Capítulo 1: Encuentro Inesperado
Nicolás
Otra noche de mierda. Música fuerte, luces que me ciegan, y un club lleno de gente que cree que sabe cómo se mueve el mundo. Para mí, este lugar es solo un escenario, una fachada para hacer negocios. Esta noche me reúno con Iván y los chicos para cerrar los detalles de la próxima entrega. Todo va en orden, pero entonces la veo.
Al principio, es solo una mujer más en la pista de baile, pero hay algo en ella que me hace mirarla dos veces. A diferencia de las demás, ella no está aquí para llamar la atención de nadie. Cierra los ojos, se mueve sin preocuparse por quién la observa o si la música cambia de ritmo. Parece… libre, ajena a todo. Y eso me llama la atención de una forma que no puedo explicar.
—¿Qué pasa, jefe? —pregunta Iván, notando mi distracción.
Lo ignoro, pero no puedo dejar de observarla. No suelo perder el tiempo así, pero esta mujer parece algo… distinto. La curiosidad me gana, y sin pensarlo demasiado, cruzo la pista hacia ella. Sé que no debería acercarme, pero me importa un carajo.
Me planto frente a ella y espero a que abra los ojos. Cuando lo hace, noto el cambio en su expresión: no parece impresionada ni seducida. Me mira, desafiante, y por un instante pienso en dar la vuelta y dejarla en paz. Pero ya estoy aquí.
—¿Te importa si te acompaño? —le digo, con un tono que normalmente hace que cualquiera acepte sin pensarlo.
Ella me mira, evaluándome como si no supiera si soy alguien con quien debería siquiera cruzar palabra.
—Depende —me responde, levantando una ceja—. ¿Tienes la costumbre de interrumpir a desconocidas?
Sonrío. No me esperaba esa respuesta, pero me gusta. Es directa, sin el menor asomo de miedo. Al contrario, se ve como si estuviera lista para cualquier cosa.
—A veces me gusta correr el riesgo —le digo, cruzando los brazos.
Ella suelta una risa breve, sin dejar de mirarme. No parece impresionada ni incómoda, solo… alerta. Como si estuviera decidiendo si merece la pena dedicarme más de un minuto de su tiempo.
—Pues esta vez escogiste mal —me dice, manteniendo su distancia. Alza la barbilla y noto que sus ojos me desafían. Está en control de la situación, y no parece importarle quién soy o qué quiero.
Su respuesta me sorprende, pero de alguna manera me atrae aún más. Su actitud me hace querer saber quién es, por qué una mujer con esa fortaleza está aquí, en este lugar. No puedo evitar preguntarle.
—¿Y tú? ¿Qué haces aquí, sola? No pareces alguien que necesita este tipo de ambientes.
—¿Y tú qué sabes de mí? —me corta sin titubear.
Esa respuesta me saca una sonrisa. No cualquiera me habla así. La mayoría se tragaría sus palabras, o se asustaría por mi insistencia. Pero ella no. Tiene una mezcla de carácter y misterio que me intriga.
—No me hagas caso, entonces. Solo me pareció que no encajabas aquí, es todo.
Ella me observa un momento y finalmente suspira, como si fuera un esfuerzo dirigirme una palabra más.
—Pues tal vez deberías ocuparte de tus propios asuntos.
Dicho esto, da un paso para alejarse, pero antes de que lo haga, alzo una mano. No para tocarla, pero sí para detenerla.
—Me llamo Nicolás.
Ella se detiene y me observa, un destello de irritación en sus ojos.
—Bien por ti, Nicolás. Yo me llamo Elena. Ahora, si me disculpas…
Esta vez, se da la vuelta con determinación, y yo la dejo ir. Pero algo en mí sabe que no será la última vez que nos veamos.
Elena
No sé por qué accedí a venir a este lugar. La verdad es que nunca me han gustado los clubes ruidosos ni el ambiente superficial que hay en ellos. Pero mis amigas me convencieron: “Vamos, Elena, una noche de fiesta no te va a matar”. Así que aquí estoy, tratando de perderme en la música y no pensar en lo estresante que ha sido mi semana.
Cierro los ojos y me dejo llevar por el ritmo, aunque sé que no duraré mucho en la pista. Me hace bien desconectarme, dejar de lado todo el ruido de mi vida. Pero entonces siento una presencia cerca, una figura que se coloca frente a mí, tan cerca que me obliga a abrir los ojos.
Lo primero que noto es su mirada. Es intensa, calculadora, como si estuviera analizándome. Es alto, atractivo, y su expresión tiene una seriedad que no encaja con este lugar. Cualquier otra persona me incomodaría al acercarse así, pero él… bueno, lo primero que pienso es que me da igual. No estoy aquí para complacer a nadie, mucho menos a un hombre con mirada de dueño del mundo.
Me pregunta si puede acompañarme, y aunque su tono tiene un aire de mando, no cedo tan fácil. Me cruzo de brazos y decido ver qué tiene para decirme.
—¿Tienes la costumbre de interrumpir a desconocidas? —le suelto, alzando una ceja.
Él sonríe, como si no estuviera acostumbrado a que lo cuestionen. Genial, otro de esos. Su expresión sugiere que se siente muy seguro, pero no le doy el gusto de retroceder ni un centímetro.
—A veces me gusta correr el riesgo —me responde, en un tono que intenta sonar casual.
Apenas me aguanto las ganas de reírme. No sé quién es ni me importa. Para mí, es solo otro hombre en un club, alguien que piensa que puede entrar en mi espacio solo porque se le antoja.
—Pues esta vez escogiste mal —le digo, con frialdad.
Él no se inmuta. Me mira con una intensidad que podría hacer dudar a cualquiera, pero yo mantengo la mirada firme. No pienso darle el placer de intimidarme. Y aunque hay algo en su presencia que me pone alerta, no retrocedo.
—¿Y tú? —me pregunta—. ¿Qué haces aquí, sola? No pareces alguien que necesita este tipo de ambientes.
Lo miro fijamente. ¿De verdad me está diciendo cómo debo o no debo ser?
—¿Y tú qué sabes de mí? —le contesto, sin pensarlo dos veces.
Él sonríe, pero yo mantengo mi expresión neutral. No pienso ser una más en su lista de conquistas o lo que sea que este hombre haga con su tiempo.
Entonces, para mi sorpresa, se presenta.
—Me llamo Nicolás —dice, como si eso debiera cambiar algo.
Lo observo, esperando que diga algo más. Pero no. Parece esperar una reacción de mi parte, y eso me irrita más de lo que debería.
—Bien por ti, Nicolás. Yo me llamo Elena. Ahora, si me disculpas…
Y sin darle oportunidad de responder, doy media vuelta y me alejo.
Nicolás
La veo marcharse, y aunque tengo la costumbre de obtener siempre lo que quiero, la dejo ir. Hay algo en ella, en la forma en que me habló sin un ápice de miedo, que me hace pensar que la próxima vez no voy a dejarla escapar tan fácil.
Iván, que ha estado observando desde lejos, se me acerca con una sonrisa burlona.
—Parece que alguien se ha encontrado con una pared —dice, divertido.
Le lanzo una mirada que lo hace callarse, pero por dentro no puedo dejar de pensar en ella. Elena.