CAPÍTULO 1.-2

2012 Palavras
–¿Qué es eso? –volvió a preguntar aquella pequeña. –No lo sé, y ahora, ¿por qué hablas?, dime ¿qué te ha pasado? –¡No lo sé! –dijo la pequeña–. De pronto he visto ese fuego de las velas –Señaló con su dedito a esas lucecitas que había sobre la tarta–. Y he recordado a mí madre, agachada allí al lado del fuego haciendo la comida. –Pero ¿qué madre?, ¿de qué hablas? –la volvió a preguntar la mujer que había a su lado toda extrañada por lo que estaba escuchando. –Sí, yo tengo una madre, en otra casa, en el campo, tengo un amigo pato, que juega corriendo conmigo, mi padre trabaja mucho... –¿Qué más recuerdas, pequeña? –la dijo esa mujer que estaba allí a su lado. –¿Quién eres? –la preguntó–. ¿Qué hago aquí?, ¿cómo he venido a parar a este sitio desconocido?, ¿quién eres tú?, ¿y por qué me das eso? –preguntó señalando la tarta. –¡Espera!, no me preguntes tanto de una vez, yo te iré diciendo todo lo que sé, contestando eso que quieres saber. Y la mujer la fue diciendo, cómo ya hacía tiempo la habían traído a su casa... –¿Quién? La relató todo lo que iba recordando de aquellos momentos, se quedó en silencio, las lágrimas le caían por las mejillas, se las limpió y continuó con su narración: –Mi marido había salido muy temprano ese día para cazar y parece ser que a lo lejos te vio caída entre unas peñas, él te rescató, pero para hacerlo se había tenido que bajar hasta el lugar donde tu cuerpo se encontraba, y no fue fácil, el lugar era peligroso y se cayó. »Estuvo inconsciente no sabe cuánto, pero cuando volvió en sí, se dio cuenta de que aún no había llegado a donde te encontrabas, así que continúo hasta que llegó y vio que aun vivías –La mujer se quedó unos momentos en silencio, el dolor que sentía al recordar todo aquello se le hacía insoportable, pero después de tranquilizarse un poco siguió con su relato–. Él te dio agua de su cantimplora y te cargó, el camino de regreso fue demasiado para él, que herido como estaba, fue perdiendo sangre, pero ¡por fin lo consiguió!, llegó hasta cerca de nuestro pueblo, y allí se desmayó, pero el perro que es muy listo vino corriendo hasta la casa ladrando, y uno de los criados lo encontró y le siguió, porque eso era lo que el perro le pedía con sus ladridos. Cuando llegó al lugar donde mi marido estaba, aún vivía, y le dijo que te trajera a casa y que te cuidara, y ya las fuerzas le faltaron. Volvió a perder el sentido y no terminó con su narración, pues le había empezado a contar al sirviente la forma en que te había encontrado y su accidente, pero no le dio tiempo de decirle el lugar, por lo que nunca supimos de dónde venías. »Estuvimos atentos durante un tiempo para ver si alguien sabía algo de ti, si algunos padres buscaban a una pequeña, pero nada, no hubo forma de dar con nadie que tuviera alguna noticia de una niña desaparecida, por lo que yo, ¡como es natural!, te fui cogiendo cada vez más cariño, aunque al principio reconozco que no te quería ni ver, ¡tú habías sido la responsable de que yo me hubiera quedado si mi querido esposo! –Pero…, ¡yo no le había hecho nada! –¡Ya lo sé criatura!, pero me costó asimilarlo, y cuando lo hice vi que todo había sido diferente, que eras el último regalo que ese hombre, que tanto me había querido, me había hecho para que no me quedara sola. Te había traído hasta mí haciendo el último esfuerzo, así de esa forma he podido superar su pérdida, la gran soledad en que me quedé con su marcha. La vida me había dado una pequeña, un ángel que me necesitaba, y aunque no hablabas yo sabía que tú a tú manera me querías, y sobre todo me necesitabas, ¡no me tenías nada más que a mí y yo a ti! –Pero ¿por qué no buscaste a mis padres? –Los busqué, bueno, todos los del pueblo los buscaron, porque como te he dicho, al principio no quería verte, y fueron los criados los que te tuvieron que curar, ya que tenías múltiples heridas, por todo el cuerpo, de hecho, a causa de ellas tuviste unos días mucha fiebre, tanta que temieron por tu vida, pero no, no era tú hora, tú tenías que estar conmigo y te sanaste y mira ahora, ¡qué linda estas! –Pero... –Sí, sé que tienes mucho que asimilar, pero te puedo asegurar que hicimos todo lo posible para encontrar a tu familia. No podíamos creer que alguien hubiera abandonado a una pequeña como tú, también alguien dijo que habría sido mi marido quien te hubiera robado de alguna casa lejana, pero yo nunca lo pude creer, no, ¡mi marido nunca hubiera hecho eso! –¿Y por qué se le ocurriría a alguien eso? –Bueno, pues porque no teníamos hijos, ¡nuestro gran deseo!, y les debió de parecer raro que él te trajera, ¡no le culpo!, es que no sabíamos qué pensar, reconoce que es difícil de asimilar un hecho por el estilo. –Pero ¿por qué nadie dio nunca con mis padres?, porque yo sé que tengo unos padres. –¡Sí, creo que tienes razón!, pero no supimos dónde más buscar, lo cierto es que todos los esfuerzos que hicimos para encontrarlos fueron infructuosos. –Pues ahora los quiero buscar yo, ¿me ayudarás? –Pero hija... –¡No, no soy tu hija!, me lo acabas de decir, y yo sé que tengo unos padres, que tengo que encontrar lo antes posible. –¡Pero bueno!, ¿cómo quieres que te llame?, ¡milagro!, como he hecho hasta el día de hoy. –No, yo soy “risitas”, ese es mi nombre, “Milagro”, ¿qué nombre es ese? –Bueno, es como empezamos a llamarte todos, desde luego eso había sido, un milagro y por eso te dimos ese nombre. –Pues no me gusta, yo me llamo “risitas”, ¡ya te lo he dicho! –¿Y qué nombre es ese? –Pues ¡el mío, y ya está!, ¿es que no lo entiendes?, es el que mis padres, los verdaderos, me pusieron, sería que les gustaba. –Sí, bien, pues te llamaré “risitas” si tú quieres. –¡Claro que quiero! –Bueno, y ahora ¿qué quieres hacer? –Buscarlos, ya te lo he dicho, en algún lugar tiene que estar. –Pero si me parece normal que quieras hacerlo, pero tendremos que preparar todo... –¿Preparar qué?, ¿a qué te refieres? –Pues para irnos. –¿Qué dices de irnos?, ¿a dónde vas tú? –¿Cómo que dónde voy?, contigo, ¿o es que crees que te voy a dejar irte sola y sin saber a dónde?, es mejor que preparemos esa búsqueda que puede durar días. –Mira, ¡creo que no lo entiendes!, mis padres estarán desesperados por no saber nada de mí, no les puedo dejar así ni un solo día más. –Sí, lo comprendo, pero ¿por dónde se puede empezar a buscar?, si ya lo hicimos y no encontramos nada, ni una sola pista que nos indicara tu procedencia. –Bueno, ahora siendo yo la que lo busca seguro que doy con el lugar donde vivía, mi casita estaba muy cerca de unas montañas. –¡Montañas!, ¿qué montañas? –Pues no lo sé, pero las había por todas partes. –¡Pero criatura!, si por estos lugares no hay ninguna montaña, ¡eso no puede ser!, tú aun no recuerdas bien las cosas. Eso le decía Flora sorprendida por lo que acababa de escuchar, pues ella sabía bien que por todos aquellos alrededores no había nada que se pudiera confundir con una montaña. Era una enorme planicie de campos cuya visión se perdía en la lejanía, y solamente estaba atravesada por un gran río imposible de cruzar por lo caudaloso que era, ¿cómo entonces esta criatura podía decir eso?, ¿de dónde habría sacado la idea? Se quedó pensativa, ¡era imposible que aquella pequeña, que un día había aparecido en su vida, viniera de un lugar tan desconocido!, ¿cómo pudo su marido encontrarla?, eran preguntas que se había hecho un montón de veces, pero a las que no encontraba respuesta y por lo que parecía de momento no se la encontraría, pues los recuerdos de la pequeña no le iban a aportar nada nuevo. –Mira, ¡si no me crees no lo hagas!, pero yo te digo que vivía en una casa que tenía una chimenea por donde salía él humo cuando mi madre estaba haciendo la comida y los troncos se estaban quemando. –¿Y cómo dices que era la casita? –No, no te he dicho que fuera pequeña, ¡es que parece que no me escuchas!, mi casa era grande, muy grande, porque dentro podíamos estar, mi padre, mi madre, el gato y también entraba algunas veces el pato, aunque a él le gustaba más dormir por el campo, pero ¿cómo iba a ser una casita como tú has dicho?, ¡no hubiéramos cabido todos dentro!, ves, te digo que era grande, ¡ah!, y no solo estábamos nosotros, sé que mi padre había hecho aquella mesa donde mi madre ponía la comida, sí, era muy grande también la mesa porque allí encima ponía muchas cosas, todas las que nosotros nos comíamos. –¿Y quién vivía cerca de vosotros? –preguntó la mujer para tratar de conocer más de la vida de aquella pequeña antes de aparecer con su marido. –¡Vivía!, ¿qué quieres decir?, yo solo conozco a mí padre, a mí madre y ya está, bueno, al gato dormilón, pero ya te lo he dicho, ¿es que no me has escuchado bien?, ¡ah!, y el pato que no sé de dónde salió, pero antes cuando yo era más pequeña no estaba y luego sí, que jugaba con él, no sé de dónde salió, ¿por qué no me crees? –¡Si sí te creo!, pero ¿dónde ésta esa casa que no ha habido forma de que nadie la encuentre? –Eso no te lo puedo decir, porque no recuerdo cómo llegue aquí. –¿Por qué no tratas de hacer memoria a ver si recuerdas algún detalle más que nos ayude a poder comprender qué te sucedió? –¿Qué es hacer memoria? –Pues pensar en algo de cuando tu vivías en aquella casita. –¡Ya te he dicho que no era casita que era muy grande! –¡Bueno perdona!, sí, de tu casa, ¡anda!, trata de recordar algo que nos pueda ayudar. –Bueno, cuando yo era pequeñita, una vez me subí a un tronco de los que mi padre había traído, esos que luego mi madre usaba para hacer la comida... –¡Sí!, y, ¿cómo era él tronco? –Pues ¿cómo va a ser?, ¡yo que sé!, sería como todos. –Entonces, ¿qué pasó? –Pues que me subí para jugar a caballito y me caí y me hice una pupa en esta rodilla. –Al recordarlo se miró la rodilla y efectivamente allí tenía la cicatriz de esa herida–. ¿Ves como sí me acuerdo bien de las cosas?, ¡no me las invento! –¡Pero criatura!, ¿cuándo he dicho yo que te lo inventes?, sé que no es fácil para ti, haber estado todo este tiempo sin recordar nada y ahora de pronto querer saberlo todo, pero es la única forma que tenemos de poder encontrar a tus padres que pobrecitos estarán desesperados por creerse que había perdido a su hija. –¿Y por qué ellos no me habrán buscado?, ¡seguro que si lo hubieran hecho me habrían encontrado! –No sé, ¡todo es tan extraño!, si dices que tú casa está cerca de montañas y por aquí no las hay, no se me ocurre dónde ni en qué circunstancias mi marido te pudo encontrar. –¿Y si me secuestró? –Pero ¿qué dices?, ¡insensata!, él nunca haría nada así. –Entonces dime, ¿cómo pudo traerme?, pues tú me has dicho que fue él que me trajo hasta aquí, ¿por qué no me dejó donde yo estuviera?, que ya me encontrarían mis padres, ¿es que de verdad yo hubiera estado perdida? –¡No lo sé! –Siempre que te digo algo me dices lo mismo, ¡no lo sé!, entonces, ¿tú qué sabes?, ¿cómo me puedes ayudar si no sabes nada?
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