MARGARETH
Para mis planes, Lizzy debía verse perfecta. No solo hermosa, sino impecable.
Cada paso, cada movimiento, cada sonrisa debía parecer espontánea... aunque, por supuesto, no lo fuera.
Por eso solicité permiso a la reina para hacer algunos ensayos en el mismo salón donde se celebraría la fiesta. Alegué que era necesario que mi hermana se familiarizara con el espacio, que practicara la bajada de la escalera y que el protocolo se siguiera con exactitud.
La reina, complacida con mi "interés familiar", accedió sin dudarlo.
Durante esos ensayos, Lizzy y el príncipe coincidieron. Un cambio sutil pero importante respecto a la versión original del libro.
En aquella historia, Lizzy había captado la atención de Liam durante la noche del baile... esta vez, yo misma se la presentaba.
—Lizzy no está comprometida —dije con una sonrisa impecable mientras el príncipe revisaba la lista de invitados—, así que después de bailar conmigo, deberías concederle una pieza. Sería un gesto amable de tu parte.
Noté cómo varias damas cercanas fingían no escuchar.
Perfecto.
Era justo lo que quería: que vieran a Margareth, la prometida del príncipe, como una joven atenta, considerada, casi fraternal.
La futura reina ideal.
Durante los ensayos siguientes, todos pudieron verme organizar cada detalle, aconsejar a Lizzy con paciencia y dulzura, incluso proponer que el príncipe la acompañara en un par de pasos de baile "para que ese día no estuviera tan nerviosa por su presencia".
Mi imagen se elevaba, y nadie podía decir lo contrario.
Observé con cuidado para detectar las señales de esa atracción, pero aunque fueron evidentes en Lizzy, no las ví en Liam y eso me desconcertó. "Seguramente la magia se dará en el baile cuando la vea bajar con su traje hermoso y su aura de mosquita muerta", pensé,
Al otro día, ocurrió un incidente del cual obviamente saqué provecho.
Lizzy tropezó —quizás de verdad, quizás no— y el contenido de su copa cayó directo sobre mi vestido.
El silencio fue inmediato. Todas las miradas se centraron en mí.
La Margareth del libro anterior habría perdido la compostura cuando eso pasó. Reprendió a su hermana y esta, por supuesto, había terminado con lágrimas en los ojos como la pobre víctima a la que todos debían proteger.
Pero ahora fue diferente. Esta vez, yo había leído esa página antes.
Sonreí con calma, tomé un pañuelo y, sin dramatismo, dije con voz serena:
—No te preocupes, Lizzy. Sé que los nervios pueden jugar malas pasadas.
Un murmullo recorrió el salón.
Algunos sonrieron con aprobación, otros evitaron mirar a mi hermana, que enrojecía como una niña reprendida.
Perfecto.
En una sola frase había logrado que pareciera torpe... o peor, envidiosa.
El siguiente ensayo prometía tener aún más peso para mis planes.
Mientras el príncipe corregía la postura de Lizzy en el baile, mi madre observaba con aire complacido y dijo, con esa sonrisa que camufla su veneno.
—Lizzy tiene ese aire natural que tú siempre quisiste dominar, querida. Su sonrisa se ve más luminosa.
Pude sentir cómo varias damas contenían el aliento.
Oh, madre, qué torpe eres al pensar que todavía puedes herirme.
Le devolví la sonrisa, perfecta, pulida, venenosa:
—Sí, la naturalidad de Lizzy es encantadora. Aunque a veces lo natural necesita pulirse... por eso estamos haciendo estos ensayos.
Hubo un murmullo de risas suaves.
Mi madre parpadeó, descolocada. Lizzy bajó la mirada luciendo apenada ante lo que sea le dijo Liam. Pero no me importó.
Yo simplemente seguí sonriendo.
Y entonces, solo bastó con soltar "algunos de mis miedos" a una de las tantas acompañantes y entonces, un nuevo rumor comenzó a correr por el palacio."Dicen que el príncipe, teniendo una prometida tan hermosa y elegante, no puede evitar mirar a su hermana".
"Sabíamos que era un hombre con mucho amor para dar, pero coquetear con la hermana de su prometida... eso sí es un descaro."
Yo no tenía necesidad de confirmar ni negar nada.
Solo debí sonreír y bajar de vez en cuando la mirada para parecer una víctima de esas que quieren aparentar valentía ante todos.
Dejé que el escándalo hiciera el resto.
Y así el día del baile llegó.
LIAM
He decidido recoger personalmente a Margareth para llevarla al palacio.
Podría haberla esperado allí, como dictan las costumbres, pero algo dentro de mí —quizás la nostalgia o la necesidad de redimirme— me impulsó a hacerlo yo mismo.
Los quince años de su hermana parecen ser un acontecimiento importante para ella. He visto el empeño con el que lo prepara, la atención que dedica a cada detalle. No imaginé que Margareth fuera tan... familiar.
Tan buena hermana.
Eso, sinceramente, me gustó.
Aunque, si soy honesto conmigo mismo, lo primero que me impactó fue su apariencia.
Dos años sin verla, y la joven que recordaba se ha convertido en una mujer que impone presencia. No es solo hermosa, es imposible de ignorar.
He conocido a damas de bellezas exóticas, de linajes nobles y risas vacías.
Y aun así, Margareth las eclipsa a todas.
Quizá mi madre tenga razón: Margareth tiene porte de reina.
Y eso, más que su rostro o su elegancia, es lo que la hace distinta a mis ojos.
Siempre tan propia, tan segura de sí.
Hay una serenidad en ella que no es frialdad, aunque muchos la confundan.
No la he visto ser cruel con nadie, ni siquiera cuando tendría motivos para serlo.
Y eso... eso me descoloca.
Margareth no es como las demás.
No me busca. No me adula. No suspira cuando la miro.
Y tal vez por eso, cada vez que la tengo cerca, algo dentro de mí se inquieta.
Siendo sincero, no sé cuándo empezó esto.
Pero sé que ya no hay motivo que me aleje.
Esta vez me quedaré. Esta vez pienso ganarme su corazón.
Esa es mi firme intención.
Aunque, siendo realista... eso no me convierte en un santo.
Puedo prometer que Margareth estará por encima de todo —que será la primera en mis prioridades, mi presente y mi futuro—, pero no soy un hombre hecho de piedra.
La guerra me cambió; me volvió disciplinado, sí, pero también más consciente de mis propias necesidades.
Margareth no es el tipo de mujer que se entregue antes del altar, y lo respeto.
Pero soy hombre, y los hombres, incluso los que visten corona, siguen teniendo pulsos de carne y sangre.
No pretendo engañarla, ni a mí mismo, fingiendo que puedo renunciar del todo a lo que soy.
Lástima que el destino parezca querer complicarlo todo.
Han pasado solo dos semanas desde su regreso, y todo está fuera de control.
Rumores, miradas, malentendidos.
Es como si el aire mismo conspirara para que Margareth piense lo peor de mí.
Incluso mi padre me ha reprendido —su sermón fue largo y humillante—.
Dice que debo respetar mi compromiso, que las habladurías dañan la imagen del reino, y que no es digno de un heredero ser asociado con la hermana menor de su prometida.
Ni siquiera tuve fuerzas para defenderme.
Porque lo cierto es que yo no he hecho nada... y aun así, el rumor corre como fuego.
Admito —en voz baja, solo para mí— que la dulzura y delicadeza de Lizzy llamaron mi atención por un momento, pero aquel encanto fue roto por la madurez de Margareth.
Ahora, solo tengo en la mente a la mujer que no suspira por mí.
Lady Margareth Nolan.
Mi prometida.
Mi reto.
Mi castigo, tal vez.
El carruaje se detiene frente a la mansión Nolan.
Observo la fachada blanca, los ventanales, el jardín perfectamente cuidado.
Nunca antes había venido aquí.
Y ahora que lo pienso, eso lo dice todo.
Cuánta indiferencia mostré en el pasado.
El cochero abre la puerta.
El aire tiene ese aroma dulce del final del invierno, mezclado con el perfume de las flores nuevas.
Respiro hondo, intentando recuperar la compostura.
Hoy no soy el príncipe heredero.
Hoy soy solo un hombre dispuesto a enmendar errores.
Pero cuando la puerta de la mansión se abre y Margareth aparece, impecable, con esa sonrisa que nunca llega del todo a los ojos...
entiendo que ganarse su perdón será una guerra más larga que cualquier otra.
Una guerra en la cual debo salir victorioso.