Red

3238 Words
Madrid-España Un tímido toc-toc, insistente y distante, como si tocaran una puerta de madera. Una y otra vez rompe la monotonía del silencio de la madrugada. ¡No quiero levantarme!, pero el toc-toc se vuelve molesto y medio dormido, con mucho esfuerzo veo la hora en mi celular, suspiro. Medio dormido me levanto de la cama en plena madrugada, dejando atrás mi sueño profundo, pensando que es algún roedor que se ha escabullido en mi casa o quizás la gotera de algún grifo mal cerrado. Con los ojos entrecerrados y a oscuras, escudriño el cuarto y no observo nada, el sonido parece parar ocasionalmente y todo es silencio, dejando sonar la fresca brisa nocturna que se corta nuevamente por el toc-toc insistente, no tan leve, un poco más cercano y aún confundido entre la vigilia y el sueño, deambulo con la ayuda de la linterna del celular buscando el origen del sonido, sin suerte. Toc-toc insistente, cercano y vacío, invitándome a abrir una puerta que no reconozco. Toc-toc, el sonido me lleva al armario donde seguro esta un ratón o algún objeto colgando haciendo ruido. Lento y somnoliento me dirijo hacia el armario para abrir la puerta de vieja madera y encontrarme con los compartimientos ordenados y quietos. A mi izquierda, Toc-toc nuevamente suena ahora cercano, seco y pausado. Su origen viene desde la derecha donde está el espejo, toc-toc, hueco y cercano, algo me dice que no voltee pero por instinto automático volteo lentamente como negándome a ver algo, mi corazón se acelera, mi respiración se vuelve cada vez más lenta y la temperatura del ambiente baja extrañamente, puedo ver mi aliento frente a mí, la piel se pone de gallina de manera involuntaria. Inevitablemente, terminó frente a frente a lo que debía ser el espejo y solo logro distinguir una densa cortina de neblina, fría, tenebrosa y misteriosa. Mis pupilas se adaptan a la oscuridad lentamente; sintiendo como me traslada a un largo túnel en donde no se distingue nada. Hasta que empiezo a identificar la figura de árboles secos y al fondo, muy al fondo veo a un anciano inclinado, sostenido sobre una hoz comiendo. Sin distinguir lo que come con su otra mano. No logro ver que come, no me he movido de mi sitio; ¡todo se aproxima a mí!, hasta que puedo ver toda la silueta completa del anciano inclinado sosteniendo la hoz y con la mano libre come del pecho de un niño, ¡de la carne de su tórax!. Los mordiscos feroces del anciano se mezclan con mi expresión de pavor. Me impresiona de una manera que me hace querer voltear, pero no puedo. La grama verde es teñida por la sangre que se derrama del cuerpo, al fondo puedo ver tres luceros en el firmamento, titilando. No puedo controlar mis latidos, no respiro, ¡me desmayo!, no siento las piernas. Toc - toc – toc – toc; lejano. Abro los ojos desesperadamente, como si saliera de las profundidades de un lago, logro sentarme de golpe en la cama como si hubiera salido de leguas de aguas y ya sentado, agotado me digo, ¡solo fue un sueño!. Persistente debo agregar. Desde que era adolescente he tenido ese tipo de sueños, de hecho estuve medicado por problemas de sonambulismo hasta ya cumplida la mayoría de edad, la práctica de las artes representaron un escape a esos episodios oníricos hasta que descubrí mi fascinación por la gastronomía como forma de seducir voluntades. Luego de tomar aliento y concentrar fuerzas, sin pensarlo mucho me dirijo al closet y abro lentamente la puerta, como negándome a ver lo que pueda encontrar, hasta que solo veo: la ropa; está en su lugar y el espejo también. Nada ha pasado, todo tranquilo. El celular marca las 6:00 Am, sudado y cansado sin saber motivo, me dirijo a buscar una toalla para bañarme pero en el camino, algo se pega de la planta del pie, era un pequeño folleto tirado en el suelo que en su portada me decía: Martes 28 de junio de 2015 Museo del Prado Aniversario de Pedro Pablo Rubens Lo despego del pie y recuerdo que sólo me quedan unos días en Madrid, ya me gradué de Chef y me toca regresar a mi ciudad, a Caracas-Venezuela. Y como si de un susurro al oído se tratase; o mejor dicho un dejavú. Recuerdo de entre tantas obras la de Pedro Pablo Rubens y su recreación de la historia de Saturno devorando a sus hijos varones, solo dejando vivas solo a sus hijas hembras por temor a que lo destronaran. Profecía inevitable pues cuando Cibeles quedo embarazada presa del miedo y para proteger a sus hijos huyo a la isla de Creta, en donde nació Júpiter y Juno; siendo Júpiter el líder de la revuelta en contra de Saturno. Sin poder encontrarle lógica, no puedo evitar sentir cierta angustia por la pintura y la historia que contiene. Por lo pronto sólo me queda organizar las cosas acá y regresar a mi país. Son mis últimos días en Wonderhouse, la residencia estudiantil situada en la calle San Lorenzo 20-28004 de Madrid. Me entra esa sensación de melancolía por los paseos a los mercados de San Antón en el barrio de Chueca, o el de San Ildefonso, sin olvidar las excursiones por el Mercado de San Miguel. Lugares que me acompañaron en la formación de cocina con: “Le Cordon Bleu”. Madrid me ha hecho sentir en casa gracias a su ritmo Cosmopólita, bohemio y abierto. Antes de irme quiero despedirme de la Plaza las Cibeles, del Santiago Bernabéu, de los desayunos con el café del Starbuck's. Pasar (si queda algo de tiempo), por el Museo del Prado con su Bosco, Rubens, Goya, Velázquez, Rembrandt, Tiziano y otros más. Entre tanto y tanto, aún sigo pensando en el sueño y las sensaciones que me hizo sentir. Alguna explicación debe tener. Mi nombre es Red de Nádasd y está es mí historia. Llegando a Venezuela De retorno a casa, en un vuelo tranquilo desde el Aeropuerto de Barajas en Madrid hasta el Aeropuerto Internacional de Maiquetía en Caracas. Minutos antes, decido desviarme a la casa familiar en Barquisimeto, la ciudad del eterno crepúsculo y donde las artes florecen con el calor del amanecer; por lo que hago un transbordo en el Aeropuerto para tomar otro avión de Maiquetía a Barquisimeto, sin salir del aeropuerto. Desembarco, paso por las estaciones de rutina del Aeropuerto Internacional Jacinto Lara. Tomo un taxi directo a la vieja casona familiar. Nadie me recibe pues mis padres murieron hace tiempo y la casa estuvo cerrada por mucho rato, evitando el recuerdo de mi infancia con mis padres vivos. Razón por la cual decidí estudiar en el extranjero para acallar la tristeza, mis problemas de sueño y ampliar horizontes. Aunque viniendo de una familia de origen Húngaro y Austriaco que huyeron de los estragos de la segunda guerra mundial pocas veces salí de Venezuela; siempre tuve la sensación de que le huían a algo fuera de la fronteras de la nación de adopción. Quizás buscando un poco de acercamiento a mis raíces Europeas termine en Madrid sin acercarme a la Europa oriental a excepción de una pequeña excursión con algunos compañeros de curso. Reflexiones que emergen mientras una sensación de familiaridad y extrañeza me invaden cuando me voy acercando a la entrada tipo colonial, llena de flores ornamentales casi cubiertas por la hierba salvaje y a los lados de ese pasillo vegetal, árboles de mango, maltratados por los lugareños terminan la bienvenida. Llevando las maletas de lado y lado me adentro de la casona, para encontrarme una nube de polvo adherida a los plásticos que cubrían todo el mobiliario. Su aire anacrónico me reconforta y me provoca cierta nostalgia por los tiempos familiares y felices (algo que evadía). Dejo el equipaje donde puedo y empiezo a repasar la casa desde el recuerdo. Recorriéndola con pasos imaginarios en cada metro para poder sentirme a gusto, no puedo contener las ganas de llorar y me digo: -Luego acomodaré, por lo pronto a pesar de lo tranquilo del viaje, preciso descansar por algunos días-. -Pondré en orden mis ideas y en sintonía, los esfuerzos para vivir de algo en mi estadía en Venezuela-. Luego de un par de semanas, inmerso en poner todo medianamente habitable, en orden y limpieza, decidí salir y reencontrarme con la ciudad de mi niñez y parte de mi adolescencia. Como tenía costumbre, inicio recorriendo los mercados populares de víveres, familiarizándome con la cocina local hasta que una tarde-noche, se me ocurrió navegar por la vida nocturna de la ciudad e ir a un bar de moda por curiosidad y por ver la verdadera cara de la gente, desinhibida, feliz y entre excesos. El nombre del bar ni lo recuerdo, allí estaba Violeta, medio hippie, medio capitalista. Ahogando el after office con un mojito cubano de fresa. Vestida con un jean de esos rotos a la moda, sus tacones le estilizaban su silueta de fuego móvil y fluido. Toda una depredadora de la noche, reinventando la luz en bosques de copas y gente inmersa en sus conversaciones y brindis ocasionales. Inmediatamente, mi mirada quedo encantada con su presencia y cómo le coqueteaba a su trago; que hacía juego con el color de sus labios y entre la música de fondo y el bullicio de la gente, sin pensarlo, me acerco a su mesa solitaria, creyéndome el amo del bar. Le pregunto si esta bueno su mojito pues el mío es tradicional y busco probar algo diferente, a lo que ella me contesta: –Pues un mojito de fresa no es algo tan diferente – –Lo pedí porque fue lo único que me apetecía y no me interesa conversar con quien no ha sido invitado; espero a una amiga, gracias–. Por lo que yo sonrió y le replico: –De acuerdo, en ese caso, sólo hablemos de cómo trataste a tus compañeros en la oficina– En fin, con maña y mucho oficio, inicio una tertulia de más de dos horas donde hablamos de todo y de nada, inspirado, hablando de mi experiencia fuera del país, estudiando y Violeta mirándome, entre sorprendida y escéptica, ríe e indaga en cada anécdota. Entre cuento y risa, nuestras miradas bailaban un tango de esos silenciosos que te invitan a besar. Sus labios pedían los míos en cada silencio y ella se hacía suplicar, su cabellera de tonalidad rojiza me intoxicaba hasta a morir y entre risas y versos hipnóticos pasó lo inevitable. ¡Puff! la besé, lenta y suavemente, degustando su esencia sin prisas, nuestras manos se fueron a las caricias, buscando descifrar lo que sentían, buscando contraseñas para seguir o parar entre tragos, al ritmo de I Just Wanna Be Played de Barry white, que alimentaba más y más nuestro deseo del uno por el otro en eso que llaman sexo incidental pues ambos coincidimos en que atar a una persona por el resto de la vida, siendo mala cama, es algo sin sentido en esta actualidad y estando seguros de que nuestra salud ,no está en riesgo por esas enfermedades que arruinan lo bonito del sexo. Nos damos un voto de confianza por lo que aparentamos ser y a esa conversación tan divina, le damos continuidad a lo que yo buscaba y ella esperaba. Salimos del bar, dejando atrás besos y caricias, con la urgencia de dejar la ropa en el piso, contenida, hasta llegar a mi casa; donde nos besamos con más pasión, con más libertad y más entrega, sin preocuparnos por el que dirán. En realidad nunca nos preocupó. Entre juego y juego y caricias salvajes, nos despojamos de la ropa. Dejando al descubierto a la noche misma, de nuestros dedos, pechos desnudos, agitados y calientes a merced de sutilezas amantes. En una breve pausa pongo a sonar: Don’t Know Why de Norah Jones: “When I saw the break of day I wished that I could fly away Instead of kneeling in the sand Catching teardrops in my hand” Y sin tiempo de programar algo más, se vuelven a juntar, encendiendo la madrugada en caricias viajeras por espaldas, que finaliza en un tango mudo del cual se separan para quedar con su verdadera y única piel. Respiración ya copiosa. Miradas nubladas, se juntan, se reconocen, se comen, juegan con un frío fuete n***o, abandonado en una mesa de la sala que usan para secar el sudor de sus pieles. Con un leve golpe hace que ella retroceda y la piel de su muslo un poco enrojecida, le habla, pidiendo más; pero no puede evitar lamer el sitio sagrado donde el fuete hizo contacto, ella con una sonrisa cómplice, hunde su mano en el cabello n***o azabache de Red y tira de él hasta hacerle ver el techo de la habitación y con firmeza le empuja, aún con su cabello entre sus manos contra el sofá para en el último momento, soltarlo y dejarlo en el piso desprovisto del fuete que ella toma y usa en sus brazos, golpeándolo ocasionalmente, haciendo arder su piel y en su cara se dibuja una risa sádica que es opacada por la mirada encendida de sus ojos claros como la miel. De repente, como siendo otra persona, Red susurra con extraño morbo ronco: ¬ ¿Cómo matar a alguien? ¬ (Silencio)… Continúa: Deja que agonice sembrado en tú mente asfixiado por la angustiante incertidumbre de ser o no ser el motivo de tu inspiración nómbralo sin decir su nombre o apellido. No lo busques, deja que te busque hasta perderse en el laberinto de tus letras que agonice poco a poco, sin esperanza entre metáforas y anáforas de canciones. Mátalo distraídamente con sonetos de amor, envenena su alma con dedicatorias cursis toca su piel con la maestría de tu arte deja que sea la inspiración de una obra inconclusa. De entre la noche amante, emerge el frío acero para diluirse en el cálido pecho de Violeta. No hay espacio para dolor, solo la sorpresa sin perdón ni arrepentimientos. Un grito ahogado por la sangre y un efímero dolor, le dan paso a lágrimas confusas de miedo por parte de Red. Al fondo, la muerte aplaude como si de su obra maestra se tratase. El cuchillo se disipa en los temores que nacen del amor; un crimen, con castigo solo para uno (justicia pura del sistema moderno). En la silenciosa noche, dos perdieron. La gatita que jugaba con el lobo perdió su vida y éste, a su vez, perdió su alma, esa, que tratará de encontrar en otros labios y en otros corazones, y por ende, aquella paz perdida en el juego de la seducción. Una delicada línea de sangre cardiaca escribe sobre el acero inerte: –Te amo y por eso debes morir – Manchando unas manos que ocasionalmente creaban y ahora destruían el amor en nombre de lo invulnerable. La amada condenada con su rostro de doncella, desmayada y confundida, solo sentía como su vida abandonaba su cuerpo y el sentía, como algo en sus adentros, florecía, inundando su esencia de un dulce olor a sombras, quizás por eso, de sus ojos salían disimuladas lágrimas despidiéndose del que ya no está, ahora sería libre de cualquier rencor, de cualquier emoción, ahora sería alguien diferente, un hijo de la oscuridad o mejor dicho un retoño de la luz; pues de las sombras nace la luz y él ahora sería un residente permanente de la oscuridad ,en la cual, buscará alimentar su alma casi marchita. En estado de automatismo psíquico puro y con maestría de cirujano en un juego de poder, al ritmo de Don’t Know Why, separa cuidadosamente piel y huesos, dejando expuesta la magnolia palpitante de vida en una bóveda carmesí; alimento para aquietar al lobo lleno de furia y tristeza, como agua y aceite en una botella de vidrio que rueda sin quebrarse por el piso de la casa; confundido sin saber por qué lo hace, respondiendo a instintos básicos de la sangre, brotando de la magnolia. Cuerpo de mirada perdida, abandona lentamente el recinto, renuncia a esta vida, dejando su corazón jadeante en sus manos, que será devorado para fortalecer a uno débil. Pensamientos fugaces lo invaden guiando cada corte. Manos adiestradas para el arte se tiñen de rojo, seducidas por la textura tenue del blanco hueso desnudo, protector del corazón no latiente; sangrante, que con puntos suspensivos anuncia su final anticipado. Esa fue la única forma en que pudo lograr la satisfacción final del alma. Tomando, no su cuerpo, sino el recinto alquímico de su alma ¡su corazón!, sin remordimiento. Ambos desnudos como en el pecado original, toca su espíritu, simulando ser la manzana del conocimiento en la diestra mano mientras se apresura a la cocina y coloca en un recipiente de blanca porcelana, la manzana que poco a poco se marchita, esperando el calor del sartén amplio con aceite de oliva para sofreír un par de dientes de ajo laminados y una cebolla en juliana, más una hoja de laurel y una pequeña ramita de romero. Dejando que se doren para darle la bienvenida al corazón picado en trocitos pequeños, re-ahogado a fuego bajo por albahaca, orégano, tomillo, pimienta y romero. Preludio para las zanahorias en pequeños cuadros de 5 x 5 mm llamados Brunoise, que serán bañadas con vino de Jerez y corregidos por la sal y pimienta verde recién molida al gusto; complementando los sabores con unas lágrimas de salsa de soja. Todo tapado, cociéndose en su propia esencia hasta que la carne al gusto este tierna y el aroma mortalmente delicioso, incendie las papilas gustativas, inundando la boca, seduciendo los recuerdos de jugosos bistecs, consumiéndose a fuego lento en sus jugos esenciales y hierbas terrenales, sin imaginar la realidad verdadera de tan invasor aroma hechizante. Servido en un plato de forma cuadrada y blanco virginal con algunos rábanos colocados artísticamente, cortando la esquina del plato, con meticulosa calma y juego de cuchillo y tenedor, ingiero calmadamente, los ahora apetecibles mendrugos de corazón de la fallecida amante, que me darán el poder sensual que mi alma desea. La ingesta de tal plato, me hace sudar copiosamente como si cada parte de mi cuerpo reconociera esta parte de su cuerpo, como un fósforo que incendia una llama; la mirada está fija en el vacío, tratando de recapitular el inicio de esta noche, llena de excesos, que terminó con un corazón emplastado y condimentado en la mesa. Como si de otra persona se tratase resuelve: ¡Hay que deshacerse del cuerpo!, piensa dentro de sí, para lo que se le ocurre usar el método Egipcio, no precisamente para ejecutar una momificación, sino sacar todas las vísceras y órganos blandos causantes del olor de putrefacción del cuerpo y no llamar la atención de nadie. Envuelve el cuerpo en las sábanas de algodón blanco y lo lleva al amplio baño, donde convenientemente, está una tina en la que deposita el cuerpo que desenvuelve y deja drenar el exceso de sangre con el agua. En lo que resta de noche se dedica a picar, doblar y embolsar para tirar al río que atraviesa la ciudad, los pedazos de cuerpo y listo ¡sin cuerpo no hay crimen! Sin aparente remordimiento y con total naturalidad, ejecuta todos los actos de preparación, dejando en evidencia el oscuro origen de su familia, allá en la Europa donde nace el sol.
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