Después de varias salidas y conversaciones incómodas, Mateo se ganó el respeto de mi padre. Fue sorprendente. Había imaginado que sería una tarea mucho más difícil, que las dudas y las reservas durarían meses. Pero, contra todo pronóstico, mi padre resultó ser más razonable de lo que esperaba. Pudo ver lo feliz que estaba al lado de Mateo, y eso fue suficiente para suavizar sus juicios. Cuando pensé que el mayor obstáculo había quedado atrás, la verdadera oposición vino de un lugar inesperado: mi abuela Juliana. Siempre había sido una mujer decidida, fuerte, con un carácter que intimidaba incluso a los más valientes. Desde el principio, nunca había mostrado simpatía hacia Mateo. No lo decía abiertamente, pero sus miradas y comentarios velados lo dejaban claro. No aprobaba nuestra relación

