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Soy una sugar baby (Parte 2) Citas con el jefe.

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Blurb

Ada se muda a Miami luego de un terrible suceso traumático que la dejó en el inframundo. Trata de hacer una nueva vida y conseguir un nuevo trabajo para poder mantenerse.

Pero Max Voelklein no la dejara ir con facilidad. Ambos deberán convivir con una terrible noticia que los une, con terribles secretos que saldrán a la luz.

Un amor jamás fue tan intenso como el de ellos dos.

Orden de la saga:

Lo prohibido se llama Max Voelklein (parte 1 y 2)

El clímax de un millonario

Sedúceme si te atreves.

Sedúceme si te atreves parte 2

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Prólogo
Prólogo. Abrió los ojos con brusquedad. Tomó una profunda bocanada de aire, como si no lo hiciera hace tiempo. Cómo si debiera hacerlo por obligación. Sus pulmones se expandieron, pero no fue suficiente como para satisfacerlos, ya que la escases de oxígeno era muy clara. Por más que abriera los ojos, todo era oscuro. Empezó a hacer repaso mental de su cuerpo, quién se encontraba entumecido, quieto, como si hace rato no se moviera. Aquel repaso consistía saber cuáles extremidades podía mover; sus dedos, sus pies, sus piernas. Todo estaba intacto. Estaba acostada, apretujada contra paredes de lo que parecía madera. Le faltaba la respiración, necesitaba más aire. Se sentía sofocada, al borde del colapso. Su respiración empezó a contraerse de una forma horrible. Sus manos se levantaron y chocaron bruscamente contra una tela fina, dándose cuenta de que se había topado con una especie de tapa. Sintió su rostro palidecer. —No…—musitó, casi sin voz. Su garganta se sentía tan seca y rasposa que le dolía. Sus manos se convirtieron en puños y sus piernas empezaron a dar patadas con tanta fuerza, consumida por la adrenalina. Ellas, hechas puño, comenzaron a golpear contra lo que parecía la tapa de un féretro. Un ataúd. El pánico la invadió, necesitaba respirar estaba fuera de sí y sentía como cada segundo era una eternidad al ver que cada golpe resultaba ser en vano. Pero aquello que esperaba que sucediera, pasó. El ataúd por tantos golpes e intentos de escape, se volteó hacia un costado y cayó bruscamente contra el suelo creando un gran ruido seco de madera rota. Su cuerpo se encontró más estremecido aun en cuanto cayó el suelo. La cerradura se quebró por el golpe, y varios extremos del féretro se quebraron y eso le permitió salir con más facilidad. Se arrastró por el suelo y se quedó un instante quieta para tomar una gran bocanada de aire. ¿Dónde estaba? Con sus manos temblorosas, apartó varios mechones rubios de su frente para poder mirar mejor. Sus ojos pestañeaban con rapidez. Supuso que se encontraba en un mausoleo para ella. Observó su entorno que era frío distante de ambiente blanco y n***o como aquellas películas de terror antiguas. Había ventanales altos con rejas negras que eran golpeadas por las ramas secas y desnudas de los árboles que se agitaban por el viento. El zumbido del viento era estremecedor, causándole escalofríos. La noche era de las más tenebrosas. Había varias flores marchitas puestas en floreros antiguos y polvorientos. Varios pétalos de diversos colores secos estaban esparcidos por el frío suelo de cerámica negra y blanca que se intercalaban entre ellas. Exhausta, dejó caer su mejilla contra la fría baldosa y comenzó a llorar en silencio, sollozando. Sus lágrimas empañaron sus ojos grises y vio caer varias de ellas en el suelo, como una gotera que no lograba taparse cada vez que llovía. Un destello de luz apareció frente a sus narices la cual, no tarda en apagarse con rapidez. Su corazón dio un vuelco en cuanto sintió cómo dos manos se aferraron a sus brazos, tomándola por cada extremo y la levantaron del suelo. Su cuerpo se sentía frío, tembloroso y entumecido. Sintió sus pies descalzos sobre las baldosas y encontró aquel rostro. Aquel rostro que era capaz de darle esa paz que necesitaba. La divinidad se hacía presente ante situaciones que quizás uno no era capaz de afrontar solo. Afrodita la observó, sin poder dar crédito de lo que veía. De que ella estaba allí, con sus ojos abiertos, cristalinos y muertos de miedo. Pasó sus finos dedos sobre el rostro de porcelana de su hija. Estaba sin color y la palidez no quería irse. Sus cejas finas, sus labios rosados y sus pestañas largas, inmaculadas por fin cobraban vida. Irradiaban aquello que alguna vez lloró con desgarro. —¿Ma…má?—murmuró Ada, con un profundo dolor en su pecho y con voz entrecortada. Afrodita, congojada, la atrajo contra su pecho y la abrazo con un gran alivio consumiéndola. La rodeó con sus brazos y hundió su rostro en la coronilla de la cabeza de su hija. Ada, sintiendo la cálida piel de su madre contra su rostro, sin comprender qué estaba ocurriendo, cerró los ojos y soltó el aliento entre lágrimas. Por alguna extraña razón sentía que a partir de ahora todo marcharía bien, pero no se sentía completa. Algo le faltaba. Algo llamado Max. En medio del silencio de aquel encuentro, madre e hija no fueron capaz de formular palabra. Era tan estremecedor tan sólo contar qué había pasado luego de la muerte de Ada. Experiencias diferentes, vivencias distintas, pero había algo en común para ambas: la agonía por la ausencia de la otra. Afrodita empezó a cantarle en un susurro casi inaudible. Ada se dejó llevar por el canto angelical de su madre... “Me complace amarte. Disfruto acariciarte y ponerte a dormir. Es escalofriante Tenerte de frente, hacerte sonreír. Daría cualquier cosa, por tan primorosa, por estar siempre aquí. Y entre todas esas cosas Déjame quererte, entrégate a mí...” Ada cerró los ojos contra el pecho de su madre, apretó los ojos con fuerza, al borde del dolor. Entonces, soltó un grito desgarrador, de un llanto estremecedor que detuvo el corazón de Afrodita, a la cual se le empañaron los ojos de lágrimas. Diversas imágenes de Ada en el inframundo, pasando por situaciones traumáticas, atravesaron la mente de Afrodita. Empezó a acunarla, mientras Ada gritaba. El pecho de su madre estaba empapado de lágrimas. La abrazó más fuerte, mientras cantaba aún más alto para tranquilizarla. Habían destrozado a su amada hija. Algo le habían hecho. Ada gritaba a todo pulmón, como si le quemara por dentro, el nombre de Max. Su nombre era un alarido, una súplica. Su amado Max. Afrodita se estremeció aún más. Algo había pasado con uno de sus hijos. Algo había ocurrido con la primera semilla de Hades que alguna vez, había tenido en su vientre. En un cementerio era consolada Ada Gray luego de regresar a la vida. ... Hola, soy Florencia Tom, escritora de este libro y quiero agradecerte por quedarte enganchada con este capitulo. No te olvides por favor de darle un corazoncito y compartir esta historia con aquella persona que quiera sentir lo mismo que tú con esta historia!¿Quieres continuar leyendo esta historia?¡Desliza hacía abajo y continua disfrutando de esta historia!¡No olvides visitar mi perfil y encontrar nuevos libros escritos por mí!¡Beso grande, te quiero!   

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