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Guardián de la Princesa

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Angelica Jasmine Swaponell no es solo una mujer hermosa, agraciada y dotada de inteligencia y astucia, sino que es la princesa heredera del Reign, un reino rico en cultura y economía, pero que lastimosamente ha sufrido a manos de aquel traidor de la corona.

Abraham Heiz, un hombre grande y fuerte, intimidante no solo por su porte sino por su mal carácter, criado en las calles y la pobreza, viviendo desde joven lo cruel que es la vida para aquellos de bajos recursos.

Un incidente que hace a un héroe y una decisión que hace abrir los ojos. Las cosas se salen de control, pero no es nada que la princesa y su leal protector no puedan sobrellevar, después de todo solo hace falta que aquellos ojos oscuros se encuentren con los bicolores de la princesa para saber que sin importar lo que pase, todo estará bien, porque estarán juntos.

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Prólogo
La pequeña de seis años corretea alrededor de su padre quien sonríe feliz de ver como su hija se divierte. - Señor, no es seguro que la princesa corra sin cuidado – el más leal protector del rey le murmura a su lado con la vista fija en la primogénita, pero, aunque su tono se encuentra impasible, también siente una calidez al escuchar la risa de la princesa. Ha estado al lado de su majestad desde mucho antes del nacimiento de su hija, él es quien ocupa el lugar de su tío incluso más que aquel con quien comparte sangre. - No es cierto, deja que se divierta un rato, es primera vez que sale del castillo – murmura el rey con tristeza en sus ojos por haber encerrado a su hija durando los primeros años de su vida, aun sabiendo que había un motivo más que justificado por hacerlo. - Ella es su heredera señor, corría peligro, aun lo hace – el general encargado de la seguridad del reino le habla al rey con solemnidad, conociendo que su prioridad siempre será su pequeña princesa. - Es cierto, pero no hay de qué preocuparse, todos estamos cuidándola – por lo que parece un segundo, el rey se distrae observando el castillo para apreciar su estructura, pero solo eso basta para que su pequeña hija desaparezca - ¿Qué pasó con mi hija? – frena toda palabra malsonante que quiere soltar y empieza a ver hacia los lados. - Solo voltee un segundo a ver los alrededores – murmura igual de alterado - ¿¡En donde se ha metido la princesa!? ¡las cabezas de todos ustedes rodaran si la princesa no aparece ahora mismo! – siendo leal a su rey, pierde la compostura por él y empieza a gritarle a sus subordinados, que temiendo la ira del general corren por los alrededores llamando a la princesa por su título. Por otro lado, la pequeña con ojos bicolor ríe mientras escucha los gritos que la llaman y sigue corriendo a través de los callejones extrañamente vacíos de la capital. Su padre siempre le cuenta historias sobre como las personas del reino son tan amables y educadas, por lo que al no ver a más personas sino a la guardia que siempre la protege, decidió ir a buscarlos. - ¡Hola! – suelta con risitas sin dejar de correr huyendo de ellos, las atrapadas siempre han sido su juego favorito y el que siempre gana. Lleva una ventaja muy grande al ser tan pequeña y escurridiza. Luego de pocos minutos la pequeña niña se cansa de correr y decide sentarse un momento para descansar, después de todo está segura que los dejó muy atrás. O esa era la idea antes de haber visto a un par de hombres que caminaban descuidadamente en su dirección.  - ¡Buenos días! – se levanta muy con una sonrisa enorme por finalmente poder ver a alguien de afuera del castillo. - ¿Qué tenemos aquí? – las sonrisas de esos hombres le causaban escalofríos desagradables a la princesa, pero reprime sus ganas de salir corriendo y mantiene la sonrisa intacta. Su padre dijo que aquí afuera todas las personas son buenas y su p**i nunca le dice mentiras - Hola ¿qué están haciendo? – pregunta al notar como los hombres constantemente ven a los lados. - Estamos huyendo de los del uniforme – la niña suelta una risita al escucharlos. Ellos están jugando lo mismo que ella, quizás podrían ser equipo. Seguro entre los tres podrían ganarles a los hombres de su tío Fred. - Yo también, pero no se preocupen, vamos ganando, los deje atrás hace rato – los hombres voltean a verse con una sonrisa y es casi como si pudiesen leerse la mente. Ellos se han ganado la lotería consiguiendo una pequeña de la nobleza, podrían pedir un rescate por ella o incluso venderla al mercado n***o, serán ricos. - Tenemos un escondite perfecto ¿quieres acompañarnos? – la niña los ve por un momento a los ojos antes de sonreír en grande, causando que los adultos le correspondieran. Fue demasiado fácil. - No – o eso pensaban – No puedo ir con desconocidos, tío Freddie me dijo eso – la niña vuelve a sentarse para descansar sus pequeños pies y decide que lo mejor es dejar que los chicos la consigan, ya quiere irse a casa para cambiarse el vestido. - Bueno, somos Roloc y Gaspar, ya no somos desconocidos – ambos se acercan negándose por completo a dejar perder tal oportunidad, si la niña no se va por las buenas pues solo la tomaran por las fuerzas. - Yo soy Angelica, un placer conocerlos – ambos se quedan esperando otro movimiento de la niña, pero al ver que ella no hace ademan alguno de moverse, pierden por completo la paciencia. - Nos vamos mocosa – la niña pega un grito cuando el más grande, Gaspar, la toma en brazos y empieza a patalear. Nunca rendirse y pelear hasta las últimas fuerzas. Las palabras de su padre suenan como si se las estuviese susurrando en ese momento y la niña obedece. - ¡Papá tío Freddie! ¡Ayuda! – Angelica ya no quiere jugar, está asustada y solo quiere abrazar a su padre, estas personas no son nada divertidas, al contrario, dan mucho miedo y huelen mal, ojalá alguien llegue pronto para volver al castillo. Una mujer escondida en una pequeña casita cerca de la niña junto a sus captores es capaz de escuchar los gritos, pero solo muerde sus labios y llora de impotencia mientras sostiene con fuerza a sus hijos menores. Por más que quiera salir a ayudar solo conseguirá salir herida y que quizás también se lleven a sus hijos, se encuentra muy débil debido a lo poco que ha comido las últimas semanas. Solo le queda orar porque la pequeña se salve o en el peor de los casos, su alma descanse en paz. - ¿Abraham? – murmura esperando que no la escuchen al notar que su hijo mayor no se encuentra en la habitación. - Él salió hace rato mamá – contesta uno de los gemelos en sus brazos, haciendo que su corazón casi se paralice del susto. - ¿Cuándo? - Cuando vimos a esos hombres caminar hacia la niña rarita – y con eso la señora empieza a rezar porque su hijo mayor no cometa una imprudencia y salga sano y salvo de lo que sea que se atreva a hacer. - ¿Qué crees que estás haciendo, escoria? – una voz algo grave se hace escuchar haciendo que tanto la niña como sus captores guarden silencio y volteen a ver la fuente. Un niño grande que parece estar a inicios de la adolescencia salta desde un contenedor hacia el piso para acercarle lentamente a ellos. - Estos señores quieren llevarme, pero ya les dije que yo no puedo ir con ellos – la niña hace un puchero y deja salir las lágrimas que desde hace rato estaba aguantando porque su p**i le dijo que las princesas no lloran, está segura que ese niño no le dirá a su papá que no cumplió con su palabra y lloró. - Suéltenla, ahora – el niño muestra una vara de madera que alcanza casi los dos metros de alto y amenaza al par, pero ellos solo pueden reír con burla hacia él. - Niño, por tu bien huye antes que te llevemos y te vendamos como esclavo – con una mueca el menor lanza su primer ataque hacia el que no sostiene a la niña e impresionándolos a todos lo deja en el piso adolorido. - Maldito niño. - ¡Eres súper fuerte! – la niña olvida su temor y suelta a reír con delicadeza al ver como dejó a Roloc en el piso solo con un palo mucho más largo que él. En vista que su compañero ha caído ante un mocoso, Gaspar toma con fuerza a la cría y sale corriendo al lado contrario, no puede darse el lujo de intentar pelear porque podría dejarla escapar o lastimarla y ella valdría menos si la lleva magullada, por lo que prefiere mantener su bonito rostro intacto. - ¡Niño corre! ¡ayúdame! – a pesar que grita con todas sus fueras, Angelica se siente mucho más tranquila, algo dentro de ella le dice que no tiene que temer, todo va a estar bien. - Cállate mocosa – la niña sube la mirada y le saca la lengua al mayor. - Te golpearan muy fuerte y luego mi p**i te castigará – la niña empieza a patalear con fuerzas renovadas hasta que observa feliz como el niño salta al frente de ellos. También es súper veloz, es como si fuese un súper caballero. - Suéltala, escoria – tanta furia en las palabras de alguien no mucho mayor que ella la desconcierta un poco, pero no la molesta, después de todo ese niño se está convirtiendo en su héroe. En un intento desesperado y lleno de ira por ver como un mocoso derrotó a su amigo, Gaspar se lanza a pelear ignorando si puede o no dañar a la niña, pero solo es capaz de lanzar una patada antes que el niño golpee su pierna haciéndolo caer y con increíble rapidez golpee su cabeza, dejándolo inconsciente. - Asquerosamente débil – escupe sus palabras, se voltea para volver a su hogar antes que su madre se preocupe más, pero es detenido por un pequeño cuerpo colisionando con el suyo casi con la suficiente fuerza para mandarlo al piso. - Eres mi héroe – la princesa besa su mejilla con fuerza y se abraza a su brazo, causando un pequeño y tierno sonrojo en el niño, quien voltea a otro lado, pero no hace nada al respecto por separarla. - Vamos a llevarte con tu padre – ella asiente con una sonrisa enorme y sin soltarlo lo lleva hacia donde está segura que su padre la espera. - Eres muy fuerte y rápido, tus ojos también son muy bonitos y guao, esa arma es enorme y pudiste pegarle muy fuerte con eso a esos señores – empieza a hablar con rapidez causando una pequeña sonrisa al niño, que, aunque intenta ocultarla se le es imposible. Es como si ella fuera luz en la oscuridad – Yo me llamo Angelica ¿Cuál es tu nombre? – el contrario duda un poco, pero al ver los extraños y brillantes ojos de la niña no puede negarse. - Abraham, tus ojos son muy lindos – la niña tapa su boca mientras suelta risitas y su sonrojo causa uno mayor en el niño, quien voltea hacia otro lado para controlar el cosquilleo en su estómago. - Yo creo que son extraños, pero se parecen a los de mi p**i y me gustan, entonces también me gustan los míos, pero los tuyos son mucho más hermosos – Abraham empieza a toser cuando la declaración de la niña lo toma por sorpresa, pero toda expresión se borra de su cara de inmediato cuando ve a unos cinco guardias corriendo hacia ellos con las espadas al aire dispuesto a atacarlo, o ese era el plan hasta que la menor se colocó al frente de él con los brazos extendidos. >> ¡Nooo! ¡él es mi héroe si lo dañan me pondré muy triste! – grita con fuerza llamando la atención de su padre y su guardaespaldas, que no esperan más para correr en su dirección, siendo el rey quien la coge en brazos y la abraza con fuerzas. - Angelica estaba asustado. - No puede irse de esa manera otra vez princesa, nos tenía preocupados – ambos adultos inspeccionan a la niña con rapidez asegurándose de su bienestar, mientras que el niño está paralizado de la impresión. Sabía que la menor sería una noble debido a sus ropas y como actúa, pero nunca pensó que sería la princesa heredera del reino. - Unos hombres querían llevarme, pero mi héroe me salvo, fue asombroso papá, tío Freddie, él tiene súper fuerza y súper velocidad, los golpeo a los dos y me salvó – murmura con entusiasmo sorprendiendo a los mayores, quienes la veían fijamente, sabiendo que, aunque sus palabras fuesen fantásticas, eran reales. La pequeña princesa no tenía la habilidad de mentir, aunque quisiera no podría hacerlo, y, por otro lado, tampoco se podría tomar a la ligera que tan hábil resulte su presunto héroe, cuando la niña ha sido testigo de múltiples entrenamientos de los mejores guerreros. - ¿Quién? – pregunta el rey sin saber a quién se refiere ya que solo es capaz de verla a ella y a sus guardias, quienes inconscientemente cubrieron al niño con su cuerpo. - ¡Abraham! – lo señala con una gran sonrisa haciendo que todos se aparten para dejarlo a la vista del rey y de su mano derecha, sin saber que acaba de cambiar la vida del niño en un giro de ciento ochenta grados.

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