El silencio que siguió a la tajante negativa de Reinaldo pesaba en el aire de aquel auto. Sin embargo, José Manuel, quien era algo malicioso, no era de los que se rendían fácilmente y no le hacía caso a nadie desde que era pequeño. De hecho, algo en él se encendió cuando se enteró que la mujer bonita era muda pero escuchaba. Así que, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, volvió a la carga: —Venga ya, tío. No te pongas así. —lanzó una mirada de reojo a su amigo, evaluando su reacción—. Que yo sepa, esa mujer no es nada tuyo. ¿O es que hay algo que no me estás contando? Reinaldo se removió incómodo en su asiento, su mandíbula tensa y sus ojos fijos en el camino. Tras un momento de silencio, respondió con voz controlada: —No hay nada que contar, José. Es solo que... —hizo una pausa, b

