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#1 American

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「COMPLETA」「CONTENIDO ADULTO」La única carrera que nunca ganarás es aquella en la que huyes de los problemas. Savannah Dawson sabía eso de primera mano. Toda su vida ha visto cómo la gente que quería se alejaba de ella porque la consideraban un problema que no tenía solución. Hasta que llega un momento en el que ella es la que se aleja de todo el mundo al que va cogiendo cariño, no dándole a nadie el poder de hacerle daño. Ese era su único principio.

Y así es hasta que llega a Los Ángeles después de escapar de su propio hogar. Ahí conoce a Rose Weasley, a la que considera su otra mitad, son como uña y carne. Entonces conoció a ese estúpido americano; Derek Schell, un chico tan terco como orgulloso. El tipo que intimidaría y pondría nerviosa a cualquier chica, pero no a ella. Porque son iguales y saben qué hay detrás de esa fachada de falsa seguridad.

Tienen miedo el uno del otro porque, cuando conoces a alguien igual que tú, nadie te avisa de lo fácil que es derrumbar las paredes que os separan.

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Prólogo
Dicen que ser libre es poder elegir, pero si escoges algo distinto a los demás, eres un chulo por ser diferente, pero si eliges lo mismo que todos no tienes personalidad. Mis padres me decían que estudiara, que llegaría lejos y que había muchísimas cosas entre las que elegir y que podría encontrar mi vocación en algo de lo que el ámbito de los estudios podría ofrecerme y que eso sería ganarme mi futuro. Pero yo no quería eso. Yo no era como los demás y mis padres se lamentaban de ello.  Yo quería vivir realmente, no meterme en la cabeza la excusa de que "estudiando tendría una vida mejor en un futuro". Yo no quiero un futuro prometedor, yo quiero un presente arrasador, un presente en el que en un futuro recuerde perfectamente y pueda contar cómo era mi vida, la adrenalina que sentía en cada momento del día. Veo mucha gente joven que malgasta su juventud entre cuatro paredes memorizando términos y gilipolleces que a la larga no les servirían para nada y que sería tiempo perdido. Yo era de esas.  De esas que se quedaban en casa los fines de semana preparando exámenes con semanas de antelación. De las que ponían cualquier excusa para no salir del refugio que era mi casa antes. De las que prefería canciones lentas a rock puro. Pero ya no queda rastro de esa "yo".  No después del incidente que puso patas arriba mi vida, llevándose mi felicidad, mi libertad, mi inocencia... Llevándose consigo a la niña pequeña que era antes. Aún tengo en la memoria decepciones y putadas que toda clase de gente me ha hecho a lo largo de mi vida. Promesas que todos sabían hacerme, pero que muy pocos cumplieron. Yo quería vivir al límite, quería aprovechar al máximo ese lado salvaje que todos tenemos pero que muy pocos sacamos a la luz, esa otra cara de la moneda que todos ocultamos alguna vez en nuestra vida por temor a mostrarnos realmente como somos.  Tenemos miedo a lo que desconocemos cuando de eso se trata la vida, de conocer, y para conocer hay que arriesgar. Y yo... yo ya estaba cansada de la mierda en la que me hicieron vivir. Mientras una se está hundiendo, no puede hacer nada, hay que esperar a tocar fondo para dar ese pequeño impulso tan sano. Yo toqué fondo.  Y cuando no veía una salida ajustada a mí, entonces lo vi todo claro. Tenía que huir de aquí, como fuera. Incluso si moría en el intento.  Desde ese momento nunca volví a pensar en la realidad. Me juré en ese momento que jamás volvería a pensar en las consecuencias, que toda la felicidad que me habían quitado, la encontraría en otro lugar.  Y llegué a Los Ángeles; sin rumbo fijo. No tenía donde quedarme, donde ir, donde sobrevivir. Decían que huyendo de los problemas jamás conseguiría nada bueno: perfecto. Quería dejar atrás todo lo que tuviera que ver con ser buena. Empezaría de nuevo, seré quien siempre quise ser. De las egoístas, porque ser generosa nunca me trajo nada bueno.  Problemas, sólo eso. Lo que realmente deseo es perder la inocencia. Y no me importará a quién tenga que arrastrar conmigo si alguien se interpone en mi camino. Es cierto que con el paso los años, las cosas se ponen cada vez más difíciles... nos enfrentamos a más desafíos. En una tierra de dioses y monstruos yo era un ángel viviendo con el mismísimo demonio; herida, asustada. Pero ya no más, ahora es cuando lo dejo todo, todo por mí, para mí, y que le jodan a los demás ya que hasta que no me han jodido a mí no han parado. Pudríos en el infierno, hijos de puta. —¡No puedes irte! ¿Crees que te dejaré irte así sin más? —Pero ¿quién te crees que eres? Después de todos estos años pasando de mí, ¿ahora es cuando te intereso? Púdrete, porque me voy a ir te guste o no. Y dicho esto salí de ese lugar al que esos cabrones me llevaron tan solo siendo una niña, me prometieron una vida feliz. Y una mierda. Los únicos felices eran ellos, cosa que dudo mucho teniendo en cuenta la situación que tenían, pero lo parecían. Disfrutaban viéndome sufrir. No signifiqué nada para ellos. Ni para nadie. Todos me abandonaron a mi suerte. No llevaba nada, ni falta que me hacía. Me arrebataron la inocencia, y en parte se lo agradezco. Gracias a ellos había llegado a ser esa persona fuerte que siempre me propuse ser, y no me importaba nada. Era yo contra el mundo, pero para esta batalla no necesitaba a nadie diciéndome qué hacer, cómo, dónde y cuándo hacerlo. No, gracias. Me gustaba estar sola, aunque decían que necesitaré a alguien. Gilipolleces. Cuando empiezas a depender de alguien, estás jodida para los restos. La sociedad es una mierda, se creen con derecho a criticarte por cómo miras, tus gustos, cómo vistes, incluso cómo eres. Necesitaba salir de ese lugar. Desaparecer. ¿Si he querido a alguien realmente? No creo. Nadie me dio un ejemplo de qué es realmente querer, eso del amor no era para mí. No lo necesitaba, ni lo necesitaré. Al menos por un tiempo. No decía que 'jamás me enamoraré', porque sé que lo haré tarde o temprano, pero prefería que fuese tarde, quería disfrutar, vivir. No ahogarme en mierdas de esas. Está el hecho de que, en lo más profundo de cada chica, por muy aburrida, infantil, sosa, llena de granos, dentuda, bizca, puta o resentida que la chica sea, todas piensan que se merecen un príncipe azul. Yo no quería eso. Quería un hijo de puta, un c*****o, no un empalagoso. Vivimos aferrados a la traición. Como no tenía dinero, tuve que ponerme en mitad de la autovía (vivía a las afueras de un pueblo cutre, por lo tanto, eso era fácil) a hacer autostop porque el avión no me iba a llevar gratis. Un coche a lo lejos fue frenando, supongo que sería por mí. —¿Adónde te llevo, muñeca? —No me llames muñeca, dime Sav. ¿Y hasta dónde vas a llegar? No tengo un destino fijo y la verdad, cuanto más lejos de aquí, mejor. —Eso está hecho. Yo soy Jack. —Gracias por pararte. —¿Tan poco caballeroso me ves como para dejar a una señorita tirada? —dijo haciéndose el ofendido. Parecía un chico extrovertido, de esos que caen bien a todo el mundo. Me gustaba. —Sí, bueno, caballero andante. Aunque muchos han pasado de largo. —Me puedes dejar aquí, gracias. —¿Segura? ¿Por qué no te vienes conmigo a Las Vegas? Lo pasaremos bien. —Bueno, no quiero aprovecharme de ti más, así que muchas gracias, espero que nos encontremos otra vez. —Dalo por hecho. Y se alejó. Resultó que Jack no era mala persona, al contrario, como el camino hasta Los Ángeles fue largo, decidí contarle la historia de mi vida. Y él, a cambio, me contó la suya. Verde. Rojo. Luces cambiantes, farolas cegadoras, aceleradores en marcha y el rugir del tráfico. Se oía el zumbido intermitente de una sirena de policía y la machacante percusión de un rap saliendo de un coche que pasaba. Mientras caminaba iba pensando en todo lo que me había pasado a lo largo de mi vida. Qué manera de humillarme. Tantas promesas para acabar echándome de bruces en la mierda. Se me nublaron los ojos y me dispuse a a atravesar una calle. Entonces unos pitidos ensordecedores me obligaron a dar un paso hacia atrás. De inmediato, respondí a los coches con un gesto poco refinado y seguí andando. Entre violentos resuellos me pasé la mano por las mejillas. No me iba a poner a llorar. No ahora que he podido huir y empiezo de cero. No aquí. Empecé a cantar con fuerza mentalmente para acallar la voz interna que me decía que estaba sola, que siempre iba a estarlo, que nadie iba a querer estar conmigo si podían evitarlo, que había sido ridícula, una idiota al pensar que todo sería tan fácil. Repito todo el tiempo la misma canción, no sé por qué. Ni siquiera me sé bien la letra. Al menos, según voy subiendo la calle al ritmo de la música empecé a recuperar la sensación de metal en el alma. «Tienes que ser una hija de puta», me recordaba. No había llorado delante de nadie desde que tenía catorce años cuando la mocosa chivata de mi hermanastra me vio por el agujero de la cerradura y fue corriendo a contarle a todo el mundo que era una llorica. Una y no más. Los Ángeles era la ciudad más agreste del mundo, no como una ciudad europea cualquiera donde la gente pasea de la mano, se paran en medio de la acera o los puentes a darse besos y llevan a sus hijos o sus abuelos a los restaurantes. En esta ciudad había que andar deprisa y evitar el contacto de las miradas; los árboles de Navidad se venden ya decorados y se tiran a la basura la misma tarde del 25; a cualquier taxista se le puede decir que es un imbécil de mierda, y se aprende rápido a expresar con los ojos «nada de tonterías conmigo». Me gustaba eso, va bien con mi carácter. Estupendo, otra vez me veo en la casilla de salida. ¿Y qué? Ya he estado sola antes, es más, toda mi vida he estado sola. Estoy acostumbrada. Es mejor que estar con gente falsa. Desde luego, hay más alternativas que quedarme en la calle durmiendo como un alma en pena. No eran más de las diez, y de un viernes por la noche, cuando casi todo el mundo sale a pasarlo bien. No era demasiado grave; en el mejor de los casos podría quedarme en alguna pensión barata. Me imaginé la mirada lasciva del recepcionista cuando me viera entrar en algún tugurio de esos oscuros, una adolescente sola sin equipaje alguno. Perdí el paso veloz que llevaba al sentir que las piernas me fallaban. ¿Dónde estoy? Era una noche cálida, principios de mes con los primeros olores del verano, y a mi alrededor era todo bullicio. La gente salía del metro, algunos se detenían en los nuevos quioscos, otros se dirigían a los modernos restaurantes que bordeaban las carreteras. En un banco, unas cuantas chicas no paraban de balancearse entre ridículas risitas mientras dos chicos se dedicaban a hacer complicadas piruetas con sus tablas de skate delante de ellas. Junto a la fuente, unos tíos habían montado una banda improvisada: el saxo, un doble bajo, el guitarrista y el cantante con un gastado sombrero de copa en la cabeza.; sobre la hierba; había una patética caja de cartón sin tapa con unas monedas dentro. Por detrás, se desplegaba la ciudad hacia el cielo de la noche, resplandeciente como un perpetuo espectáculo de fuegos artificiales. La voz ronca del cantante comenzó a dispersarse por toda la acera. Me detuve y crucé los brazos con fuerza sobre el pecho, en las yemas de los dedos podía sentir la cálida tela del jersey que llevaba. En un abrupto giro, di la espalda a la música y a la vista panorámica, y fui a fijarme en un callejón del cual salían ruidos extraños: voces, motores rugiendo... Un momento. Había dado con el lugar que buscaba. Me dirigí hacia el callejón, y en un momento de locura, rasgué mis pantalones haciéndome ver un poco salvaje. Aquí empezaba a ser otra. Basta de ser la perfeccionista Savannah que era, a la mierda todos. Mientras rasgaba el pantalón pensaba en que ese era el trato que se merecían mis estúpidas fantasías de mujercita que tenía hace unos meses.  Me froté las manos y me reflejé en el sucio cristal de una tienda que había justo en frente para contemplar "el desastre". Veinte minutos después estaba abriéndome paso entre adolescentes borrachos, algunos metiéndose mano, otros presumiendo de coche, otros luciendo su moto. De repente, un irrelevante grito con voz masculina, y unas pisadas sobre el asfalto llamaron mi atención. Se estaban preparando para empezar una ¿carrera? No me sorprendía, de todos modos, eso había venido a ver. La adrenalina empezó a recorrerme el cuerpo. El humo que desprendían los motores al acelerar flotaba en una visible nube, y allí estaban todos colocados en la línea de salida. Unos abajo liándose porros, otros contando el dinero de las apuestas y sumando con una calculadora de bolsillo para saber el total.  Había otro tipo, con una camisa negra, ojos marrones y mirada desafiante. Hubo un alboroto general por los insultos de unos y los gritos de apoyo de otros. En cuanto arrancaron me sentí centrada, viva, segura. Adoraba aquel momento, cuando mi mundo se quedaba limitado a una carretera abandonada y no había más que el sonido de los motores rugiendo, las ruedas marcando el suelo y el olor a alcohol en el ambiente.  Fuera, el mundo seguía su curso; allí todo dependía de los corredores y la intensidad de su mente. El hombre enfrentado a su destino. "Ni te jactes, ni te lamentes" decían. No pensaba hacerlo. Me eché tres dedos de Southern Comfort en un vaso que vi medio limpio, bebí un buen trago y se me fue de la mente la mierda de vida que había tenido.  La suerte estaba de mi parte ahora y pienso jugar con verdadera habilidad, me las ingeniaré para ganar sin apostar nada y variaré la táctica para desconcertar a mis contrincantes. Cada vez que me venían a la mente todas esas veces en las que abusaron de mí, el hecho de que no tenía ningún sitio donde pasar la noche, o el que mi vida fuera un caos, bebía otro sorbo de Southern Comfort. Funcionaba. Los gritos de las masas me aliviaban, me transmitían camaradería, familiaridad, me relajaban. Nunca me relacioné mucho con las chicas, con los hombres no surgían nunca las escurridizas indirectas que suele haber entre mujeres, ni preguntas incómodas ni la punzante competitividad velada; solo deportes, bromas, novedades, las noticias y sexo. Al parecer la carrera había terminado, y estaban repartiendo el dinero de las apuestas. Entonces se escucha el ruido de las sirenas de policía, luces cegadoras alumbrando hacia aquí, mierda. No tenía forma alguna de poder huir sin que me atrapasen. Miro a todos lados buscando una alternativa. Entonces la veo clara, una chica, corre hacia un callejón sin salida, pero lo suficientemente oscuro como para que no la vean.  Me dispongo a seguirla, pero entonces veo que me he enganchado el jersey en una puta rama de un árbol. No puedo detenerme a desengancharlo con cuidado, a la mierda. Pego un tirón y escucho el ruido de la tela rasgarse, genial. Ahora llevo un lado con un agujero, pero eso es lo que menos me importa ahora. —¡Eh! ¡Un momento, espera! —grito desesperada. Al parecer me ha escuchado porque se ha detenido a la entrada del callejón. No la veo directamente pero su sombra da indicios de que se ha parado en seco y está mirando en mi dirección.  Corro todo lo que puedo hasta llegar a ella, y cuando lo hago, me coge del brazo y tira de mi hasta el final. Se agacha detrás de un contenedor de basura y me mira como diciéndome con la mirada que si quiero seguir con vida y salir ilesa de aquí más me vale agacharme. Entre susurros la oigo murmurar. —Soy Rose, Rose Weasley. —Savannah, Savannah Dawson. —No te he visto nunca por aquí, ¿eres otra de esas niñas de papi que vienen por aquí solo para ver tíos buenos? —¿Eh? No, no —frunzo el ceño ante lo que dice, ¿había insinuado que tengo pintas de inocente?—. Ni siquiera soy de aquí, verás yo vengo de... lejos, muy lejos de aquí. —Así que eres como... una especie de 'falsa americana', ¿eh? —dijo con un tono divertido. —Sí, bueno, se podría decir así —dije con el mismo tono siguiéndole la broma. —Eh, ¿escuchas eso? Fruncí el ceño, ¿qué se suponía que había que esc... Ah, vale. —La policía, se ha ido. —Exacto. Veo que nos vamos entendiendo. —Bueno, yo solía hacer estas cosas. —Bueno, chica ruda, vámonos antes de que nos pasemos la noche aquí hablando. ¿Quieres que te lleve a tu casa? —Eh... bueno, la cosa es esa. No tengo dónde ir. —Cierto, perdona, me dijiste que no eras de aquí. Y por lo que me acabas de decir supongo que has venido sola, ¿no? —Sí, bueno, es una... larga historia. —Vente conmigo, comparto un apartamento con mi tío. —En serio, no hace falta, me puedo buscar un motel donde sea y bue.. —No, vente conmigo. Lo digo muy en serio. Si eres nueva en la ciudad no voy a dejarte sola con cualquier tipo de tío que haya por ahí suelto. Y sobra decirlo, pero no tienes que darme explicaciones de nada.  Le seguí la gracia riéndome. Y mentalmente le agradecí que fuera comprensiva y no me obligara a hablar de nada. —Vámonos, falsa americana —rio. Y mientras nos reíamos nos fuimos corriendo por las calles llenas de tráfico de Los Ángeles perdiéndonos por el horizonte, donde empezaba a amanecer. Los Ángeles, tiembla, porque ya he llegado, y más fuerte que nunca.

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