqué; de todas formas, ya no podría escapar. ―Señorita Smith, la esperábamos ―me saludó el hombre con educación y una calidez que no esperaba. ―Gracias, señor... ―Ian. Soy Ian Lester, el mayordomo de esta casa ―me respondió con una leve sonrisa que incluso en ese rostro adusto se vio amable y muy dulce. ―Un gusto, señor Lester. ―Adelante, por favor, hace frío. ―Me tomó del codo con suavidad, esas manos venosas que parecían toscas estaban llenas de ternura. Mi corazón se sintió confortado. Aquella tarde de otoño hacía un frío atroz y yo solo llevaba puesto un delgado sweater. Toda mi ropa la tenía en una maleta y no había tenido tiempo a buscar un abrigo. Entramos y me quedé prendada del lugar. Primero, estaba muy cálido, casi caluroso a comparación con el exterior; segundo, el decorado era fascinante, tenía toques modernos dentro de antiguos ornamentos que parecían que no habían sido cambiados en siglos; tercero, entrar allí era entrar a un museo viviente, con cuadros que se notaban antiquísimos y que deberían costar una fortuna, y, por último, estaba pulcra, a mí no me gusta hacer aseo, así es que cuando veo una casa muy grande, me imagino el trabajo para mantenerla y se me quitan las ganas de tener un caserón, supuse que debían tener varios empleados para mantenerla así, si fuera Anastasia Steel, diría que era muy aséptico. ―El señor la espera en su despacho, señorita Smith ―me dijo Ian, solo entonces me di cuenta de que me había quedado pegada, quizá cuánto rato, y que él me había dejado admirar todo el lugar. Supongo que debo haberle parecido una pueblerina, él debía estar acostumbrado a recibir visitas del mismo estrato social que su jefe, personas ricas que vivían en castillo iguales de antiguos y costosos que aquel. Yo asentí con la cabeza sin animarme a contestar nada y lo seguí por unos pasillos que parecían ser sacados de una novela de regencia o de una de terror, hasta una enorme puerta lacada que el mayordomo abrió tras golpear tres veces. ―La señorita Francis Smith ―anunció con formalidad. No hubo respuesta desde el interior, aun así, Ian se hizo a un lado y me invitó a entrar. Yo lo hice temerosa, me sentí como aquellos personajes medievales que eran presentados en las fiestas de la alta sociedad, tal como se ven en las películas. Me recibió un hombre de unos treinta años, guapo a rabiar y con una hermosa sonrisa que se congeló al verme. ―Señorita Smith... ―dudó―. Un placer verla aquí, ¿no le costó mucho dar con la casa? Yo me sentí incómoda, al parecer a él no le gustó mi presencia o algo, pero cómodo no estaba conmigo. ―Un poco, a decir verdad, no es fácil dar con este camino, por suerte había un letrero que indicaba con claridad... que me había equivocado ―respondí con algo de vergüenza. ―Bueno, al menos vio el letrero, hay quienes no lo hacen. ―Sí, desde ahí fue fácil. ―¿Quiere servirse algo? ¿Un café, té, agua? ―No, gracias. ―¿Segura? ―Yo asentí, no podría tragar con el ambiente tan embarazoso, él no parecía muy a gusto con mi persona―. Entonces, vamos a lo nuestro, me urge salir pronto de esto. "Salir de mí", pensé, eso no le ayudaba en nada a mi inseguridad. ―¿Trajo sus documentos? ―Claro ―respondí y le entregué mi carpeta. Él comenzó a hojearlos con una calma desesperante. ―Bien… Bien… Perfecto ―decía mientras leía cada documento con detalle―. Hablé con Manny esta mañana, me dio muy buenas referencias y me encargó mucho que tuviera consideración especial por usted, él la aprecia bastante; bueno, no por nada la recomendó personalmente para este puesto. ―Sí, es una lástima que su empresa se haya ido a la quiebra ―repliqué con pesar, de seguir funcionando, yo no habría estado allí rogando por dentro que me dieran un empleo porque, literalmente, no tenía dónde caerme muerta. ―Él conoce muy bien su trabajo, señorita, en muy poco tiempo se encontrará de pie de nuevo. ―Eso espero. Entonces, él clavó su mirada en mí. ―Supongo que eso no significa que me dejará en cuanto él se levante. ―Si usted no me despide antes... ―No tendría por qué hacerlo. Cerró la carpeta con fuerza, sin violencia, más bien como si hubiese cerrado un trato y me volvió a mirar, pero en esa ocasión por largos segundos que a mí se me hicieron eternos. Claro que observar sus hermosos ojos que recorrían cada parte de mi cara no era para nada desagradable. ―Bien, sus papeles están en orden, tal como lo esperaba, solo necesitaba el respaldo de un documento para efectos legales. El tema importante para tratar aquí es lo que yo tengo para ofrecerle. ―Manny no me dio muchos detalles. ―Le explicaré. Me aburrí de tanto viaje, de correr de un lado a otro; como se habrá dado cuenta, desde aquí todo me queda lejos y viajar a mis oficinas ya me tenía cansado; la ciudad tampoco me ofrecía satisfacción. Bueno, en vista de que con la tecnología actual uno puede estar conectado desde cualquier sitio, decidí trasladar mi oficina a mi hogar. El problema es que a mi exasistente no le pareció la idea, ella es casada y, aunque yo le ofrecí venir aquí con su marido e hijos, no aceptó. Ahora necesito a otra asistente, puertas adentro, por supuesto, no quiero que tenga problemas para quedarse a trabajar horas extras si es necesario. Supongo que eso sí se lo aclaró Manny, fue, por decirlo de algún modo, el único requisito que exijo para este puesto. ―Sí, no tengo problemas con eso, soy soltera y no tengo familia. ―Ni casa, terminé en mi mente. ―¿No? ¿No tiene familia? ―preguntó extrañado. ―No, o sea sí. Lo que pasa es que mis padres viven en el norte del país, yo estoy sola en la ciudad. Trabajé con Manny hasta que quebró su empresa y ahora estoy sin trabajo. La cosa no está nada de fácil allá afuera. Casi me devuelvo a mi ciudad. ―Lo imagino. Bien. El sueldo es este. ―Arrastró un papel con un número estratosférico, entendí por qué lo había anotado, decirlo en cifras era hablar cinco minutos seguidos. ―¿Qué tipo de trabajo tendré que hacer por este sueldo? ―pregunté casi de forma instintiva, el pago era diez veces lo que ganaba con Manny. ―Verá, yo sé que le quitaré gran parte de su vida, la mayoría de los fines de semana los tendrá libres, pero quizá haya un sábado que debamos trabajar y no podrá irse, usted sabe cómo es esto, hay veces en los que el trabajo es muy demandante y no podrá salir de aquí, también tendremos que viajar de vez en cuando, eso requerirá de sus tiempos libres. De todas maneras, el solo hecho de estar aquí le impedirá estar con sus amigos. ―Mmm. ―No supe qué decir, yo no tenía amigos. ―No crea que soy un trabajólico que la tendrá ocupada las veinticuatro horas del día, lo que sí necesito es que esté disponible cuando la necesite. ―No hay problema. ―Por supuesto, aquí tendrá casa y comida. Fines de semana libres. Si algún fin de semana no quiere irse, puede quedarse aquí sin ninguna dificultad. Si quiere irse el fin de semana, podrá hacerlo desde el viernes en la tarde y volver el lunes a las nueve para comenzar a trabajar, si no tenemos mucho trabajo, podría volver a trabajar el lunes a mediodía o irse el viernes por la mañana. Puede utilizar todas las comodidades de la casa, tv cable; plataformas de streaming para ver películas; wifi; en verano la piscina; la biblioteca, si le gusta leer; de todas formas, en su habitación hay un equipo musical con bluetooth y un televisor; tenemos una habitación con algunos instrumentos si le gusta tocar; otra con lienzos, si le gusta pintar, en fin, esta será su casa y, como tal, puede hacer uso de ella. Usted puede andar por donde se le plazca, sin ninguna dificultad. No hay un ala oeste que esté prohibida ―terminó con un dejo de diversión. Quedé anonadada, claro, era un castillo, pero tantas cosas a mi disposición eran más de lo que podía imaginar. Jamás me imaginé vivir en un lugar ni de broma. ―¿Le interesa el puesto? ―interrumpió mis pensamientos. ―¿Eh? Sí, claro ―respondí como una estúpida, después de ese tiempo en el que había estado tan mal, tendría de todo a mis pies. ―Perfecto. ¿Cuándo puede mudarse? ―me preguntó con una gran sonrisa. Por fin sonreía después de haberse quedado tan serio cuando llegué. ―Cuando usted diga, tengo disponibilidad inmediata. ―Por mí, sería hoy mismo, así podemos comenzar a trabajar mañana. Mi chofer puede acompañarla a buscar sus cosas. Auch, eso dolió y creo que se me notó. ―¿Sucede algo? ―preguntó preocupado. Respiré hondo, ¿cómo decirle...? Diciéndolo, me reprendí mentalmente, no podía fingir algo que no era. ―Si no puede mudarse hoy, lo podemos coordinar para otro día ―me dijo con paciencia al ver que me quedaba callada como un idiota. ―No, no, es que... ―Cerré los ojos―. Lo que pasa es que antes de ayer me echaron del departamento que arrendaba, debía tres meses y, o comía o pagaba el arriendo. Después de que terminó mi trabajo con Manny no encontré nada, apenas un par de trabajos provisionales... Si antes se había puesto serio, en ese momento fue peor, parecía que iba a explotar en cualquier momento. ―¿Qué ha hecho estos días? ―La primera noche me quedé en el auto en el estacionamiento de un hospital, anoche encontré un pequeño hotel ―respondí intentando restarle importancia, aunque no había sido nada agradable. ―Entonces no se diga más. ―Tocó una campanilla―. Bienvenida a mi humilde hogar, señorita Smith. Yo no pude evitar una sonrisa divertida, era un castillo y de humilde no tenía ni el nombre. ―Muchas gracias, señor Mansfield. Ian Lester entró a la biblioteca. ―Ian, la señorita se quedará desde ahora. Por favor, haz que lleven sus cosas a su habitación y que preparen un puesto más a la mesa. Ocúpate de que su automóvil lo guarden en el garaje, por favor. ―Sí, señor ―le respondió con su amabilidad tan discorde a su físico y luego me miró a mí con una expresión de satisfacción, como si se alegrara en serio de que me quedara allí―. ¿Me da la llave de su coche, señorita? Yo se las entregué algo dudosa. ―No se preocupe, ellos se harán cargo, me gustaría comentar con usted algunos detalles del trabajo. ―Eh... Claro ―contesté, al parecer no era mal recibida, quizás algún día supiera por qué se puso tan serio cuando llegué.

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