A todo por la corona

Mientras Louie gozaba de millonarios lujos al lado de la familia real en su encumbrado castillo, algo dentro de sí no le permitía sentirse lleno, o feliz por completo.  Pero, ¿qué podría necesitar un príncipe y heredero millonario de Nueva Zelanda? ¿Qué más pudiese necesitar un joven nacido literalmente en cuna de oro, con todo el dinero del mundo?... ¡Una mujer a su lado! Sí, a pesar de su millonario patrimonio, Louie se sentía incompleto por no poder encontrar un amor que se volviera su locura, su compañía y su complemento... Pues bien, Louie era un joven príncipe adinerado de 24 años, de Nueva Zelanda. Sus ojos azulados combinaban a la perfección con su cabello rubio y su delicada piel blanca; tan blanca como la nieve. En sí, un hombre de ensueño. Tal vez ustedes se preguntarán por qué un hombre como el que se describe en estas líneas no contaba con una pareja a su lado... La respuesta es sencilla. Si bien Louie con todos sus atributos físicos, podía conseguir a cualquier mujer sin dudarlo, este joven adinerado se encontraba sumamente aborrecido de que toda mujer que se acercara a él, lo hiciera únicamente por su atractivo físico, o porque querían pertenecer a la realeza del país, dada su condición de príncipe. Louie —aunque sonara cliché— deseaba encontrar a alguien que estuviera a su lado de manera desinteresada. Anhelaba a esa chica que se enamorara de él por sus sentimientos y no por su dinero, o simplemente porque era un príncipe privilegiado. Además de esto, el joven afortunado ahora debía manejar la presión de su familia quienes le exigían casarse con una mujer de su misma clase, para así poder convertirse en Rey y el más grande mandatario de su país. Día y noche pensaba en cuando sería el momento en el que encontraría a quien le enseñara a descubrir la felicidad y el amor verdadero. Louie viajaba constantemente dentro y fuera del país. Era obvio; su familia tenía cientos de negocios alrededor del mundo, y él era la cara principal a cargo de muchos de ellos. A pesar de sus constantes viajes y la cantidad de lugares que visitaba, se le hacía imposible conectar con alguna mujer sinceramente, ya que, como se mencionó anteriormente, todas las mujeres que fingían interés en conocerlo, se fijaban únicamente en su fortuna y en la procedencia de su familia. Cansado de esto, cierto día Louie decidió idear una nueva estrategia que le permitiera manejar un "bajo perfil" y así conocer a alguna chica que lograra llamar su atención. El plan era algo sencillo... Lo mejor que se le ocurrió, era buscar una mujer pero no como príncipe de Nueva Zelanda, sino como un chico común y corriente, como todos los demás. Pensó además, en hacer esto sin el consentimiento de su familia. Es decir, sería un príncipe con todo lo que esto conllevaba, pero al salir de su país, sería una persona totalmente diferente; un joven del común. Así pues, se encontraba sumamente emocionado por su próximo viaje, intrigado por saber quién sería la mujer que conocería en su viaje, y si ésta lograría cautivarlo como él lo esperaba... Pero su siguiente arribo hacia otro país, estaba un poco lejano en el momento. Ahora, debía ocuparse de otros temas en el castillo... Como por ejemplo, la hostilidad y mal actuar de su familia; en especial su madre y hermana. Estas mujeres, tenían la costumbre de valerse de su alto nombre, para tratar a las personas a su antojo, además de caracterizarse por ser sumamente interesadas, y querer relacionarse con personas únicamente de su clase social. Claramente Louie distaba mucho de los comportamientos y actitudes de su familia. Cierto día, mientras cenaban, su madre, la reina Anastasia, decidió llevar nuevamente a colación, el tema de la futura comprometida de su hijo Louie. —¿Cuánto más tendremos que esperar para conocer a la próxima Reina, que será nuestra sucesora? —comentó la mujer de manera intrigante. —Es cierto Louie, todos en la familia estamos ansiosos y desesperados porque encuentres a una mujer digna de estar a tu lado —comentó su hermana Flicka. —Yo pienso todo lo contario —refirió su padre el rey Harald—. No deberías sentirte presionado hijo, tómate tu tiempo; tu madre y yo podremos seguir con las riendas de este trono, hasta que tú realmente te sientas listo, y no tengas duda de que has encontrado a la mujer correcta. —Por favor, ¿podrían dejar de presionarme? —respondió Louie—. Mamá, Flicka, para nadie es un secreto que sin duda deseo encontrar a una buenas mujer para mí. Sin embargo, siento que ustedes no están interesadas en que yo encuentre la felicidad, sino que simplemente esperan mantener un estatus ante la sociedad —refirió molesto. —¿Cómo te atreves a cuestionar nuestras actitudes? —mencionó Anastasia molesta—. Y claro que tenemos que mantener nuestro estatus. No voy a permitir que cualquier zarrapastrosa de clase media que te guste, entre a este castillo, eso sobre mi c*****r. —¿Y tú quien te crees para decidir con qué mujer puedo estar o no? —refirió Louie—. Estoy harto de que quieras controlar mi vida, y esto no te lo voy a permitir —agregó. Finalmente, Louie se levantó molesto de la mesa, dejando su cena a medio probar, y rápidamente corrió hasta su habitación. Al tenderse en su cama, lo único que podía imaginar era en cómo podría ser realmente feliz algún día, si su madre buscaba intervenir en cada decisión que él tomara... No sería nada fácil, pero el apuesto joven estaba dispuesto a desafiar a su familia si era necesario, con tal de encontrar la verdadera felicidad. Por ahora, el príncipe Louie debía resignarse a seguir con las tareas que se le asignaban, y no presentar queja o reproche alguno, si no quería tener a su madre de enemiga —que seguramente sería peor—.