Hasta que una madrugada me levanté al servicio, y al pasar por delante del dormitorio de Flora la escuché llorar. Sí, estaba llorando, y lo que es la curiosidad, me quedé allí en el pasillo, sin saber qué hacer, calladita, encogida. No se me hubiera nunca ocurrido que esta mujer tuviera ningún problema, ella siempre tan alegre, tan simpática, siempre queriendo que yo sonriese, que yo me sintiera a gusto con todo, desviviéndose por mí en todo momento y yo nunca le había dado ninguna muestra de cariño. ¡No era mi madre!, ¿por qué la tendría que querer?, pero esa noche, algo dentro de mi cambió, el sufrimiento que vi en aquella generosa mujer, que me había acogido en su vida, sin tener por que hacerlo, fue como si un sentimiento dentro de mí en esos momentos despertara, y sin poder evitarlo

