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SE SOLICITA MARIDO

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contract marriage
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realistic earth
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intro-logo
Blurb

Ana Marcela, cansada de "sufrir" las desavenencias de ser un adulto responsable y maduro, busca una salida fácil a sus "problemas" y, en el camino a la "felicidad", le tocará constatar lo que dice un dicho popular: lo barato sale caro. Tan caro que le tocará pagar con pedazos de su corazón.

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INTRODUCCIÓN
Lo miré. Solo lo miré. No es que no entendiera lo que seguía, a decir verdad, lo sabía perfectamente, pero estaba un poco en shock. No esperaba que todo terminara tan pronto o, mejor dicho, no esperaba que todo se terminara sin que hubiera indicios de que terminaría. Es decir, no estaba preparada para el final. Aunque, si lo pensaba un poco, no era extraño que terminara abruptamente, ya que de tal manera había comenzado. —Bueno —dije después de que mi cabeza procesó correctamente la solicitud de Miguel, el sujeto guapo, amable y rico con el que había estado compartiendo techo y cama desde hacía casi cinco meses—, lo que fácil llega, fácil se va. Miguel empuñó las manos y apretó los dientes, tan fuerte que pude notarlo con facilidad. —No puedes llevarte nada que yo haya pagado —sentenció dejándome de nuevo en blanco, y molestándome, también. No entendía su actitud. Unas cuantas horas atrás nos habíamos despedido con un “amoroso” beso y ahora me miraba como si a su peor enemigo viera. Además, me estaba echando de una casa que antes hubiera dicho sería de ambos para siempre. ¿Le hice algo? De ser así ni siquiera me había enterado. —Nací y viví toda mi vida sin todo lo que pagaste, puedo irme sin ello —aseguré con seriedad. Miguel volvió a apretar los dientes mientras intentaba inútilmente fulminarme con la mirada. También lo barrí con la mirada cargada de furia. De verdad me molestaba que actuara de la forma en que lo estaba haciendo, y no por la manera, sino porque no me daba alguna explicación. Bajo la mirada vigilante del dueño de todas mis cosas, busqué por todas partes lo poco que quedaba de lo que cinco meses atrás llegó conmigo. No había mucho, así que sería fácil irme con mis cosas en las manos, porque no quedaba ni un solo bolso de mi propiedad. —Debí imaginar que eras así —farfulló lo suficientemente alto como para que yo le escuchara. Detuve mis movimientos y le miré confundida. No entendía de qué diablos iba su actitud, pero no estaba segura de querer averiguarlo. Estaba tan molesta de que se portara de tan mala forma conmigo que solo quería salir de esa casa que comenzaba a asfixiarme. —Debiste hacerlo —concordé con él—. Colgué mi foto en un poste, con un letrero que decía “Se busca marido ¡Urgente!” y mi número telefónico en un postit engrapado a ella. ¿Qué clase de persona crees que haría algo como eso? —Solo una persona como tú —dijo y, aunque no sabía a qué se refería al decir eso, no me puse a averiguar. Había terminado ya de recoger mis pertenencias, precisaba irme. Abracé todo lo que tenía y tomé mi celular del buró junto a la cama que ya no compartiríamos. —Es mío —indiqué cuando le descubrí mirando mi teléfono—. Lo traje conmigo, lo tengo desde hace casi un año. Miguel me miró con disgusto. —Pero los tenis que llevas yo los compré —recordó y entonces sí que lo odié.   —Me los regalaste en mi cumpleaños —argumenté deseando poder quedármelos. En todo lo recuperado no llevaba nada de calzado. —Dije que no puedes llevarte nada que yo haya pagado —repitió casi complacido. —¿Qué demonios te pasa? —pregunté furiosa—. ¿Hablas en serio? Miguel no respondió, se limitó a sonreír de medio lado mientras levantaba una ceja. Lo re odié. » No puedo creer que seas tan mezquino —farfullé dejando el montón de cosas, que traía en las manos, en el piso, para desatarme los tenis y quitármelos. Su sonrisa se extendió al verme descalza, provocando arder mi sangre. Le tiré un tenis, golpeándolo tan fuerte que se quejó. El segundo tenis lo atrapó en el aire mientras me miraba, de nuevo, furioso. Yo también estaba furiosa, tanto que me hubiera puesto a llorar en cualquier segundo si mi orgullo no fuera la única cosa inquebrantable en mi vida. Levanté mis cosas del piso, las abracé con fuerza y caminé sintiéndome tan humillada como jamás me había sentido. También debí imaginar que sería así. No debía esperar otra cosa de un sujeto que tomó una foto de un poste fuera de un bar y marcó el número de una chica loca solicitando, con urgencia, un marido. Él debía estar menos cuerdo que yo. —¿Puedes venir por mí? —pregunté al chico que tomaba mi llamada. Él accedió y colgó después de escuchar mi paradero, sin escuchar mi ahogada despedida.    

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