31. COMPROMISO ROTO

1361 Words
EL REY Claro que sé que mi hijo no es un santo. Pero nunca imaginé que los rumores sobre su interés en la hermana de la señorita Margareth tuvieran un ápice de verdad. Los pasillos del palacio son implacables. El rumor se desliza entre las cortinas y las columnas como un espectro imposible de silenciar. Cada mirada que me dedican los cortesanos lleva esa mezcla de falsa compasión y curiosidad morbosa que tanto detesto. Mi reina está desconsolada. Llora a escondidas, aunque pretende disimularlo detrás de los tapices del salón de música. No quiere verlo. No quiere escucharlo. Dice que Liam ha mancillado no solo su honor, sino el nuestro, el del trono mismo. Y por primera vez en muchos años, la veo quebrarse de verdad. Ya había hablado con él. Lo escuché arrepentido, confundido, insistiendo en que "solo quiso arreglar las cosas", que "no pasó nada impropio". Y aun así, aquí estamos. ¿Cómo terminó en esta situación? Admito que la señorita Lizzy es una joven de innegable belleza; la frescura de su rostro y esa timidez cultivada la vuelven encantadora. Pero mi reina tiene razón: es difícil creer que una muchacha así tuviera la malicia para enredar a un hombre como mi hijo. La diferencia de edad entre ellos no es mucha, pero sus mundos son distintos. Liam ha visto la guerra, ha caminado entre aldeas en ruinas, ha aprendido a desconfiar hasta de los abrazos. Las hermanas Nolan, en cambio, no conocen más que los muros dorados de los salones y el perfume de las flores de temporada. El fallo es de Liam. No tengo duda. No me imagino a esa tierna jovencita robándole un beso a un príncipe... aunque la corte piense lo contrario. Siempre es más fácil culpar a la mujer. Así ha sido desde siempre. Pero la realidad es más amarga. Hoy, con el mayor de los dolores, tuve que ceder a la presión de los consejeros, de la reina, y autorizar la terminación del compromiso entre Liam y la señorita Margareth. Tanto tiempo educándola, moldeándola para ser una reina... todo tirado a la basura. Ella se presentó ante mí con su porte impecable, como si nada pudiera quebrarla. Apenas levantó la barbilla y dijo con voz firme: —Así es, Majestad. Conozco las posibles consecuencias y estoy dispuesta a afrontarlas. Aun así, lo intenté una vez más. —¿Está usted segura de lo que pide? Después de esto, será muy difícil que alguien solicite su mano. Ella no vaciló. No hubo lágrimas, ni temblor en su voz. Solo una calma que me inquietó. —Lo sé. —Dijo simplemente. Entonces lancé mi último intento, casi una súplica disfrazada de protocolo: —¿Su padre está al tanto de esto? ¿Lo aprueba? El rostro de la joven no se inmutó. —No lo sabe, y desde luego que no lo aprobará. Pero pronto cumpliré la mayoría de edad, y podré firmar mis propios documentos. Sus palabras me helaron. Era imposible no reconocer esa determinación, esa voluntad de hierro. No era propia de una jovencita. Y entonces, la imagen vino a mi mente como un relámpago: Eloisa de Nolan. La condesa. Astuta, vivaz, demasiado vivaz. Siempre con esa sonrisa serena de quien ha vivido más de lo que puedo saber. "Así que ella la respalda. De ahí viene ese fuego", pensé. —Bien —le respondí finalmente, con la voz más serena que pude reunir—. Legalmente, no puedo obligarte a permanecer en este compromiso. Mi hijo cometió una falta, hay muchos testigos de ello. Sería injusto que tú cargues con su error. La corona te debe un favor, pide lo que quieras. Ella asintió y ejecutó una reverencia perfecta, tan precisa que parecía ensayada ante un espejo. —Lo pensaré, Majestad. Y luego se marchó sin mirar atrás. Por un momento, me quedé solo en la sala, escuchando cómo se cerraban las puertas a su paso. El eco de sus pasos se desvaneció, pero el peso de esa decisión quedó en el aire. —Han criado a una reina, Nilea, Eloisa —murmuré para mí mismo—, pero no una que servirá a este trono. El silencio que siguió fue denso. Tengo curiosidad por ver la actitud de mi hijo, ¿qué hará? Camino hasta el balcón principal del palacio y observo mi reino. Pronto sabré de que está hecho mi hijo menor. Pues aunque debe buscar su felicidad, también debe cumplir con sus responsabilidades como príncipe. Hay nuevos problemas ahí afuera y su misión es enfrentarlos. MARGARETH Los puños de mi padre estaban tan apretados a sus costados que los nudillos se le habían vuelto blancos. No necesitaba gritar para saber cuán furioso estaba... pero lo hizo de todos modos. —Eres una hija ingrata. ¿Acaso entiendes la magnitud de lo que has hecho? ¿Qué mejor partido que el príncipe podrías tener? Su voz retumbó en las paredes, rompiendo el silencio de la mansión. —Romper tu compromiso con el príncipe heredero es una locura. Iremos inmediatamente a retractarnos y pedirás disculpas, suplicarás si es necesario. Cada palabra era un golpe, pero no uno que doliera. Dolían más los ojos de mi madre, vacíos, inmutables, mientras lo escuchaba desde el sillón con la serenidad de quien observa un drama ajeno. —No pienso hacerlo —respondí con calma, aunque sentí el temblor de mis manos. —Y no entiendo el drama. Ustedes no pierden. Eso solo significa que Lizzy tiene el camino libre con Liam. El silencio que siguió fue espeso. Podría jurar que vi en los labios de mi madre una leve curva, casi una sonrisa reprimida. Claro que le alegraba. Ahora su hija favorita podría ser reina. Lo que le disgustaba no era el desenlace, sino que el escándalo manchara su impecable reputación. Mi padre bufó, incrédulo. —Puede que tengas razón en eso... pero dime, ¿qué se supone que haga contigo ahora? —Su voz se quebró levemente, y por un instante lo vi más cansado que airado—. Serás una carga eterna para la familia. ¿Acaso cuando yo muera te dedicarás a cuidar de los hijos de tu hermana? ¿Quién te mantendrá? Por absurdo que sonara, esa era su forma de decir que se preocupaba. No es un buen padre, pero me ama. A su manera torpe, sofocante y ruidosa. En cambio, de mi madre no puedo decir lo mismo. —Déjala, querido —intervino ella, con esa voz suave que trata de ocultra que está disfrutando de su victoria—. Tal vez esto sea un bien disfrazado. habría sido infeliz si se casaba con el príncipe. El temperamento del príncipe Liam es demasiado... impetuoso para una joven como ella. Mejor que se case con Lizzy. Las cejas de mi padre se alzaron, atónito. No podía creer que ella hablara en mi defensa, y menos para justificar mi rebeldía. Yo tampoco lo creía. Pero en el fondo entendía perfectamente lo que pasaba: No me estaba defendiendo a mí. Estaba defendiendo la idea de que Lizzy sería una reina perfecta. Y yo... solo era la molestia que debía desaparecer discretamente del tablero. Aproveché su discusión. Mientras los dos se lanzaban reproches, subí a mi habitación sin que nadie me detuviera. El aire en el pasillo olía a cera y a rabia contenida. Saqué el baúl de debajo de la cama y empecé a empacar. No tenía mucho que llevar: algunos vestidos, mis libros, la libreta con las notas de mis estudios y la pequeña caja de madera que guardaba mis frascos con hierbas. Tal y como lo había planeado, me enviarán de nuevo con mi abuela. Dirán que necesito "descansar lejos del escándalo". Y yo fingiré estar de acuerdo. Pero la verdad es que sí necesito ir. Mi abuela no ha respondido mi última carta, y eso me preocupa. Ella nunca tarda tanto. Y, desde luego quiero asegurarme de que esté bien. Cerré el baúl con decisión y me miré en el espejo. Mi reflejo me devolvió una sonrisa firme, fría, pero viva. —Ya casi, por fin seré la villana—susurré. Y esta vez, nadie moverá mis hilos.
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