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La cuarta reina

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Blurb

Aurora era una vaquera que vivía feliz junto a su hermana en una estancia. Una noche, fueron atacados por unos bandidos donde falleció sus cuidadores, por lo que se ve forzada a huir en la Capital con Janoc, su fiel amigo. Ahí se entera de que, en realidad, es la hija de la antigua reina que gobernaba el Reino del Sur, una nación que fue invadida por los tres reinos de la Alianza, con la aprobación de la Papisa. Ella es quien controla la vida espiritual y diplomática del continente Tellus que surgió de las profundidades del océano hacia milenios, en un periodo donde la civilización humana entró en decadencia. Aurora se debate entre reclamar su trono o seguir con su vida en un mundo donde todo juega en su contra, por lo que deberá pensar bien su jugada para enfrentarse tanto a la Alianza como a la Doctrina, además de lidiar con el grupo antimonárquico que reclama su independencia y la expulsión de los extranjeros para instaurar una nación sin monarcas.

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Capítulo 1. La niña de ojos diferentes
Un silencio invadió todo el recinto. Los nobles estaban impactados mientras que, las reinas, no dejaban de abrir sus bocas de la sorpresa. Las sacerdotisas se miraron entre sí y algunas comenzaron a llevar sus manos en la cabeza. Solo la Papisa se mantuvo tranquila y solemne, aunque su rostro se tornó pálido por la conmoción. Todos los ojos se centraron en la extraña persona que irrumpió la reunión del Consejo Continental, el cual se celebraba cada año en el Templo de la Zona Neutra para discutir asuntos diplomáticos. Esa reunión solo estaba reservada para los miembros de la Realeza de los cuatro reinos y los integrantes de La Doctrina, la religión oficial que predominaba en el continente Tellus. Y es por eso que era muy extraño que esa muchacha, vestida con un velo de sacerdotisa, irrumpiera en el momento más tenso de la reunión situándose en el centro del recinto, revelando su rostro oculto tras el velo y manifestando lo siguiente: - Yo, Aurora, la Cuarta Reina de la dinastía monárquica del Reino del Sur, ¡vengo en reclamo de las tierras arrebatadas por la Alianza y que por derecho le pertenecen a mi pueblo! Esta petición no hubiese sido para nada sorprendente si no fuese porque, hasta hace un instante, todos creían que la Familia Real de ese reino pereció en la Guerra de la Alianza, dejando a la nación desolada, con el campo libre para que los reinos del Norte, Este y Oeste estableciesen sus colonias. La joven, cuyos ojos destacaban por tener dos mitades de colores diferentes cada uno, señaló a la Papisa con el dedo índice y continuó: - Si no atiende a mi petición, juro por la Diosa que mandaré a destruir el Templo entero. ¡Mis cañones han rodeado todo el lugar y solo basta una señal mía para ordenar el disparo! Los gritos de horror comenzaron. Las reinas no paraban de agitarse y saltar del pánico, mientras sus guardianes personales intentaban tranquilizarlas. Pero la Papisa siguió firme en su trono, apenas saliéndole un tic en el ojo que alteró, por un instante, su expresión neutra. Aurora no se movió de su sitio, sino que se mantuvo firme y sin apartar su mirada en la Papisa. Aún así, en su interior, se sentía muy emocionada ya que todavía no podía creer lo lejos que consiguió llegar desde que supo sus verdaderas raíces. Los recuerdos fluyeron en su mente junto a un torbellino de emociones. Y mientras esperaba la respuesta de la Papisa, comenzó a recordar cómo fue que llegó hasta ese lugar el cual, hace tan solo un año, le parecía un sitio recóndito e inalcanzable. Todo comenzó aquella noche, cuando aún tenía trece años y disfrutaba de una vida sencilla. Su hermana mayor la estaba acompañando para dormir y, como era costumbre, le preguntó: - ¿Quieres que te cuente un cuento? Aurora, con una sonrisa radiante, le respondió: - ¡Claro! ¡Cuéntame el de la princesa y la bruja! Estando cerca de la pubertad, Aurora todavía disfrutaba mucho de los cuentos que su hermana mayor le contaba antes de dormir. Y es que a ambas les encantaban las leyendas y relatos que se contaban en aquellos tiempos cuando el Reino del Sur se encontraba en plena gloria. La muchacha vivía con una familia de capataces en una estancia, perteneciente a un ciudadano que les ofreció vivir ahí a cambio de que cuidaran sus vacas, caballos y gallinas. Su hermana era la hija única de los capataces y ayudaba a los campesinos en sus trabajos. Y aunque no era su pariente sanguíneo, ambas se llevaban tan bien que todos creían que realmente eran hermanas de sangre. Pero a Aurora no le importaba el parentesco, ya que era feliz con esa familia que la acogió de bebé y le brindó su amor. Sentía que no le faltaba nada. Su vida habría sido perfecta de no ser por los constantes ataques que recibían de los antimonárquicos, que buscaban extender sus dominios para instaurar una nación libre de reyes y nobles. Por suerte, los capataces y otros trabajadores de la estancia lograban suprimirlos y acudir a las autoridades. Como el terreno se situaba por el límite entre las colonias del Norte y Este, podían alternar la entrega de esos delincuentes entre uno y otro lado. - Está bien, mi princesita – le respondió su hermana, mientras le acariciaba la mejilla con una mano – Pero no entiendo el porqué te encanta tanto ese cuento. ¡Lo habrás escuchado miles de veces! - Pero quiero volver a escucharlo. ¡Por favor! – dijo la muchacha, juntando ambas manos y pestañeando rápidamente sus ojos, como un intento de provocar ternura. - Bueno, está bien, te lo contaré: “Había una vez una princesa muy hermosa y gentil, que vivía feliz con su amado príncipe en un castillo de cristal. Pero un día, una bruja apareció y secuestró al príncipe, llevándolo en su castillo n***o y torturándole día a día para obligarle a unirse a las tinieblas” - ¡Pero qué mujer más cruel! – dijo la muchacha, soltando un bufido mientras sus ojos brillaban de la emoción - ¿Y después qué pasa? - “La princesa, entonces, rezó a la Diosa para poder recuperar a su amor. Y es así que se trasladó con su ejército al castillo n***o y luchó contra la bruja. cuando la venció, subió a la torre oscura donde estaba el príncipe, lo liberó de sus cadenas que inmovilizaban su cuerpo y, así, el príncipe y la princesa se casaron y vivieron felices para siempre” - ¡Qué hermosa historia! ¡Me encantó! – Dijo Aurora, aplaudiendo como si fuese la primera vez que escuchaba ese cuento. Luego, se cubrió con las sábanas y, mirando al techo, preguntó - ¿Será que sucedió en verdad? - Es solo una leyenda, querida – le dijo su hermana, mientras le acariciaba sus negros cabellos – pero tiene una enseñanza de gran valor que deberías conservarlo para el futuro: Lucha siempre en proteger lo que es tuyo. - “Lucha… siempre… por proteger…” – murmuró Aurora, sintiendo cómo el sueño la estaba invadiendo – mi hogar… familia… y Janoc… debo protegerlos. La joven, al ver cómo esos ojos de diferentes colores se cerraron por completo, mostró una cálida sonrisa. Cuando se quedó dormida por completo, le besó la frente, apagó la luz y procedió a salir del dormitorio. Pero antes de cerrar la puerta, dio una última mirada a su hermanita y murmuró: - Serás un gran tesoro para la nación y nuestra nueva luz. Pero aún eres joven para saberlo. Cada vez que terminaba la hora del cuento, Aurora sentía un gran terror de quedarse dormida en plena oscuridad. Y es que, desde muy pequeña, sufría de pesadillas frecuentes que la ponían muy ansiosa. Variaban cada noche, pero casi siempre aparecía en sus sueños la figura de una mujer vestida de blanco y manchada de sangre. Al principio creía que se trataba de uno de los cuentos que le contaba su hermana y que le impactó el subconsciente, pero, luego de revisarlo entre los libros y su propia memoria, se dio cuenta de que nunca escuchó descripciones de una “doncella sangrienta” en esos relatos. Y esa noche no fue la excepción. Soñó que estaba en una especie de cuarto, pero bastante bonito y deslumbrante. Era casi como si estuviese en el interior de un palacio. Pero un par de monstruos de lata se acercaron a ella y blandieron sus armas de fuego hacia un grupo de personas que intentaban protegerla. Y cuando creía que todo terminó, entre la pila de c*******s se levantó la tan temida mujer con el vestido manchado con sangre, quien le sonreía de una forma maquiavélica. Despertó sobresaltada en plena noche, pero más se asustó al ver que había otra persona en la habitación. Por suerte, cuando prendió la luz, reconoció a su amigo Janoc. Janoc era un chico que había rescatado hacia unos tres años de ahogarse en el río que corría cerca de la estancia. Como tenían la misma edad, solían jugar juntos. Pero él pasó a ser un sirviente de la familia, por lo que se refería a Aurora como “señorita” a pesar de que ella le pidiese que no lo hiciera. - ¡Janoc! ¿Qué haces aquí? – le preguntó la muchacha. - ¡Rápido! ¡Debemos salir de este lugar! ¡Nos atacan! – le respondió Janoc, tomándola de la mano e instándola a salir de la cama. Acababa de salir de su reciente pesadilla para entrar en otra pero, esta vez, una real. ¡Era justo lo que le faltaba! - ¿Y mi hermana? ¿Los capataces? ¿Dónde están? – preguntó Aurora - La Patrona nos está esperando en la puerta trasera – respondió Janoc, esta vez, entregándole un saco para que pudiese protegerse del frío de la noche – Los jefes llamaron a los demás servidores para proteger la estancia. ¡Vamos! ¡Apresúrese! Janoc tomó la mano de Aurora y salieron corriendo hacia la puerta trasera. Ahí los esperaban la joven, quien entregó a cada niño un bolso de comida, un fajo de billetes y utensilios listos para una acampada en el bosque. Subieron a un automóvil y se adentraron entre las sombras, lejos de la luna llena. Pero no contaban con que los maleantes colocasen pequeños clavos por el camino, consiguiendo agujerear así las ruedas del vehículo. - ¡Salgan del auto y escóndanse entre los matorrales! – ordenó la mujer. Así lo hicieron. La mujer los siguió por detrás, cubriéndoles la espalda. tras unos metros, consiguieron llegar a un montículo de tierra cubierta con hojas gruesas de banano, donde los dos niños se ocultaron en una cueva artificial. Ahí, la joven tomó a su hermanita de los dos hombros y le dijo: - Quédate aquí con Janoc y no salgas hasta el amanecer. Este lugar los protegerá, es un camuflaje bastante efectivo contra esa clase de pandilleros. - ¡No te vayas, hermana! – le suplicó Aurora, llorando y tomándola de las muñecas, con la intención de detenerla. Pero la mujer logró zafarse fácilmente y, de su bolsillo, sacó un sobre y se lo entregó, diciéndole: - Ábrelo después de que estés en un sitio más seguro. Sabes bien dónde debes dirigirte ahora, ¿verdad? Ya te lo había indicado. Cuando la muchacha asumió con la cabeza, la mujer continuó: - Bien. Al menos sabes cómo protegerte sola. Sin embargo, Aurora no estaba de acuerdo con este plan. Apenas su hermana le diera la espalda, planeaba seguirla en secreto. Así es que el astuto Janoc, previendo que eso haría su amiga, la tomó por detrás y cubrió su boca con una mano para evitar que gritara. - ¡Adiós, princesita! – se despidió su hermana, cubriendo la entrada del escondite con las hojas y desapareciendo en las penumbras. Su intención era distraer a los maleantes. Si eran del movimiento antimonárquico, buscarían reclutar a los niños. Pero si solo se trataban de delincuentes ordinarios, buscarían venderlos como esclavos en los viejos continentes ya que, por decreto de La Doctrina, la esclavitud estaba prohibida en las cuatro naciones desde hacia varios siglos. A pesar de todo, previó que la atacarían primero y, si no les decía dónde ocultó a los niños, la someterían a una muerte dolorosa y cruel. A pesar de todo, prefería perder la vida antes de ver sufrir a esos niños, en especial a Aurora, a quien siempre la amó como si fuese su propia hija. ………………………………………………………………………………………………………………………………………………….. - ¡Mocoso insolente! ¿Cómo te atreves a faltarle el respeto a tu madre? ¡No es digno de un príncipe! El príncipe Rhiaim, quien estaba siendo agasajado en la Corte por su cumpleaños, fue abofeteado por la Reina Jucanda delante de todos los presentes. El joven se mantuvo quieto mientras que sus ojos comenzaron a tornarse vidriosos debido al dolor que sentía en su mejilla derecha. Sus hermanos menores lo miraron, incómodos, ya que sabían de las restricciones que pasarían todos por las acciones irresponsables del primogénito. Las damas de compañía de la reina se mantuvieron expectantes, mientras se cubrían los ojos con sus anchas mangas de vestidos floreados. Solo una de ellas dio un paso al frente y dijo: - S… su majestad. Esto es… demasiado… La Reina Jucanda le dirigió una mirada tan fría que hizo estremecer a su dama de honor. Luego, volvió a fijarse en su hijo y, tomándolo del mentón con una mano, le advirtió: - Ten esto en claro: Jamás heredarás el trono. Eres un chico y tu propósito en la vida es servir a la corona y a tu futura esposa. ¿Entendiste? - S… sí… su majestad… - murmuró el joven. - ¡Más alto! - ¡Sí, su majestad! - Bien – dijo la reina, dándole la espalda mientras se abanicaba con un hermoso abanico de papeles estampados en rosas – El ambiente se ha tensado, así es que demos por finalizada esta celebración. El príncipe Rhiaim corrió directo a su habitación, se acostó boca abajo sobre su cama y comenzó a llorar. No era la primera vez que su madre, la Reina, lo humillaba en público. Pero al menos tenía la esperanza de que, en su cumpleaños número veinte, ella valorase sus resultados en su estudio y entrenamiento. La Reina Jucanda era la soberana número catorce de su dinastía en el Reino del Este. Sus largos cabellos negros siempre se mantenían recogidos en extravagantes moños adornados con cintas y flores artificiales. Y sus vestidos ajustados en bandas y túnicas moldeaban su esbelta cintura. O al menos así era antes de quedarse embarazada por octava vez. Los miembros de la Corte esperaban que la reina tuviese una niña, después de haber engendrado a siete varones de seguido. Pero a Rhiaim eso le parecía injusto, ya que era el hermano que más estudiaba, que más tiempo dedicaba a su entrenamiento. También nació con la hermosa apariencia de su madre y contaba con una gran rapidez para resolver problemas complicados. Era el candidato perfecto para heredar el trono. Pero nada de eso servía si nunca conseguiría ese puesto solo por el hecho de ser varón. Sabía que su madre lo odiaba por eso, pero al menos deseaba escuchar algunas palabras de apoyo por trabajar duro todos los días y ser un buen ejemplo para su nación. Después de ese incómodo momento, la Reina Jucanda regresó a sus aposentos y se quitó el pesado traje ceremonial que usó en la fiesta. En su lugar, se puso un camisón rosado de mangas largas y se amarró una correa por entre sus pechos, ya que así no molestarían al abultado vientre que asomaba entre las telas. Dos de sus damas de compañía la ayudaron con las ropas. Otras dos más con los cabellos, usando unos peines de madera para desenredarlos. Y mientras hacían su labor, la reina sintió unas pequeñas pataditas en el vientre. Ante eso, sonrió y dijo en voz alta: - Ya quiero tenerte en mis manos, mi hija querida. Te necesito para que cuides de mi reino y de tus hermanos cuando no esté más en este mundo. Serás la luz de la Nación, estoy segura. Cuando estaba dispuesta a dormir, recibió una notificación urgente en su comunicador, un dispositivo holográfico con el cual se comunicaba con la virreina o algún otro m*****o de la nobleza. Era un artefacto circular y de uso exclusivo de reyes, nobles e integrantes de La Doctrina. Los burgueses y plebeyos, por otro lado, usaban comunicadores de bolsillo que los transportaban por todos lados y no contaban con funciones holográficas. Decidió activarlo, transmitiéndose así la imagen de la virreina: - Su majestad, perdone que la llame a estas horas de la noche – se disculpó la virreina – Pero solicito de su ayuda para que nos suministres de tropas y equipamientos. Los atacantes han estado diezmando varios territorios, afectando la producción y la paz de la colonia del Este. - ¿Cuáles fueron las bajas? – preguntó la reina. - En total fueron cuatro estancias atacadas, con un promedio de cincuenta personas fallecidas y otras diez desaparecidas, en su mayoría niños. - ¿Niños? – preguntó la reina, sin evitar mostrar una expresión de desagrado. “¿Ahora reclutan niños para lavarles el cerebro desde muy temprano?” pensó con repulsión. - Los colonos se sienten muy intranquilos – continuó la virreina – temo que, de seguir así, querrán rebelarse contra la Corona. - Entiendo. Enviaré una delegación comandada por el príncipe Rhiaim. Es un hombre brillante y no lo digo porque sea mi hijo. ¡Será un gran apoyo para la Colonia! - Muchísimas gracias, su majestad la Reina. Dios la tenga siempre en su Santa Gloria. Aunque había castigado al príncipe hacia unas horas, pensaba que él en verdad era un chico asombroso. Y tenía la esperanza de que, si lo enviaba a solucionar ese problema en la Colonia, podría moldear su conducta y otorgarle el título de Gran Duque. Ya tenía un futuro establecido para él, en donde le daría un ducado lleno de habitantes que lo adorarían como a un rey, gozando así de los mismos privilegios que tendría la princesa heredera. Solo esperaba que no lo echara a perder. Debido al carácter urgente del asunto, decidió que su hijo partiese al amanecer. Así es que volvió a activar el comunicador, conectándose con el dispositivo instalado en el dormitorio del príncipe. Éste, quien había dejado de llorar, escuchó el sonido de una llamada y activó el aparato. Grande fue su sorpresa al ver el rostro de su madre e, incluso, tuvo una leve esperanza de que se disculparía por la bofetada. Sin embargo, sus sueños cayeron cuando escuchó esta orden: - Rhiaim, necesito que partas hacia la Colonia del Este al amanecer. Irás junto a una patrulla y te reunirás con la virreina. Ella te pondrá al tanto de tus deberes ahí. Recuerda: ella es como una extensión de mi poder, así es que debes seguir sus órdenes como si fuesen las mías. ¿Entendido? - Sí, madre – respondió Rhiaim, intentando mostrarse lo más serio posible. Cuando la comunicación se cortó, logró relajar su cara, formándose una sonrisa de frustración. En verdad que su madre quería deshacerse de él a toda costa, o eso creía. Aún así, lo tomó como una oportunidad para demostrarle que podría desenvolverse perfectamente en la Colonia. Y quizás, solo quizás, la virreina si lograba apreciar su talento para hablarle bien de él a la reina, quien a su vez lo recibiría con el cariño que una madre debe brindar a sus hijos. Las horas pasaron. No había tiempo que perder. Con esas ideas en mente, comenzó a alistar sus cosas. Se sacó el camisón y se colocó su armadura. Luego, recogió sus largos cabellos en una sencilla coleta y guardó sus ropas en un maletín. Pensaba que podría necesitar ropa para el trabajo, otro par de conjuntos para los días libres y uno más para algún evento festivo. Cuando estuvo listo, entró en la habitación de sus hermanitos. Ellos dormían todos juntos ya que aún eran menores. Rhiaim fue llevado a su dormitorio privado al cumplir los dieciocho años y, en aquellos momentos, saltó de la emoción porque tendría un cuarto para él solo. Pero ahora, que iría a un lugar lejano repentinamente, sintió que debió haber pasado más tiempo con ellos porque los extrañaría un montón. Besó con cuidado la frente de cada uno de sus hermanitos. Y cuando llegó al más pequeño, pensó que pronto tendría que besar también a su hermana cuando ésta naciera. Miró a su hermanito y le dijo en su mente: “Pronto dejarás de ser el menor, pero para mí siempre serás el más querido. Cuida de tu hermanita, así como tus hermanos cuidan de ti” Le besó en la frente y se marchó. Su pequeño hermanito abrió los ojos, pero no se movió. Solo miró hacia la ventana, soltando una lagrimita, porque se dio cuenta de que su hermano mayor estaría ausente por mucho tiempo y nadie los protegería del maltrato de su madre.

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