Lenet mantenía su vista y toda su atención hacia el horizonte. Se encontraba en Firá, la capital de Santorini, en Grecia. Desde la segunda planta de una terraza, apoyada en la baranda de metal pintada de blanco, contemplaba la costa paradisiaca que se extendía ante ella. El mar Mediterráneo, con su tono azul cielo, parecía fundirse con el cielo sin límites. El sol cálido acariciaba su piel, y el aire salado llenaba sus pulmones. Las casas blancas, con techos azules y balcones adornados con flores de bougainvillea, se alineaban a lo largo de los acantilados. Era un lugar de ensueño, donde el tiempo parecía detenerse y las preocupaciones se desvanecían.
¡Cuánto había deseado viajar sin apuros! Visitar la arquitectura antigua helenística, degustar platillos de la zona, tener las mejores fotos para recuerdos, poder disfrutar del clima característico veraniego de una zona junto al mar. Pero nunca imaginó que su oportunidad llegaría en forma de una asignación como colaboradora en un Museo de historia en Grecia. Aunque no recibiría un salario, la pasión por la historia y la arqueología la impulsaba. Estaba por realizarse un nuevo proyecto, así que quería ser una de las primeras en apoyar incluso si no tendría un salario por ello. Su padre había dejado una buena cantidad de dinero para que pudiera tomar la carrera que ella quisiera. Así que había optado por no sólo ser historiadora sino también arqueóloga y recientemente había aprobado su maestría para arquitectura, para Lenet existía una conexión muy especial entre ambas profesiones.
Lenet no había tenido la libertad de dedicarse plenamente a explorar su profesión. A veces, actuaba como secretaria de su madre, otras como asistente. Sin embargo, un giro inesperado se presentó cuando uno de los colaboradores principales del Museo ofreció apoyarla con honorarios y reconocimiento. Gran parte de los gastos del viaje y su estadía recaían sobre sus propios hombros, aunque Lenet aún no estaba al tanto de esta generosa oferta.
La isla de Santorini se extendía ante Lenet, llena de posibilidades. Bares, restaurantes, tiendas de ropa y largas carreteras que conectaban diferentes puntos. Estas carreteras, en su mayoría, eran grandes planicies de terracería. Pero Lenet había descubierto un lugar especial cerca del museo: Acroti. Allí debía cumplir su tiempo de voluntariado, explorando un sitio arqueológico distante de Firá. Aunque su estancia la obligaba a permanecer en Pyrgos, encontrar una casa de alquiler asequible seguía siendo un desafío.
El viento mecía suavemente las cortinas de la habitación. Respiró el aire fresco. Luego de fijarse en el cielo azul completamente despejado tomó en manos su teléfono. La hora indicaba que pronto serían las dos. Decidió cambiarse y tomar su bolso con la cámara digital (un obsequio de su madre) de última serie equipada con los lentes de acercamiento, una libreta con bolígrafo y sus documentos. Tenía puesto un vestido de larga falda con estampado floral y de hermosas margarlas tejidas sobre la tela, tomó su sombrereta recién comprada esa mañana en tono crema haciendo juego con sus sandalias sin tacón. Antes de salir se aplicó bloqueador solar.
Prefirió caminar para poder pasearse con gusto y disfrutar las hermosas veredas que como un laberinto daban paso para llegar a comer algo en uno de los bonitos restaurantes que se encontraban en los caminos entre la villa de casas blancas sobre el acantilado. Como siempre viajaba sola, y en verdad lo prefería, siempre se sentía muy contenta de no andar presionada por su madre, quien se desesperaba fácilmente en los viajes.
Encontró un lugar no muy concurrido y pidió servicio. Luego de comer (disfrutó de un cóctel de frutas de la temporada y tomó varias fotografías) se dirigió sin vacilar al Museo Arqueológico. Usó el teleférico de Firá, sin perderse de guardar en su cámara cada vista que la impresionara. Tomó un taxi y luego de veinte minutos y de pagar un dólar con algunos céntimos estaba en Acroti.
Quería entrar y experimentar la visita como una turista. Muy contenta lo hizo así, se entretuvo familiarizándose con el lugar. Miró cada objeto a la vista, cerámica de la época romana, dórica, y helenística. La impresión resultó maravillosa. No se comparaba de ningún modo a mirarlas únicamente por medio de revistas o fotografías cuando estudiaba. Luego de estar convencida de haber disfrutado cada parte del museo dispuesta al público volvió al hostal.
Muy cansada de haber caminado y paseado casi al anochecer bajó al área de restaurante para pedir la cena. Si bien en su recorrido se había robado la vista de algunos turistas, ninguno a ella le llamó la atención en particular, aunque conversó escasamente con algunos ya que su dominio en idioma griego era patético.
Le sirvieron la cena con diferentes mariscos y pescados. Mientras disfrutaba de la exquisita cena fue inevitable profundizar en sus pensamientos al recordar su llegada al aeropuerto.
Iba en clase turista. Tomó sus maletas y al dejar el aeropuerto buscaba un taxi, mientras esperaba vio estacionarse un vehículo deportivo justo enfrente de la calle. La presentación del vehículo era hermosa, una carrocería oscura con el logotipo de Bugatti, serie Veyron Grand Sport Vitesse. Había quedado anonadada mirando el estilo del coche, notó que el apuesto caballero que lo conducía se había bajado el vidrio oscuro. Pudo notar unas gafas Givenchy, en un rostro agraciado. Al darse cuenta que él se había vuelto a ella también con curiosidad inclinó la mirada de inmediato fingiendo que no se había fijado en él con por menores.
—Perdón, no quiero interrumpir tan buena cena. Buenas noches. —La voz amable de un caballero resonó cordialmente a su lado.
Ese saludo la trajo sin duda de vuelta al tiempo presente. Respiró hondo volviéndose de inmediato. Entonces frente a la mesa donde aún cenaba estaba un caballero, ojos claros, cabello rubio pero no muy claro, alto, de piel bronceada, reluciendo en sus labios una sonrisa encantadora.
Verlo la hizo recordar que algo importante no había tomado en cuenta en sus asuntos de qué hacer de ese día. Tenía una cita con uno de los colaboradores que había aceptado su ingreso para su labor como voluntaria en el Museo de prehistoria. Por suerte, con hambre sin darse cuenta había ido a dar al punto acordado.
Lenet tomó la servilleta y se limpió los labios. Se puso de pie en seguida al reconocer el carné sobre el pecho del caballero con la identificación de los colaboradores del Museo.
—Buenas noches. —Dijo ella extendiendo la mano. Él la apretó suavemente.
—Mucho gusto. Me llamo Valentino, creo que, si no me equivoco, tú eres Lenet.
Lenet contemplaba con maravilla al caballero. Esos ojos, esa sonrisa, es manera de verla, la obligó a sentir el corazón apretado y las manos temblorosas de pronto.
«¿Será posible? No sueño y… ¿Valentino? ¿El mismo que traté algunas veces en la unidad académica?»
—Así es, mucho gusto. —Expresó ella con voz suave y expresión de asombro y algo nerviosa.
Él sonrió muy complacido.
—El placer es todo mío, una vez más. —Lenet notó que no apartó la mano, se la sostenía con ternura— Te vi en el Museo. El día sábado y domingo siempre llegan muchos turistas, pero me di cuenta que tenías también el gafete de colaboradora. Me quedé pensativo, pero en cuanto me enteré y revisé tus datos, no me quedó duda que eras la persona que estábamos esperando.
Lenet suspiró, apartando la mano con una sonrisa tímida.
—Ya veo. ¡Oh sí! He venido para poder estudiar algunas obras de arquitectura del periodo helenístico, tal cual lo habíamos tratado en estos días por correo electrónico con la Directora en Jefe, pero también para disfrutar de este precioso lugar de tanta riqueza histórica y colaborar en lo que se necesite. Santorini es asombroso, no he sentido el tiempo y eso que llegué ya hace varios días.
—Estoy de acuerdo contigo. Sí que es un lugar encantador y paradisiaco. Imagino que te quedarás un tiempo en Firá para trabajar con nosotros. Si estás de acuerdo puedes ir mañana mismo al museo, personalmente te mostraré otros de los lugares para que te familiarices el tiempo que estarás aquí.
Él sonrió y Lenet se mostró muy agradada. Justo cuando Lenet quería invitarlo a la mesa su teléfono sonó escandalosamente. Muy apenada, lo tomó en manos y al ver el indicador supo que se trataba de la asistente de una firma de arquitectos donde había empezado a trabajar no hacía menos de tres meses por asuntos de tener ingresos para viajar.
—Lo lamento. Es urgente que responda… ¿Me permites?
—Adelante—Dijo él con total serenidad.
Lenet atendió, pero mientras escuchaba a su compañera no podía dejar de ver los encantadores ojos de su acompañante.
«¿Será posible que sea él? ¡No qué tonta!»
—Por supuesto te ayudaré en cuanto pueda. Gracias por llamarme, enviaré los datos. Adiós. —Explicó guardando su teléfono en su bolso.
—En verdad discúlpame.
Él sonrió dulcemente.
—Para nada, no te preocupes. Sino te molesta, tomaré asiento.
—¡Oh qué pena! Sí claro. Estaba por pedírtelo, me decías que mañana podría ir a…
—Sí, si te parece podríamos ir juntos. ¿Crees que está bien a las ocho?
—Claro, me parece bien.
Pero él se saboreó los labios, mirándola fijamente. Ella respiró hondo, de pronto en un chispazo sintió que no podía haber otro caballero con ese porte y esa mirada. Lucía más maduro, más sensual, más grande de cómo recordaba a aquel caballero que tanto le había gustado en sus inicios de la universidad.
—Perdona, te parecerá un poco raro, pero creo que nos conocemos. —Comentó Lenet sin poder apartar sus ojos de él.
Él sonrió ampliamente, mientras su mirada detallaba un placer inmenso al verla casi como corroborando con esa expresión lo que ella sospechaba.
—Fue justo lo que sentí cuando te vi en el museo. Espero no estar equivocado.
Ella mantuvo unos segundos una expresión de admiración, para luego sonreír tímidamente.
—Creo que nos conocimos en la universidad. Eras el chico de intercambio.
Él asintió.
—Sí, soy el mismo. ¡Me alegra que te acuerdes de mí! Sigues siendo muy linda.
Lenet no pudo ocultar un medio suspiro. El chico de intercambio había sido tímido y tan sólo un par de veces habían cruzado palabra antes de que él dejará la universidad y volviera al extranjero. Pero le había encantado incluso siendo tímido y poco conversador.
—Y tú cambiaste un poco, bueno te ves bien. Más alto creo.
Él mantuvo la sonrisa con gusto.
—Sí, crecí un poco y me ayudó mucho aprender un nuevo idioma ahora puedo conversar sin sentirme cohibido, tanto en inglés como en griego.
Ella asintió sonriendo. Hubo un silencio largo, mientras sus miradas se intercambian detallando asombro, alegría y un cierto placer.
—Ha sido una gran sorpresa verte de nuevo, pero creo que iré a descansar. Te veo mañana. —Dijo ella al fin luego de un breve momento de silencio. Se sentía muy nerviosa.
Él se puso de pie en seguida, aproximándose a ella.
—En verdad que lo ha sido, Lenet. Hasta mañana.
Se dieron un beso en la mejilla en señal de despedida. Lenet tomó su bolso, pero antes de mirar al frente e ir a su habitación volvió a mirarlo. Él mantenía toda su atención en ella. Sólo pudo darle una sonrisa, sin poder dejar de pensar en lo apuesto que se había vuelto su compañero con el pasar de los años.