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La Ausencia del Lobo Blanco

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Blurb

El lobo blanco está ausente. Nadie sabe si volverá y todos tienen que encontrar la manera de seguir sin él. Este será difícil, ¿lo lograrán? A pesar de las dudas deberán continuar adelante y encontrar la manera de seguir

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Capítulo 1
Me desperté empapada en sudor, una vez más me atormentaba el mismo sueño. Desde hacía dos semanas era lo mismo cada noche: El antiguo rey Anandor, padre de mi esposo, Fándor el Rey de los Duendes, me visitaba en sueños repitiendo la misma palabra carente de sentido “Submundo”, una y otra vez. El rey se presentaba ante mí y repetía incansablemente “Submundo”. El antiguo rey jamás tenía la atención de explicarme qué quería decir con eso o darme una razón válida para regresar de entre los muertos a perturbar mis escasas horas de sueño. La verdad era que ni siquiera necesitaba la presencia de Anandor para que el dormir fuera difícil, desde que Fándor se había marchado, yo apenas lograba conciliar el sueño. Fándor había partido hacía tres semanas para pedir ayuda al rey de Dranalia en la guerra que empezaríamos contra nuestros feroces enemigos, los Bors. Desde entonces, no teníamos noticias de él, no había manera de saber si Fándor había llegado a su destino a salvo y qué era lo que iba a ocurrir con nosotros ahora. Jamás en mi vida había considerado tres semanas como un período largo y, sin embargo, ahora parecían una eternidad llena de incertidumbre y ansiedad. Llevaba gobernando sola ese tiempo y con cada minuto que pasaba me sentía más incompetente. El ojo escudriñador de Teo, el administrador del reino, no facilitaba mi trabajo. Yo sabía que, a pesar del tiempo que llevaba como reina, a él nada lo sacaba de su idea de que yo no era digna de mi nombramiento. Había días que simplemente deseaba permanecer en cama a esperar el regreso de mi esposo, pero eso era imposible, el reino se estaba preparando para una guerra y debíamos aprovechar cada segundo para estar listos. Ahora todos los varones de Landau estaban recibiendo entrenamiento militar obligatorio y nuestros pocos expertos en guerra no se daban abasto. La población estaba inquieta con esta nueva medida y necesitaban a su rey con desesperación. Los caballeros del reino y yo habíamos hecho todo a nuestro alcance para disfrazar la ausencia de Fándor, pero después de tres semanas y en medio de los preparativos para la batalla, nadie estaba conforme con las explicaciones que dábamos sobre el paradero del rey. La tensión y el estrés crecían con cada día que pasaba, era imperativo mantenerme fuerte y no sucumbir ante mis miedos e inseguridades. Si tan solo el rey Anandor dejara mis sueños en paz… Entré al salón del trono muy temprano, aún no era hora de comenzar con las audiencias. La ausencia de Fándor había hecho necesario que yo atendiera sus asuntos y ocupara su lugar, eso incluía estar en el salón en el cual él recibía a los súbditos. Sin embargo, el simple hecho de pensar en ocupar el trono de Fándor me hacía sentir inquieta, yo no era capaz de sustituir a mi esposo de ninguna manera, jamás daría la talla de un monarca como él; así que había mandado a traer el trono de la reina hasta aquí. Teo se había mostrado de acuerdo pues también para él yo era incapaz de llenar los zapatos de Fándor y ocupar mi propio trono era simbólico de esa incapacidad. Cerré los ojos para mitigar mi cansancio y despejar mi mente antes de empezar otro interminable día en el puesto del Rey de los Duendes, pero en ese momento la puerta se abrió y Aru entró tímidamente. –Majestad, el caballero Tretos está aquí para verla. Abrí los ojos de mala gana. Tretos aquí nuevamente, ¡qué súbdito más insufrible! Un hombre de mediana edad, adinerado, soltero y famoso por su gran egoísmo, vivía para hacer ganancias y normalmente se distanciaba de cualquier asunto de la corte. Antes solo lo veía en el castillo cuando la presencia de los nobles y la gente de alto rango era imperativa. Pero desde el decreto para el entrenamiento obligatorio de los varones, sus visitas eran recurrentes, todas intentos para encontrar la manera de exentarse de esta obligación. Al principio había intentado hablar con Teo y hacerlo “entrar en razón" ya que, según la lógica de Tretos, un hombre adinerado no debía tener la obligación de arriesgar su vida pues ya hacía su parte por el reino en el ámbito de los negocios. Después de varias visitas fallidas e incluso un intento de sobornar al administrador que termino casi en los golpes, (la rectitud de Teo era algo que el caballero se tomaba demasiado en serio) Tretos había optado por suavizar el corazón de su reina. Teo me había advertido que muchos intentarían apelar a mi feminidad para conseguir mi compasión y agrado, casi nadie en Landau creía que una mujer fuera capaz de ser firme y decidida al gobernar. Tretos no era la excepción. –Las audiencias aún no comienzan –contesté hoscamente, aunque el pobre duende no tenía la culpa. –Se lo he repetido varias veces, pero el hombre está aquí e insiste en ser recibido a la brevedad –explicó el duende en tono de disculpa. Puse los ojos en blanco, hastiada con la idea de aguantar los absurdos coqueteos de ese hombre. Tretos creía que si se mostraba seductor me haría perder la voluntad y cedería a sus demandas. Pero, aunque Tretos era apuesto y atlético, su físico era un juego de niños comparado con el de mi esposo. Yo ya estaba a prueba de coqueteos y seducciones pues había aprendido con el hombre más hermoso sobre la tierra, nadie más podría volverme a tentar o hacerme perder la cabeza. –Su Majestad, disculpe mi insistencia, pero no le robaré mucho tiempo –la voz de Tretos interrumpió mi encaprichamiento interno. –Como siempre... es usted tan insistente –respondí con sequedad y luego hice un gesto con la mano dándole a entender que se acercara. –No sería tan insistente si alguien en este castillo se dignara a acceder a mi petición –replicó el hombre con una sonrisa pícara. –¿Volveremos a tener esta discusión, señor? Me parece muy temprano para comenzar a darle vueltas al mismo asunto –dije en tono hastiado. –No necesariamente, la verdad vengo con una propuesta para usted, creo que la encontrará interesante. No pude evitar dar un respingo en mi asiento. ¿Qué tenía tramado ahora? Enarqué una ceja, quería mantenerme indiferente ante sus palabras, pero la curiosidad me carcomía. Tretos comprendió perfectamente mi lenguaje corporal y volvió a sonreír satisfecho. –Bien. Creo que he dejado bastante clara mi aversión a la idea de involucrarme en esta guerra absurda... ¿Absurda? Quise levantarme de mi asiento y abofetearlo. Me aferré al trono y sentí gotas de sudor frío recorrer mi cuerpo. Esta guerra absurda comenzó con la muerte de mi hijo. Tretos no imaginaba el efecto que sus palabras tenían sobre mí. El hombre continuó hablando inconsciente de las emociones que había despertado en mi interior. –Pero me he dado cuenta de que es mi obligación apoyarlos de cualquier manera posible. Y ya que me rehuso a luchar, debo aportar lo que pueda para asegurar el triunfo del reino. Yo tengo muchos negocios, como usted ya sabe, y estoy dispuesto a que todos mis talleres se dediquen exclusivamente a la fabricación de armamento. Más aún, le daré un precio preferencial a la corona como símbolo de mi apoyo incondicional a sus Majestades. No supe qué respuesta dar a eso, esa clase de cuestión era más apropiadas para Teo, y dado que Tretos había venido a verme a mí en vez de al administrador, solo podía sospechar que era una trampa. –Estoy seguro de que el rey Fándor aceptaría gustoso una oferta tan generosa –dijo Tretos, confiado. La simple mención de mi esposo me hizo sentir una punzada, ¿cuánto tiempo más la gente iba a tragarse la historia de que Fándor estaba tomando un descanso fuera de la ciudad? Todos habían tomado la explicación con recelo desde el principio. ¿Qué clase de rey se toma tres semanas de vacaciones cuando su reino se está preparando para acabar con sus enemigos mortales? Cada día que pasaba la incertidumbre crecía entre la población, incluso se rumoreaba que el rey Fándor yacía gravemente enfermo y que por eso no se mostraba al público. –Es una lástima que el rey no se encuentre en este momento –contesté incómoda. ¿Era una buena oferta? No podía serlo, si valiera la pena Tretos hubiera hecho el ofrecimiento a Teo y no a mí.  –Es una lástima, pero usted como la reina puede tomar esa decisión que tanto nos beneficia a todos.  Tretos sonrió con falsedad. Era evidente que había estado ensayando su mejor cara creyendo que eso haría una diferencia en mi decisión, sin embargo, tanto haber practicado obtuvo como resultado una expresión artificial que dejaba ver su malicia.  –Puedo, pero no lo haré. No acostumbro tomar decisiones unilateralmente. Ahora, si me permite, debo prepararme para recibir otra gente que requiere de mi atención –concluí de manera tajante. Tretos no tuvo más remedio que hacer una obligada reverencia y salir con el pecho oprimido de impotencia. 

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