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Querido Jefe (perverso)

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Querido Jefe perverso

¿Ha visto esos jefes bajitos, regordetes y con mal aliento?

Es una gran pena que usted no luzca así, porque de esa forma, odiarlo sería mucho más fácil. He tenido que soportar sus ordenes sin sentido, su mal humor y sus constantes comentarios despectivos. Que nunca pueda decir “buenos días”, “por favor” o tan siquiera un “gracias”. Pero no, usted tiene que ser un Dios griego, con ese cuerpo delicioso y perfecto (lo sé porque le eché un vistazo una vez cuando fui a llevarle aquel jugo energético al gimnasio). Es un hombre tan sexy y follable, que hace que una mujer como yo, recatada y hasta hace poco comprometida, moje sus bragas.

También es un arrogante, frío, mujeriego y antipático jefe.

¡Pero cuanto me gustaría follarlo!

Quisiera que presionara mi cuerpo contra el ventanal enorme de su oficina y que me follara desde atrás mientras miramos todo Nueva York a nuestros pies.

¡Bah! Estoy diciendo tonterías, no quiero ser una más de su interminable lista.

¿O sí?

PD: Sólo estoy diciendo esto porque estoy borracha y sé que este correo jamás se va a enviar.

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1. "Promiscuo"
Sí tuviera que describir a mi jefe en una palabra, seria: promiscuo.   —¡OH SANTISIMO DIOS! ¡QUÉ RICO! —gritó la voz de la mujer que, hace solo unos minutos había venido exigiendo ver a mi jefe, con una actitud petulante y engreída, mirándome por encima de su hombro.    Había exigido ver a Evans de inmediato, sin siquiera dar los buenos días o presentarse. Era una de sus mujeres, pude adivinarlo por su aire de grandeza y su increíble belleza. Era alta, muy delgada, esbelta, rubia y con un rostro que tuvo que haber sido hecho por los ángeles. Pero, así como eran de hermosas, también eran molestas, engreídas y petulantes, creyendo que todo el mundo estaría a sus pies solo por ser hermosas.    Le dije educadamente que no estaba, pero como siempre, ellas no se iban sólo con un no por respuesta. Por lo que antes de que yo pudiera decir o hacer algo, ella fue directamente a su puerta y entró como alma que lleva el diablo a su oficina. Ni siquiera me molesté en intentar detenerla, no iba a lograrlo, además, estaba en mi almuerzo, no iba a correr detrás de una de las amantes de mi jefe sólo porque ella quería follar.  Hubo un silencio por un par de minutos, y luego, ella comenzó a gritar como una posesa.   —¡Eres un Dios Evans! —gritó de nuevo, y fue suficiente para mí. Tiré la mitad de mi pan con jamón y queso crema de vuelta al escritorio y gruñí en molestia por mi reciente falta de apetito. Se suponía que yo no tenía que escuchar cuando mi jefe estuviera follando con una chica, pero ellas eran tan jodidamente escandalosas, que era un milagro que toda la empresa no las escuchara.    Pero en vista de que mi escritorio estaba justo fuera de la oficina de mi jefe, yo era la “afortunada” de escucharlos follar. Tenía que admitir que una parte de mí sentía un poco de envidia, no me gustaba escuchar a chicas chillar de placer cuando yo llevaba más de un año sin nada se sexo. Y ni siquiera cuando había estado con otros chicos, me había escuchado tan complacida y excitada como ellas, mis encuentros fueron más bien normalitos, tirando a aburridos.    La rubia lanzó un grito de placer, lo que me indicaba que había llegado. j***r, esto era como escuchar porno en vivo. Silencio reinó en el lugar, por lo que tomé de nuevo mi pan y le di otro mordisco, aliviada de que todo hubiese acabado.   —¡Eres un maldito imbécil Evans! —gritó de nuevo la mujer, esta vez, con rabia.    Gemí y tiré de nuevo el pan. ¿Podría comer en paz alguna vez en esta empresa?   —No puedo creer que me estés haciendo esto ¿me corres de tu oficina después de follar? ¿qué clase de imbécil sin sentimientos eres? —Ya que era la única gritando, no podía escuchar las respuestas de él. — No me voy a ir hasta que no hablemos de lo nuestro.    Tomé mi coca-cola y le di un trago, disfrutando del espectáculo. No me sentía mal por burlarme de ellas, porque ¿quién en su sano juicio pensaría que Evans Garret tomaría a alguien en serio? Ellas estaban muy ciegas, creyendo que él las haría su novia, les presentaría a sus padres y saldría en las fotos con ella de la mano. No, el señor Garret no era ese tipo de hombre. Él las follaba, escandalosamente, a veces las llevaba a cenar y luego a un hotel y por último, las desechaba como un envase de Starbucks después de beber el café.   —¡Te juro que te vas arrepentir hijo de perra! —gritó de nuevo. La puerta de la oficina de mi jefe se abrió, y una muy agitada, enardecida rubia salió a trompicones. Su vestido rojo, antes muy bien planchado, ahora estaba arrugado y una de las tiras rotas. Su cabello perfectamente peinado ahora estaba engrinchado y su labial rojo era sólo una marca rosa esparcida por sus labios.    Sin quererlo, una risita divertida se me escapó. No se veía igual a la engreída que llegó hace unos minutos, creyéndose la dueña del mundo. Ella me escuchó, detuvo su camino hacia el ascensor y me miró. Mi sonrisa murió en el momento en que vi la furia en su rostro, como si yo fuera la que acababa de rechazarla después de haberla follado.   —¿Te parece muy divertido? —preguntó, por lo que me encogí de hombros en respuesta. No iba a discutir con ella. — Seguramente eres una cerda igual que tu jefe...   —Camila, pensé que ya estabas fuera de mi empresa —murmuró Evans, desde el marco de la puerta de su oficina, con los brazos cruzados sobre su pecho.    Ella frunció el ceño y lo miró con odio. —¡Mi nombre es Camille!    Cuando se subió al ascensor y las puertas se cerraron, pude respirar de nuevo. Mi jefe, el señor Garret, se me quedó mirando con una ceja levantada. Bien, no había sido mi intención burlarme de la chica, pero si él estaba dándome un espectáculo, no podía pretender después que no lo disfrutara.   —Ve a llevar mi traje a la tintorería —ordenó con voz fría. Él no era la persona más amable del mundo, mucho menos cuando me burlaba de sus mujeres. No había “por favor” ni “gracias”, cuando daba una orden, simplemente tenía que cumplirla y ya, no esperar a que él fuera amable conmigo.   —Por supuesto, en cuanto termine de comer iré —respondí, bebiendo otro trago de mi coca—cola.    Miró su Rolex de última edición y luego a mí. Cuando sus ojos se posaron en los míos, supe que iba a salirme con una de las suyas. Estúpido cabrón.   —Tu descanso para comer terminó hace cinco minutos. Ve ahora mismo.    Con esa última orden, entró a su oficina de nuevo cerrando la puerta. ¡Hijo de puta! No había podido comer porque los gritos de su amante no me dejaron, no era mi culpa, pero por supuesto Evans Garret no pensaba en nadie más que no fuera él mismo.    Llevaba en la empresa seis meses, comencé a trabajar en septiembre, después de estudiar Asistencia administrativa en la universidad. Había elegido esa carrera porque no tenía ni idea de que estudiar y en realidad, ni siquiera había tenido ganas de estudiar en la universidad después de la muerte de mi padre y mi hermano. Por lo que tomé la primera carrera que encontré para complacer a mi madre y mantener mi mente ocupada de los recuerdos dolorosos.    Encontré el trabajo gracias a que la jefa de recursos humanos había sido muy amiga de mi padre, así que logró meterme en una entrevista aquí para ser la secretaria del presidente de la compañía. Obtuve el trabajo y me emocioné mucho con la idea, pensaba que había encontrado el trabajo perfecto con una increíble paga; hasta que conocí a Evans Garret. Amargado, engreído, mujeriego, egoísta, asquerosamente rico e increíblemente inteligente.    No nos agradamos al principio y no nos agradábamos ahora, de hecho, se podía decir que nuestra relación era apática. Nunca compartíamos una sonrisa, bromeábamos o hablábamos de algo que no fuera el trabajo. Me había contado que las secretarias para Evans no duraban más de un mes, gracias a su encantadora personalidad, pero yo había logrado durar seis meses y hasta ahora no había sido despedida. Un récord Guinness.    Él era exigente, la buena paga no venía en vano. Pero la única razón que encontraba para no haber sido despedida hacía tiempo, era mi excelente rendimiento. No importaba lo mucho que nos despreciáramos, o las muchas tareas que Garret me daba, siempre terminaba mi trabajo con eficiencia. Era buena en lo que hacía, mucho mejor que todas sus antiguas secretarias y él sabía bien que era difícil encontrar a una buena secretaria así en estos tiempos.    Además, no quería follarme, lo que también le encantaba a recursos humanos. A pesar de todo, me gustaba mi trabajo, me mantenía ocupada, era buena en lo que hacía y la paga me encantaba. Sacando a Garret del camino, era un trabajo de ensueño. Pero como nada era perfecto en la vida, él existía.    Recogí mi pan no terminado y me bebí mi coca—cola en tres grandes tragos. Garret no bromeaba, si pasaban cinco minutos más y me veía aquí sentada, tendría problemas. Me negaba a dejar que él pusiera alguna queja sobre mí a RRHH, yo era una excelente trabajadora y los demás lo sabían, él no iba arruinarlo.    Fui a la tintorería y luego llevé su traje de vuelta al trabajo. Toqué la puerta de su oficina para entregárselo, a Garret no le gustaba que fuera a su apartamento, por lo que prefería llevarlo él mismo que dejar que yo se lo llevara. Una vez dijo que era porque no quería que nada se le perdiera ¡como si yo fuera una ladrona!   —Adelante —ordenó, con esa voz fría de siempre.    Entre en la oficina y lo vi allí, sentado mientras revisaba unos papeles. Tenía el ceño fruncido y jugaba con el lapicero en su mano, casi sin darse cuenta. Su belleza me golpeó, como hacía cada vez que bajaba la guardia con él. La primera vez que lo vi casi salivé al darme cuenta de lo hermoso que era, como un modelo de ropa interior.    Tenía unos ojos azules como el océano, debajo de pestañas espesas y rizadas, que competían con la de las chicas con las que se acostaba. Su rostro era masculino, pero cuando sonreía, dos hoyuelos de bebé se formaban en sus mejillas, dándole un aire más juvenil. Las mujeres se detenían cuando él entraba algún lugar, porque era imposible no notarlo, sobre todo cuando media 1,87 cm.   —Aquí está el traje —murmuré, metiéndolo dentro del pequeño armario que había en su oficina. Era un lugar enorme, con baño privado, un sofá en forma de L, un televisor y un pequeño minibar. Aun así, lo que más me encantaba del lugar era la increíble vista detrás del escritorio de Garret, porque se veía todo Atlanta desde allí.   —Ese no es el traje —gruñó, desde su asiento. — Ese es el azul, necesito el gris.     Fruncí el ceño ¿qué diferencia había?   —No me dijo específicamente cuál quería —me defendí.   —Tú no preguntaste. Ve y tráeme el gris.   —¿Quiere que vaya de nuevo a la tintorería? —pregunté alarmada. — ¡Pero queda a media hora de aquí!    Sus ojos se quedaron en los míos y mientras los miraba, tan fríos y secos, me pareció verlos cambiar de color al gris humo.   —Entonces te recomiendo que dejes de quejarte y te muevas —respondió indiferente.    Salí de la oficina, usando todas mis fuerzas para no cerrar de un portazo y me fui en busca de un taxi, por supuesto, eso lo pagaba la tarjeta de crédito de mi jefe. Busqué el traje gris, como me había pedido, y volví a la oficina. Al ponerlo en su armario, ni siquiera me miró, o dijo un gracias. Era un arrogante mala agradecido, un idiota egoísta. Se veía bien en cualquiera de los dos trajes, pero simplemente le gustaba molestarme, sabiendo bien que nunca iba a negarme a ninguna de sus tareas.    Cuando llegué a casa una hora después, mi sangre aún hervía. Dejé mi cartera y llaves sobre la mesa al lado de la entrada y suspiré. A veces mi trabajo me cansaba tanto.   —Oh cariño, ya llegaste —anunció mi madre, descubriéndome de pie en medio del vestíbulo. Su sonrisa sincera y cariñosa alivió un poco mi corazón, al menos en casa la tenía a ella, que era como un salvavidas.    Caminé hacia la sala y le di un beso, allí estaba sentada mi sobrinita de cinco años mirando la televisión. Mi cuñada más allá, recogiendo los juguetes que estaban regados sobre toda la alfombra mientras la regañaba por ser tan desordenada. Era un caos, pero me encantaba estar aquí, porque me hacían sentir cómoda y tranquila.    Cuando mi sobrina me vio, ignoró a su madre y salió corriendo abrazarme. La recibí feliz, ella era un encanto.   —Sí, gracias a Dios ya llegué —admití con una pequeña sonrisa.   —¿Tu jefazo molestándote de nuevo? —preguntó Dereck, entrando a la sala mientras comía una manzana.   —¿Qué haces aquí? —pregunté, aunque la pregunta estaba demás. Dereck había sido el mejor amigo de mi hermano y era como parte de la familia, porque ya pasaba tanto tiempo aquí que era imposible no sentirlo de esa forma. Inclusive antes de que mi hermano muriera pasaba aquí mucho tiempo, por lo que todos ya estábamos acostumbrados a él.    Él se encogió de hombros. Dereck era así, divertido, relajado, practico. Era el tipo de persona que siempre podía ayudarte cuando lo necesitabas. Aquí era el encargado de pintar las paredes, reparar alguna tubería dañada o simplemente cambiar un bombillo y a cambio mi madre le daba comida, cobijo y amor.   —Tu madre me ha invitado a comer —respondió secamente. —¿Entonces el jefe perverso te hizo la vida imposible hoy?    Suspiré dramáticamente. En casa, todos sabían lo imbécil que era mi jefe, le llamaban “jefe perverso” ya que a veces llegaba a ser muy perverso conmigo. Era mi culpa, yo le contaba mis frustraciones para no terminar agobiándome, o explotando en el trabajo. Mi familia era unida, y no había secretos aquí, todos estábamos para ayudarnos mutuamente.   —Tuve que escuchar cómo se follaba a otra de sus mujeres de nuevo, no me dejó terminar mi almuerzo y me envió dos veces a la tintorería porque no quería llevar el traje azul sino el gris a la gala de beneficencia de hoy ¿qué crees tú?    Mi sobrina me miró, con esos lindos ojos cafés, tan idénticos a los de mi hermano.   —¿Qué es follaba? —preguntó, confundida.   —Dar mucho cariño —dijo mi cuñada, poniéndose roja.    Dereck rio, pero se calló en cuanto notó su mirada de advertencia.   —¡Mami vamos a follar! —exclamó emocionada.    No pudimos evitarlo y rompimos en risas, menos mi cuñada y mi pequeña e inocente sobrina.   —No cariño, eso lo hacen los adultos —respondió secamente—. ¿Y qué haces escuchando las conversaciones de adultos? ¡Ve a ver la televisión!    La niña lo hizo de inmediato, sin rechistar.     Subí las escaleras hacia mi habitación y me cambié de ropa por un mono de chandal y una camiseta sin mangas. Cuando bajé de nuevo, mi madre ya estaba poniendo la cena con la ayuda de mi cuñada. Ella era una buena mujer, la consideraba más una hermana que otra cosa. Mi hermano estuvo con ella cinco años antes de que muriera, y fruto de esa creación había sido mi hermosa sobrina. Ella quedó devastada cuando murió, al igual que todo, su corazón se rompió en mil pedazos porque aquel fatídico día, no solo perdió al amor de su vida, sino a su mejor amigo, al padre de su hija y al mejor hombre que ha conocido nunca.    Vivía aquí con mi hermano, por lo que cuando él murió, no dejamos que se fuera. No tenía un lugar, porque ella venía de un pasado difícil y estar aquí era su mejor opción. Además, ninguno quería que mi sobrina se fuera tampoco, era lo único que Sam, mi hermano, nos dejó, era como un tesoro para nosotros. Al igual que Dereck, ellos estaban aquí porque no tenían un lugar mejor al cual ir, y nosotros los acobijábamos porque había sido la familia de Sam, por lo tanto, eran la nuestra también.    Mientras comíamos, charlábamos un poco sobre nuestro día. Mi madre era una enfermera titulada, hacía los turnos del día y trabajaba hasta más no poder, pero la artritis le estaba haciendo la vida difícil. Todos le hemos recomendado que deje el trabajo y descanse, con mi increíble sueldo era suficiente para abastecer sus necesidades y las mías, pero ella es terca como una mula y se niega. Dice que no va a ser una carga para nosotros, que le gusta su trabajo y que, si va a morir de algos, pues será haciendo lo que ama.    Dereck, es un entrenador de béisbol en la preparatoria. Él tenía un futuro brillante, podía ser el mejor bateador y había recibido una propuesta para irse a jugar para los Dogets de Huston, pero un día antes de la prueba con el cazador de talento, se fracturó las piernas mientras huía de la policía después de haber peleado en un bar con dos tipos. El médico le dijo que podía moverla en dos meses, pero que, si quería conservarla así, entonces no podría volver a jugar nunca más.    Sus amigos, las chicas y el dinero se fue después de eso. Ya nadie lo quería, porque no era el jugador estrella, porque el único talento que poseía el chico se había evaporado junto con sus sueños y esperanzas de una vida mejor. La única persona que lo acobijó fue mi hermano. Y tiempo después, nosotros, cuando nos dimos cuenta de que era una persona grandiosa.    Ellos eran mi familia, lo que más amaba en el mundo.

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