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Mirror. (Cuarto libro de la Saga Trust)

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Blurb

Amaris es normal, no tiene un Don... o eso es lo que creen sus padres. Ella desconoce ese mundo en donde las razas existen. Ella no tiene ni idea de lo que es eso, hasta que llega al campamento Mirdusolé y sus ojos comienzan a manifestarse y a perder sangre de una manera horrible. Scott estará allí para ella, y por más que los dos estén enamorados el uno del otro, tienen que resistirse a la tentación...ya que ser hijos de Frank Bartons es lo que le impide ser felices...

Pero eso no es lo peor que les puede pasar, ya que en cuanto lleguen a ese llamativo campamento...los ex niños de la comunidad Ángeles Caídos los estarán esperando con su líder. Más conocida como La chica de ojos rojos...

Cuarto libro de la saga TRUST.

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PRÓLOGO
Miraba la hora, ansioso. Sus pies no dejaban de golpear ritmicamente el suelo, creando una especie de pedal de batería. Los médicos pasaban sin dirigirle la palabra y sin noticias. El reloj parecía estar inmóvil y cada segundo que pasaba era una eternidad. Estaba por nacer. Ella venia en camino. Era la número cinco, ¡ella lo era! Las manos de Frank estaban entrelazadas contra sus rodillas, e inclinado sobre la silla, esperando que los médicos salgan y le digan lo hermosa que era. Pero eso no sucedía, y comenzaba a inquietarlo. Se rascó la nuca, cómo si eso ayudara a evadir los nervios. Ajustó sus anteojos y los hundió más contra el inicio de su nariz. No dejaba de apretar los labios y ya empezaba a sudar. La puerta gigantesca que estaba ubicada frente a él, se abrió de par en par. Frank, cómo respuesta, saltó de su asiento. —Felicidades señor Bartons, usted es padre de una muy hermosa niña—dijo el médico de cabello canoso y con una sonrisa plantada en sus labios. —¿Puedo verla?—le preguntó, ansioso. —En este momento llevaremos a la bebé a revisión, pero sí puede ir a ver a su esposa. Sin ni siquiera responderle, Frank ingresó al quirófano, en donde estaban preparando a Megumi, limpiándola para poder trasladarla a una habitación. En cuanto la vio allí, se encontraba media adormecida y con la respiración algo agitada. Su cara estaba empapada de sudor y la luz del quirófano le pegaba  justo en la cara. —Megui—suspiró su nombre, soltando el aliento. Ella lo escuchó y embozó una sonrisa débil, y con los ojos entrecerrados. —¿Has podido verla?—logró decir ella. —No tuve la oportunidad, pero ahora iré corriendo a verla, ¿cómo le has puesto?—le preguntó él, tomando su mano. —A...Amaris—balbuceó. Frank sintió una punzada en su pecho y trató de que la melancolía no lo invadiera al escuchar la primera letra del nuevo nombre de su hija. —Has escogido un nombre precioso, cariño. —Quise ponerle Alia pero no soportaría escuchar su nombre todo los días ya que me duele recordarla,  ¿Crees que nos estará viendo en este preciso momento?¿Crees que es nuestro ángel? —Por supuesto. No hables mi amor, trata de descansar, yo iré a conocer a nuestra hija—le acarició la frente y ella asintió con sus lágrimas cayendo por sus mejillas. Frank le dio un suave beso en los labios y se marchó casi trotando. Ahora lo único que tenía en mente, era ver el color de los ojos de su hija... En cuanto cruzó el umbral de la gigantesca puerta, dos oficiales de policía se interpusieron en su camino. —¿Frank Angus Bartons?—le preguntó uno de ellos, serio. —¿Sí? —Queda usted detenido por causar la muerte de más de cien niños desaparecidos. Hemos encontrados los cuerpos y hay testigos que lo aseguran. Tenemos pruebas que lo demuestran y todo lo que diga a partir de ahora será usado en su contra.—respondió autoritario uno de los oficiales, mientras que el otro, le colocaba las esposas por detrás de la espalda. Frank maldijo por lo bajo. Él ya se encontraba en juicio por asesinato, pero siempre la justicia tardaba en arrestarlo. No se oponía, ya que tarde o temprano lo vendrían a buscar ¿pero por qué demonios tenía que ser hoy? —Mi hija ha nacido y está a dos consultorios de aquí. Por favor, déjenme verla, no la he conocido aún y no quiero abandonar a mi esposa sin que sepa cual fue el motivo—los oficiales cruzaron miradas frías, pero Frank, óomo vio que ellos no iban a acceder a su suplica, utilizó su ultima arma. —Llevadme con Amaris Bartons—los obligó, clavándole los ojos. Los dos se quedaron hipnotizados, mirándolo sin ni siquiera pestañear. —Por supuesto, señor—contestaron los dos, al unisono. Cómo si fueran dos robots controlados, le hicieron caso y caminaron a la par de Frak. Llegaron hasta la puerta en donde estaba su hija y uno de los oficiales le sacó las esposas para liberarlo. —Esperad aquí hasta que regrese—les dijo, y otro destello brindó sus ojos de r**a. Abrió la puerta, y al ingresar no se sentía un intruso, ya que sólo quería ver a su hija, y no le alcanzaba verla a través del vidrio. Había muchos bebés tranquilos en su incubadora;algunos agitando los brazos y otros lloriqueando, y varios durmiendo plácidamente. Frank se encargó de que los niños que lloraban, callaran su llanto y  los adormeció con un movimiento de su mano. Luego de controlar a cada uno de ellos, empezó a buscarla con la mirada y no tardó en encontrarla. Rápidamente, se acercó a la mediana caja de vidrio que estaba al fondo de la habitación. Amaris era preciosa. Sus ojos semiabiertos eran de un tono castaño;le sorprendió que estos no fuesen de algún tono más claro. Su cuerpo se encontraba tieso y con la mirada clavada en el techo, sus mejillas estaban algo sonrojadas y sus cortos mechones de pelo eran oscuros como la noche. Era parecida a su hija Nora. Frank, sin perder más tiempo con aquella mirada que trasmitía paz, sacó de su chaqueta negra un pequeño frasco no más grande que la palma de su mano y que tenía forma de tubo. También, sacó una jeringa y con ella succionó la sangre que tenía aquel frasco. Midió la cantidad exacta y cómo pudo, clavó la aguja en el pecho de su hija. Justo en su corazón. Cuando ella estaba apunto de romper en llanto, la adormeció con una de sus manos desocupadas y eliminó todo rastro de dolor de su diminuto cuerpo para que no sufriera. Vació el contenido de la jeringa dentro de su pecho y volvió a guardarla en su bolsillo. Frank estaba seguro que no sería Nefistea después de la inyección o quizá sí, pero sólo el tiempo daría esa respuesta. —Sólo espero que tus preciosos ojos sean rojos, como alguna vez, los obtuvimos tu hermana Alia y yo.

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