Prólogo
14 años, Navier Graham.
A sólo tres puertas de la mía mi madre se encontraba susurrando por teléfono con alguien desconocido. Nunca había sido de aquellas personas que espían a las demás, sin embargo, hoy estaba más que aburrida e intentaba convencer a mamá de que firmara la carta de solicitud para la excursión de la escuela.
Me encontraba vestida con mi pijama que consistía en un bonito y delgado short junto una blusa de tirantes, ambos de color rosa. Mi cabello rojizo se encontraba pegado a mi frente y nuca, debido a la calurosa noche de verano, miré mis recién recortadas uñas mientras salía de mi pieza y con pasos lentos caminaba hasta mamá, que se encontraba en la ventana mirando la calle, supongo que esperando a papá. Hoy trabajaba hasta tarde, como era el sheriff de la ciudad le tocaba estar hasta tarde en la comisaría. Mis pies descalzos se quedaron estáticos cuando escuché las palabras de mi madre, su voz melosa, aquella que solo usaba con papá.
—Cariño, lo sabes, no puedo hacerlo hoy —. Susurró, algo extraño empezó a formarse en mis entrañas. Mi corazón latió rápido cuando mi madre se movió, fui más rápida y me escondí tras la pared.
El silencio reinó por minutos que parecían una eternidad, cuando pensé que nada pasaría ella habló.
—Está bien, iré esta noche, él todavía sigue en la comisaría —me atraganté con mi propia saliva. Ella no estaba hablando con mi padre, hablaba sobre él. —Dejaré a Slavik con Navier, e iré en unas horas. Solo espérame.
Una pequeña risa de sus labios salió.
No supe cuando mi respiración se pausó, no pude respirar bien durante minutos. Unos tan largos que escuché como mi madre, aquella mujer que me dio a luz, se ponía de acuerdo con aquella persona desconocida con la que hablaba por teléfono. Sentí como las lágrimas me picaban los ojos queriendo salir, me aguanté.
Aguanté con todas mis fuerzas.
Lo hice por él.
Por Slavik.